(Reflexiones extraídas principalmente de la situación de la lucha en Madrid)
Ya nos han metido el primer aguijonazo, que duele. Esta gente (quienes mandan en «la sombra» y quienes ejecutan desde el gobierno) lo quiere hacer rápido por tres razones:
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Aprovechar su supuesta legitimidad emanada de las últimas elecciones (aunque en su programa no había nada de esto), y la debilidad y falta absoluta de credibilidad de la oposición mayoritaria, que hizo lo mismo que ellos (privatizaciones, recortes, etc.)
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Si atacan por muchos frentes, no sabremos por dónde defendernos, y conseguirán casi todos los objetivos.
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Cuanto más duros sean los recortes, el margen de maniobra es mucho mayor en el caso de verse obligados a negociar.
Aunque esto sea así, también es verdad que cuando alguien se pasa apretando corre el riesgo de perderlo todo, y eso es lo que debemos intentar, y no conformarnos con volver al punto de origen de esta situación, que ya de por sí era bastante lamentable.
Esto no ha hecho más que comenzar; pero tras la ostentación de poderío que simbólicamente represente al material antidisturbios renovado, la situación presenta una serie de grietas que no debemos ignorar.
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Ni siquiera se han tomado la molestia de aparentar que gobiernan para todos, pues públicamente reconocen que las medidas que están adoptando no van a gustar a mucha gente. Y tampoco les hace falta escenificar pactos sociales con ciertos sindicatos que han echado a perder la capacidad combativa acumulada durante tantos años. Esta muestra de prepotencia, rebaja sin embargo la legitimidad de la acción de gobierno
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En menos de 50 días han dejado «descolocadas» a muchas personas del pueblo que, dejándose llevar por los medios de desinformación, pensaban que esta gente iba a arreglar las cosas. Al menos ya no pueden echar las culpas a otros, pues casi todos los gobiernos son del mismo partido.
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Las altas instituciones heredadas del franquismo atraviesan una crisis como no se había conocido desde la transición, siendo un factor añadido de deslegitimidad.
Pero todo este panorama nos pilla bastante desorganizados (en unos lugares más que en otros), lo que contrasta con la rabia y ganas de protestar que muestran amplios sectores sociales.
Frente al reformismo practicado por algunas organizaciones institucionalizadas que buscan pactar a cualquier precio, sin lucha previa y por eso siempre a la baja, para justificarse por un lado y no incomodar a quienes les sostienen desde el poder, existen otras diversas organizaciones políticas, sindicales y sociales que tratan de encontrar alternativas viables de movilización para la defensa y mejora de las condiciones sociales y laborales. A estas organizaciones se les presenta, de manera recurrente, algunos dilemas, en los que se encuentran atrapadas ya demasiado tiempo, sin que parezca que vayan a encontrar la salida a corto plazo. Principalmente me refiero a dos de ellos:
Huelga general, ¿sí o no? (¿Ser o no ser?)
Los sindicatos alternativos suenen mostrarse muy reticentes a sumarse a una huelga que pudiera ser convocada por CCOO y UGT (ya se sabe que sus objetivos se limitarían a entrar en una vía de negociación de muy corto recorrido), pero por otro lado no terminan de lanzarse a convocar una por su cuenta, temerosos de que fuese un estrepitoso fracaso. Los riesgos de despido en plena crisis, los ingresos familiares menguantes, las hipotecas, y el caso de las huelgas muy combativas en Grecia pero que todavía no han conseguido objetivos tangibles, son elementos que tampoco favorecen el clima de huelga.
Entre el todo y la nada ¿cabe alguna alternativa? Pienso que mientras se va elevando la conciencia y organización de clase que haga posible una y más huelgas, o una indefinida, se podrían hacer también otro tipo de movilizaciones que tengan efectos y hagan daño a los poderes económicos. Junto a las manifestaciones tradicionales, pueden hacerse «saltos», cortes de calles, ocupaciones y encierros, concentraciones en los centros de trabajo a la hora del desayuno, en las que pueden participar trabajadores que por ahora no están dispuestos a jugarse el puesto de trabajo o la parte del sueldo que le descontarían por la huelga. En este tipo de movilizaciones también pueden participar otros trabajadores que, por sus condiciones de trabajo, tienen grandes dificultades para organizar una huelga en su centro, pero en cambio pueden organizarse a nivel local con más facilidad.
