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Regar con lágrimas

Fuentes: Le Monde Diplomatique

Que la agricultura industrial está detrás del uso intensivo del agua es una realidad no suficientemente conocida ni denunciada, sobretodo cuando sabemos que usa más agua de ríos, lagos y acuíferos que la que reponen las lluvias o las nieves. Y ahora, como están divulgando los informes de la organización GRAIN, se puede concluir que […]

Que la agricultura industrial está detrás del uso intensivo del agua es una realidad no suficientemente conocida ni denunciada, sobretodo cuando sabemos que usa más agua de ríos, lagos y acuíferos que la que reponen las lluvias o las nieves. Y ahora, como están divulgando los informes de la organización GRAIN, se puede concluir que los mismos intereses comerciales que la mueven están detrás del agua del continente que más sed pasa: África.

  1. La agricultura que no piensa en el agua

Si analizamos las agriculturas tradicionales de los mil y un ecosistemas del Planeta tendremos una obviedad: ha evolucionado adaptándose a la disponibilidad de agua. Sólo recorriendo el estado español, como ejemplo, veremos el cultivo del arroz en los deltas o territorios más húmedos, los cereales de secano de las mesetas áridas o semiáridas, y los cultivos de regadío junto a las riberas de los ríos. Incluso en las islas volcánicas como Lanzarote descubrimos un sorprendente caso de tal coevolución, el cultivo de vides en conos excavados entre las pequeñas piedras de la zona, el lapilli, que aprovecha cada una de las gotas del rocío.

Los pueblos que las diseñaron tenían presente que el agua no es sólo un recurso fundamental para la producción de alimentos, también tenían claro que es un re-curso, un curso que tiene que volver, preciado y ‘caído del cielo’. Será por eso que en todas las culturas y religiones el agua aparece como elemento sagrado. En todas menos una, la cultura capitalista del negocio, que ha desarrollado una agricultura industrializada que no piensa en el agua y la usa hasta el derroche por encima de las capacidades de la Naturaleza de reponerla.

El caso más paradigmático lo denunciaba el poeta uzbeko Muhammed Salikh, «No se puede rellenar el mar de Aral con lágrimas», refiriéndose a la destrucción de la cuarta masa de agua dulce más grande del mundo, el Mar de Aral en el Asia Central. En pocas décadas una agricultura de regadío de algodón a muchos kilómetros de este lago interior le robó tanta agua, que si bien las cosechas fueron exitosas, hoy apenas se mantiene el 10% del volumen de agua que contenía, está contaminada y la pesca y quienes vivían de ella ha desaparecido.

Sí efectivamente, observar la foto del Mar de Aral antes y después te hace sentir vergüenza de un ser humano torpe donde los haya, donde la avaricia se hace evidente e insoportable, pero una situación similar tenemos a nivel global escondida bajo el disfraz del ‘rendimiento’ agrario, con la etiqueta de muchas universidades avalando el sistema y con la marca de muchas empresas de dudoso prestigio. Se ha impuesto su discurso, el de la industrialización de la agricultura para producir más alimentos cuando sabemos que es el discurso de quienes sacan tajada económica, no de la lucha contra el hambre ni la defensa de la biodiversidad. Las semillas de alto rendimiento, los pozos y motores de bombeo, las canalizaciones excesivas y desde luego la ganadería intensiva, en un sistema de mercadeo sin regulaciones, son los actuales y velados sistemas derrochadores de agua dulce.

