Alberto Panadero estudió Realización y Postproducción (Madrid, 2001) y también Producción de Cine y Televisión (2009), formación que completó al serle concedida una beca Ibermedia por el Ministerio de Cultura/ Asuntos Exteriores. Ha sido camarógrafo de noticieros, siendo utilizadas algunas de sus imágenes para abrir ediciones nacionales e internacionales; también trabajó en la serie «Policías». […]
Alberto Panadero estudió Realización y Postproducción (Madrid, 2001) y también Producción de Cine y Televisión (2009), formación que completó al serle concedida una beca Ibermedia por el Ministerio de Cultura/ Asuntos Exteriores. Ha sido camarógrafo de noticieros, siendo utilizadas algunas de sus imágenes para abrir ediciones nacionales e internacionales; también trabajó en la serie «Policías».
Desde El Ideante, en 2005 comenzó su andadura como productor y director de documentales que han participado en muestras y festivales de cine. Todos sus trabajos han sido adquiridos por la AECI y se exhiben por el mundo a través del Instituto Cervantes. En la siguiente entrevista profundiza en el oficio de documentalista, en la responsabilidad de los comunicadores para con la Memoria Histórica y el compromiso social, así como en algunas experiencias laborales que le han marcado como realizador.
– Comienza el espectáculo, Alberto. ¿Un documentalista nace o se hace?
– Es extraño pero, ahora que lo preguntas, nunca antes me lo había planteado. Cuando empecé a estudiar para realizador sentía una especie de atracción casi biológica e irrefutable hacia el documental. No podía entender la realidad a través de la ficción: la Verdad no podía ser una representación, necesitaba nutrirse de fuentes reales. Tampoco creo en el destino. No pienso que desde el nacimiento estemos predestinados a hacer tal o cual cosa: la vida sería aburridísima; es el devenir de los acontecimientos que te da la vida y el compromiso por manejar tu propia vida lo que te lleva en una dirección u otra.
En cierta manera siempre he tendido hacia un espíritu de lucha contra lo que consideraba injusto. Todavía hoy me llevan los demonios cuando pienso en Palestina o el Tibet y lo que allí sucede gracias a la inmovilidad y permisividad de Occidente. En mi tierra todavía, aunque en menor escala, existe la división de clases entre el dueño de las tierras y el campesino. Lo pude ver en mi familia, cuando mi abuelo, mi héroe de infancia, agachó la cabeza ante el «señorito» de la finca donde trabajaba, ¡y eso que llevábamos más de 10 años de democracia! Presencié ese gesto sin decir nada. Posteriormente mis abuelos me explicaron su visión de lo que ellos pensaban que era inamovible, de la brecha entre unos y otros y de que sería un irresponsable si me salía de ese camino.
– ¿Cómo te aficionaste por el mundo del reporterismo?
– Desde muy chiquitín me gustaba mucho la exploración, crecí a caballo entre una pequeña aldea y un pequeño pueblo. Para un niño que vivía en un ámbito tan rural el patio de juegos se alargaba hasta donde alcanzara la vista. Recuerdo haber pasado mi infancia planeando viajes a la aldea más próxima, a escondidas para que no me descubriese mi abuela. Por otro lado recibí muchísimos valores de mi familia, la cual era gente del campo, de pensamiento sencillo pero con un gran afán por mostrarme la naturaleza que me rodeaba. Compartían conmigo desde cómo regar un huerto hasta cómo arreglar un motor. Y creo que es todo eso lo que ha hecho que creciera dentro de mí una curiosidad tan insaciable, hasta cierto punto incontrolable.
El mundo del Cine y la Televisión me llegó por casualidad. No recuerdo el momento exacto en que agarré una cámara por primera vez pero sí recuerdo la sensación de alegría que tuve con ella en las manos. Fue muy agradable descubrir que con ese aparatito con lentes se podía soñar sin límites y hasta, en algunas ocasiones, cumplir esos sueños. La verdad es que, dada nuestra situación económica, mis padres no me podían comprar una cámara ni nada con lo que fotografiar, así que desde muy pequeño dibujaba: un lápiz y un trozo de papel no era tan caro…
– Y disponiendo de una desbordante imaginación en esa infancia y juventud tan aventureras ¿qué pensamientos te rondaban por la cabeza? ¿Te influyó el trabajo de algún reportero en concreto?