Estas acciones, dispersas aunque coordinadas, pueden conducir a jornadas de lucha que de verdad lo sean, y de esta manera, además de organizar la resistencia, contribuyen a crear las condiciones para una o más huelgas generales.
Unidad sí, pero ¿cómo?
No parece haberse descubierto el antídoto frente a tanta escisión que se produce en el campo de la izquierda «en aras de la unidad», aunque es verdad que a veces, para que el futuro nazca, tiene que haber una ruptura con el pasado. Pero la mayoría de estas rupturas nos conducen a la nada, por desgracia. El problema es que son tan pequeñas la mayoría de las organizaciones alternativas, que se necesitan entre sí todas ellas, si se quiere tener un mínimo de éxito en las convocatorias. Y de este modo, cualquiera, por minúscula que sea, llega a tener casi el poder de veto que paraliza al resto. Algo así está ocurriendo en los últimos meses, que tras haber conseguido un mayor poder de convocatoria que los oficialistas, las organizaciones alternativas se han visto sumidas en una paralización preocupante. La crisis, que ya dura cuatro años, está colocando a muchas organizaciones y plataformas en el lugar que ellas mismas se han querido colocar, por propia voluntad o por incapacidad manifiesta. Pues si en la presente crisis de proporciones europeas, en las que hasta el propio capitalismo está en cuestión, algunas organizaciones políticas y sindicales no han sido capaces siquiera de crecer, debieran plantearse su futuro, su existencia o al menos su estrategia, y si sus métodos les sirven para avanzar en los objetivos para los que surgieron. La autocrítica sigue siendo una asignatura pendiente para muchas y muchos.
Partiendo de esta fragmentación, otro de los dilemas clásicos es el de si juntarse o no con las organizaciones institucionalizadas y hoy mayoritarias (no en todos lados).
Hasta hace poco no había manera de superar el tópico «ni con ellos ni sin ellos». Lo primero porque no es fácil consensuar unos objetivos unitarios ya que los mayoritarios siempre han ninguneado a quien se sitúa a su izquierda disputando el espacio y la afiliación. En estas condiciones, nunca ha gustado engordar sus convocatorias, para no reforzar su estrategia de negociaciones y pactos a la baja, preocupados más en la defensa de intereses corporativos que en los de los trabajadores.
Y la segunda parte del tópico se refería al hecho de que sin ellos no se pasaba de unos cientos de manifestantes. Lo curioso es que esto estaba siendo superado en los últimos tiempos, hasta que se rompe la unidad de acción.
Para lograr trascender este dilema planteo unos criterios, que en ningún caso pueden tomarse como absolutos, ya que cada circunstancia es diferente. Estos serían:
– Iniciativa. Cuando existen condiciones objetivas para la protesta, casi cualquiera puede ser capaz de conseguir el apoyo mayoritario. Igual que ocurre con el surgimiento de líderes populistas en determinadas circunstancias históricas, también se ha visto así en ciertas movilizaciones sectoriales, en las que surgen nuevas plataformas que han demostrado gran capacidad movilizadora frente a la dejación de las organizaciones con más implantación. Y el caso más paradigmático ha sido sin lugar a dudas el movimiento 15-M.
La prisa que se han dado esta vez los sindicatos mayoritarios para reaccionar (aunque moderadamente) contra la reciente reforma laboral ha tenido que ver sin duda con el miedo a perder la iniciativa frente a los alternativos que convocaron una movilización el mismo día de su aprobación. Los más preparados y organizados cubren los espacios que otros no quieren o no son capaces de ocupar al no dar continuidad a su iniciativa, entre especulaciones estratégicas, divisiones injustificadas y metodologías inoperantes (quién, cómo y cuándo se puede adoptar una decisión) en momentos de urgencias.
