El original pensamiento de Iván Illich (1921-2002) ha marcado de manera profunda el siglo XX, ya que no dudó en denunciar la medicina que enferma más que cura, el automóvil que nos hace perder más tiempo del que ahorramos, la escuela que deforma más que educa. Illich es, ante todo, un pensador de la resistencia. […]
El original pensamiento de Iván Illich (1921-2002) ha marcado de manera profunda el siglo XX, ya que no dudó en denunciar la medicina que enferma más que cura, el automóvil que nos hace perder más tiempo del que ahorramos, la escuela que deforma más que educa. Illich es, ante todo, un pensador de la resistencia. Podemos considerarle también con su amigo y filosófo francés Jacques Ellul como uno de los padres de la idea de decrecimiento.
Iván Illich murió el 2 de diciembre de 2002 en Bremen, Alemania, a la edad de 76 años. Sacerdote alejado de la Iglesia, propuso en los años 1970 una crítica radical y global de la sociedad industrial, de la escuela y de la medicina. Iván Illich nació el 4 de septiembre de 1926 en Viena, de padre croata católico y de madre judía sefardí. Expulsado en 1941 tras la aplicación de las leyes raciales nazis, se marcha a estudiar a Florencia, entra en la universidad gregoriana del Vaticano en Roma, para luego convertirse en sacerdote. Políglota, devora los conocimientos y las ideas. Influenciado por el filósofo Jacques Maritain, consigue su licienciatura de teología en 1951 para entrar más tarde, en 1961, en el CIDOC (Centro Intercultural de Documentación) en Cuernavaca, México. Este centro se convertirá en un extraordinario cruce de discusiones entre intelectuales y estudiantes de América Latina o de jóvenes occidentales, a menudo religiosos. Esta universidad sin jerarquía y sin títulos es también un terreno de experimentación de sus ideas. En 1969 renuncia al ejercicio y a su cargo como sacerdote, sin renunciar a su fe. Su pensamiento consiste en tomar a contrapie las verdades oficiales y, principalmente, aquellas que componen el fundamento de la modernidad humana. Se interroga sobre el «progresismo», como postulado no criticado y como legitimación, casi tautológica, de la conducta de las sociedades industriales modernas. Tiene una «mirada sin respeto» y utiliza sin duda también una técnica de dramatización y de sistematización del fenómeno estudiado. Esta toma de postura radical lleva a algunos a menospreciar su reflexión… mediante simplificaciones rápidas o resúmenes truncados, para concluir con el calificativo «utópico, irracional» que pone punto final a cualquier discusión…
En sus escritos Illich construye una teoría crítica de la sociedad industrial. Al llegar los años 1970 es el portavoz reconocido y brillante de una crítica no marxista de las instituciones que fundan la economía contemporánea: la escuela, la salud, el desarrollo y el consumo energético son las dianas de un discurso potente que da a la ecología una base sólida. Estudia la lógica de las instituciones de la sociedad industrial y las condiciones de su superviviencia, tanto en su dimensión colectiva como en el nivel individual. Para Illich, la función de estas instituciones es legitimar el control de los hombres, su esclavización a los imperativos de la diferencia entre una masa siempre creciente de pobres y una elite cada vez más rica. Ni la enseñanza ni la medicina ni la producción industrial están dadas ya a escala de la convivencialidad humana. Su función real está en contradicción con el discurso común que se basa en la idea del progreso indefinido.
Iván Illich insistirá en sus obras en la desmesura de las herramientas que aplastan al hombre y, entre otras, en la cuestión clave del umbral de desarrollo racional de estas herramientas. En la «Convivencialidad», Illich analiza la transformación de la herramienta en un aparato esclavizante: «al traspasar un umbral, la herramienta pasa de ser servidor a déspota. Pasado un umbral la sociedad se convierte en una escuela, un hospital o una prisión. Es entonces cuando comienza el gran encierro. Importa ubicar precisamente en dónde se encuentra este umbral para cada componente del equilibrio global. Entonces será posible articular de forma nueva la milenaria tríada: hombre, herramienta y sociedad. Llamo sociedad convivencial a aquélla en la cual la herramienta moderna está al servicio de la persona integrada en la colectividad y no al servicio de un cuerpo de especialistas.»