– Televisión Española, Pérez Reverte, Vicente Romero, Jesús Mata o Evaristo Cañete ejercían en mí, desde sus crónicas y su cercanía a través de la televisión pública, un magnetismo enorme. Ellos eran el enlace con guerras, conflictos, mareas negras, incendios, personajes increíbles, pueblos africanos… Esa era la ventana al mundo para alguien, como yo, que vivía en una pequeña provincia. Ellos marcaron una ilusión muy grande en mí ante la posibilidad de pensar que yo también podría ir allí, ver y contar lo que estaba pasando. Esa era mi siguiente aldea a explorar. Más tarde, una vez dentro del mundillo, conocí a periodistas como Tiziano Terzani, o supe de fotógrafos como Doissneau, que me hicieron tener una perspectiva más completa de cómo afrontar mis historias y viajes.
– Trabajaste de camarógrafo en una serie de televisión que, en su momento, marcó tendencia en el mundo hispanohablante. ¿Qué recuerdos tienes de aquella experiencia?
– Sí, trabajé en una serie llamada «Policías», de Antena 3 Televisión. Tuve mucha suerte porque le solicité a mi jefe de estudios comenzar antes de tiempo las prácticas y accedió, dándome uno de los mejores sitios ofertados. Recuerdo que me quedé impactadísimo al ver de cerca la industria audiovisual y, sobre todo, poder tratar con profesionales increíbles que me trataron con muchísimo cariño y paciencia, enseñándome el oficio de operador de cámara de la mejor manera posible: con una cámara al hombro. Sigui, un operador de cámara brasileño, me enseñó la mayoría de lo que todavía sé de fotografía. Le tengo mucho cariño a aquellos años por el buen recuerdo que me dejaron mis mentores. Me considero muy afortunado de haber aprendido tanto, en tan poco tiempo, en la meca de la televisión española y con unas personas que me trataron con tanto cariño.
– Luego de esa etapa regresaste a tierras manchegas, ¿no es así?
– Cierto. Poco después de aquello decidí volver a Albacete ya que me sentía con más libertad para crear en mi tierra. Para mí Madrid siempre ha sido una urbe ruidosa y deshumanizada, que vive a fuerza de jugarse el tipo todos los días. Mi hogar me permitió desarrollar otros proyectos con más tranquilidad y enfoque. Todavía hoy pienso que en aquel momento no hice mal. Comencé a trabajar en la delegación que aquí tenía Castilla-La Mancha Televisión. Rodé de todo, de lo bueno y de lo malo, pero aun así me permitió progresar como profesional ya que era un canal de televisión regional que comenzaba por entonces a promocionarse: ¡cuando yo entré sólo llevaban 15 días en antena!
– ¿Cómo era el día a día en un canal regional que comenzaba entonces su andadura?
– Se hizo un gran esfuerzo para sacar adelante aquella empresa. Nos pateamos hasta el último rincón de la provincia en busca de historias. Y diariamente las condiciones nos exigían depurar la calidad de nuestro trabajo. Todos los compañeros estuvimos a la altura en aquella época. Recuerdo el compañerismo existente: a muchos todavía hoy los conservo como amigos personales. Lástima que la dirección provincial y general de esa cadena de televisión no quisiera tomar otros derroteros. Lo que pensaba que podría ser un canal innovador y de calidad terminó por ser una herramienta política y un varadero de estómagos agradecidos del partido político de turno… En absoluto estaban interesados en un trabajo de calidad. Lo más impactante para mí no fue ninguna noticia de las que grabé: lo peor fue descubrir cómo los Medios se usan para controlar y manipular hasta límites deplorables y patéticos.
Te pongo un ejemplo. Un verano me asignaron hacer seguimiento, como operador de cámara, de la campaña electoral del candidato conservador Suárez Illana, hijo del famoso ex presidente de España Adolfo Suárez. Todavía recuerdo asqueado el momento en el que nuestro jefe de redacción, que era el delegado que teníamos asignado en la provincia de Albacete, me indicó que hiciera juego sucio con ese político. Me dijo, entre otras cosas, que intentase obtener detalles denigrantes de sus mítines y que cortase planos para que apareciera menos gente de la que había en dichos actos. No diré el nombre de esta persona por respeto a su familia, pero sí diré que, para mí, cuando alguien te hace tales indicaciones es por que es un fracasado; primero porque ha fracasado como profesional y segundo porque ha fracasado como persona: no me gustaría estar en su pellejo el día en que sus hijas descubran hasta qué punto su padre ha tenido que venderse para que puedan vivir en un chalet con piscina.
