La catástrofe de Fukushima ha avivado el debate nuclear, que podría racionalizarse bastante distinguiendo dos temas: uno, el uso de la energía nuclear en general, y otro, el empeño de sembrar de plantas nucleares la geografía española registrado hace 30 años, que frenó la actual moratoria. Si pensamos en el uso masivo de la energía […]
La catástrofe de Fukushima ha avivado el debate nuclear, que podría racionalizarse bastante distinguiendo dos temas: uno, el uso de la energía nuclear en general, y otro, el empeño de sembrar de plantas nucleares la geografía española registrado hace 30 años, que frenó la actual moratoria.
Si pensamos en el uso masivo de la energía nuclear para abastecer a largo plazo a la especie humana, salta a la vista su inviabilidad. Las reacciones nucleares tienen su apogeo en el Sol o en lejanas estrellas en las que no existe ni un resquicio de vida. Por ello resulta contradictorio el afán de mejorar la vida en la
Tierra extendiendo en ella este tipo de reacciones (y sus residuos) cuya peligrosidad reclama un aislamiento tan perfecto como difícil de asegurar. En general, desencadenar reacciones nucleares cuyas temperaturas sobrepasan miles de veces las requeridas por los usos ordinarios (hervir agua, calentar una vivienda, etc.) se asemeja a matar pulgas a cañonazos. Y en particular, la actual «alternativa» nuclear se apoya en unos stocks de uranio que son todavía más limitados que los de petróleo y que, una vez utilizados, se trasforman en residuos radiactivos de larga duración.
La catástrofe de Fukushima ha venido a subrayar el conflicto fáustico propio de la civilización industrial, al evidenciar el horizonte de degradación que resulta de su empeño en utilizar energías que proceden de «echar a la caldera» stocks de uranio, petróleo u otros recursos planetarios y no del flujo solar y sus derivados renovables.
En el segundo tema mencionado hay que recordar que no son afanes altruistas, sino de lucro, los que mueven al lobby propagandista de la energía nuclear. Y que este lucro no resulta de producir electricidad por un procedimiento caro y problemático, sino de manejar e inflar los enormes presupuestos que requiere la construcción de plantas nucleares -véase Aguilera y Naredo (eds.) 2009 Economía, poder y megaproyectos, pp. 29-36-. Sólo la plena conciencia de que los grupos interesados en el negocio de la construcción de las centrales nucleares manejaron a las empresas eléctricas para hacer su negocio particular a costa de usuarios y contribuyentes impedirá que semejante extorsión vuelva a producirse.
José Manuel Naredo es economista y estadístico
Fuente: http://blogs.publico.es/delconsejoeditorial/1294/negocio-y-basuras-nucleares/