En aquel limbo de creadores financiados por el Estado, de productores de películas para una sociedad que tiene la vida en otra parte, en ese gallinero creativo de la minoría autoralmente descolgada de las problemáticas reales y que en una gran mayoría hacen sus producciones bajo el manual de rentabilidad que puedan sacar de sus […]
En aquel limbo de creadores financiados por el Estado, de productores de películas para una sociedad que tiene la vida en otra parte, en ese gallinero creativo de la minoría autoralmente descolgada de las problemáticas reales y que en una gran mayoría hacen sus producciones bajo el manual de rentabilidad que puedan sacar de sus peli-franquicias o movidos por una subjetividad hedonista, en ese irreal mundo de la película como negocio, hay movimientos y griteríos.
Por un lado, parece que el «Misterio» de Cultura «publica en el BOE una nueva orden derogando la anterior ley antes de que Europa diera el visto bueno a la nueva orden» aunque alguno lo desmiente.
Por otro, los medianos y pequeños productores y sus colegas levantan la voz (los bolsillos) con un manifiesto «Cineastas contra la orden», creando la duda -dicen- en Bruselas, que empieza a desconfiar del texto y posterga su aprobación. No está la anterior pero tampoco la nueva y esto lleva a que el cine entre en un vacío legal momentáneo: no hay ley que lo regule y la pasta se posterga. Otros lo desmienten.
Según las informaciones del otro gallinero, el mediático, algunos de los reclamos son que:
– Por primera vez, las ayudas del ICAA se concederán en función de si una película es cara o barata, y no según su contenido o su interés para el público.
– Pretende desterrar el cine que se hace por menos de dos millones de euros de inversión.
– Sólo recibirá dinero quien ya lo tiene o quien está seguro de generarlo.
– Eso provocará la eliminación de facto de alrededor de un 60% de las producciones anuales «que son, de hecho, las que producen un cine de diversidad cultural, de una mirada en gran medida diferente e innovadora.
Álex de
Gerardo Herrero declaró que: «Esta decisión de Bruselas ha sido producida por la idiotez de algunos de los Cineastas contra
Por un momento, los medios alarmistas lanzan la posibilidad de la paralización del cine español. Otro director dice que «Todo esto está traspasando a toda la sociedad. Se está hablando de un cisma en el cine español que no es tal…»
Y así siguen.
Parecería que al salir a la calle no habrá otro comentario que «la gran incertidumbre cinematográfica». Ooohhh! En los mercados, en la calle, el vagabundo, la taxista, maestros, obreros de la construcción, enfermeras y oficinistas… toda la gente estará preocupada porque la industria del cine, en un caso extremo que por supuesto no sucederá, podría llegar a dejar de hacer un número importante de películas.
En realidad sólo se trata de un sector más dentro del gran concierto de los millones de parados. Y si el paro no es agradable, no lo es para ningún colectivo. Pero este gallinero de lo cultural que chupa dinero público para hacer algo que debe y puede producirse de otras maneras, no tiene tanta importancia cultural, es más, no tiene ninguna importancia más que como un mal espejo de lo que somos. La ley del cine no es la ley del cine sino la ley de «los del cine». No nos atañe al resto de la sociedad. Es un acto de irresponsabilidad legalizado que favorece al minoritario sector de las empresas productoras del cine y el audiovisual y sus allegados. Los demás somos espectadores y espectadoras. ¿No es lo que buscan? Espectadores. Pues somos lo que han querido que seamos. Ojalá seamos un día los espectadores de su ruina como industria. Entonces ya no sería un vacío legal sino un vacío de producción que permitiría la emergencia de otros cines en el ámbito nacional. Si no participamos en su producción más que como inversores anónimos e involuntarios de un dinero público que les deja vivir. Si no participamos en la exhibición más que como burros compradores de entrada de sus películas. ¿Por qué ahora deberíamos hacernos partícipes del quiebre de su chiringuito? Muchas empresas quiebran. Y vemos salir a poquísimos cineastas y productores a documentar las ruinas humanas que dejan las míseras condiciones del mercado capitalista y que cuando lo hacen, apenas tienen alguna incidencia en la población afectada.
