Este artículo analiza las caras imperceptibles del sexismo, la socialización de los diferentes géneros y cómo afectan a la militancia cotidiana entre compañeras de lucha
Tal y como Lenin planteaba en 1920, «el proletariado no logrará emanciparse completamente sin haber alcanzado la libertad completa para las mujeres». Son las organizaciones, plataformas, sindicatos y movimientos sociales más situados a la izquierda los que defienden este principio.
Desde apoyar e impulsar espacios en defensa de la liberación real de la mujer, tanto dentro como fuera de las organizaciones, hasta trabajar por detectar y señalar actitudes sexistas entre los y las compañeras de militancia. Desde pasarse horas discutiendo sobre como potenciar a las nuevas compañeras, hasta que estas compañeras se sientan cohibidas por la discriminación positiva que se ejerce sobre ellas. ¿Cómo encontrar un equilibrio entre igualdad o preferencia?
Como revolucionarias luchamos por la emancipación de la clase trabajadora y la creación de un sistema igualitario y equitativo, donde cada persona sea realmente libre y consciente de su libertad. Sin que nadie disponga de tanto ni nadie de tan poco para que se den situaciones de opresión o subordinación de ningún tipo. Y en este punto entra la opresión a la mujer, convirtiéndose en uno de los puntos de especial hincapié dentro de los debates, tanto formales como informales de la izquierda combativa.
Una historia de lucha
Desde la revolución rusa, pasando por la proclamación de la segunda República en el Estado español, hasta las revueltas de Grecia, Egipto, Siria, el 15M, etc., la liberación de la mujer siempre ha estado presente.
Durante la revolución rusa los avances en los derechos civiles de las mujeres fueron espectaculares: legalización del aborto, libre y gratuito, igualdad de salarios, colectivización de tareas reproductivas, etc. Hasta la contra revolución estalinista, que mediante nuevas leyes y reformas impuso un retroceso ideológico, aplicando a las mujeres premios por la maternidad o relegándolas al hogar mientras la acumulación del capital aumentaba.
Como nos cuenta Ana Villaverde en su artículo Mujeres libres: un precedente de feminismo combativo1, durante la segunda República fueron muchas las mujeres que participaron en la vida política, tanto socialistas como comunistas, pero fue en el anarquismo donde se desarrolló más la teoría feminista. Las anarquistas comprendían que la liberación de la mujer no se daría automáticamente después de la revolución social, sino que era algo que las trabajadoras debían llevar a cabo conjuntamente con el proceso revolucionario.
En 1936 se crea la organización Mujeres Libres en Madrid, un colectivo autónomo, hecho que supuso algún rechazo en las ideologías libertarias. En 1938 pidieron ser consideradas una sección autónoma del movimiento libertario y les fue denegado.
El movimiento libertario alegaba que el hecho de que fuese una organización donde solo se aceptaban mujeres era un elemento de desunión. Pero Mujeres Libres constituía un espacio de respuesta a una situación determinada, un espacio donde buscar la mejor estructura organizativa para conseguir que las mujeres participen en la lucha por la transformación de la sociedad en igualdad de condiciones que los hombres. Pues al ser una mayoría masculina, las voces y necesidades femeninas, en diversas ocasiones, quedaban enmudecidas. No pretendía ser un espacio contra los hombres, ni donde trabajasen en direcciones diferentes a estos, sino un espacio para empoderar a las mujeres, donde estas pudiesen sentir más suya la lucha por la transformación y el cambio.
Surge pues la necesidad de que las mujeres se autoorganicen separadas de los hombres, pues estas mujeres se encontraban con que en la práctica de sus espacios mixtos de militancia las cuestiones de género pasaban desapercibidas ante el resto de luchas económicas y productivas. Así como que pocas veces se tenían en cuenta las dificultades que tenían las mujeres para organizarse, ni se adoptaban las perspectivas femeninas a ninguna situación, creyéndose los hombres, por el papel que la sociedad les otorga, los dueños de la razón. Muestra de esto es que todo y que en la teoría se consideraba a las compañeras femeninas compañeras de batalla, en la práctica durante 1938 Durruti dio la orden de relegar a las compañeras a trabajos de retaguardia, enfermería, cocina, etc. y prohibió estrictamente que las mujeres pasasen al frente.