– La cara y la cruz del trabajo de camarógrafo en un canal de televisión…
– A este señor le admiraba, me enseñó muchísimo del oficio. Pero a partir de ese momento le bajé del pedestal donde le había situado. Se supone que una televisión pública debe ser objetiva, que debe informar al ciudadano con rigor, no tratando de tergiversar la realidad con fines electoralistas. Como se suele decir, «la realidad supera a la ficción»: resultó que el redactor jefe que me hacía esas obscenas indicaciones era íntimo amigo del socialdemócrata José Bono, por entonces ex presidente regional de Castilla-La Mancha y cuyo partido rivalizaba con el partido de Suárez Illana por el control político de esta Comunidad Autónoma. Finalizadas esas elecciones el candidato conservador se retiró de la política activa. En cambio, ¿qué fue de Bono? Hoy es el presidente del Congreso de los Diputados de España. Esa mencionada amistad explica que a dicho periodista se le otorgase, no por casualidad, la jefatura de la delegación provincial de la cadena de televisión castellano-manchega. Así funcionan las cosas.
Era muy joven y ver de cerca cómo se cuece el control de la gente, de la gente de mí querida región, me impactó mucho. Hasta el punto de cuestionarme el por qué debía de anteponer mi sueldo a mi dignidad. Pero, según he ido comprobado con el tiempo, hay a quienes le sigue valiendo cualquier cosa con tal de seguir sobreviviendo sin cuestionarse nada. Ya digo: lo mejor de aquélla etapa fueron algunos compañeros y la oportunidad de compartir y descubrir juntos nuestra tierra: éramos libres; los paisajes y las gentes que retratábamos nos hacían siempre volver a casa con una sonrisa y alguna anécdota en el recuerdo. Lo tuve claro: para mí era más importante aquella gente que estaba retratando a pie de calle que cualquier juego de poder en que quisieran involucrarme.
– Con el paso del tiempo has ido trabajando para diversas agencias y canales de televisión, registrando muchas y muy variadas noticias. ¿Te resulta fácil «desconectar» de la realidad cuando acabas tu trabajo diario o el entorno que te envuelve durante la grabación te marca, de alguna manera, para siempre?
– A ver. Puedo decir con alegría que he compartido trabajo con la mayoría de las redacciones de informativos de relevancia que hay en España; me siento muy orgulloso de poder haber firmado e informado para ellos a través de las lentes de mi cámara. Hoy día, por desgracia, este mundillo está muy mal y se contrata a chavales por auténticas miserias; sin exagerar te diré que me parecen contratos que ofrecen unas condiciones esclavistas. No quiero participar en ese juego.
Dicho esto te añadiré que todos esos servicios prestados me han permitido conocer los colectivos que me rodean, los paisajes, las mentalidades, los sueños e ilusiones de otros. Es una suerte tremenda que la gente te abra el corazón tan solo por el hecho de querer escucharles; ese tipo de cosas es lo que me hace pensar y sentir que mi trabajo es el mejor del mundo.
Pero esto también tiene un peligro ya que, ante la exposición tan frecuente de emociones y experiencias, corres el riesgo de inmunizarte. Por ejemplo recuerdo que cuando estaba rodando las imágenes del accidente ferroviario de Chinchilla [Albacete, España] estuve trabajando 30 horas seguidas sin dormir ni un instante. Y apenas me enteré: la descarga de adrenalina era tal que la emoción no me permitía descansar. Cuando me relevaron, casi a la fuerza, intenté dormir. Y en ese momento fue cuando descubrí la otra cara de todo esto: me vinieron a la cabeza las imágenes mas duras de aquella noche, los cadáveres de veinte personas ardiendo dentro del tren, los heridos arrastrándose por el suelo… Somos seres humanos y, salvo excepciones, tenemos sentimientos comunes que, una vez expuestos a ellos, pueden hacernos sufrir consecuencias funestas.