El gobierno Saudí durante los años 80 invirtió miles de millones de dólares para bombear el agua de sus acuíferos para regar millones de hectáreas de trigo y posteriormente de alfalfa para la ganadería estabulada. Apenas les queda agua subterránea. Las plantaciones frutales de California, en Estados Unidos, son un éxito comercial pero se calcula utilizan un 15% más del agua que reponen las lluvias. No podrá continuar mucho tiempo. En la India los cálculos cifran que la agricultura industrial que reemplazó los sistemas y cultivos tradicionales es posible gracias a un uso del agua subterránea de 250 km3 por año, alrededor de 100 km3 por encima de la restitución que garantizan las lluvias. De entre los cultivos comerciales impuestos en algunos estados de la India destaca la caña de azúcar, uno de los cultivos que [además de desplazar cultivos alimenticios] más agua consumen, igual que en otras regiones del mundo los intereses económicos han impuesto – mutilando muchos bosques y selvas- las plantaciones de sedientos eucaliptos para la industria papelera. La industria animal que ha impuesto el sobreconsumo de carne en el mundo es también un claro responsable del agotamiento del agua potable. Las necesidades de agua para la producción de alimentos de origen animal es lógicamente mucho más alta que la dedicada en alimentos vegetales, pero si además hablamos de ganadería intensiva, alimentada en establos con granos producidos intensivamente e importados de otros continentes, y su carne es comercializada en otros países, el consumo de agua se dispara hasta la insostenibilidad. Promover este modelo de agricultura industrial tiene consecuencias muy peligrosas, como ya saben en China, donde actualmente más de 100 millones de su población depende de alimentos producidos mediante un uso excesivo de agua, es decir, un modelo sin futuro.

Cualquiera de los casos comentados, supone a medio plazo un grave problema de sobreuso del agua dulce y de inmediato una vulneración de la Soberanía Alimentaria de los pueblos afectados. Son ejemplos de unos intereses comerciales que pisotean medios de vida de comunidades campesinas; de desplazamientos forzados de sus regiones; de desertización, salinización o encharcamiento de sus tierras; de contaminación de las aguas de riego o de boca; y claro de mucha menos agua disponible para la producción de sus alimentos.

Son en definitiva, y como escribió Vandana Shiva, «las guerras del agua». No es una gran guerra abierta con misiles y cañones, con invasiones y soldados; es un sutil pero dramático avance de una modelo agrícola que saca agua de donde sea -con graves costes ecológicos y sociales- para producir su mercancía a vender. Un terrorismo empresarial con la connivencia de las instituciones políticas y su violencia de despacho. Las guerras del agua ya causan muchas bajas, y parece no tienen freno.

  1. El saqueo hídrico de África

Arabia Saudí, China y algunos magnates indios son junto a algunos fondos de inversión y empresas del sector agroalimentario, los sujetos que más tierras están adquiriendo en África, desde principios de siglo, en lo que se conoce como ‘acaparamiento de tierras’. ¿Sólo buscan el valor de la tierra? No. Es la escasez de agua que padecen sus sistemas de cultivos agroindustriales la que en buena medida les está llevando a tales adquisiciones.

GRAIN ha analizado un buen número de las adquisiciones de tierra en regiones africanas y afirma que «casi todos ellos están ubicados en la cuencas de los ríos más grandes con acceso al riego, ocupan tierras fértiles en los humedales o se ubican en áreas más áridas donde puede llegar agua de los grandes ríos o de aguas subterráneas mediante bombeo». Las aguas del Nilo, el Níger o el Congo son, no hay duda, una nueva mercancía para controlar por parte de estos capitales pues saben les representará muchos dividendos con la comercialización de las materias primas ahí producidas, en su caso, alimentos o agrocombustibles para la exportación.

Se calcula que en tierras etíopes se han ‘entregado’ a inversionistas extranjeros un total de 3.6 millones de hectáreas para ser puestas en producción de regadío (como Karuturi Global Ltd de India que obtuvo una concesión de 50 años renovables, por 100 mil hectáreas con opción para otras 200 mil hectáreas; Saudi Star de Arabia Saudita que obtuvo 140 mil hectáreas y está tratando de obtener más; o Ruchi Group de India que firmó un contrato por 25 años por 25 mil hectáreas). En el Sudan del Sur y en Sudan la cifra asciende a 4.9 millones de hectáreas entregadas a corporaciones extranjeras como Citadel Capital (Egipto), Pinosso Group (Brazil), ZTE (China), Hassad Food (Qatar), Foras (Arabia Saudita), Pharos (EAU) y otros, que proyectan también ponerlas a producir. Lo mismo está ocurriendo en Egipto, con más de 140 mil hectáreas entregadas a inversionistas saudís.

