Quiero expresarles a Ana Margarita González y a Rafael Hojas Martínez nuestro reconocimiento por este libro diferente, fruto de auténtico compromiso y ejemplo de lo que debe ser el periodismo revolucionario. Mediante entrevistas a familiares, amigos y personas vinculadas al caso, esta obra se aleja de la rutina, el esquematismo y la superficialidad para ofrecernos […]
Quiero expresarles a Ana Margarita González y a Rafael Hojas Martínez nuestro reconocimiento por este libro diferente, fruto de auténtico compromiso y ejemplo de lo que debe ser el periodismo revolucionario. Mediante entrevistas a familiares, amigos y personas vinculadas al caso, esta obra se aleja de la rutina, el esquematismo y la superficialidad para ofrecernos a Gerardo Hernández Nordelo, Ramón Labañino Salazar, Antonio Guerrero Rodríguez, Fernando González Llort y René González Sehwerert en su exacta dimensión humana.
Esa aproximación a ellos y a sus familias inmediatas como lo que son -seres humanos de carne y hueso, de nuestra época, que han compartido con nosotros iguales sueños, dificultades, alegrías y frustraciones- no desmiente en absoluto su condición heroica. Los coloca donde deben estar, entre nosotros, con su pueblo. A los héroes verdaderos no se les honra con la repetición mecánica de frases y consignas fabricadas en serie, sino con la acción revolucionaria consciente.
Leyendo este libro pensé en Abracadabra, la hermosa pieza del grupo infantil La Colmenita que su director, el compañero Carlos Alberto Cremata, define como «una acción de justicia y vida». Abracadabra significa en hebreo antiguo «entrega tu fuego hasta el final».
Todos debiéramos ver esa obra y no una vez sino muchas hasta que el fuego nos penetre y queme. Encontrar a esos niños cómo imaginan liberar a los Cinco con juegos y trucos infantiles, ver su emoción y sus lágrimas cuando lanzan una pregunta simple y directa: ¿qué más podemos hacer?
Quien sea capaz de salir del teatro igual que como a él entró, sin comprometerse en serio a encontrar su respuesta a esa pregunta, será cualquier cosa pero no un revolucionario consecuente.
Entendámonos. Solo puedes entregar tu fuego si lo posees. Y el fuego del que hablamos es el del amor y la solidaridad.
Esa es la energía que anima el libro que ahora presentamos. Su título La historia que me ha tocado vivir es una frase de Adriana, la compañera de Gerardo, aludiendo con natural modestia a su verdaderamente heroica juventud.
Asumir la historia que nos ha tocado vivir, a todos y cada uno de nosotros, es un reto personal, un desafío ético insoslayable. Sobre todo para nosotros los que no estamos presos, los que no hemos conocido años de confinamiento solitario, sin ver la luz del sol, lejos de la mujer amada, de la madre querida, de la hija entrañable. Nosotros, los que vivimos libres porque los Cinco entregaron su juventud para que viviéramos en libertad. Si en verdad asumimos nuestra historia, no podemos contentarnos con la repetición de rutinas ceremoniales y una retórica tan incesante como vacía.
Quisiera, una vez más, llamar a meditar juntos, a mis colegas periodistas y a los militantes por la Patria y la verdad.
En su texto introductorio, el compañero Rafael Hojas Martínez señala: «El camino ha sido largo, tormentoso, con satisfacciones y tragos amargos. Hubo momentos en que el tratamiento informativo al caso de los Cinco palideció en nuestro medio. Se nos hacía difícil buscar la noticia…»
Se pueden suscribir esas palabras o decir de modo diferente algo parecido. A él y a Ana Margarita esa apreciación los condujo a buscar otros caminos y así llegaron a este excelente resultado.
Pero permítanme invitarlos a ir más allá. La batalla por los Cinco se gana con las masas –ese Jurado de millones de que habla Gerardo–o sencillamente, no se gana. O somos capaces de vencer en el terreno de la información, allí donde está eso que se llama la opinión pública, o solo cosecharemos la derrota. René, Fernando, Tony, Ramón algún día recobrarán la libertad pero solo después de cumplir sus injustas condenas, y Gerardo moriría en la prisión.
