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Las palabras de Juan Carlos Lorenzana

Fuentes: Rebelión

Para el minero republicano exiliado Álvaro de la Iglesia, in memorian et ad honorem   Entrevistado por Jordi Guiu y Antoni Munné para El Viejo Topo en la Semana Santa de 1979 [1], Manuel Sacristán (1925-1985) hacía referencia a Rafael Sánchez Ferlosio: «Me acordé, por ejemplo, de que había intelectuales a los que ya mucho […]


Para el minero republicano exiliado Álvaro de la Iglesia, in memorian et ad honorem

 

Entrevistado por Jordi Guiu y Antoni Munné para El Viejo Topo en la Semana Santa de 1979 [1], Manuel Sacristán (1925-1985) hacía referencia a Rafael Sánchez Ferlosio: «Me acordé, por ejemplo, de que había intelectuales a los que ya mucho antes que a mí les había pasado lo mismo: la inhibición. Sobre todo a uno al que yo quiero mucho, y con el que tengo una gran afinidad y fijación erótica, aparte de que he aprendido mucho de él: RSF». A RSF el ataque de silencio y de inhibición le había entrado mucho antes que a él, hacía muchísimos años. «Rafael es un pesimista histórico y radical que piensa que la historia es una larga evolución de mal en peor. Es un antiprogresista al pie de la letra, que piensa que la historia acabará el día que ya no haya peor, en el supuesto de que tenga fin; si no, será una carrera hacia el mal infinito».

A través de la marginalidad y del silencio que había vivido a través de la persona de nuestro Premio Cervantes en aquellos años sesenta y setenta, Sacristán se dio cuenta de que lo que a él le pasaba le había pasado anteriormente al autor de El Jarama.

De este modo, proseguía, había empezado a intentar entender lo que había quedado «liquidado en la cuneta por la marcha histórica», como reacción a la bestial y siniestra idea de los vertederos históricos que se mantenía en «la tradición del grueso del movimiento obrero como si lo que ha quedado en las cunetas fuera basura», siendo así, añadía, que estaba claro que «basura, en cierta medida, lo somos todos y, en cierto sentido, nadie, por lo menos dentro de los grupos dominados».

Lo hizo intentando no tener la debilidad -«única que creía que podía no tener en comparación con una actitud como la de RSF»- de reproducir de algún modo el esquema del intelectual tradicional: «ser cómodo para los dominadores, ser cómodo para los explotadores». Se acercó de este modo a la comprensión y al amor de toda esa gente «que queda en la cuneta, intentado mantener la voluntad de racionalidad del movimiento obrero» que era esencialmente, en su opinión, voluntad de modestia: «[…] haciendo la radiografía moral de, por así decirlo, la cultura del movimiento obrero aunque eso de «cultura obrera» no sea tomado más que como idea reguladora».

La diferencia fundamental con la cultura de los intelectuales que tan odiosa le resultaba se ubicaba precisamente en ese principio. «El militante obrero, el representante obrero, aunque sea culto, es modesto porque… reconoce que existe la muerte, como la reconoce el pueblo. El pueblo sabe que uno muere».

El intelectual tradicional, proseguía el autor de Panfletos y Materiales, era una especie «de cretino grandilocuente que se empeña en no morirse, es un tipo que no se ha enterado de que uno muere e intenta ser célebre, hacerse un nombre, destacar…, esas gilipolleces del intelectual que son el trasunto ideal de su pertenencia a la clase dominante».

En cambio, en la cultura obrera, insistía el traductor de El Capital, regía el principio de la modestia porque estaba muy presente el reconocimiento de la muerte. Los héroes obreros, en general, eran «héroes anónimos, mientras que los héroes intelectuales tienen dieciocho apellidos, cuarenta antepasados, influencias de escuelas y todas estas leches de los intelectuales tradicionales».

Había esa razón emocional y el vivo convencimiento de que a él lo que realmente le interesaba era intentar saber cómo eran las cosas. «A mí el criterio de verdad de la tradición del sentido común y de la filosofía me importa». No estaba dispuesto a sustituir «verdadero» / «falso» por «válido» / «no válido», «coherente» / «incoherente» o «consistente» / «inconsistente». Para él, las palabras buenas seguían siendo «verdadero» y «falso», como en el lenguaje obrero, como en la lengua del pueblo, «como en la tradición de la ciencia, igual en Perogrullo y en nombre del pueblo que en Aristóteles».

Los de válido / no válido, concluía Sacristán, eran los intelectuales tradicionales. «En este sentido: los tíos que no van en serio».

Juan Carlos Lorenzana no es un intelectual -lo es, de hecho, más grande aún que la copa de un pino enorme- y va en serio, muy en serio. Sus palabras, imprescindibles donde las haya, sobre la lucha minera emocionan precisamente por su modestia y porque no pretenden emocionar. Yo nunca hasta la fecha había escuchado un discurso así. Desde el alma, desde lo más profundo del alma, la sensatez y la modestia.

Las palabras de Lorenzana pretenden -y consiguen- decir verdades como puños, hablan de vida, de lucha, de resistencia, de esfuerzo, de mineros encerrados en minas durante 40 días, de gentes que no pueden más pero que intentan seguir, de confianza en el otro, en el compañero, de vida obrera real, de compañeras, de mujeres doble o triplemente marginadas, de los intereses patronales, de los de siempre y de los de ahora, de su falta de piedad, de generaciones pasadas que no deben olvidarse, de ir con otros, de vivir con otros, de sus verdaderas condiciones laborales, de sus viviendas, de sus miedos, de lo duro que resulta trabajar bajo tierra.

Mis palabras no se aproximan, apenas tocan. No se pierdan las suyas. La grabación no es perfecta, pero hay tanta o más verdad en estos 16 minutos que en quince tomos de buena prosa histórico-política, de la mejor incluso.

[Ver vídeo: http://www.youtube.com/watch?v=phvVfMa3G6I&feature=youtu.be]

Si yo fuera responsable de educación, sin serlo también, no tendría ninguna duda: sugeriría la posibilidad de que los cursos de todas los institutos y universidades españoles abriesen el próximo curso oyendo las palabras del ciudadano-obrero Juan Carlos Lorenzana. ¿Conciben una mejor lección inaugural?

PS. Una nota en comunicación personal de Isabel Alba: «Ayer [11 de julio] la Puerta del Sol estaba repleta de gente, puño en alto, cantando el Santa Bárbara y gritando «Madrid obrero está con los mineros». Luego les pegaron a base de bien, pero verles y oírles anima mucho, sobre todo desde aquí, donde ayer apenas nos juntamos quince y nuestras cacerolas». Concluía: «seguiremos saliendo».

Nota:

[1] No llegó a editarse en su momento. Pude verse ahora en De la primavera de Praga al marxismo ecologista. Entrevistas con Manuel Sacristán Luzón. Los Libros de la Catarata, Madrid, 2004, pp. 91-114 (edición de Francisco Fernández Buey y Salvador López Arnal)

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.