Aquellas imágenes supusieron para mí una experiencia increíble. Dieron la vuelta al mundo. Las dieron en la BBC y hasta en diferentes cadenas de Japón. Durante un tiempo me consideré muy afortunado por haber podido llegar en el momento preciso para rodar aquello pero, al poco y recordando lo sucedido con más calma, me di cuenta de que también tenía otra opinión: la del ser humano, no la del profesional. Cuando ruedas algo que no te gusta cierras el ojo que no observa por el visor: así es como si estuvieras viendo la tele tú también. Es un truco que he dejado de usar. Prefiero tener los dos ojos abiertos para ser consciente plenamente de hasta dónde me ha llevado la decisión de grabar esa imagen, de hasta dónde me estoy exponiendo psicológicamente. Y, honestamente como ser humano, me he dado cuenta de que no siempre lo mejor es lo más espectacular o lo más cruento o sangriento: eso es tan solo parte del panorama que compone este trabajo. Puede que a veces una imagen de sangre sea lo mejor para explicar lo que sucede, pero puede que haya otras veces en que una imagen más sencilla invite aún más a la reflexión y sea más efectiva para que el espectador tome conciencia de lo que estás mostrando. Con el pasar del tiempo me he dado cuenta, al menos eso creo, de la gran responsabilidad que tiene el tipo que está operando la cámara. Imagino que, como todo en la vida, el criterio es algo que se va esculpiendo con el paso del tiempo. Me aterra no ser respetuoso con el espectador o con la persona que estoy rodando. Si uno lo piensa fríamente llegas a la conclusión de que has de estar muy acertado con lo que hagas. Hoy, por desgracia, el mundo del cine o de la tele, no apelan a la responsabilidad ni a la mesura.
– En el año 2004 creas tu productora, El Ideante, y diriges por primera vez un documental, Lágrimas a la espera, sobre los fusilados durante la dictadura franquista y la recuperación de la Memoria Histórica. ¿Por qué decidiste hacerlo precisamente en aquel momento?
– Decidí rodar «Lágrimas» por que tenía dentro la necesidad de contar algo y no sabía qué. Durante un tiempo pensé que mi primer trabajo como director debía ser sobre la pobreza pero, por casualidad, descubrí en la última página de un periódico local un pequeño artículo que decía, casi a escondidas, que se iba a realizar una exhumación de víctimas del franquismo muy cerca de donde yo vivía. Ya tenía mi historia.
Tuve la tremenda fortuna de que dos compañeros me ayudasen a realizar la investigación y el guión, Ángel Arjona y Gema Zarco, lo cual hizo que el proceso de producción y postproducción fuera más familiar y cercano. De nuevo me sentí arropado por los que eran mis compañeros. Entre los tres sacamos adelante el proyecto y, finalmente, se emitió en Castilla-La Mancha Televisión, que era donde trabajaba en esos momentos. Además el documental fue adquirido por el Instituto Cervantes para mostrar la cultura española por todo el mundo. Genial: para un director lo importante es que el mensaje llegue a cuanta más gente sea posible; y así ocurrió.
Mis abuelos me habían hablado muchísimo de lo terrible e injusta que una posguerra puede llegar a ser; y en aquel momento se empezaba a hacer justicia tímidamente a quienes habían sido ajusticiados por sus ideales o por la envidia. Para un director primerizo, como era yo entonces, se mezcló la intención de contar esta historia con el despegue de la justicia para las víctimas de la posguerra y con que, además, en cuestiones de producción me era asequible realizarlo.
– ¿Crees que el cine documental y otros medios audiovisuales son una buena herramienta para preservar la Memoria Histórica, que servirán en el futuro como documentos para investigar el pasado?
– El cine documental es una gran herramienta para difundir cómo fue, y es, una sociedad en concreto; pero si no se le dan medios para ser divulgado, para ser emitido y que llegue por las vías apropiadas a toda la población no sirve de mucho…
Habitualmente la temática de los Derechos Humanos (DDHH) no interesa a las grandes cadenas de televisión; al menos en España. Y es una lástima ya que no siempre las historias de DDHH muestran mutilados o gente llorando: hay algunos documentales que, incluso, hasta pueden ser divertidos y amenos. Pero es que, claro, por otro lado existen productos como el Big Brother que son un «experimento sociológico» más rentable y a la audiencia se la ha acostumbrado a solicitarlo más frecuentemente que los documentales. Pregúntale a cualquier productor: todo, y cuando afirmo esto me refiero a absolutamente TODO, es vendible; tan solo es una cuestión de marketing. Por eso hoy día las ideologías dependen tanto de la moda y el ocio; no hay más que ver la sociedad para darse cuenta de ello.
