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Consecuencias de la ficción

Fuentes: Madrid 15-M

La escritura es tiempo y es máscara, una voz que se construye con distancia y se distingue del cuerpo que actúa. En el espacio que media entre lo vivido y lo narrado la materia se hace transparente, los cuerpos no son ásperos, la inteligencia no desfallece y, aunque sea sólo durante unos momentos, la vida […]

La escritura es tiempo y es máscara, una voz que se construye con distancia y se distingue del cuerpo que actúa. En el espacio que media entre lo vivido y lo narrado la materia se hace transparente, los cuerpos no son ásperos, la inteligencia no desfallece y, aunque sea sólo durante unos momentos, la vida parece reversible, nada se cierra en falso, todo puede volver a empezar.

La ciencia ficción imaginó los videoteléfonos pero apenas supo, como tampoco la industria, predecir la expansión del SMS, esas primeras imprentas portátiles. ¿Por qué, pudiendo hablar, tantas personas preferían enviar mensajes? No sólo por el precio: el SMS era tiempo para frenar lo obvio, lo incompleto, «la manera de estar presente siendo invisible», la máscara para inventarse, protegerse y danzar como si los días no se jugaran en el instante fugitivo.

Con Gutenberg se imprimían libros y ahora se imprimen imprentas, móviles y ordenadores que pueden publicar y difundir mensajes desde cualquier sitio. No olvido la brecha digital, ni la precaria y amenazada neutralidad de la red, ni la desigualdad, pero aun con ellas aquel título de Umbral, la escritura perpetua, se parece mucho a la red donde vamos viéndonos vivir. De la escritura perpetua se sigue la lectura perpetua y de este modo vamos, también, viendo cómo nos vemos vivir.

¿Escribir y leer son sólo acciones recurrentes, pensamientos circulares que retroalimentan un circuito paralelo de palabras mientras el mundo sigue en manos de quienes tienen la violencia y el poder? ¿O pueden ser acciones transitivas, por así decir, acciones que pasan de un sujeto a otro sujeto o a un objeto, tal como decía Fogwill hablando de los textos que le importaban: «cuando los lees pasa algo, pero no en el sentido de que suceda sino de que algo del libro pasa a ti»?

Admitámoslo: la ficción siempre tuvo consecuencias. Una imagen mental mueve la sangre y excita un cuerpo, otra imagen produce lágrimas, y una idea, valor en forma de adrenalina. La ficción literaria viaja por las células convertida en impulso eléctrico y si es cierto que la pared real ofrece resistencia mientras que la pared imaginaria la atraviesas como un fantasma, no lo es menos que la máscara ofrece, a su manera, resistencia, y que cuando la realidad nos golpea la evocación de determinadas palabras puede crear una armadura con su dureza particular.

Hoy que la literatura ya no es un recinto separado de la escritura perpetua, sino que ocupa un sitio en ella, sin solución de continuidad, la pregunta vale para cada texto como sirvió para la filosofía: ¿justifica el mundo o lo transforma? Dicen que entre justificar y transformar hay un término medio, dicen que ese término medio es explicar. Pero ya es tarde para que nadie crea que, en un mundo dividido como el nuestro, se puede ser neutral cuando se trata de contar una historia.

Apenas un ejemplo: Estados Unidos en la década de 1930, un suburbio de clase media de Kansas; Mrs Brige, Mr. Bridge , novela de Evan Connell donde, se diría, sólo ocurre lo cotidiano, un peine en una papelera, un beso en el jardín. Sin hacer ruido, al volver la página, dos gestos cuentan de pronto la tragedia de una mujer que ha sido educada para no pensar, frente a la libertad despreocupada, en apariencia gratuita, en apariencia innata, de un niño quien, desde otro género, nunca conoció esa presión: «Pero entonces, en lugar de contestar, su hijo se quedó pensativo y Mrs. Bridge se sintió desfallecer por dentro. Durante toda su vida ella había respondido inmediatamente cuando alguien le hablaba. Si le hacían un cumplido, en seguida daba las gracias, muy modosa, o si por casualidad le pedían opinión sobre algo, ya fuera el precio de la mantequilla o la situación de Italia, ella contestaba rápidamente. Ahora, al ver a su hijo con la boca cerrada como la tortuga que ha pillado una semilla y la cara contraída con gesto pensativo, no sabía qué hacer». La integración de los distintos componentes de la novela hace que un enlace se active acaso de este modo: nunca más dejaremos que esa indefensión aprendida y el temor de miles de mujeres educadas para evitar la deliberación vuelvan a suceder.

Frente a la supuesta descripción neutral, objetiva, surge lo que Tolstoi llamaba arte: expresar algo con la voluntad de unir a otra u otras personas en un sentimiento común. Aunque esa palabra, común, esté todavía por hacer; esa palabra hoy requiere, como la vida, capacidad de establecer enlaces y formar estructuras en un ambiente hostil. Pero si no es para construir un nuevo sentido común, entonces sólo escribiríamos para justificar el -falso- sentido común existente.

Fuente: http://madrid15m.org/quiosco.html