La declaración final de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible olvida los compromisos ambientales y sociales para enroscarse en un término al que no encuentran definición: ‘economía verde’. Nada de justicia ambiental ni de derechos reproductivos, ninguna crítica a la minería y cero menciones a los límites físicos de la Tierra. […]
La declaración final de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible olvida los compromisos ambientales y sociales para enroscarse en un término al que no encuentran definición: ‘economía verde’.
Nada de justicia ambiental ni de derechos reproductivos, ninguna crítica a la minería y cero menciones a los límites físicos de la Tierra. Sobrada en cambio de ‘economía verde‘ y de ‘desarrollo sostenible‘. En definitiva, más de lo mismo. Es decir, nada. Así puede definirse la declaración final de Río+20, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible que se celebra en Río de Janeiro.
«Renovamos nuestro compromiso con el desarrollo sostenible con el que garantizar la promoción de un futuro económica, social y ambientalmente sostenible para nuestro planeta y para las generaciones presentes y futuras», recoge el primer párrafo del texto titulado ‘El futuro que queremos‘ (The future we want), respaldado por casi 200 delegaciones.
El desarrollo sostenible, cuya infructuosidad ha quedado demostrada según los expertos, vuelve a erigirse como discurso dominador, como el camino a seguir para la erradicación de la pobreza. Aunque no lo parezca, han pasado veinte años desde la anterior Cumbre de Río, la del año 1992, y el desarrollo económico sigue presente como objetivo fundamental. Es mencionado ya en el cuarto punto. El testigo lo recoge la economía verde, concepto que no llega hasta el apartado duodécimo: «Expresamos nuestra determinación de hacer frente a una economía verde en el contexto del desarrollo sostenible y a la erradicación de la pobreza, en un marco institucional para el desarrollo sostenible». Más de lo mismo. Igual a cero.
«La Cumbre oficial está metida en una discusión de palabras vacías. ‘Desarrollo sostenible’ tuvo éxito hace veinte años, pero ya entonces era contradictorio porque decían que desarrollo es crecimiento y eso no puede ser sostenible. Ahora han cambiado a ‘economía verde’; pero que una economía que crece sea verde tampoco es posible. Dentro de otras dos décadas hablarán de ‘economía sostenible’ y luego dirán ‘desarrollo verde’, hasta agotar así todas las combinaciones de palabras retóricas que no sirven para nada», reflexionó para Otramérica el catedrático de Economía Joan Martínez-Alier, quien participó en una mesa redonda organizada por la Cúpula dos Povos, la Cumbre de los Pueblos que se celebra de manera paralela.
Los gobiernos, a lo suyo, se han felicitado por lo logrado aunque, eso sí, sin mucho entusiasmo. «La Unión Europea, en términos generales, acoge con satisfacción la declaración de Río +20, a pesar de una serie de ambiciones que no se alcanzaron plenamente», recoge un comunicado del organismo. Brasil ha liderado las negociaciones en los últimos días para evitar lo que apuntaba a un estrepitoso fracaso, pero también se muestra cauta. «La disyuntiva era tener o no tener texto y hoy lo tenemos», ha afirmado el canciller del país anfitrión, Antonio Patriota.
Pues lo tienen, huyendo así del fantasma de Copenhague 2009, que se saldó sin resolución alguna. El de Río+20 es un texto de 49 páginas, que llegó a tener más de 200 en las rondas previas de negociación (en su última versión era un Word con letras azules y párrafos llenos de corchetes que invitaban a su supresión) y deberá ser ratificado ahora por los jefes de gobierno. Carente compromisos sociales y medioambientales, previsiblemente no habrá problemas para las rúbricas.
La ministra de Medio Ambiente de Brasil, Izabella Teixeira, reconoció en una rueda de prensa recogida por las agencias de información que es necesario un debate para definir con claridad qué es la economía verde, término que, paradójicamente, ha sido el leitmotiv de esta Cumbre y que se ha usado más de una veintena de veces en la declaración. Ahora parece no estar claro.
A escasos kilómetros de Riocentro, lugar en el que se celebra la Cumbre de la ONU Río+20, el aplauso de los gobiernos ha sido calificado de «fracaso épico» por las decenas de organizaciones civiles participantes en la Cúpula dos Povos. «Éste no es el futuro que queremos; en todo caso es el futuro que los grandes contaminadores han comprado», afirman por ejemplo desde la Red de Acción Climática, que reúne a unas 700 oenegés de todo el mundo. «Nos prometieron ‘The future we want‘ pero estamos frente a una visión común de un capítulo contaminado que cocinará el planeta, vaciará los océanos y destruirá las selvas», afirmó Kumi Naidoo, director ejecutivo de Greenpeace Internacional.
Presiones del Vaticano modifican el texto final
Las novedades del texto pueden resumirse en la inclusión de la noción de unos objetivos del desarrollo sostenible, éxito que en los pasillos se apunta Colombia; y en la idea de la necesidad de complementar el PIB para buscar nuevos indicadores de desarrollo. Ni rastro por ejemplo de que el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) adopte la forma de nueva agencia de la ONU, algo que en principio parecía factible. Aunque lo más llamativo y significativo ha sido que las presiones del Vaticano han provocado el aborto de la inclusión del término «derechos reproductivos» de las mujeres para decidir sobre su maternidad.
Con la playa Flamengo como compañera, la Cúpula de los Povos vive sus debates ajena a la llamada cumbre oficial, conscientes de antemano de la escasez de resultados y de la falta de autocrítica y cuestionamiento a un sistema que ha mostrado su fracaso. «A partir de aquí van a transformar el mundo. Están hablando de la importancia de que la minería contribuya al desarrollo sostenible, imagínate», recordó Miguel Palacín, presidente de la Coordinadora Andina de Organizaciones Indígenas (CAOI).
Las propuestas en Río han llegado de la mano de los pueblos, de los activistas, de los ambientalistas, de los campesinos, de los pueblos originarios, de las mujeres, que han encontrado en este espacio abierto una forma de enlazar iniciativas y hablar con una voz fuerte y con eco. ¿Qué pueden aprender los pueblos del Sur de Europa de los de América Latina?, pregunta Otramérica al sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos. «La alegría, el movimiento, la capacidad de resistir, de no quedarse nunca con la idea de que no hay alternativas. Nosotros somos testigos de esa alternativa».