«En realidad, fue Rodolfo Walsh, -ha relatado Gabriel García Márquez- quien descubrió, desde muchos meses antes, que los Estados Unidos estaban entrenando exiliados en Guatemala para invadir a Cuba» ¿Por qué les temían tanto en vida y muerte? Como dijo José Martí certeramente: «Los hombres van en dos bandos: los que aman y fundan, los […]
«En realidad, fue Rodolfo Walsh, -ha relatado Gabriel García Márquez- quien descubrió, desde muchos meses antes, que los Estados Unidos estaban entrenando exiliados en Guatemala para invadir a Cuba»
¿Por qué les temían tanto en vida y muerte?
Como dijo José Martí certeramente: «Los hombres van en dos bandos: los que aman y fundan, los que odian y deshacen». Esta es la encarnación en cuerpo y alma de un designio que determina la eterna lucha entre el bien y el mal, y que es, tal vez, la síntesis de la historia de la humanidad. Uno y otro se anotan victorias y derrotas temporales, y siguen en contienda desde aquella primigenia contienda, vaya usted a saber en qué palmo de tierra y entre cuales de nuestros antepasados hasta los siglos por venir.
Si usted visitara Argentina y preguntara dónde reposan los restos de Rodolfo Walsh, ni los más célebres adivinos pudieran dar respuesta a su interrogante. Pero seguramente alguien o muchos, al mencionarle que era un revolucionario, periodista, escritor, dramaturgo y traductor, le podrían decir que no se sabe su paradero mortuorio, pues fue muerto o asesinado y luego desaparecido el 25 de mayo de 1977 en Buenos Aires.
«En realidad, fue Rodolfo Walsh, -ha relatado Gabriel García Márquez- quien descubrió, desde muchos meses antes, que los Estados Unidos estaban entrenando exiliados en Guatemala para invadir a Cuba por Playa Girón en 1961. Walsh era en esa época el Jefe de Servicios Especiales de Prensa Latina, en La Habana».
El caso de Walsh es apenas un caso de los más de 100 mil personas desaparecidas en América Latina en épocas distintas de regímenes dictatoriales o de supuestos gobernantes «democráticos y representativos», cuyos genízaros de distinta laya cumplieron una misión criminal de exterminio contra los integrantes activos de fuerzas populares o de simples inocentes tomados como trofeos contables, capaces de otorgar méritos para paga, nombramientos, cargos y la satisfacción de instintos bestiales.
La lista inmensa de desaparecidos la integran hombres y mujeres, campesinos, obreros, estudiantes, intelectuales, sindicalistas, insurgentes, militantes de organizaciones políticas y sociales y, por supuesto, inocentes sospechosos o no que fueron atrapados en esa urdimbre de incesante búsqueda o de caza de opositores.
También fueron trastrocados los destinos, y desaparecidas sus identidades naturales, de cientos de hijos de mujeres embarazadas desaparecidas, decenas de los cuales han recobrado sus identidades y verdades gracias a la acción perseverante de las Abuelas de la Plaza de Mayo, en un largo proceso de búsqueda y litigios legales y éticos que continúa aún.
Este método de las desapariciones de seres humanos fue entronizado a nivel de cada país y luego concertado a nivel continental a la llamada «Operación Cóndor», y fue ejecutado bajo la batuta de los gobiernos de los Estados Unidos.
Por definición la desaparición forzada se basa en un secuestro de la víctima viva o muerta, que es llevado a cabo por agentes del Estado o grupos organizados de particulares (paramilitares), que actúan con el apoyo o tolerancia y donde la víctima «desaparece». Por tanto, ante esta realidad, especie de esfumación, las autoridades no aceptan ninguna responsabilidad del hecho, ni dan cuenta de la víctima. Quedan impunes y libres de cualquier reclamación.
Lógicamente, el propósito de esta estrategia vesánica es sembrar el terror en la ciudadanía, por el destino desconocido pero obviamente por la consecuencia terrible, y por la convicción que va cobrando fuerza en el pueblo de que toda persona, en cualquier instante y lugar, y por cualquier motivo, puede ser desaparecida.
En el presente se abre el proceso de fin de la impunidad ante los crímenes en algunos países, y debe extenderse a todos. Lo ocurrido en Argentina, con la sanción a cadenas perpetuas y condenas de años de prisión a muchos victimarios del pasado, por delitos de lesa humanidad y otros desmanes, incluidos dictadores y genízaros, es un acto de justicia aleccionador. En Uruguay, con la anulación de la ley de caducidad, debe empezar también un proceso de enjuiciamiento de los asesinos, torturadores y responsables de delitos graves diversos contra la vida y la integridad física de las personas.