En la actualidad basta con entrar a las páginas web de la mayoría de organizaciones y sindicatos de la izquierda para darte cuenta de que son pocos los que disponen de un espacio exclusivo donde se trate la cuestión de la mujer. Podremos encontrar lenguaje sexista, salvo en algunos artículos específicos que utilicen un lenguaje más neutral, y también podremos apreciar de forma generaliza que en la mayoría de ilustraciones no aparece ni una mujer, y cuando lo hace responde a los cánones de belleza socialmente impuestos.
Disponemos de una teoría feminista muy avanzada en lo referente a igualdad y equidad, pero no somos capaces de llevarlo a la práctica, entre todas, considerando que las cuestiones de género deben recaer una vez más en las espaldas de las mujeres y no en el conjunto de la clase. Pues en la práctica si se crea una comisión de género o un espacio feminista dentro de la propia organización tiende a ser habitual que el impulso de este espacio lo asuman las mujeres del grupo, convirtiéndose a veces en «el rincón donde hablar de nuestras cosas».
También tenemos la opción de participar en una organización no mixta, que defienda los principios marxistas sobre la emancipación de la mujer. Y una vez más nos encontraríamos que en la práctica no es el conjunto de la clase trabajadora quien apoyaría nuestras reivindicaciones. Las apoyarían los pequeños grupos feministas como el nuestro y algunas de las mujeres militantes en organizaciones mixtas y/o sindicatos en los cuales se proclama que la revolución no existe sin la mujer. Esta falta de apoyo, si se puede llamar así, no es debida a una mala intención por parte de dichas organizaciones o a que en la teoría nos mientan. Muchas veces se debe a un desgaste de fuerzas, a una cuestión de prioridades, pues a no ser que sea un 8 de Marzo o un 25 de Noviembre, siempre ha primado el conflicto actual e inminente ante el conflicto transversal de género. Denotando, como bien explica Patricia García en su artículo «¿La emergencia de un nuevo machismo-leninismo?»2, actitudes »machistas-leninistas», apoyadas en la teoría pero rindiéndose ante la práctica.
La incursión del 15M en 2011 provocó una mayor visibilización del sector feminista en muchos ámbitos. Nació Feministas Indignadas, un colectivo antipatriarcal que defiende, entre otras muchas cosas, que la revolución será feminista o no será, como lo más genérico y, de forma totalmente empírica, que no se utilice lenguaje sexista.
El lenguaje sexista es uno de los micromachismos más conocidos y trabajados por la izquierda. El lenguaje se puede entender como creador del imaginario social, es decir, es capaz de determinar nuestra visión del mundo. Por ejemplo, no es casualidad que cuando los medios de comunicación hablan sobre un hombre viril y fuerte, »un hombre como dios manda», tienden a compararle con un toro, otorgándole todas las habilidades del animal, y cuando se trata de una mujer, en cambio, nos viene a la cabeza una delicada rosa o un cisne reluciente en un lago. O simplemente el hecho de que si en una clase el docente dice »niños, estad callados» las niñas se sientan identificadas dentro del plural masculino, mientras que los niños no se sienten igualmente identificados cuanto la frase es «niñas, estad calladas». El uso del genérico masculino implica invisibilizar a las mujeres. Si se dice en un cuento que «se encontró a dos niños jugando en el camino», la imagen es de dos niños masculinos. Lo mismo sucede si pensamos en «los trabajadores en el piquete desafiando la represión policial».
Cada vez es más común encontrar escritos de la izquierda donde se tiene en cuenta la cuestión del lenguaje. Encontramos fórmulas como, «trabajado@s», «trabajadorxs» o «trabajadoras y trabajadores», pero son muchos los debates abiertos aún sobre esta cuestión. Todas tenemos claro que el lenguaje determina nuestro imaginario social, pero mientras lo divulgamos y practicamos en ámbitos de militancia, supone un sobreesfuerzo hacerlo también en nuestra vida cotidiana, donde muchas veces no encontramos la frontera entre lo pedagógico y lo conflictivo.
Utilizar un lenguaje no sexista no implica ninguna revolución, pero cumple dos objetivos. Por un lado, sirve para ir rompiendo la dinámica de invisibilizar a las mujeres. Y por otro lado, sirve para utilizar la cuestión del lenguaje sexista para abrir el debate sobre la opresión de la mujer.