El obstáculo principal para la solidaridad con los Cinco es el silencio mediático que rodea su caso. No es un silencio accidental, sino resultado de la decisión del imperio de imponer una censura absoluta que los grandes medios acatan sin chistar.
Esa realidad nos obliga a la reflexión más profunda. En el mundo contemporáneo, la gente normalmente no se entera de lo que acontece directamente, por sí misma, mucho menos cuando se trata de hechos que ocurren fuera de su país. Entre el individuo que quiere enterarse y la realidad debe existir un intermediario que se supone sea la vía por la que circula la noticia, que por eso se le llama «medios de comunicación». El control total que los más poderosos ejercen sobre esos medios es una de las fortalezas principales que sustentan la hegemonía imperialista.
La prensa progresista y revolucionaria, incluida la de Cuba, opera también dentro del mismo contexto. Salvo en el área nacional y donde tenemos corresponsales, nosotros somos igualmente consumidores del producto que diseminan las grandes corporaciones mediáticas y debemos actuar también en las penumbras informativas que ellas imponen.
Sé de los esfuerzos que hacen diariamente nuestros periodistas para bracear entre las olas de la mentira y la desinformación y dar la interpretación justa a las noticias que circulan por las redes informativas y ubicarlas en un contexto veraz.
Pero circula solo lo que los dueños de los medios permiten que circule. No olvidemos cuando nos sentemos cada día ante la mesa de la redacción que el menú lo han preparado ellos y no nosotros. Salvo que seamos capaces de empeñarnos en buscar más allá, valernos de las alternativas que existen y sobre todo, de tener espíritu creador, estaremos condenados a movernos exclusivamente dentro del espacio tolerado por los que se creen amos del planeta.
El caso de los Cinco es uno verdaderamente angustioso. El juicio más largo de la historia norteamericana, una batalla apelativa que aún continúa y una montaña de documentos que encierran la verdad de la que casi nada trasciende hacia el público. No es extraño que, con demasiada frecuencia, el tema palidezca entre nosotros y que no nos llegue información al respecto. Difícilmente la encontraremos mientras no la busquemos fuera del menú que ofrece el enemigo.
Un ejemplo concreto y actual: como se sabe, estamos librando una lucha extraordinariamente difícil para poder reabrir el caso de Gerardo Hernández Nordelo. Es su última oportunidad. Pero se nos acaba el tiempo también a quienes sentimos la necesidad de hacer algo decisivo para salvar a quien entregó su vida por nosotros.
El Habeas Corpus se fundamenta, entre otras cosas, en el descubrimiento de que los medios de Miami, que fabricaron el ambiente para condenarlo, actuaban a nombre de y pagados por el mismo gobierno que levantó contra él la más infame acusación. También se sustenta en el ocultamiento y la manipulación por parte de ese gobierno de las evidencias relacionadas con el más injusto cargo formulado contra Gerardo.
Las organizaciones de la sociedad civil norteamericana que contribuyeron a descubrir los pagos del gobierno a los «periodistas» miamenses están enfrascadas, desde hace cinco años, en un litigio con Washington para obligarlo a entregar toda la información relacionada con ese escandaloso contubernio. Esas organizaciones han denunciado frecuentemente la resistencia oficial a revelar lo que oculta el gobierno y tratan de divulgar sus esfuerzos con los limitados recursos de que disponen. Obviamente de esa lucha nada dicen los grandes medios. Y, desgraciadamente, es pobre su eco más allá.
El cargo más grave que enfrenta Gerardo –conspiración para cometer asesinato en primer grado–se basa en una vulgar manipulación del lamentable incidente del 24 de febrero de 1996 cuando la fuerza aérea derribó sobre territorio cubano dos avionetas de un grupúsculo terrorista dedicado a violar sistemáticamente nuestra soberanía. Gerardo no tuvo absolutamente nada que ver con ese hecho, y el propio gobierno federal reconoció carecer de pruebas para implicarlo, pese a lo cual sufre una bárbara e injustificable condena.
