Ángel Sala, director del Festival de Sitges, ha sido imputado por un tribunal debido a la proyección en la anterior edición del festival de A serbian film (Srdjan Spasojevic, 2010), una extrema película entre el horror y el gore granguiñolesco. Pero es importante no decir una sola palabra más sobre este tema sin recordar que […]
Ángel Sala, director del Festival de Sitges, ha sido imputado por un tribunal debido a la proyección en la anterior edición del festival de A serbian film (Srdjan Spasojevic, 2010), una extrema película entre el horror y el gore granguiñolesco. Pero es importante no decir una sola palabra más sobre este tema sin recordar que hace poco más de un año España prohibió por primera vez en su historia democrática moderna una película: Saw VI (Kevin Greutert, 2009). Por supuesto, lo que se hizo no fue tan simple como prohibir la cinta, sino calificarla «X». Y ahí estaría la trampa, puesto que a lo que estamos asistiendo es a un solapado renacer de la censura en España, a través de vías inéditas o poco concurridas hasta ahora, al menos en nuestro país, a saber: comercial y judicial. La «X» implicaba la prohibición, pues Saw VI tenía preparada una gran cantidad de copias en 35mm para su estreno en Halloween, que a partir de la calificación habrían de quedarse en un armario, pues el estreno en salas X excluye la proyección en formato cinematográfico (no por ley, pero es lo que sucede, de modo que no digamos entonces «ley», sino «consecuencia»), la imposibilidad de publicidad (ley), la escasez de salas (consecuencia) y su escasísimo aforo (ley). En suma, la «X» supone la prohibición efectiva del film. Las razones esgrimidas, ya que la película sin duda no es pornográfica, fueron que en Saw VI había apología de la violencia, otra de las razones que posibilitan la calificación y que aquí se demuestra convierten a la ley en una puerta abierta para todo tipo de abusos censores.
El caso de A serbian film no es de prohibición comercial estatal, sino judicial. Su origen está en una asociación de defensa de los menores, cuyo nombre ignoro, que denunció la existencia de abusos sexuales a menores en la película a raíz de su proyección en Sitges, y que culminó con la prohibición por vía judicial de su pase en la última edición de la Semana de Cine Fantástico y de Terror de San Sebastián. O eso creíamos. Aproveché el conocimiento de la imputación de Sala para ver finalmente la película, que alguien hace tiempo me había presentado como la más extrema jamás hecha. Acostumbrado a que estas afirmaciones sean siempre falsas- el carácter extremo de una obra, por lo demás, no deja de ser una cualidad de adjudicación en buena medida dependiente de la subjetividad de cada cual, es decir, que dice algo más del nivel de aguante del que habla que de la obra misma-, no deja de ser así en este caso, pero debe reconocerse sin embargo que la película se plantea a sí misma como extrema o, mejor dicho, hace de la transgresión de los límites uno de los ejes centrales, más que de su propuesta estética, de su discurso.
A serbian film es ficción, como el cine pornográfico en su mayor parte, pero las escenas de sexo son simuladas, de hecho, ni siquiera hay niños en ellas. Las dos escenas motivadoras de la denuncia son, de hecho, extremadamente cautas, aunque igualmente brutales: la primera, que presenta la violación de un recién nacido ante la complicidad de la mujer que acaba de tenerlo, muestra el acto de manera tan poco frontal que supone uno de los momentos menos verosímiles de la película, que en todo lo demás es bastante directa. Por lo poco que se ve, es evidente que el bebé es un mecanismo y por lo tanto el acto entero es falso, fingido, ficcionado. En la segunda escena, el protagonista sodomiza a su propio hijo, pero nuevamente el director es cauto: en ningún momento vemos al niño siendo sodomizado, ni siquiera compartiendo el plano con su padre durante el acto, sino que este está en el suelo, tumbado boca abajo, tapado completamente, de modo que el protagonista- esa es la idea- no sepa que ese al que viola es un niño, más aún, su propio niño. Espectador y protagonista están unidos aquí por la misma trampa, aunque el espectador, que no está drogado como el protagonista, puede fácilmente imaginársela. Cuando el rostro del niño nos es mostrado, incluso la acción ya se ha detenido, y nos es mostrado en primer plano, en un aparte del resto.
Por tanto, primera conclusión, ningún niño puede haberse visto lastimado en el rodaje de estas escenas: porque en una no hay niño, y porque en otra de este solo se utilizan sus piernas [1] y su rostro, en un primer plano mantenido aparte de la escena, de modo que el rodaje de esta, puede advertirse con facilidad, ha sido llevado a cabo de forma que el niño no se vea implicado en lo que en ella sucede. Una de las posibles vías de condena, por tanto, se vería así anulada: no hay daño a niños porque, en las escenas, no los hay. Evidentemente, esto implicaría una investigación más detallada acerca de las condiciones del rodaje, pero de todos modos no ha sido ello lo empleado en la denuncia. Algo se ha avanzado, tal vez, desde los tiempos de Holocausto caníbal (Ruggero Deodato, 1980).