Como dice muy bien David Karvala en el artículo de su blog Machismo-leninismo, micromachismo y marxismo, sobre la cuestión de corregir expresiones sexistas «no es por tanto una cuestión de conseguir una pureza del 100%, […] es imposible crear islas de pureza dentro de un mundo capitalista, […] sino de ir trabajando el tema. Es una lucha diaria, como otras muchas luchas»3.
La superación del sexismo supone una lucha diaria
Cuando David Karvala hace referencia a «otras muchas luchas» engloba desde la lucha antiglobalización, en su forma más abstracta y generalizada, como la lucha que se está llevando a cabo actualmente en el hospital Sant Pau de Barcelona o la resistencia a una reforma más contra el sistema educativo. Todas estas «otras muchas luchas» tienen características comunes, son luchas concretas, específicas de determinados colectivos, que la izquierda combativa ve como una chispa para impulsar la luchas de las clases trabajadoras y, en todas ellas, de forma transversal, se debe tratar y trabajar la cuestión de género.
Este hecho me lleva a distinguir dos tipos de luchas dentro de esas «otras muchas luchas». Podemos encontrar la lucha del momento, una reacción tras una posible ofensiva o tras una ofensiva clara. Actualmente nos encontramos partícipes de mil y una luchas diarias en contra de los recortes, de la austeridad, de las reformas llevadas a cabo, en contra del capital, del racismo, del sexismo, etcétera. Son todas luchas importantes llevadas a cabo por los sectores más combativos. Luchas que nosotras las mujeres nos creemos y apoyamos.
Y en cambio nos encontramos con otras luchas donde el componente individual adquiere más relevancia, ya que nos hemos socializado en unos valores y actitudes que muchas veces reproducen injusticias sociales. Este sería el caso de la lucha contra el sexismo, el racismo o la homofobia, luchas que en muchas ocasiones exigen que nos cuestionemos actitudes o expresiones que tenemos muy interiorizadas, más o menos conscientemente.
Centrándome, esta vez, en la lucha por la liberación de la mujer, cabe decir que si en una cosa estamos de acuerdo las militantes de la izquierda es en que la liberación de la mujer ha de ser una lucha transversal, conjunta a la de la emancipación de la clase trabajadora.
Cuando decimos que una lucha es transversal nos solemos referir a que se lleva a la práctica en el día a día de la organización. Y que precisamente esa práctica será la encargada de producir un cambio de consciencia, capaz de romper con las realidades preestablecidas de nuestra sociedad.
De la teoría a la práctica
Ahora bien, si analizamos la práctica más empírica, como podría ser una manifestación, nos encontramos con que cuando se corean cánticos en contra de personalidades políticas, el «lema» (por no decir insulto) más coreado es el de «hijos de puta». Y son pocas, por no decir ninguna, las voces que se alzan en contra de este insulto altamente sexista.
Cuando en una reunión, durante un mitin, o cuando un compañero de lucha coge el megáfono, si al dirigirse a la gente solo lo hace utilizando plurales masculinos, será por norma general una mujer quien alce la voz para exigir que se utilice un lenguaje que nos incluya a todas. Queda así relegada al género femenino la defensa más combativa de su identidad. Si alguien hiciera un comentario racista, seguramente una persona blanca, que no es objeto de esa discriminación, lo reprocharía.
En las reuniones o asambleas abiertas, en los treinta primeros minutos del debate los turnos de palabras suelen corresponder a una mayoría abrumadora de hombres (superior, si se da el caso, a la mayoría real de hombres presentes), bien porque solemos dudar más de si diremos o no algo que aporte contenido al debate, o simplemente porque las intervenciones anteriores ya han expresado aquello que queríamos decir.
Cuando las militantes de izquierdas decidimos maquillarnos o «arreglarnos» un poco más de lo considerado normal, el primer comentario que oímos al ver a alguna compañera de militancia es «uii, qué guapa te has puesto», siendo nuestro aspecto físico el primer juicio que se ejerce sobre nosotras. Demostrando que, a pesar de militar en una organización de izquierda, no somos impermeables al sistema de valores (en referencia a la estética) que nos han inculcado. Cada vez que decimos que una compañera es o está guapa, estamos enviando en mensaje, tanto a la mujer que recibe el halago como al resto, de que estamos siendo constantemente cuestionadas por nuestro aspecto físico.
