1. El sábado 19 de febrero ha tenido lugar en el Auditorio Marcelino Camacho de CCOO-Madrid la Asamblea de las Mesas de Convergencia Ciudadana (MCC). El local ha sido el mismo en que se realizó en noviembre del año 2009 el acto de presentación de la «refundación» de IU, lo cual permite hacer algunas comparaciones […]
1. El sábado 19 de febrero ha tenido lugar en el Auditorio Marcelino Camacho de CCOO-Madrid la Asamblea de las Mesas de Convergencia Ciudadana (MCC). El local ha sido el mismo en que se realizó en noviembre del año 2009 el acto de presentación de la «refundación» de IU, lo cual permite hacer algunas comparaciones de interés. La asistencia ha sido similar en cantidad, la sala estaba llena, y en cuanto a la composición sociopolítica: muy poca gente joven, gran mayoría de militantes de IU. La diferencia más notable ha sido que en noviembre la gente se mantuvo atenta hasta el final del acto, mientras que ahora, una vez terminadas las intervenciones consideradas más importantes, es decir, las de los organizadores y la de Cayo Lara, empezó un desfile incesante hacia la salida y al final del acto apenas estaba ocupada la mitad de la sala. Puede haber varias interpretaciones: posiblemente el tipo de público asistente se sentía mas motivado por la «refundación» de IU, que parecía abrir nuevas y mejores perspectivas para su partido; quizás este tipo de actos empiezan a ser un tanto repetitivos; quizás esta vez el aspecto práctico de la iniciativa quedaba más confuso…
2. El proyecto se presenta en unas condiciones políticas poco favorables. La simpatía que despierta en amplios sectores militantes la idea de una «convergencia antineoliberal» proviene no de un impulso que venga de abajo, de un movimiento social potente (la «ciudadanía activa», en palabras de Naredo en su intervención) que presione por la unidad y clarifique sus contenidos políticos, sino de la conciencia de debilidad frente a un enemigo poderoso y a la ofensiva. Ese movimiento podría haberse creado a partir de la Huelga General del 29-S, si no hubiera sido primero desactivado, y después frustrado por la negociación y firma del pacto social. Ahora el ambiente está determinado por las consecuencias nefastas de ese pacto -sobre el cual, por cierto, este proyecto trata de pasar de puntillas- que no empujan hacia la unidad, sino más bien a la división y/o la pasividad. En estas condiciones, las Mesas para la Convergencia, son la idea de un grupo de personas, una idea que suena bien, que incluso expresa una necesidad sentida por sectores de la izquierda social y política, pero que está por el momento, a mi parecer, con los pies en el aire. «Convergencia» significa muchas cosas diferentes en la izquierda social y política, difíciles de ensamblar: objetivos electorales, alianzas dirigidas prioritariamente a unos u otros sectores de la izquierda, consensos de arriba abajo, consensos para la acción… No está totalmente claro cuáles son los significados elegidos por los organizadores del proyecto, pero al menos aparecen algunos problemas razonables y serios, en el diseño y en la dinámica elegida.
3. El proyecto no parece tomar en consideración la amplia experiencia, positiva y negativa, de acciones e iniciativas unitarias de la izquierda social y política. Nunca se empieza de cero en estos procesos, ni valen las intenciones, incluso cuando son buenas, del «borrón y cuenta nueva». Quien mas, quien menos ha vivido experiencias de debates insoportables y eternos sobre tal o cual consigna que han terminado alejando del trabajo unitario a gente dispuesta entregar su tiempo a la acción común, pero no a perderlo. Pero hay otras muchas experiencias -las mas recientes en la preparación y desarrollo de la Huelga General, pero también en la Contracumbre de la Presidencia española de la UE, o el Foro Social Mundial en Madrid, o la campaña Rumbo a Gaza, o la solidaridad con Egunkaria, etc., etc.- en las que organizaciones y corrientes diversas han trabajado muy bien colectivamente, sin ninguna necesidad de olvidar sus discrepancias grandes o pequeñas, teóricas o prácticas. Hay sin duda problemas graves de sectarismo en la izquierda social y política y hay que establecer formas y normas para resolverlos. Pero la ecuación «sectarismo=radicalismo», presente en este proyecto, es falsa y convendría retirarla de la mesa, y de las Mesas, antes de que haga más daño. Es falsa además, en los dos términos: o sea, hay sectarismos nada «radicales», y hay «radicales» nada sectarios. No vale la pena poner ejemplos que abundan cada día y que nadie bien informado puede desconocer.
4. Si la gente de la «platea» en el Auditorio de CC OO el día 19 se parecía mucho a la de noviembre pasado, la que protagonizó el acto desde el escenario ha sido muy diferente. No cabe duda que Juan Torres, que se encargó de definir el perfil político-ideológico del proyecto, o Tomás Rodríguez Villasante, que ha diseñado la metodología de organización participativa, o Naredo, por su sola presencia, son mas creíbles cuando proponen una organización unitaria en la base, con una «deliberación fraternal» y basada en la «democracia participativa», que quienes lo hicieron en otras ocasiones. Pero, a la vez, el proyecto parece más débil que la «refundación» en cuanto a su base social propia. Hemos hablado muchas veces de movimientos sociales faltos de «expresión política»; este caso tenemos más bien una «expresión política» falta todavía de base social activa, en una situación en la que la movilización contra los estragos del capitalismo neoliberal tiene que apoyarse en los sectores más activos y militantes, más capaces de resistir a la resignación y la desmoralización. En este sentido, la muy escasa participación en el acto de gente y organizaciones de Euskadi y Catalunya es significativa.