El cine social, el documental, ha de encontrar las vías de llegar también a aquéllos que disfrutan viendo carreras de motos o videoclips, por ejemplo. El documental y su mensaje han de llegar a esos colectivos que, aun dudando en principio de si estarán o no interesados en este tipo de cine, pueden finalmente disfrutar de dichas películas y obtener alguna conclusión de la obra que vean. El documental es una gran arma de pensamiento que ha de reciclarse para encontrar la manera de salir de los reducidos círculos donde se ve.
Para mí, como director, es más importante despertar conciencia social en alguien que nunca la tuvo. ¿Te has fijado alguna vez en los ojos de una persona a quien le enseñas algo que desconocía? Ese brillo en la mirada de quien descubre que existe la injusticia y le pone cara es mi objetivo, ya que si mi obra no sale de los círculos de espectadores que previamente van concienciados al estreno no estaré ayudando tanto como pretendo a los protagonistas de la película. En mi obra pido acción, implicación y movimiento: es lo menos que puedo pedir al recordar a la gente que me ha dado un pedacito de su triste existencia. Ellos lo piden y vivimos en un tiempo en el que, gracias al marketing, los DDHH se han convertido en un producto de consumo más.
– África ha sido la protagonista en dos de tus obras: El otro lado del Tanganika (2006) y Burkina, una mirada al desarrollo (2008). ¿Qué buscabas en este continente y qué encontraste?
Llegué a Tanzania de carambola, ya que a la que era mi pareja en ese momento, Julia Rodríguez-Ramos, la invitaron a ir allí y, por tanto, teníamos un centro base desde el que movernos con comodidad por la ciudad de Arusha, junto al Tanganika, y los alrededores. Investigando di con unos informes de la ONU que explicaban el tema de los campos de refugiados. Así que ya que iba a ese país… ¡cogí la cámara y me la llevé!
Lo que me encontré allá fue muy impactante pero, de nuevo, lo mejor fue la gente de aquel país: son maravillosos. Generalmente ocurre que cuando bajas a África por primera vez los prejuicios desaparecen y la experiencia te cambia completamente por dentro; si no es así es porque no saliste del hotel. Te das cuenta de la burbuja en la que vivimos; de lo poco expuesto que se está a la VIDA con mayúsculas.
En Occidente en cuanto nos ponemos enfermos tenemos medicamentos, cuando perdemos el trabajo tenemos un estipendio social… Es lo poco que queda del estado del bienestar en algunos países occidentales. Pero en África es diferente: eres tú, solo contra la VIDA. Nadie te protegerá de nada y tú tienes que salir adelante. Y ¿sabes qué es lo mejor? Que casi todos lo hacen, demostrando una entereza, alegría y humanidad que les hacen brillar como una estrella en medio de aquella miseria. He aprendido mucho de amigos africanos que tocan, huelen y sienten la realidad más que cualquiera de nosotros en casas con aire acondicionado.
Por otro lado también descubrí la peor faceta de África: las ONG. Al ser organizaciones que actúan sin control, generalmente sólo se deben a sus financiadores y, a veces, ni eso. Actúan con mucha irresponsabilidad, en mi opinión. Por supuesto existen grandes excepciones que hacen una gran labor pero, por norma general, son un desastre lleno de hipocresía, dirigido por esnobs que se creen superiores moralmente por estar expatriados cuando, en realidad, son maleantes sin control que hacen más daño al pueblo africano que otra cosa. Una organización privada no debería administrar ningún proyecto: ya que son de naturaleza privada no siempre responderán con ecuanimidad.
– En 2008 realizaste Último tren a Lhasa en medio de una gran tensión. ¿Sentiste peligrar tu vida o la de tus compañeros? ¿Crees necesario el compromiso como comunicador social para poder transmitir al espectador un máximo de realidad y sinceridad a partes iguales?
– La verdad es que cuando cae algún periodista fuera de nuestras fronteras siempre piensas que el próximo puedes ser tú. Yo no he visitado ninguna zona en conflicto abierto, pero sí he estado en zonas peligrosas y con grandes tensiones. Lo primero que pienso es en la familia de ese compañero caído. Me pongo en el lugar de mi madre o de mi padre, ¡los sustos que les he dado algunas veces!, y la verdad es que se pasa mal.
El proyecto en Tibet fue planteado, desde el principio, con mucho tiento. Nos informamos previamente de la legislación existente en China respecto al periodismo. Como no hay libertad de prensa en China uno se enfrenta a penas que van desde la cárcel hasta la deportación. Eso oficialmente, claro. También hay una parte extraoficial que no sabes cuan grave puede ser.
