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El PSOE estafa las políticas de igualdad

Fuentes: Rebelión

La reforma de Zapatero clarifica la falta de conocimiento de su gobierno en feminismo y políticas de igualdad de género. Y es que no pocas veces han confundido el término feminismo con el término hembrismo. Nada más lejos de la realidad. El hembrismo es la contraposición al machismo, la convicción de una «culpa» de los […]

La reforma de Zapatero clarifica la falta de conocimiento de su gobierno en feminismo y políticas de igualdad de género. Y es que no pocas veces han confundido el término feminismo con el término hembrismo. Nada más lejos de la realidad. El hembrismo es la contraposición al machismo, la convicción de una «culpa» de los hombres en la opresión de la mujer, que lleva ímplicita la idea de luchar contra los «culpables» de esa opresión. Y esta concepción del feminismo como «lucha de sexos» parte de un error conceptual: no saber distinguir claramente entre género y sexo.

El sexo lo determina la naturaleza, nacemos con órganos sexuales masculinos o femeninos. Sin embargo, el género, el devenir hombre o mujer, es una construcción social y cultural: se aprende, se desarrolla, puede ser educado, modificado e incluso manipulado. El género define las diferentes características emocionales, afectivas, intelectuales, los comportamientos que cada sociedad asigna como propios y naturales de hombres o de mujeres.

El género se configura, por tanto, como una categoría conceptual que explica cómo la construcción social de nuestra cultura ha transformado las diferencias entre los sexos en desigualdades sociales, económicas y políticas. Esta conversión de diferencias biológicas a sociales es fundamental ya que el concepto de género no sólo designa lo que en cada sociedad se atribuye a cada uno de los sexos sino que evidencia esta conversión cultural en desigualdad.

Es también importante tener en cuenta, que las categorías de género son opresivas tanto para hombres como para mujeres, en tanto que la cultura nos ha asignado a ambos patrones diferentes pero igualmente rígidos.

A los hombres se nos ha educado para rechazar la afectividad. Ya desde niños, se nos educa para ser, ante todo, fuertes, excluyendo la posibilidad de mostrar -ante los demás y ante nosotros mismos- nuestros temores e inseguridades. Aprendemos a no expresar esos sentimientos que «no nos son propios», y los tapamos, haciendo como si no existieran. Así, muchos hombres llegan al punto en que no sólo no saben expresar sus sentimientos, sino que no son capaces de distinguir sus propias emociones.

Estamos castrados emocionalmente, al habernos inculcado que la afectividad erosiona nuestra virilidad e identidad como hombres. No es de extrañar que, mutilados de este modo, existan más hombres propensos a la violencia y a la cultura machista.

Quiero decir abiertamente que me considero un hombre feminista, por opción, por convicción, por respeto. Y me niego, como hombre, a tener que mostrarme constantemente como fuerte y perfecto, a autoengañarme para mantener una imagen exterior e interior determinada, a ocultar mis emociones si se trata de tristeza, dolor o miedo.

Debemos liquidar toda forma de dominación y explotación, y aprender a relacionarnos superando los roles y estereotipos sexistas, para conseguir crear relaciones de verdadera igualdad, libres y constructivas.

El feminismo, lejos de ser una contraposición al machismo, es el movimiento que lucha por la igualdad de hombres y mujeres, no siendo ésta una lucha contra el género masculino, sino contra la sociedad capitalista que nos oprime y nos silencia. Así, el socialismo es y debe ser feminista, buscar la emancipación del género humano, y avanzar hacia una etapa donde se haya superado toda forma de dominación y opresión, incluida la desigualdad entre géneros.

De esta forma, las políticas de género no benefician o están dirigidas sólo hacia las mujeres, sino también hacia los hombres, intentando superar los estereotipos que la cultura nos ha asignado a ambos. Parten de la base de que el género compromete a todas las personas, hombres y mujeres; de la reflexión de que el género permite tratar a todas las personas como iguales, sin importar el sexo que tengan.

Esos socialdemócratas que se creen de izquierdas han intentado hacernos creer que, con la presencia de algunas feministas en el gobierno de Zapatero, se conseguirían políticas antipatriarcales que ayudaran a lograr la igualdad de género. Sin embargo, no tuvieron en cuenta que al integrarse en un partido capitalista y patriarcal como el PSOE, con un funcionamiento vertical y antidemocrático, esos que se llamaban feministas se iban a convertir en tecnócratas de género, conformándose con proponer reformas que difícilmente se llevarían a la práctica. Así, las leyes de dependencia, de violencia de género y de igualdad se han quedado en meras declaraciones de principios. Nacieron sin presupuesto en una época de promesas vacías y hoy han desaparecido casi por completo en el paquete de derechos sociales que el PSOE ha dinamitado con su «Reforma», sucumbiendo a las exigencias más reaccionarias.

Las razones no son económicas, tres años después y con un Ministerio constituido, no sólo no ha supuesto un aumento presupuestario, sino que se permite un retroceso porcentual en la dotación económica asignada a estas políticas. Esta realidad deja en evidencia que al partido gobernante no le interesan proyectos que debiliten al patriarcado, aunque podrían ser incluso rentables. Los servicios públicos y la atención a la dependencia crean muchos empleos y responden a la demanda de la mayoría de la población. El permiso de paternidad remunerado, además de contribuir a la igualdad de género en el mercado laboral, sería de gran apoyo a la hora de estrechar el vínculo entre padres e hijos, cuya debilidad contribuye a ahondar la brecha del machismo.

Dichas medidas son tremendamente restringidas y aunque se aplicaran, no lograrían atender las demandas de los sectores a los que están dirigidos. Y sin embargo, su desaparición es un insulto al trabajo y las reivindicaciones de tantas organizaciones que han conseguido, aunque sólo sea simbólicamente, parte de un objetivo: que las políticas de igualdad de género sean parte troncal de las estructuras del Estado.

Un movimiento realmente de izquierdas que espere poder enfrentar los retos políticos actuales debe adoptar políticas reales, no mercantilizadas por criterios electoralistas; que alcancen a todos los sectores de la población y luchen por el feminismo y la igualdad.

Blog del autor: http://albertomiranda.net/?p=134

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.