– Unidad de acción. No podemos olvidar que la unidad es una de las herramientas más necesarias para el éxito de la lucha, y uno de los valores más preciados por los trabajadores (y más temidos de los empresarios) En muchas ocasiones habrá que ir a las movilizaciones incluso con las organizaciones reformistas, siempre que los lemas sean mínimamente asumibles, y a pesar de que se pueda intuir la intencionalidad oculta de los dirigentes. Pero hay que ser capaces de desbordar, de lograr que la mayoría simpatice con nuestras posiciones. La hegemonía se conquista en la calle, no en las reuniones cerradas ni en los sesudos comunicados que nadie lee o escucha.
Hay que conseguir movilizaciones que sean unitarias. Y no hace falta ser mayoritario para conseguir movilizaciones exitosas, siempre que las condiciones estén maduras y las consignas sean comprensibles para los afectados.
¿Qué más podemos, o mejor, debemos hacer mientras tanto?
Para avanzar en la defensa de nuestros derechos, no sólo debemos tener iniciativa y propuestas acertadas; necesitamos también, y sobre todo, que la mayoría de la población comparta esas aspiraciones y esté dispuesta a secundar las movilizaciones. A menudo me parece que algunas personas dedicadas al activismo social hacen todo lo posible para que la mayoría no les siga, no les comprendiese, y que sus convocatorias sean vanguardistas, hasta el extremo de que, cuando algo llega a tener un poco de éxito, sospechan de posibles errores «reformistas».
Desarrollar la conciencia y organización de clase
El proceso de deslegitimación del actual gobierno junto al deterioro de las instituciones que protegen la explotación y recorte de derechos, está siendo muy rápido, y este proceso hay que acelerarlo. Esto significa que las organizaciones políticas, sindicales y sociales deben estrechar sus lazos con la base social y trabajadora, que es su razón de ser. Hay que dar sin tregua la batalla de las ideas, en los barrios y centros de trabajo, con instrumentos adecuados de difusión, con actos de interés, con acciones comprensibles y eficaces.
Basta ya de quejarse de que «la gente no responde», pues para ese discurso ya tenemos a los sindicatos instalados en el sistema, que con esta excusa justifican su pactismo vergonzante.
Tenemos que recuperar los centros de trabajo, y también los barrios y los pueblos, los polígonos, las universidades e institutos, porque son nichos de desarrollo de la conciencia de clase y la organización.
Debemos desarrollar iniciativas diversas de movilización, a las que pueda sumarse el conjunto diverso de la clase obrera explotada y demás sectores populares. Combinar la movilización centralizada con la local; la tradicional manifestación y huelga con las concentraciones u ocupaciones; el panfleto con el mural; el periódico con el cómic.
Si sabemos del poder que tiene el sistema, ¿por qué no nos empleamos más a fondo para contrarrestar sus perversas influencias, desarrollando canales propios de comunicación y organización, reinventando los modos de lucha sin renunciar a los ya conocidos?
Pero todo lleva mucho trabajo, claro. Los activistas políticos, sindicales o sociales no pueden limitarse a hacer el trabajo social un rato a la semana. Cada cual sabe hasta dónde quiere llevar su compromiso; pero está claro que, igual que un activista de barrio no puede vivir de espaldas a lo que ocurre en su centro de trabajo o estudio, de la misma manera un sindicalista no puede limitar su activismo social a sus horas sindicales.
Demasiados dirigentes de los sindicatos institucionalizados (¿y también de algunas organizaciones alternativas?) han adquirido un cierto status social, con segundas viviendas inclusive, que les condicionan y frenan a la hora de la movilización. Cada vez con más frecuencia se convocan asambleas o concentraciones de trabajadores en horario laboral, a los que sólo pueden ir los delegados, lo que supone una auténtica perversión de la acción sindical. Necesitamos activistas que sean capaces de ofrecer su tiempo libre, incluido los fines de semana, para poder abordar las tareas pendientes y necesarias, y que las propuestas no estén subordinadas a las limitaciones que algunos pretenden imponer.
El ataque está siendo despiadado y sin cuartel. Si queremos hacer frente con un mínimo de posibilidades de frenar los recortes y poder avanzar en nuevos derechos, tenemos que poner los medios adecuados. Esto es lo que Debemos hacer.
Pedro Casas es miembro de la Asamblea de Trabajadores de Carabanchel
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