No crítica la tecnología sino el monopolio que le ha sido otorgado y que es nocivo para la libertad de cada uno de satisfacer sus propias necesidades. Illich describe la lógica de la sociedad que persigue un crecimiento sin límites, por aculturización de los grupos y de los individuos, sin aportar respuestas contra la pobreza que, al contrario, se sigue expandiendo. «La organización de la economía entera hacia la consecución del mejor-estar es el obstáculo mayor al bienestar», resume Illich. Luego anuncia que «convivencial es la sociedad en la que el hombre controla la herramienta.» La sociedad convivencial tiene que llevar remedios en varios ámbitos (la sobreprogramación, el monopolio radical, la devalorización, el rendimiento negativo) y por supuesto para el medioambiente cuya destrucción hay que parar. Sin embargo la Ciencia es incapaz de preveer las consecuencias de la destrucción de la fauna y la flora (entre otros la submarina) o los efectos combinados que los ingredientes químicos de los alimentos, los insecticidas y las píldoras contraceptivas tendrán sobre el patrimonio genético de las generaciones futuras. Pero Iván Illich quiere insistir en la dimensión banal de su crítica. Así pues se puede denunciar el transporte automovilístico por ser un ejemplo de «monopolio radical», según la teorización que hace del mecanismo socio-económico. En esta perspectiva, la evolución de las sociedades industriales occidentales parece haber otorgado al coche un lugar tan privilegiado que éste se convierte en hegemónico frente a los otros modos de transporte, disminuyendo por lo tanto la autonomía del individuo para sus desplazamientos. El argumento es central en la reflexión de René Dumont, figura histórica e influyente de la corriente ecologista francesa. Illich establece una equivalencia original entre tiempo ganado -por la rapidez- y tiempo perdido -trabajando para conseguir estos medios que permiten ir más rápido. Lo esencial en la revolución que Illich desea, consiste en la aceptación de dos cambios solidarios: la institución de procedimientos políticos de «autolimitación» de producción y consumo y la adopción preferencial de herramientas conviviales.
En 1971 se publica un éxito mundial: «Una Sociedad sin escuela» (…). Este ensayo plantea que la escuela actúa como un sistema de exclusión, rechazando a las y a los que no han obtenido un título y, al mismo tiempo, monopolizando lo que es digno de ser reconocido como «saber» y excluyendo las otras formas de conocimiento humano. Para Illich, la enseñanza está en manos de profesionales y se convierte en una enorme máquina, centralizada y automatizada, destinada a fabricar desigualdad social. La educación se vuelve por lo tanto problemática. Tiene como objetivo adaptar la enseñanza vinculada a los imperativos económicos. La cuestión central es saber si la escuela tiene como meta el desarrollo del poder de los individuos de todas edades para su propia formación (escolar o extra-escolar) o el aumento de la dependencia de cada uno en relación con el saber útil a los intereses de la clase dominante. Se trata por lo tanto de «descolarizar» la enseñanza, suprimir los programas y enseñanzas profesionales… Hay que instaurar «redes de enseñanza» donde las y los que solicitan conocimientos se relacionarían con las personas dispuestas a suministrarles la información.
En 1973, «Energía y equidad» (…) critica el análisis clásico de la crisis energética -vista de forma general como un problema de recursos escasos- y muestra que se vincula con el consumo, es decir los usos, mediante el desarrollo ilimitado del transporte.
En la segunda mitad de los años 1970, Illich sigue con su trabajo de denuncia de las instituciones médicas (con «Némesis medica»), las ilusiones del trabajo («El Trabajo fantasma»), el concepto de medioambiente («H20»). Pero el optimismo de los años 60 ha desaparecido y poco a poco se olvida a Illich. Trabaja en México y, a partir de 1990, enseña cada otoño en la Universidad de Bremen en Alemaña. En su «Espejo del pasado», en 1994, propone sus nuevas reflexiones sobre el compromiso social o el lenguaje. Sin embargo, tiene dificultad para entender los fenómenos de los años 1990 como Internet y la biotecnología e inicia una crítica aguda de las tesis de Hans Jonas (por ejemplo del principio de responsabilidad). En uno de sus últimos ensayos («La perdida de los sentidos»), sigue con sus reflexiones teológicas.
Autor: Bruno Villalba
Publicado en la revista EcoRev: «Figures de l’écologie politique», número 21, otoño-invierno 05
Disponible en versión original en www.ecorev.org
Traducido del francés por Florent Marcellesi
Para saber más sobre Iván Illich: www.ivanillich.org
Principales Obras:
Alternativas, Joaquín Mortiz, México, 1974, 1977. 189 pp.
Energía y equidad. Desempleo creador. J. Mortiz /Editorial Posada, México,1978. 204 p
Némesis médica, Joaquín Mortiz, México, 1978. 385 pp.
La sociedad desescolarizada, Joaquín Mortiz, México,1985. 161 pp.
La convivencialidad, Joaquín Mortiz /Planeta, México, 1985. 161 pp.
Némesis médica, Joaquín Mortiz, México, 1986. Reimpresión, 385 pp.
Alternativas II, Joaquín Mortiz / Planeta, 1988. 190 pp.
El género vernáculo, Joaquín Mortiz / Planeta, 1990. 207 pp.
El H2O y las aguas del olvido, Joaquín Mortiz / Planeta, 1993. 122 pp