El viento rugía anoche en el campo abierto y sin cultivar de Somonte. Al fin algo de aire fresco para los jornaleros que ocuparon el pasado marzo estas 400 hectáreas situadas en Palma del Río (Córdoba), propiedad de la Junta de Andalucía. Resguardados en el porche de una de las tres viviendas de la finca, […]
El viento rugía anoche en el campo abierto y sin cultivar de Somonte. Al fin algo de aire fresco para los jornaleros que ocuparon el pasado marzo estas 400 hectáreas situadas en Palma del Río (Córdoba), propiedad de la Junta de Andalucía. Resguardados en el porche de una de las tres viviendas de la finca, comentaban el éxito de la marcha que les había llevado a recorrer esta provincia andaluza los tres días anteriores.
María estaba a punto de preparar la comida para la treintena de personas que ayer se quedaron a dormir en Somonte. Entre ellos, varios compañeros de Madrid que apoyan las ocupaciones y el movimiento de los trabajadores del campo liderados por el diputado de Izquierda Unida y alcalde de Marinaleda (Sevilla), Juan Manuel Sánchez Gordillo.
De repente, Lola salió del interior de la casa. Tenía algo que comunicar al grupo: «Mañana salimos en el New York Times». Se refería a las imágenes de la fotógrafa Laura León publicadas hoy en el diario estadounidense y en la portada del International Herald Tribune. Sonrisas, pero sin excesivo revuelo. Uno de los adolescentes que vive en la finca revisa las ampollas de sus pies.
Cuesta reconocer la cara de Lola Alvárez con su larga melena suelta. Durante toda la marcha por tierras cordobesas, la responsable del Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT) en su provincia llevaba el pelo recogido bajo un sombrero de paja. En ella no es pose. Empezó a trabajar como jornalera en su pueblo, Posadas, desde que tuvo edad para hacerlo.
Anoche estaba cansada, pensando en el madrugón que les esperaba hoy para poner en orden la huerta. «Estos días hemos ido a la marcha casi todos. Se ha quedado gente vigilando, pero no es lo mismo», explica. Las sandías de Somonte son excepcionales. Así lo asegura uno de los jornaleros venidos desde Sevilla. Este mes las han vendido en ferias y mercadillos.
Cuando se instalaron en esta solitaria finca, algunos solo aspiraban a cultivar parte de la tierra para el autoconsumo. Pronto los vecinos empezaron a regalarles semillas y el huerto se hizo más extenso de lo esperado.Ahora las dos hectáreas de tierra de riego cultivadas les permiten producir verduras que comercializan gracias a su red de apoyos en lugares tan distintos como Vallecas (Madrid) o La Tejedora, en Córdoba.
La agricultura ecológica forma parte de los principios de esta comunidad y también del SAT, asegura Álvarez: «No queremos que la Junta de Andalucía nos ceda la tierra, no buscamos ser propietarios. Lo que queremos es que nos ceda su usufructo. La tierra, como el aire y el agua, como las semillas, no debe ser de nadie».
Argumentos similares usa Gordillo en sus parlamentos, en los que este profesor de Historia alterna proclamas más o menos incendiarias con datos macroeconómicos que pretenden ser pedagógicos y crear conciencia para su movimiento, «pacífico pero revolucionario».
Durante la marcha y la concentración de ayer ante la subdelegación del Gobierno en Córdoba, Lola permaneció en todo momento junto a Gordillo y Diego Cañamero, líder del SAT y ex alcalde de El Coronil (Sevilla). Ellos alternaron el megáfono, pero ella no habló. Sí lo hizo después con todos aquellos que se acercaron para saludarla expresamente. Algunos querían conocerla en persona, habían oído hablar de Lola y querían agradecerle «lo que había hecho». Uno de ellos, le pidió el teléfono y ella se lo dio, con la misma facilidad con el que suele escribirlo Gordillo a todo aquel que se lo solicita.
Varios hombres mayores de rostros curtidos por el sol no dudaron en darle la enhorabuena a esta mujer de 44 años por su «arrojo». Saben que se la ha jugado muchas veces, que está «señalada» por pertenecer al SAT desde los 30. «Hace años que nadie me ofrece trabajo. A mí no me llaman», dice con una sonrisa triste. En algunos lugares del campo andaluz, se sigue escogiendo a diario a quienes merecen ganarse el jornal. El viejo «tú sí, tú no».
¿Y en casa no te decían que no te señalaras? «Mira, ahí está mi padre», responde indicando a un hombre que conversa alegremente en el porche. «Tiene 83 años y ahí está, apoyando». No es su único pariente en Somonte. Su sobrina Elena se encarga cada noche de actualizar el blog que explica el día a día de la vida en la finca.
Elena tiene 19 años. Antes no se perdía una fiesta, pero desde que ocuparon la finca solo ha salido para ir a manifestaciones. Ahora, además, lleva el tractor.
¿Está cambiando algo? ¿Las movilizaciones van a dejar su poso? «Eso es lo que más cuesta», admite Álvarez. Por ello, los líderes del SAT son muy escrupulosos a la hora de escoger sus palabras, de crear lenguaje.
Las «acciones sorpresas» y las «expropiaciones forzosas» de supermercados son algunos de los conceptos que más utilizan. Los oponen a los medios de comunicación que estos días hablan de «asaltos», «robos» y «forajidos». Una «expropiación forzosa» es para estos líderes sindicales un eufemismo tan válido como «rescate», «copago» o «liberalización de servicios». Pero no es fácil luchar contra la propaganda, se quejan.
A Somonte han llegado periodistas sorprendidos de que los jornaleros tuvieran capacidad de expresarse por sí mismos y falsos reporteros que hacían preguntas más propias de un informe policial que de un artículo.
«Nos desalojaron la noche del 26 de abril. Fue bochornoso. Unos 200 antidisturbios y más de 100 agentes del cuerpo especial de la Guardia Civil», recuerda Álvarez mientras se mira los pies morenos, en los que resalta el rojo de sus uñas pintadas. «Todo esto rodeado de policías, ¿te lo puedes imaginar?», dice, señalando los alrededores de la casa, alejada varios kilómetros de una carretera secundaria. Aquella noche no había gente acompañándoles. «Solo éramos 20. Ellos saben en todo momento cuánta gente hay en la finca, porque nos controlan día y noche, y cuentan los vehículos que entran», añade.
El próximo desalojo quizá sea inminente, pero los habitantes de Somonte, los primeros tras demasiados años de abandono, no tienen miedo. Todo lo más, pena. Una pena que Álvarez conoce desde hace 19 años, los que han pasado desde que emigró a Mallorca el menor de sus nueve hermanos.
«Mi padre enfermó de pena cuando se fue. Desde entonces, en mi casa solo se celebra la Navidad los años en que viene mi hermano». En realidad, esa fue la razón definitiva para que Álvarez empezara a militar en el SAT. No necesita adornar de grandes discursos su toma de conciencia: «No puede ser que esta tierra, siendo tan rica, siga sin trabajarse, porque sus propietarios reciben subvenciones por el número de hectáreas que poseen y no por lo que producen. No puede ser que haya tantas familias que tengan que dividirse porque no pueden vivir en su tierra. No queremos subvenciones, queremos trabajar».
A punto de cenar para irse a dormir en el cuarto que comparte con otras cinco mujeres en Somonte, Lola aún tiene tiempo para bromas. Un compañero de Vallecas confirma que al día siguiente irá a Marinaleda a comprar aceite, «el mejor del mundo. Bueno, hasta que produzca Somonte».
¿Acabarán compitiendo? «No, eso nunca. Aquí no competimos», puntualiza Lola.