Queda, así, la famosa «apología de la violencia», en este caso de la violación sexual de menores. ¿A serbian film fomentaría el abuso infantil? Volvamos sobre las dos escenas denunciadas. En una, Milos (Srđan Todorović), el protagonista, contempla una escena filmada donde un hombre viola a un recién nacido. La planificación de esta escena es inverosímil: presenta al violador de espaldas a la cámara en tres cuartos de modo que el hecho de la penetración no pueda ser visto y de hecho apenas el torso del bebé sea visible. Por supuesto, cualquiera puede advertir que un film snuff nunca podría estar puesto en escena de ese modo, esto es, ocultando la visión de la causa misma de su existencia. El director, por tanto, ya desde la puesta en escena muestra la violación con reservas, aún con la consecuencia de violentar la verosimilitud de lo visto [2], pero además subraya el horror ante lo mostrado mediante el rostro de Milos, espantado ante lo que ve, y que motivará su abandono definitivo del rodaje. Esta escena, por tanto, difícilmente podría ser considerada apologética de la violencia sexual contra menores: en lo estético y en lo dramático, el acto de ningún modo es apoyado.
La segunda es aún más rotunda. Milos, completamente drogado, es llevado a la secuencia final de la película en la que participa ya de forma obligada. Dos cuerpos tumbados boca abajo, cubiertos con sábanas de pies a cabeza, que Milos sodomiza uno tras otro brutalmente. El descubrimiento de que Milos está sodomizando a su propio hijo, la visión del rostro casi catatónico de este, lejos de desatar en él un éxtasis, un acrecentamiento típicamente sadeano de la excitación, le produce un absoluto horror, y desencadenará precisamente la violencia contra los «autores» de la mascarada. Milos, pese a estar drogado con una especie de afrodisíaco para caballos, no puede seguir si sabe que es a un niño al que está violando. En una parte final en la que el protagonista es convertido por las drogas en una suerte de bestia en celo, ésta es siempre capaz de parar cuando sabe que son menores los implicados en el sexo con él. Esto, por si no queda lo suficientemente claro, es subrayado por una escena anterior en la que a Milos se le ofrece sexo con una chica adolescente, que en este caso no muestra horror alguno ante la posibilidad de mantener sexo con él. A pesar de ello, este preferirá saltar por una ventana antes que tener nada con ella. Por lo tanto, ha de hacerse notar que si trazásemos un mapa de tolerancia en A serbian film, veríamos que el sexo con menores está peor visto que, por ejemplo, matar a machetazos a una mujer mientras la sodomizas. Y de hecho, ni siquiera este asesinato, que da comienzo a la terrible espiral que culmina el film, está visto de forma ajena a su enjuiciamiento: la escena del «sexo con machetazos» del film es mostrado en flashbacks por los que un Milos ya sereno recuerda poco a poco lo que hizo drogado. Así, al tiempo que se nos muestra, mediante una puesta en escena enfebrecida que nos introduce en la locura de Milos, la violación y asesinato de la mujer, se nos presenta al mismo tiempo el recuerdo de todo esto, por parte de un Milos ya sereno, y horrorizado al descubrir lo que hizo. A serbian film, es forzoso concluir, irá todo lo lejos que quiera (poco en lo que respecta a revolucionar los modos de ver en el cine violento, y algo argumentalmente), pero mantiene siempre una clarísima posición moral ante lo mostrado mediante el más clásico de los recursos: el de un protagonista que encarna esa posición, una antigua estrella porno a la que le parece bien el sexo en vivo, pero con mujeres voluntariamente dispuestas a ello. El final de Milos y su familia en el film refrenda así el nihilista y acaso acomodaticio discurso del autor. A serbian film es una película sobre cómo siempre habrá un más allá en el abuso del poder, un más todavía en la práctica de la violencia sobre los que no tienen modo de defenderse de ella. Por ello, el recurso al tabú casi máximo de nuestra sociedad, la pederastia, el rodeo constante en torno a él, y su logro convertido en el triunfo definitivo de los miserables (el director, aún siendo asesinado, exclamando «¡esto es cine!»). Pero el tono está lejos de ser festivo, a pesar de la evidente simpatía del director por el exceso: los primeros rodajes están mostrados con un aire inquietante, lleno de extrañeza y expectación, que trata acaso de emular a cierto David Lynch, para pasar en la recta final a una trepidante acumulación de excesos que es no obstante dimensionada mediante la citada construcción en flashbacks: la fiesta de muerte y sexo es no vivida en directo, sino observada a través del recuerdo horrorizado de su protagonista, una vez las drogas tomadas han abandonado su cuerpo.