Para realizar la película se requería que fuéramos encubiertos, así que mis compañeros Ramón Fernández, Bruno Aretio-Aurtena, Pablo Parra y Luis Manuel Peramato tomaron una decisión que les honra: tratar de engañar a un estado autoritario aun a riesgo de que les descubrieran y tener que enfrentarse a consecuencias muy graves. De hecho, una vez que regresamos acá el Gobierno Chino envió una queja oficial al gobierno regional de Castilla-La Mancha reclamando la devolución de las comprometidas imágenes que habíamos obtenido.
El viaje se desarrolló bajo una tensión constante ya que tuvimos que enfrentarnos a un estricto control militar y policial continuo como el que se vive en el Tibet, pero el gran enemigo éramos nosotros. Me explico. El saber responder ante las tensiones tan grandes que estábamos viviendo era fundamental y eso exigía una disciplina personal muy grande. Pero todo salió bien y pudimos estrenar la película.
– El mundo está bajo una inmensa crisis económica mundial que también ha afectado al Cine y la Televisión. Se restringen las ayudas, se cierran productoras y salas, se paralizan o suspenden proyectos… Desde una pequeña productora independiente como la tuya ¿cómo se vive la situación?
– Si lo miramos desde el punto de vista del emprendedor que necesita sacar su producción adelante, el panorama del cine español está muy mal. Actualmente las facilidades son nulas en España, no existe compromiso por parte de las televisiones para sacar adelante un documental. En las parrillas de programación no se les da la importancia con que cuentan en otros lugares como Inglaterra o Alemania. Imagino que el Gobierno hace lo que puede. El sector cinematográfico vive prácticamente de las ayudas oficiales y todos los productores, para conseguir estas ayudas, afilan sus garras presentando proyectos muy buenos que terminan por no tener financiación. Son unas ayudas muy criticadas pero si se comparan el dinero destinado y el número de personas que sostiene vemos que es bastante insuficiente.
Quizá la solución pase por la internacionalización de nuestros productos: cuando un estadounidense hace una producción piensa en 250 millones de conciudadanos en EEUU. ¿Por qué no podemos pensar nosotros, por ejemplo, en 400 millones de espectadores en Europa o en el mercado hispanohablante? Por un lado nos aconsejan desde el Gobierno salir a comernos el mundo, pero no nos dan facilidades para hacerlo ni nos enseñan cómo hacerlo. Al final te das cuenta del abandono existente para el pequeño productor, como es mi caso, que además empieza a caminar y le es muy difícil obtener consejo o ayuda por parte de las instituciones gubernamentales.
– Tus películas han sido exhibidas en diversas cadenas de televisión del mundo, en las sedes del Instituto Cervantes así como en muestras y festivales de Cine internacionales. ¿Has tenido ocasión de presentar personalmente alguna de tus películas en alguno de estos lugares?
– Si te soy sincero… jamás he ido a una muestra de mis documentales en el extranjero. Me encantaría poder hacerlo pero, generalmente, no dispongo del tiempo o de una invitación oficial para acudir a ello. De todas maneras sí suelo leer las críticas que se escriben y la verdad es que, hasta el momento, la acogida de todos mis trabajos ha sido muy buena. Sobre todo en Latinoamérica, donde existe un gran interés por los temas que toco. Es curioso pero el espectador allí entiende mis documentales de una manera muy distinta a la española y el mensaje les suele llegar con más claridad y dulzura.
– Tu próximo proyecto es Kanun, grabado en Albania y Kosovo. ¿Qué descubrirá el espectador en este nuevo documental?
– Acabo de regresar de allí tras realizar la investigación para este documental. Han sido dos meses muy difíciles en Kosovo, Albania y Macedonia acompañado por el fotógrafo Luis Dafos.
El filme tratará sobre las deudas de sangre en los Balcanes, un tema muy duro y que afecta a muchísima gente. Va a ser rodado en 35 milímetros digital y, por primera vez, va a ser de formato largometraje. Me gustaría que fuese una nueva evolución en mi forma de trabajar y espero contar retratos más íntimos y cercanos al espectador que muestren la problemática de una manera mas personal.
– Terminamos ya, Alberto. Como se dice en el mundillo del espectáculo, mucha mierda con Kanun y con el resto de proyectos en los que te embarques.
– Pues salud… ¡¡¡y mala leche contra los reaccionarios!!!