Hay ocasiones en las que es conveniente aparcar la reflexión, el análisis y la búsqueda de las razones para dedicarse exclusivamente a describir hechos y situaciones que responden a las más bajas pasiones de esta especie nuestra, y que atentan contra las más elementales normas de convivencia. El actual sistema socioeconómico se mueve aún a […]
Hay ocasiones en las que es conveniente aparcar la reflexión, el análisis y la búsqueda de las razones para dedicarse exclusivamente a describir hechos y situaciones que responden a las más bajas pasiones de esta especie nuestra, y que atentan contra las más elementales normas de convivencia. El actual sistema socioeconómico se mueve aún a sus anchas, haciendo y deshaciendo a su antojo, porque quienes mantienen el poder saben que las mayorías silenciosas no cuestionan su entidad. Cuando la actuación política se convierte en provocación es porque están seguros sus actores de que el pueblo sometido no se enfrentará eficazmente contra ellos. Cuando los medios de comunicación vomitan tanta basura en épocas de desigualdad radical como la que vivimos es porque están absolutamente seguros de la ausencia del rechazo por parte de una sociedad doblegada frente a la manipulación, a la mentira y al cinismo. ¿Qué más tendrá que ocurrir para que reaccionemos, para que tengan lugar brotes de rebeldía y abandonemos las acciones que desgastan a los que las llevan a cabo, pero que no dañan a los que dominan? Queremos ahora ocuparnos, en particular, del clientelismo y del tráfico de influencias como una rama más de la corrupción pura y dura, una corrupción burda y masiva cuyos protagonistas son esos seres despreciables que con sus actos tratan de ocultar una intolerable pobreza humana.
Las privilegiadas «jubilaciones» de los políticos
A estas alturas de la historia no descubro nada nuevo si digo que los políticos gobiernan a favor de los que ostentan el poder real, por lo que más tarde, cuando abandonen la política activa, encontrarán la recompensa. No es este el momento de discernir si es un previo acuerdo entre dirigentes de grandes entidades y políticos, o es el precio que han de pagar los primeros por los favores prestados con anterioridad. Tampoco merece la pena discutir si el perfil de los expolíticos recolocados y agraciados es el idóneo para cumplir las tareas de «asesores», función con la que suelen ser contratados. Sencillamente nos limitaremos a señalar algunos casos de exdirigentes políticos que cobran desorbitadas cantidades de dinero, y que suman a los sueldos públicos que les paga el Estado. González y Aznar como expresidentes de Gobierno, exministros como Salgado y el anciano Solbes (PSOE) o Zaplana, Acebes y Piqué (PP) son algunos ejemplos de beneficiados. Y el caso más reciente y sangrante es el de Rato que después de arruinar una de las principales entidades financieras, por lo que se encuentra inmerso en un proceso judicial, ha sido nombrado «asesor» de Telefónica con un sueldo de unos 200.000€. Cada día conocemos nuevos casos de abusos y desmanes. Hoy me entero de que los expresidentes de Comunidades Autónomas mantienen despachos, secretarias, chofer, asesores y un sueldo vitalicio. Por lo que parece la lista es interminable lo que nos sitúan en un mundo de locura en el que se conjuga la penuria de la mayoría con la abundancia de unos desvergonzados que se ríen de los que les votan o les han votado.
Provocación, e insulto a la juventud
En estos días, el caso Carromero, un delincuente español condenado en Cuba, se convierte en el exponente de lo que se cuece en los bajos fondos del partido político gobernante, lo que se traduce en la provocación y el insulto para una juventud que está sufriendo paro y precariedad, a la vez que una demostración evidente de que la «justicia» es una farsa y las leyes un instrumento al servicio del poder económico o político. Este individuo, militante del PP, ha sido condenado a cuatro años de cárcel en el país caribeño, pero ha sido repatriado para que cumpla la condena en España. Y tal como muchos presumíamos, nada más llegar sus «padrinos» se han puesto en marcha para liberarle de la pena. A través de un embrollo legal, quedará en libertad de inmediato, pero lo más desgarrador es que se reincorporará a un puesto de trabajo de libre designación (asignado a dedo) en el Ayuntamiento de Madrid con un sueldo de más de 50.000€, lo que supone una burla para esa juventud en paro cuyas aspiraciones no van más allá de un sueldo de 20.000€ aunque tengan un par de títulos académicos, sepan dos o tres idiomas y hayan cursado más de un máster.
Es esta una nueva fórmula, la asignación a dedo, para colocar a militantes de partidos políticos o hijos de gobernantes en puestos de «asesores», con unos sueldos desorbitados. Algunos padres de estos agraciados al menos tuvieron que pasar por un tribunal de oposiciones, aunque tuvieran que recurrir al enchufe para ser funcionarios antes que políticos.
Lo que está ocurriendo ahora con este aberrante reparto del empleo -en una situación de paro, precariedad, escasez e inseguridad laboral- además de ser un insulto para la sociedad, da lugar a una especie de depresión colectiva de jóvenes (y no tan jóvenes) que está afectando al conjunto de sus vidas al observar como la inmoralidad se convierte en norma, y rompe con las más elementales reglas de contratación laboral. Por otro lado, la escasez de trabajo potencia el egoísmo, la insolidaridad, el miedo y la indiferencia entre aquellos que mantienen su ocupación, aunque la situación pueda dar un cambio radical de la noche a la mañana como está ocurriendo ahora en Iberia, Telemadrid, en Paradores; como ya ha ocurrido en la construcción, en enseñanza; y como ocurrirá, según nos anuncian, en sanidad y en la banca. Esto por poner sólo algunos ejemplos.
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