Es sabido y admitido: la concesión de algunos premios premian, ante todo, al prestigio del Premio otorgado y a las Instituciones promotoras. No siempre desde luego. Las Creus de Sant Jordi que ha otorgado el Gobierno de la Generalitat este 2010 muestran las dos caras opuestas del poliedro. El president de la Caixa, el señor […]
Es sabido y admitido: la concesión de algunos premios premian, ante todo, al prestigio del Premio otorgado y a las Instituciones promotoras. No siempre desde luego. Las Creus de Sant Jordi que ha otorgado el Gobierno de la Generalitat este 2010 muestran las dos caras opuestas del poliedro. El president de la Caixa, el señor Isidre Fainé, y el jefe de la Casa Real borbónica, el señor Albero Aza, van a recibir la condecoración catalana. Pasemos página, mejor no detenerse.
La otra cara, la que suele estar ocultada y muy poco abonada, la que merece nuestro reconocimiento: el Memorial de los Trabajadores de SEAT está entre los premiados. Antonio Ruiz Villalba, aquel trabajador asesinado por las balas de la policía fascista durante la ocupación de la fábrica de Zona Franca el 18 de octubre de 1971, sigue estando en nuestra memoria. Al igual, claro está, que tantos y tantos otros luchadores inolvidables.
No sólo el Memorial de SEAT ha merecido el reconocimiento del gobierno tripartito. También la Associació de Mestres Rosa Sensat y los ex fiscales Carlos Jiménez Villarejo y José María Mena Alvárez. La concesión de la Creu a estos últimos, como era previsible, ha tocado fibras sensibles y cosmovisiones con mando en plazo.
Oriol Pujol, el hijo del ex president y portavoz de CiU en el Parlament de Catalunya (acaso mejor: el hijo del ex president que, acaso por serlo, es portavoz de CiU en el Parlament) ha lanzado su artillería pesada y toda su zafiedad enunciativa que, sin duda, no es sólo moco de un pavo alterado: ninguno de los dos fiscales, ha señalado el señor portavoz, «son merecedores del honor» porque «han usado de forma impropia instrumentos a su alcance para hacer una persecución política que después la justicia situó donde debía». Los fiscales, en cuestión, ha apuntalado Oriol Pujol, han estado «persiguiendo a diferentes emprendedores del país» [1] (Mena y Jiménez Villarejo, lo recuerdo brevemente entre paréntesis, dirigieron en 1986 la acusación contra el entonces president Pujol, antiguo banquero durante más de una década, por el caso Banca Catalana).
El lenguaje del portavoz Pujol es transparente. Muestra a las claras los nudos esenciales de la cosmovisión neoliberal y la enérgica puesta en escena de las clases empresariales catalanes y de sus representantes políticos más significativos: a nosotros nadie nos toca; nosotros somos los «emprendedores» (¡que ignominia lingüística!) y a nosotros nadie nos tose ni nos controla. Faltaría más. Somos el país que hace país. El que cuenta en las cuentas.
He leído algunos escritos de Carlos Jiménez Villarejo, le he escuchado en varias conferencias, he hablado una sola vez personalmente con José María Mena, no oculto que siempre les he encontrado excesivamente moderados en el plano político (aunque, rectificándome, hay personas que ganan en radicalidad y contundencia con el tiempo: Jiménez Villarejo es un ejemplo), pero siempre, como no podría ser de otro modo, he admirado y reconocido su trayectoria y compromiso: dos fiscales democráticos, antifranquistas, que militaron en las filas del PSUC cuando hacerlo no era equivalente a un paseo sabatino por la playa barcelonesa, servidores públicos que fueron y ejercieron con la máxima honestidad (e incluso con la máxima eficacia) sus responsabilidades.
Que un portavoz de la pijería catalanista, un niñato neoliberal, se atreva a emitir graznidos y lanzar improperios sobre estas dos excelentes trayectorias, muestra bien a las claras la veracidad del diagnóstico de Gramsci: no son sólo clases dominantes sino que se creen hegemónicas y actúan en consecuencia. Y siempre. No se cortan un pelo. No tienen pelos en sus lenguas.
De nosotros depende que su hegemonía político-cultural valga lo que vale su zafio discurso: cero absoluto, nada de nada, el vacío sin hojas. Y con su insignificancia, el corolario que de ello se desprende: máximo desprecio ante sus palabras insultantes y reconocimiento de la trayectoria de José Maria Mena y Carlos Jiménez Villarejo, quienes, estoy seguro de ello, se sentirán muy felices de compartir su merecida Creu de Sant Jordi con el Memorial de los Trabajadores de SEAT. Entre enrojecidos transita el premio, entre gentes que supieron y saber que el género humano es la Internacional.
Nota:
[1] Público, 14 d abril de 2010, p. 22.
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