Pero una vez despejado esto, que no hay niños dañados directamente, y que la película no defiende las prácticas que muestra sino todo lo contrario, esto que respondería a las posibles acusaciones criminales contra la película, es donde entramos en los siniestros ámbitos de la censura. Guillermo Cánovas [3], de la ONG Protégeles, afirma: «Esas imágenes hieren a las personas que rechazamos esas prácticas. Y da igual que sea una imagen real o que sea simulada, lo importante es el impacto que tienen». Se puede observar aquí que nada de lo anteriormente escrito serviría ante la exigencia censora, preocupada no por la película, sino por las imágenes. Lo preocupante para los censores no es la narración o la puesta en escena, por la cual las imágenes existen y en la cual éstas adquieren su sentido (bien preciso, por lo demás, en el caso que nos ocupa, como espero haber sabido mostrar), sino la existencia misma de unas imágenes determinadas. Se trata, e ideologías aparte, esta es la sustancia fundamental del ánimo censor, de impedir que algo se vea, independientemente del uso o función que de ello se haga. Prohibir la producción de algo, la visibilización de algo, no tanto por su función cuanto por la naturaleza de lo mostrado mismo. Las imágenes de violencia sexual de A serbian film no implican apología del abuso sexual a menores sino todo lo contrario. Pero para los denunciantes y sus defensores, la imagen misma aludida es delito. Imposición, pues, de un deber a la imagen: no mostrar aquello que no debe suceder.
Pero tampoco debe obviarse la segunda parte de la declaración citada: «lo importante es el impacto» que las imágenes tienen. La alusión a este «impacto» muestra la importante cualidad subjetiva de estas persecuciones y la escasa importancia, en suma, de si algo «debe» o no existir: importa no verse ofendidos por nada, y la función de las violaciones en la película se hace invisible, frente al «impacto» recibido por alguien. Huelga decir que dejar pasar esto supone abrir las puertas a todas las susceptibilidades «imaginarias» que en el mundo son, y que bastante se las está dejando pasar en este país, donde no hace tanto se prohibió a una obra teatral ostentar el nombre de «Me cago en dios». Jamás prohibiría a nadie titular a algo «Me cago en John Ford», por mucho que para mí Ford sea más importante que dios, toda vez el primero, al menos, tuvo el detalle de existir. Pero la furia censora, que de momento no encuentra sitio en el estado, aunque después del affaire Saw VI convenga estar atentos, encuentra un buen lugar en los tribunales, y de su deseo de poder da fe la ridícula imputación a Ángel Sala, en absoluto responsable de la película, sino tan solo de su proyección, como si, imposibilitados para alcanzar a los autores, los censores quisieran asegurarse algún efecto, el que sea, con su intervención. Es importante que así sea, pues lo que está en juego es el control de lo visible. Al igual que los años 50 y 60 vivieron un importante avance en las conquistas respecto a lo que era posible mostrar en imágenes, gracias a constantes batallas en tribunales que dieron lugar, por ejemplo, a la (momentánea) desaparición de la censura en EE.UU., en la actualidad asistimos al avance de la censura por las mismas vías, prohibir algo en atención a un cierto número de susceptibilidades heridas. Si se admite el criterio de cualquier susceptibilidad como causa de enjuiciamiento de una película e incluso de los responsables de su exhibición, asistiremos, primero, a un fuerte rebrote de la autocensura primero, y de la censura pura y dura después. En este sentido, la poca relevancia que han tenido casos como la prohibición de Saw VI, es a mi juicio uno de los acontecimientos más preocupantes vividos recientemente en España. No ya solo la prohibición, insisto, sino el poco escándalo desatado por esta.
Como espero se haya podido ver, no debiera ser difícil mostrar que no hay delito en A serbian film, y ello implicará que Sala se vea absuelto de lo que quieran achacarle, pero bien cierto será también que eso dependerá mucho de lo que el juez piense acerca de qué es una imagen: algo que por sí solo tiene una naturaleza y un efecto, o algo que adquiere esta naturaleza y efecto en el conjunto de un tejido al que llamamos «película», articulado por una o un grupo de personas en atención a determinados intereses. Dependerá, por tanto, de lo que el juez entienda por puesta en escena-o puesta en forma, como ustedes prefieran-, concepto del que últimamente escucho sorprendido decir, en no pocos lugares, que carece de referente claro. Pero tampoco nos pongamos demasiado espléndidos: dependerá, en suma, de si el juez cree que todas las imágenes tienen el mismo derecho a existir, de si se dará cuenta de que prohibir la existencia de una imagen es lo mismo que prohibir la de unos ojos.
Notas:
[1] José Luis Rebordinos, director aún de la Semana de Cine Fantástico y de Terror de San Sebastián en el momento de la prohibición citada, señala de hecho que hasta las piernas son falsas (en: http://www.elpais.com/
[2] Adelantémonos a una posible objeción: que la forma de esta escena es coherente con el tratamiento del sexo en toda la película, pues ya en la escena porno del principio Spasojevic evita mostrar las penetraciones o el sexo oral. Siendo esto cierto, que la mostración explícita del acto sexual es siempre evitada, ha de advertirse que, en el porno inicial esto no va en detrimento de la emulación de los encuadres habituales de ese tipo de cine, algo que no sucede en la del film snuff. Por supuesto, yo no he visto ningún snuff, pero es de lógica que, si convenimos que su razón de ser consiste en la filmación de actos violentos reales, la ocultación de estos difícilmente tendrá sentido.
[3] http://www.elpais.com/
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