Rosa Luxemburgo edificó sus sueños sobre la memoria inmortal de un esclavo rebelde que hizo temblar a Roma. Corría el año 1919, gobernaba el partido socialdemócrata,cuando ella, Karl Liebknecht y muchos espartaquistas que constituían el núcleo del Partido Comunista, fueron asesinados por la soldadesca y las aguas del río se tiñeron derojo. De aquel hecho […]
Rosa Luxemburgo edificó sus sueños sobre la memoria inmortal de un esclavo rebelde que hizo temblar a Roma. Corría el año 1919, gobernaba el partido socialdemócrata,cuando ella, Karl Liebknecht y muchos espartaquistas que constituían el núcleo del Partido Comunista, fueron asesinados por la soldadesca y las aguas del río se tiñeron derojo. De aquel hecho surgió el término social-fascismo y la determinante división de la izquierda en una Alemania arruinada por la guerra, donde la crisis desataba tempestades. Después cayó la noche más negra y un torbellino de locura convirtió el país en un abrevadero ideal para los demagogos. Alrededor de 1933 Dimitrov, obrero revolucionario búlgaro se metió en la boca del lobo con intención de rectificar el rumbo que había llevado a la catástrofe a sus hermanos de clase alemanes. Fue detenido y acusado de quemar el Reichstag, un parlamento copado por los partidos derechistas de la oligarquía industrial y financiera, en el que Hitler y los suyos conspiraban a las mil maravillas. En un juicio de ruptura inolvidable, el acusado se convirtió en acusador y señaló a los nazis. Entonces el escándalo fue de tal magnitud que al año siguiente ante el empuje de la opinión pública internacional, tuvieron que dejar libre al obrero búlgaro que, en una conjura de rufianes, quisieron usar de chivo expiatorio. Dimitrov viajó a Moscú, donde fue elegido secretario de la Internacional Comunista, desde la cual lanzó la consigna de Frente Popular, una idea sensata que se extendió por Europa. Hoy ningún historiador serio pone en duda quien incendió aquel degradado Parlamento.
Han pasado muchos años y hoy la juventud grita: «Nuestro sueños son vuestras pesadillas», provocan el pánico en la Bolsa, el terror del banquero, del presidente de la Telefónica, del evasor de impuestos, del magnate corrupto, del tenebroso capitalista oculto tras su Sociedad Anónima, del títere político. Los policías antidisturbios podrán romper cabezas. Pero los sueños son como el aire. ¿Alguna paliza más?, preguntan los jóvenes indignados. Admiro su actitud, me sumo a sus manifestaciones con andar cansino de anciano. Tienen razón al gritar «le llaman democracia y no lo es». Pero aún no he perdido la memoria. A mi edad cuesta seguir el paso de los jóvenes. Pienso en la crisis, en las interminables colas a las puertas de las oficinas de desempleo y sigo caminando. Recuerdo la Gran Depresión de 1929 a 1939 y a pesar de todo continúo. En la actual crisis los accionistas de la empresa comunitaria se muestran tan insaciables como implacables. Los parados se cuentan por millones y los patrones dicen que tienen terror a contratar. ¿Dimitirán?. Ellos que son los hacedores de todo, ¿como resolverán el problema del paro? ¿igual que en 1939? ¿Algún asesinato más? ¿Ni siquiera una pequeña carnicería?. El déficit: unos recortes por allí, otros recortes por allá y ya tenemos el Estado del Malestar. La juventud es contagiosa y uno piensa con cierta dosis de optimismo que vivimos una época distinta, que con tres o cuatro guerras, repartidas de modo estratégico, puede bastar para mantener la demanda de armamentos. El fascismo empieza a apestar el ambiente europeo. Me cuesta seguir el paso de la marcha multitudinaria. Leo un cartel: «Si lucho pueden vencerme, si no lucho estoy vencido». Y sigo andando con una mezcla de alegría y preocupación. Estoy jubilado. Entre la multitud que marcha ilusionada veo a muchos de mi condición que lucharon durante la larga noche de la plutocracia terrorista y sólo consiguieron una libertad condicional, esto que «llaman democracia y no lo es». Los viejos no tenemos el derecho de abandonar a los jóvenes y dejarlos tirados en este estado de cosas de la que somos responsables.