5. El proyecto se presenta como unitario sin limitaciones, abierto y basado en un acuerdo en el que «todos podemos coincidir». No está nada claro. En mi opinión, el proyecto incluye un espacio político prioritario, bien cercado, que quiere abarcar a algunas corrientes de la izquierda y no diré que excluyen, pero se desinteresa por otras. No son prioridades expresas, aunque tampoco se oculten; como no puedo basarme en textos, sino en interpretaciones, hay que tomar lo que opino con reservas; las cosas estarán mas claras dentro de un tiempo. En su discurso inicial, Juan Torres pidió que se anteponga lo que «nos une». Bien, pues empecemos por ahí. Torres hizo un buen diagnóstico del neoliberalismo, «el capitalismo de nuestros días», como una estrategia de poder global, de alcance político y moral, más allá de los modelos productivos, al que hay que enfrentar una lucha en todos los niveles de la sociedad. En este sentido, afirmó el valor de la «indignación ciudadana» y la necesidad de asumir acciones de «sabotaje pacífico y democrático» ; no concretó en qué pueden consistir estas acciones, pero la idea es magnífica. En otros muchos aspectos de su análisis se puede coincidir y en algunos discrepar, pero no creo que haya aquí problemas importantes para una convergencia. Esos problemas están, a mi parecer, en una cuestión fundamental: el lugar y el tratamiento de las desacuerdos y los debates en un proceso unitario, aquí y ahora. Torres dijo, y repitió, que debemos «olvidar» lo que nos separa «para siempre». Y más adelante invitó a quien tuviera «diferencias y matices» a que saliera de la sala, las dejara en el vestíbulo, y volviera a entrar sin ellas. Parece muy unitario, pero francamente creo que no lo es. Tampoco es realista; de hecho, en el propio acto se expresaron «diferencias y matices» -particularmente, pero no sólo, en las buenas intervenciones-mítines de Pablo Iglesias y de José Coy-, sobre temas importantess, no sobre si «el punto va arriba o debajo de la coma». Es natural, que así sea. Nos enfrentamos a temas complejos, a decisiones arriesgadas, y lo sano es conocer los distintos puntos de vista y debatirlos responsablemente antes de tomar una decisión colectiva.
La base del enfoque de los desacuerdos en un proceso unitario está en la democracia, no en el «olvido». La democracia debe incluir normas acordadas para realizarla en la práctica, tanto en las deliberaciones como en la toma de decisiones. No veo ningún problema en que, especialmente en la fase inicial de un proyecto que busca crear organismos unitarios de base, se acuerde que el tema de trabajo sea exclusivamente práctico: movilizaciones, acciones de solidaridad, etc. En cambio no me parece aceptable, en cualquier fase, que sobre las cuestiones que no son prácticas, se establezca por el grupo organizador un discurso considerado «de consenso» y no se admita la discrepancia con él. Hay una larga experiencia de funcionamiento por «consenso» en foros y organizaciones sociales y políticas, y se conocen bien sus cualidades y sus problemas. Para la acción práctica, el funcionamiento por consenso es muy necesario. En cambio para la dirección o coordinación de iniciativas y organizaciones, este funcionamiento presenta problemas importantes, entre los cuales los dos más probados son: -el primero, la «tiranía de las estructuras informales» , por utilizar una expresión creada por el movimiento feminista para definir una situación en la que las decisiones se toman, pero no sabe cómo, ni por quien, y son por tanto incontrolables democráticamente; -el segundo, que es una variante del anterior, la determinación de lo que es o no es «consenso» por medio de un acuerdo privado entre las organizaciones más fuertes de las que integran el organismo de dirección o coordinación. Cuando estos organismos son muy numerosos, el riesgo se multiplica en nombre de la «eficacia» en la toma de decisiones. En este sentido, la experiencia del Consejo Internacional del Foro Social Mundial es concluyente y hay que reflexionar sobre las crecientes críticas que recibe. Este funcionamiento ha desplazado a numerosas organizaciones comprometidas desde años en el proceso, y en cambio ha privilegiado a las organizaciones afines a quienes toman las decisiones, en este caso, ONGs y otras instituciones con tanta abundancia de medios materiales, como falta de carácter militante.