Independientemente de la total inocencia de Gerardo, desde aquella fecha existe una contradicción entre las posiciones de los dos países respecto al lugar donde ocurrió el derribo. Reitero que fue sobre nuestro mar territorial, muy cerca de donde nos reunimos ahora. EE.UU. alega que fue en aguas internacionales, aunque en la proximidad del límite nuestro. Como los radares norteamericanos no ofrecían, sin embargo, datos concluyentes durante el juicio de Miami un experto norteamericano propuso que se le solicitara a la NASA y a otras agencias que operan los sofisticados sistemas de satélites de ese país que suministrase las imágenes pertinentes registradas ese día. La defensa se sumó a la idea y presentó una moción para que fueran presentadas las imágenes. La Fiscalía se opuso y la Jueza sostuvo la objeción gubernamental. Eso sucedió hace diez años.
Desde entonces la defensa continúa insistiendo en la presentación de las imágenes. Esa demanda es parte integral del Habeas Corpus a favor de Gerardo.
Hasta ahora todas las agencias norteamericanas se niegan a entregar las imágenes. ¿No les parece sospechosa tan tozuda negativa?
Esta curiosa y reveladora disputa cumple ya diez años, pero no ha sido mencionada jamás por los grandes medios. La actitud de aquel gobierno es una prueba adicional, una más, de la inocencia de Gerardo. Resulta comprensible el silencio de los grandes medios. Pero es difícil entender la parquedad que encontramos muchas veces en medios de declarada filiación revolucionaria.
La verdad del caso de los Cinco está escrita, consta en numerosos documentos que no son secretos y que pueden ser ubicados en el sitio oficial de la Corte Federal del Distrito Sur de la Florida bajo el caso «EE.UU. contra Gerardo Hernández et al». También ha habido siempre información actualizada en www.antiterroristas.cu y en los sitios del comité norteamericano (www.freethefive.org) y del comité internacional (www.thecuban5.org) por la liberación de los Cinco. Existen además organizaciones, grupos y personas que hacen lo que pueden utilizando medios tradicionales o el correo electrónico y otras tecnologías modernas. Interactuar con ellas, usarlas como fuentes y al mismo tiempo apoyarlas y extender sus esfuerzos es un deber de la prensa revolucionaria y a la vez una medicina indispensable para curar la dependencia de los aparatos propagandísticos del imperio.
Más fácil sería, desde luego, si las grandes corporaciones mediáticas nos hicieran el favor de diseminar las informaciones necesarias. Pero ese milagro parece bien remoto.
Entonces ¿qué vamos a hacer? ¿Contentarnos con reportar la creación de otro comité de solidaridad y la emisión de una nueva declaración a favor de su causa?
Es cierto que el movimiento solidario ha crecido en todo el planeta y que su reclamo de libertad preocupa a Washington como reconoció la Fiscalía públicamente en ocasión de las vistas de resentencia de Ramón, Tony y Fernando.
Es admirable la labor de quienes luchan por los Cinco en EE.UU. Ellos tienen el mérito principal en descubrir que la campaña mediática contra nuestros compañeros en Miami era pagada por el presupuesto federal y son ellos quienes libran una pelea solitaria para obligar a Washington a revelar todos los detalles que aún oculta sobre esa sucia e ilegal maniobra.
La batalla decisiva es allá en EE.UU. donde muy poco se sabe del caso de los Cinco pese al empeño abnegado de quienes tratan de movilizar a un pueblo que es la primera víctima de la dictadura mediática, a quien no se le permite conocer la verdad.
Para alcanzar la victoria hay que ganar esa batalla allá para que sea el pueblo norteamericano quien reclame a su gobierno que ponga en libertad, de inmediato y sin condiciones, a Gerardo, Ramón, Antonio, Fernando y René. A todos y cada uno de ellos. A los Cinco, sin excluir a ninguno.
Es grande la responsabilidad que tenemos todos nosotros. Nadie puede decirles a nuestros niños que ya ha hecho todo lo que podía.
Nos falta mucho por hacer para estar a la altura de lo que esta hora exige. Asumamos la historia que nos toca vivir. Después de todo no tenemos otra.
Fuente: http://www.cubarte.cult.cu/periodico/letra-con-filo/17247/17247.html