Ha terminado la manifestación y Grecia no se aparta de mi cabeza. En un periódico veo la foto del Parlamento rodeado de manifestantes. Recuerdo el de la Generalitat y al muy honorable Presidente bajando del cielo en helicóptero. Un escenario preparado de modo minucioso y un aparato volador muy sugerente descendiendo a la tierra de los mortales. Vi en directo a un tal Puig haciendo con dos dedos el signo de la victoria. ¿No tenían los mossos de escuadra ni siquiera un autobús repleto de anti-disturbios para meter al President a ras de suelo en aquel edifico cercado?. Para limpiar la plaza Cataluña sobraban, pues no son exactamente una brigada municipal de limpieza. ¿Por qué no se dedicaron a su trabajo en lo que se refiere al tan simbólico President, heredero de aquel que dijo «ja sóc aqui»?. Los helicópteros son aparatos multiuso. Lo mismo sirven para salir a escape que para quemar viva a la gente amarilla.
Tampoco olvido las palabras de un heraldo vestido de negro: «¿quieren el caos?». ¿Sugiere el muy honorable que el «merdé» en que estamos malviviendo se debe a un complot de los ácratas?. Tal vez todo sea pura alucinación de uno que no tiene miedo a los anarquistas, sino a sus enemigos.
El miedo es poderoso, no invencible.
En Atenas tres jóvenes con atuendos de la Grecia clásica alzan un cartel: ESTO ES ESPARTA. Está escrito en inglés porque se dirigen al mundo entero. Sigo ojeando el diario Público y me entero de que una mensajera de Papandreu advierte del peligro de sus colegas: «En mi país hay once millones de habitantes y un millón se manifestaron con voz unánime: LADRONES, VAMOS A QUEMAR EL PARLAMENTO. No entienden el lenguaje de la socialdemocracia». ¿Ha entendido ella ese grito simbólico, mezcla de rabia y coraje, ante las extorsiones, chantajes y dictados de Bruselas ?. Un poco más claro: ¿ha entendido que Bruselas es una ciudad donde radica la sede del capitalismo europeo?. ¿cual es el lenguaje de la socialdemocracia?. Fallan los mecanismos de consenso y la cosa está que arde. En Grecia conoceremos la manera de hablar de los socialdemócratas. A veces no les entiende nadie. ¿Será que nos volvemos sordos?.
Yo entiendo mejor a los Simpson.
También comprendo a estos jóvenes que saben lo que no quieren. A fuerza de debatir en las plazas públicas aclaran sus ideas y toman las calles, ante el estupor de algunos que se llaman socialistas. Parece que aún no se han enterado de que el capitalismo existe ni de sus desastrosas consecuencias. No sólo explota a la inmensa mayoría de la sociedad humana; su insaciable voracidad destruye el planeta. Amigo, ¿de verdad crees que eso es democracia?.
Creo haber comprendido el sentido profundo del grito griego. Nuestros hermanos que, además de manifestarse de modo masivo, van de huelga general a huelga general, no parecen necesitar consejos. De todas formas cuando la cosa está que arde, no conviene jugar con fuego. Alguien que pasa por allí con disimulo podría aprovechar la oportunidad. Entonces cargarían la culpa sobre un grito de rabia y de coraje. Un millón de manifestantes se convertirían de repente en un chivo expiatorio. Dirían que son ellos faltando a la verdad. Es la historia de siempre. Por cierto, ya que estamos en eso, ¿alguien recuerda lo que Yeltsin, aclamado como excelso demócrata por esa gran lavadora que muchos llaman prensa libre, hizo con el Parlamento ruso?. Lo digo porque sus cañones y misiles no tan sólo lo incendiaron. Dentro quedaron achicharrados más de mil cadáveres. Por estos pagos ovación y vuelta al ruedo. ¡Olé!, que chico tan valiente y decidido.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.