6. La penalización de las discrepancias, suele ser, y es en este caso, bastante selectiva. En la intervención de Torres, y en otras, se atacó al «sectarismo» , al «radicalismo», al «simplismo», a la «arrogancia», a la política de las «grandes palabras» que no se «mete en los charcos», etc., ristra de anatemas dirigidos contra los «radicales». Torres pidió una «deliberación fraternal», pero no parece que esa fraternidad abarque por igual a todas las corrientes de la izquierda. Mi interpretación es que el público-objetivo al que se dirige el proyecto es, además de IU, los sindicatos mayoritarios y lo que se considera la «izquierda de la socialdemocracia». Por ejemplo, las críticas que se han hecho por los impulsores del proyecto al papel de los sindicatos mayoritarios en el pacto social, han dedicado más espacio a excusarles que a analizar su papel y sus responsabilidades reales (ver el texto de Torres, Martínez y Steinko «A la izquierda, la convergencia de los ciudadanos y las ciudadanas», Público , 17/02/2011). Respecto a la «izquierda socialdemócrata» el asunto es puramente simbólico, porque esa corriente en nuestro país no existe, y nada indica que pueda llegar a existir de una manera significativa. Como símbolo fue llamativa la espectacular presentación que se hizo de la única intervención de alguien con alguna relación, hace unas cuantas décadas, con la dirección socialista: el ex-fiscal general del Estado, Eligio Hernández, que ha pasado a formar parte de la Coordinadora. No sé nada de su trayectoria política actual, pero en su paso por el gobierno de Felipe González hay episodios poco edificantes (ver http://www.publico.es/espana/265982/la-burbuja-de-la-corrupción). En cualquier caso, está claro que no es Lafontaine, ni Melenchon, ni nada que se le parezca, en cuanto a representar, o atraer, a una «corriente de izquierdas» del PSOE. Lo razonable es que una «convergencia ciudadana» para la movilización contra el capitalismo neoliberal se base en las organizaciones y corrientes que están ya activas en esta lucha, no en consideraciones ideológicas sobre modelos de afinidad, que no son coherentes con esos objetivos de movilización y cuyas referencias internacionales, sea Die Linke o el Partido de Izquierda, no responden a los problemas que enfrentamos aquí. Pero, a mi parecer, la corriente anticapitalista de la izquierda social y política está considerada en este proyecto como un aliado incómodo, al que conviene mantener alejado como corriente, y cuya presencia sólo interesa de forma simbólica, por medio de algunas personas conocidas.
7. Dijo Steinko que el objetivo era tener un «rumbo común». A mi parecer, y ésta es también una opinión provisional y sujeta a verificación, hay dos rumbos posibles en este proyecto. Uno es lo que podríamos llamar una «refundación de la refundación», es decir, una nueva versión del proyecto de IU, pero fortalecido por la reincorporación de la corriente Socialismo 21, la incorporación de ATTAC y de algunas personalidades que son merecidos referentes intelectuales de la izquierda. Si se realizara, podría suponer un éxito importante de la dirección de IU de cara a próximas elecciones, pero su significado como «convergencia ciudadana» sería inexistente. Hay otro rumbo posible: la conexión de este proyecto con procesos unitarios locales que están en marcha y, a partir de ahí, un desarrollo real del proyecto tal como aparece formalmente diseñado, probablemente con mucha desigualdad territorial y con características políticas muy diferentes. Éste es el supuesto en el que destacarían los aspectos más positivos del proyecto: la voluntad participativa del esquema organizativo propuesto por Villasante a partir de su idea de los «grupos motores» ; algunas de las características de las «mesas de convergencia» presentadas por Steinko, como por ejemplo, el objetivo de «desbloquear viejos conflictos», «proponer salidas alternativas a partir de condiciones concretas»; «conectar iniciativas de lucha ya existentes» … Posiblemente sea conveniente diferenciar, al menos en una primera etapa, la posición respecto al proyecto en su conjunto y respecto a aquellas expresiones locales que expresen una convergencia real en la acción.
6. A la salida, un viejo amigo me dijo: «Hay que estar aquí». Se refería a Izquierda Anticapitalista. IA tiene sus órganos de dirección y decidirá lo que hace, sin «olvidar», sino discutiendo las diferencias normales que pueden surgir en una organización democrática. Lo que sigue, y claro también todo lo que antecede, es sólo una opinión personal. Francamente, creo que ese viejo amigo fue uno de los pocos asistentes en echarnos en falta como organización. No lo digo ni con pena, ni con alegría. Me parece un hecho y un hecho que merece una reflexión. Para no extenderme demasiado, utilizaré un ejemplo concreto: el día 12 de marzo está convocada una Jornada estatal de acción «por el reparto del trabajo y la riqueza; por una salida social a la crisis; por recuperar la dignidad y la justicia social». Es una iniciativa de la CGT apoyada por numerosas organizaciones sociales y políticas, entre las cuales, IA. ¿Cabe esta iniciativa en el proyecto de convergencia? ¿Es una de esas iniciativas que se quiere «conectar»? Si no cabe, ¿quienes la defendemos y organizamos podremos, al menos, explicar nuestras razones respetuosamente y seremos escuchados fraternalmente? Pues no está nada claro, o a mi no me lo parece. Y esto refleja un problema real sobre el que habría que hablar tranquilamente, buscando soluciones si las hubiera. Proclamar «aquí caben todos» no es, desde luego, una solución.
Miguel Romero es editor de VIENTO SUR
Fuente: http://www.vientosur.info/articulosweb/noticia/?x=3631