Desde tiempo inmemorial Irán ha sido tierra fecunda en grandes figuras de las ciencias, las letras, las artes y la literatura, cuyo impacto sobre la civilización ocupará siempre un lugar de privilegio en todo el mundo. Su historia antigua está llena de seres de excepción que se encuentran entre los más notables de su disciplina de estudio.
A pesar de que las naciones europeas se jactan de ser las pioneras y precursoras en diversos campos de las artes y las ciencias, es bien sabido que muchos adelantos y progresos que hoy presentan como suyos se deben a los persas, un pueblo tradicionalmente diestro en las diferentes ramas de la astronomía, las matemáticas, la física, la medicina, la psiquiatría, la arquitectura, la filosofía, la teología y la literatura. Nombres sin parangón como los de Ferdosi, Rumi, Rasís, Rudaki, Al-Biruni, Al-Farabi, Al-Khwarizmi y Avicena dan testimonio de que Irán ha sido siempre una nación de ciencia, conocimiento y conciencia, donde la inteligencia crece y el talento florece.
Por mucho que vivamos inmersos en nuestras preocupaciones cotidianas y rara vez encontremos la ocasión de volver la mirada hacia las figuras que han dado forma a nuestra civilización y a nuestros conocimientos del mundo exterior, es de suma importancia que conozcamos a aquellos grandes hombres, así como las razones que los hicieron inquilinos eternos en los anales de historia.
Avicena es uno de los cientos de intelectuales iraníes cuyas contribuciones a la ciencia y a la literatura lo han convertido en un nombre inolvidable en la memoria del mundo; millones de personas lo admiran y respetan por lo que alcanzó y lo que fue: erudito, médico, filósofo y científico. Nació el año 980 en la antigua provincia iraní de Bujará. Escribió más de 450 libros sobre materias diversas, entre ellas física, medicina y filosofía.
Siempre se consideró un estudiante cuyos conocimientos eran incompletos e imperfectos. En uno de sus dísticos más famosos, se describió así: «He alcanzado la sabiduría suficiente / para saber que no sé nada…»
Con muy corta edad ya dio muestras de un talento excepcional, pues a los diez años era capaz de recitar el Corán de memoria. En su adolescencia estudió jurisprudencia islámica, filosofía y ciencias naturales. A los 17 empezó a estudiar medicina y, según dijo, no le resultaba «nada difícil». Un año después era ya un médico ilustre y el emir de Samánida, Nuh ibn Mansur, agradecido por sus servicios, le abrió las puertas de la biblioteca real, donde el joven Avicena tuvo acceso a libros raros y únicos. Escribió su primer libro a los 21 años.
Tras la muerte de su padre, dejó Bujará y se trasladó a Khiva y luego a Gorgan, en la costa meridional del Mar Caspio. Fue allí atraído por la fama del emir de Gorgan como mecenas de la ciencia; sin embargo, su llegada coincidió con el derrocamiento y el asesinato del rey Qabus, por lo que pasó a Ray, cerca de la Teherán moderna, donde realizó una serie de grandes investigaciones médicas. Tras el sitio de la ciudad de Ray partió hacia Hamadán, donde curó de un cólico a Amir Shamsud-Daula, hijo del emir, lo cual hizo que fuese nombrado primer ministro. Fue durante el ejercicio de este cargo cuando escribió el Libro de la curación. Luego del fallecimiento de Shamsud-Daula, Avicena pasó cuatro meses en prisión, víctima de un complot, y allí redactó el tratado místico El filósofo autodidacta.
Una vez liberado, vivió un tiempo en aislamiento y soledad. Después fue con su hermano y uno de sus estudiantes a Isfahán, donde fueron bien acogidos por el emir de la región, Ala Al-Daula. Avicena pasó allí 14 años de tranquilidad y pudo terminar sus libros hasta entonces inconclusos. Ejerció de consejero de Al-Daula en asuntos científicos y literarios y lo acompañó en sus campañas militares. En 1037 falleció, camino de Hamadán, a la edad de 58 años.
Avicena fue el primer filósofo iraní en compilar libros ordenados y estructurados sobre filosofía y medicina. Recibió la influencia del profeta Mahoma, de Plotino, de Al-Kindi, de Al-Farabi y de Al-Biruni. Hacia 1650 su Canon de la medicina era libro de texto en las universidades de Montpellier y Lovaina.
Fue un hombre increíblemente versátil: astrónomo, químico, geólogo, recitador del Corán, psicólogo islámico, teólogo, lógico, paleontólogo, físico, poeta y matemático.
El erudito e investigador árabe Suheil Muhsin Afnan, que ha escrito exhaustivamente sobre las obras y la vida de Avicena, lo describe como «la figura más provocadora en la historia del pensamiento oriental».
A propósito de la profundidad y la autoridad de Avicena, Afnan escribe: «Con la amplitud y el vigor de su pensamiento y una unidad conceptual sin paralelo entre los filósofos, sus ideas se extendieron más allá de las naciones orientales y dieron lugar al sistema filosófico más completo que el mundo islámico alcanzaría en toda su historia.»
Su obra Danish-naama-i-Alai fue la primera escrita en persa sobre filosofía. Consta de cinco categorías principales: lógica, ciencias naturales, astronomía, música y teología. En este tratado, Avicena propuso nuevos equivalentes persas para la terminología filosófica árabe.
Muchas organizaciones científicas del mundo llevan el nombre de Avicena. Un cráter de la cara oculta de la luna, justo después del que honra a Lorentz, también honra su nombre.
El Canon de la medicina es su libro más conocido. Se inicia con una definición de la ciencia de la medicina. Luego establece que la salud del ser humano no puede recuperarse a menos que se encuentren las causas de la salud y la enfermedad.
Ofrece después una definición de la causa material, que es el cuerpo físico; de los principales componentes del organismo humano, que son elementos; y de los humores, que son esencias vitales, entre ellas, el humor sanguíneo, la flema, la bilis y el humor atrabiliario. A continuación, describe la variabilidad de los humores, los temperamentos, las facultades psíquicas, la fuerza vital, los órganos, las causas eficientes, las causas formales, las facultades vitales y las causas finales.
Las obras de Avicena han influenciado a numerosos eruditos e investigadores occidentales y sus obras, sobre todo el Canon de la medicina, se encuentran entre las más extraordinarias de las escritas por un científico oriental.
El elogio de Avicena no debería limitarse a un artículo de varios centenares de palabras como éste. Exige miles de páginas para explicar la realidad de aquel hombre, de sus obras, de su destreza y de sus innovaciones. Baste aquí añadir que incluso en el siglo XXI sigue siendo un ser incomparable y sin igual.
Fuente: http://www.tlaxcala-int.org/article.asp?reference=857