Que ahora descubran los pequeños y medianos productores cinematográficos que los procesos del capitalismo democrático y su lógica del mercado se reduce a un canibalismo comercial donde el más fuerte se va devorando a los más pequeños, es como descubrir que todos tenemos mierda dentro y que cagamos. ¿Por qué quejarse ahora de que huele?
Es exactamente el mismo canibalismo cultural que ejercen las minorías con respecto al resto de la sociedad a la que se le obstaculiza su potencial organizativo y productor. Les gusta jugar a crear «nuestras» películas pudiendo vivir muchos cómodamente de ello, pasando completamente de generar espacios democráticos y participados de producción en el campo de la representación audiovisual. Pues ahora no se escandalicen porque la misma ley de canibalismo capitalista puede dejar fuera a una parte que antes estaba dentro. Son «Las Reglas del Juego». Pero no, ahora se comenta que el griterío privado del cine «se está traspasando a la sociedad».
La ley del cine es la regulación del reparto de las empresas y productores de cine y sus equipos. Denle una ojeada si no. Es todo un privilegio que una minoría tenga una ley de reparto propia para una actividad que no beneficia a la sociedad, sino que le ofrece anualmente algunas horas de ocio. En el año 2008, según la información del propio «Misterio» de Cultura, se produjo la cifra más alta de películas de los últimos 26 años, 173 películas. Tenemos que entender que la mayor parte del dinero público destinado al cine y el audiovisual se legisla para ofrecernos a la sociedad, redondeando a hora y media por film, unas 300 horas de ocio, entretenimiento y alguna que otra reflexión. ¿Nos vamos a preocupar por perder 300 horas de ocio producidas por unos comerciantes de la imagen?
¿El gallinero del cine y su chiringuito democrático cofinanciado con fondos públicos se piensan que su bienestar le va a acarrear a la gente cualquiera alguna preocupación?
¡Vengan a ver nuestras películas hechas con parte de vuestros propios fondos públicos, nos dicen! Pero si deberían ser gratis vuestras películas porque ya les hemos pagado una parte de la producción. ¿No es suficiente? La representación y documentación fílmica de una sociedad debería ser producida por las personas organizadas para tal fin. Debería haber un tribunal popular para juzgar críticamente si la representación de personas, situaciones, problemáticas, ficciones, imaginaciones y fantasías que estos productores y autores hacen reflejan la manera en como la gente es, vive o crea sus propias fantasías. El cine es el derecho de colectivos a producir su propia imagen y no un privilegio de unas minorías para que lo realicen a su antojo. El viejo cine nunca ha pensado en esto.
A quienes nos empecinamos en teorizar y practicar otra forma de producción social de la cultura y específicamente del cine, en realidad, lo que nos daría satisfacción es que los participantes de la industria del cine, la del glamour imitativamente cutre y de creación hedonista, se terminen de canibalizar entre ellos, y se dediquen a algo más que pasarse años haciendo subjetivismos estéticos de minoría acomodada. Nos agradaría que su extinción liberara así los fondos públicos para una seria producción cinematográfica de una naturaleza totalmente diferente. ¿Creen que no es posible?
A este país no le basta con mantener constitucionalmente una monarquía con Familia Irreal que le represente, sino que también sostiene legalmente a una minoría de la producción cinematográfica que crea contenidos tan irreales como
¿Y si desapareciera esa industria del cine? ¿y si este sector se fuera íntegramente al paro? ¿Cuál es la enorme gravedad? Lo primero sería una liberación de la producción cultural. Lo segundo es un efecto colateral de una crisis de un sector, tan lamentable como la que permanentemente se da en otros sectores y aún así, seguimos tragando. La diferencia es que la representación cinematográfica de una sociedad no debería equipararse a la de una producción de zapatos.
Pero el cine, el cine, ¿se piensan que porque uno o dos centenares de creadores desaparezcan va desaparecer la producción cinematográfica de este país? Pero ¡por favor! Lo que pasaría sería una explosión de creatividad si el gobierno, con
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