También es asombroso el escaso número de veces que se cita a una compañera en una intervención, frente al número de referencias a otras intervenciones de los compañeros masculinos, incluso aunque hayan repetido la misma idea.
Y lo más preocupante seguramente es que en el momento en que una compañera decide alzar la voz para señalar o denunciar una actitud sexista nos encontramos con, en primer lugar, la pregunta «¿seguro?, me extraña que lo haya dicho este compañero», poniendo en duda la credibilidad de la compañera y potenciando cierta inseguridad para futuras ocasiones en las que se detecte la misma actitud. Cuando no hay dudas de que ha sido una actitud o comentario sexista, suele venir la actitud defensiva donde la crítica se suele calificar de excesiva («qué exagerada que es esta mujer… si solo le he dicho que estaba muy guapa»), haciéndola dudar de si sus percepciones son o no del todo reales o importantes. Y por último está la respuesta de «sé que tienes razón, lo asumo y lo tendré en cuenta para la próxima vez, ¡pero no le demos más vueltas!». Y luego nos volvemos a encontrar en manifestaciones, reuniones y asambleas en las que se reproduce, otra vez, el mismo problema.
Actitudes de negación, de exageración o de desviación del tema, suelen ser típicas cuando hablas con algún compañero sobre una posible actitud sexista. Adoptan a menudo una actitud defensiva frente a lo que asumen como un ataque al esquema establecido. Sin entender que el decir «yo no soy machista porque estoy a favor de la emancipación de la mujer» no es suficiente para acabar con el sexismo más sutil que muchas veces ni las mismas mujeres somos capaces de detectar.
Como bien dice Luis Bonino en la introducción de su artículo sobre micromachismo: «Pretende ser un llamado a seguir profundizando en la reflexión y la autocrítica sobre los propios comportamientos, […] pero sin olvidar que queda aún mucho camino por recorrer»4. Pues bien, la reflexión y la autocrítica ya somos capaces de hacerla, sabemos que existen miles de actitudes impregnadas de un sexismo muy sutil. Ahora, después de analizarlas, reflexionarlas y criticarlas de forma abierta, nos queda practicarlas. Aún nos falta recorrer ese camino.
Si es verdad que las personas no pueden sobrepasar el desarrollo histórico, o pasarle por encima, sí que pueden acelerarlo o frenarlo mediante la acción consciente, pieza co-determinante de la historia. Podemos hacer caer, además de gobiernos y sistemas de producción, mitificaciones y roles de género que vemos que encierran una opresión acallada, una relación de dominación para todas pre-existente, que nos lleva a menudo a realizar acciones del todo inconscientes pero con un efecto muy real. Y para hacer caer estas mitificaciones la práctica diaria en todos los ámbitos de nuestra vida es necesaria, así como extender esta crítica a sectores sociales amplios que estén en lucha contra cualquier injusticia social.
Me atrevo a modificar una de las frases que Rosa Luxemburg pregonó en el periodo que le tocó luchar y digo que el día en que la clase obrera comprenda y decida no tolerar más actitudes sexistas, el sexismo será imposible5.
Dania Medina es militante de En lluita / En lucha
Notas
1. Villaverde, Ana, 2012: «Mujeres libres: un precedente de feminismo combativo» en Periódico En lucha / Diari En lluita. Diciembre/enero, Num.19.Disponible en http://www.enlluita.org/
2. Patricia (2011), «¿La emergencia de un nuevo machismo-leninismo?», Kaos en la Red, 29/10/2011. Disponible en http://old.kaosenlared.net/
3. Karvala, David 2011: «‘Machismo-leninismo’, ‘micromachismo’ y marxismo», en su blog Textos de un antisistema. Disponible en http://davidkarvala.
4. Bonino, Luis 2004: «Los Micromachismos: la violencia invisible en la pareja», en f Nº 2 del Ayuntamiento de Madrid, noviembre 2004. Disponible en http://www.joaquimmontaner.
5. «El día en que la clase obrera comprenda y decida no tolerar más guerras, la guerra será imposible», Rosa Luxemburg.