¿Podrá entonces la frágil cuenca del Nilo asumir el riego para estos 8 millones de nuevas hectáreas puestas en producción agroindustrial? ¿Tendrán en cuenta, como siempre han tenido las comunidades locales, que la disponibilidad de agua del rio es estacional o cultivaran en ciclos continuos año tras año? Si el acaparamiento de tierras no se detiene y se devuelve el manejo comunal de las aguas del Nilo a la población local, la finitud del recurso agua se hará presente. Tengamos presente que según la FAO la cantidad máxima de tierras de riego que puede asumir el Nilo en el total de estos cuatro países señalados es de poco más de 8 millones de hectáreas. Actualmente se riegan ya unos 5 millones, con lo que añadir estos nuevos 8 millones generarían un sobre uso de más de 5 millones de hectáreas de tierra, es decir, una cantidad enorme de déficit hídrico para una cuenca cuya función principal sería regar los cultivos campesinos de la población local de los diez países a los que entrega aguas.

  1. Una guerra de mal perder

Las guerras por el agua de la mano del acaparamiento de tierras está afectando a millones de personas africanas y a su medio de vida, la agricultura, la ganadería o el pastoreo. Citando de nuevo a Vandana Shiva es un combate entre dos culturas muy distintas: «una cultura que entiende el agua como un elemento sagrado cuyo suministro es un deber para el mantenimiento de la vida, y otra que considera el agua una mercancía, y su propiedad y comercio un derecho fundamental de las empresas».

En cada nueva compra o adquisición de tierras en África tenemos una victoria de la cultura de la mercantilización del agua que deja a miles de personas, respetuosas y sensibles con su entorno, sin el acceso adecuado al agua para su sustento. En cada nuevo acaparamiento la cultura de la agricultura industrial, del derroche del agua dulce y de su contaminación avanza posiciones sobre las culturas de los suelos vivos, llevando a tal extremo el uso del agua que esquilmará el futuro de nuevas generaciones. Quién sabe si en realidad detrás de cada parcela de tierra fértil robada no hay previsto el peor de sus usos, la especulación financiera, muy propio de los protagonistas de la cultura que destruye los bienes comunitarios.

«Los defensores de los acuerdos de cesión de tierras y de los mega sistemas de riego -explica GRAIN en referencia a estos abanderados de la cultura de la mercantilización- argumentan que estas grandes inversiones deben ser bienvenidas como una oportunidad para combatir el hambre y la pobreza en el continente. Pero utilizar excavadoras para darle lugar a los cultivos de exportación que requieren uso intensivo de agua no es y no puede ser una solución al hambre y la pobreza. Si la meta es aumentar la producción de alimentos, entonces hay amplia evidencia de que esto puede ser logrado en forma mucho más efectiva, construyéndola sobre los sistemas tradicionales de manejo de aguas y de conservación de suelos de las comunidades locales. Sus derechos colectivos y tradicionales sobre la tierra y las fuentes de agua deben ser fortalecidos y no pisoteados».

Más de un tercio de personas africanas hoy viven con escasez de agua; muchos millones tienen enormes dificultades para asegurar su alimentación que se agravarán con el encarecimiento de la materia prima derivado de la especulación; y los efectos del cambio climático ya están afectando a su agricultura. No añadamos a tales dificultades un robo a gran escala de sus recursos -tierra y agua- que solo «las personas y comunidades de África deben administrar y controlar para enfrentar los inmensos desafíos que tienen por delante en este siglo».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.