Pero no debe olvidarse que fue en Cuba donde se inició, con el triunfo de la Revolución, ese ejemplo de justicia ejemplarizante contra los asesinos que inveteradamente gozaron de premio e impunidad y que, por tanto, se cebaron con una crueldad feroz sobre la masa del pueblo. Por primera vez en América un pueblo castigaba a sus verdugos, el mismo año de su liberación en 1959.
Ante esta realidad vivida y que aún se vive en algunos países, en que participan incluso grupos de las mafias vinculadas o no con fuerzas militares o paramilitares, caben muchas preguntas que aborden las esencias de este fenómeno de la realidad política y social llamado desapariciones forzadas.
¿Dónde les habrán llevado a morir después de presos?
Ya sabemos que los escenarios han sido los más inimaginables, y constituyen crímenes horrendos y espeluznantes. Por eso califican como crímenes de lesa humanidad. De manos de sus captores militares o paramilitares, desde cárceles de todos los tipos o no, han sido traslados vivos o ya muertos, para los más insospechados sitios escogidos para el acto terrible de las desapariciones.
¿Dónde les han ocultado después de muertos?
Como ejemplo palmario de estos actos salvajes, fue el intento de ocultar las tumbas del Che Guevara, asesinado el 9 de octubre, un día después de su captura herido, y también de sus compañeros de guerrilla, asesinados o muertos en combate en distintas épocas. Sólo después de 30 años fue posible encontrar sus restos en Bolivia, tras un esfuerzo colosal de búsqueda, que siempre tuvo en contra el secreto criminal y la conjura de todos los responsables involucrados en los hechos, desde la cúspide militar a la soldadesca. Se hizo cierto lo que profetizara Nicolás Guillén en sus versos memorables: «Y no porque te quemen / porque te disimulen bajo tierra / porque te escondan / en cementerios, bosques, páramos, / van a impedir que te encontremos, / Che Comandante / amigo.»
¿Por qué ese atroz silencio y misterio de sus muertes?
Precisamente para garantizar la impunidad, porque intuían que los hombres de ideales hasta después de muertos pueden ser útiles, porque sabían que el homenaje ante sus tumbas sería siempre una denuncia, y una amenaza para poder continuar y perpetuar sus planes homicidas futuros, o para el olvido de los cometidos en el pasado.
¿Por qué les temían tanto en vida y muerte?
Porque los ejecutores además de asesinos eran unos cobardes. Porque los desaparecidos, vivos o muertos, eran fuente de luz para sus pueblos, eran parte de la sal de la vida de sus naciones, ya fueran hombres ilustres o humildes. Porque representaban la resistencia de los justos y los portadores de los mejores ideales de la humanidad
¿Por qué no querían para ellos tumbas ni sombras?
Porque no querían enterrar en ellas la conciencia de la nación y el decoro de la patria; aspiraban a desaparecerlos en sitios ignorados, para hacer posible la desmemoria individual y colectiva.
¿A dónde se llevaron a esos soñadores?
Sabemos que esos desaparecidos eran soñadores de ideales viejos y nuevos, trascendentes para sus pueblos, y sus desaparecedores no quisieron dejar rastros de sus caminos de inmolación gloriosa.
¿Dónde les encontraremos después de ese viaje desconocido? ¿Cómo revivirlos en la memoria perdurable? ¿Cómo andar junto con ellos el camino? ¿Y cómo conversar todos los días del futuro?
En todas partes y en todos los tiempos, mientras se porte un grito de rebeldía, ce alce una bandera con ideales nobles, se levante la voz en una tribuna, se alimenten sentimientos puros y se revivan con el recuerdo imborrable de la vindicación tenaz de la libertad y la justicia.
En conclusión, en homenaje y recordación de Rodolfo Walsh, vivo en su patria y en otras partes del mundo, y convertido su aliento vital en un premio que lleva su nombre y el de su libro de denuncia titulado «Operación Masacre», que fuera entregado recientemente al presidente de Venezuela Rafael Hugo Chávez, y en homenaje de la pléyade inmensa de desaparecidos, reiteremos las preguntas sobre desaparecidos ya expuestas:
¿Dónde les habrán llevado a morir después de presos? / ¿Dónde les han ocultado después de muertos? / ¿Por qué ese atroz silencio y misterio de sus muertes? / ¿Por qué les temían tanto en vida y muerte? / ¿Por qué no querían para ellos tumbas ni sombras? / ¿A dónde se llevaron a esos soñadores? ¿Dónde les encontraremos después de ese viaje desconocido? / ¿Cómo revivirlos en la memoria perdurable? / ¿Cómo andar junto con ellos el camino? / ¿Y cómo conversar todos los días del futuro?
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