«Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios». Con esta lapidaria frase, según cuenta el evangelio de Mateo, se dirigió Jesús a los sacerdotes, que utilizaban la posición que les daba la religión para hacer riqueza. Esta visión la aplican hoy curas como Enrique […]
«Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios». Con esta lapidaria frase, según cuenta el evangelio de Mateo, se dirigió Jesús a los sacerdotes, que utilizaban la posición que les daba la religión para hacer riqueza.
Esta visión la aplican hoy curas como Enrique de Castro, que lleva más de 40 años dedicando su vida a los desheredados desde una parroquia de Vallecas (Madrid), la San Carlos Borromeo, que ha servido de sede de asambleas a colectivos sociales en incontables ocasiones. El cura Javier Baeza le ha tomado el relevo, pero De Castro continúa su labor junto a los desheredados, pese al retiro nominal.
En las misas, que poco gustan a una Conferencia Episcopal comandada por el cardenal ultraconservador Rouco Varela, no hay liturgia. Se comentan fragmentos de la Biblia y problemas del barrio. Todos participan y el cura no viste sotana, sino unos vaqueros. En vez de obleas, el cuerpo de Cristo es un pan casero. Hay quien puede pensar que todo esto es herejía pero, en la San Carlos Borromeo, las convenciones de la Iglesia son lo de menos. Lo importante es otra cosa.
¿Cómo decidió meterse a cura?
Fue por etapas. Me lo planteé cuando terminé bachillerato y me fui a Santander, a Comillas, donde estaba el seminario. Allí pasé 5 años sin que nos dejaran ir al pueblo. Estábamos entre curas y vacas todo el tiempo. Tuve que estudiar dos años de latín y griego, ya que había hecho el bachillerato de ciencias, y luego tres años de filosofía. Entonces dejé de verle sentido a estar allí y me marché. Me vine a Madrid, que es de donde soy, convalidé la filosofía en la Complutense y me puse a dar clases en colegios. Un tiempo después, decidí estudiar Teología, porque ya habían trasladado la facultad de Comillas a Madrid. En el último año de carrera, a los 28 años, me planteé ser cura de nuevo.
¿Qué cambió para que no fuera un cura «convencional»?
Nosotros ya en la universidad vivimos una etapa de cierta renovación dentro de la Iglesia, recién celebrado el Concilio Vaticano II. Allí empezaron los primeros brotes de muchas de las cosas que hacemos ahora. Incluso en el seminario de Comillas hacíamos misa participativa, donde la gente hablaba. Estuve yendo además a algunas charlas de marxismo-cristianismo. En definitiva, aunque yo provenía del mundo burgués y universitario, estuvimos en determinados ambientes de una Iglesia un tanto abierta. También me acuerdo que siendo chaval, en el colegio, íbamos los domingos a llevar comida a Las Ventas. Más arriba todo eran chabolas y cuevas. Y nos llevaban allí a repartir comida a los niños pobres.
¿Cuándo da el salto y se va a trabajar a Vallecas?
Cuando yo me ordeno como cura, en 1972, es cuando decido venirme. Preferí estar en un barrio obrero. Me ordené en marzo, pedí venir a Vallecas y ya en junio me trasladaron. Había un cura aquí en el barrio, en una parroquia, que estaba buscando un compañero y me vine con él. En aquel entonces, Vallecas era muy distinto a todo lo que anteriormente había vivido. Aquí la gente es muy espontánea, lo que creo que es una de sus mejores cualidades. La mayoría eran inmigrantes españoles, de Extremadura, Andalucía, Castilla-La Mancha, que habían venido a trabajar a Madrid, porque se planeaba convertir esto en un gran cinturón industrial para competir con Barcelona. La gente venía a cambio de nada. No les daban ni casas, ni servicios, ni nada. Ellos mismos se construían sus casitas, durante la noche. Se decía entonces que cuando estaba el tejado puesto ya no podían echarte. Así que se compraban parcelas de 30 o 40 metros y ahí iban haciendo sus casitas, sus chabolas y demás. Vallecas, que en los años 50 tenía 25.000 habitantes, superaba ya los 300.000 cuando llegué yo. Ha sido un barrio de aluvión, de relleno, sin servicios.
¿Cómo fueron los comienzos?
Como digo, la gente era muy sencilla, muy espontánea, de llamar al pan pan y al vino vino. El trato era muy cordial, te acogían muy bien y te observaban, porque aquella no era gente religiosa. Te encontrabas las costumbres sociales de bautizos, bodas, comuniones y ese tipo de cosas, pero no una gente de ir a misa salvo en el caso de unos grupos concretos. En las zonas en que yo me moví también había gente muy religiosa pero muy franquista, porque aquí se construyeron colonias en el franquismo para gentes del Movimiento. Eran muy fieles al régimen y vivían ese catolicismo. Cuando llegué, [el cardenal Vicente Enrique y] Tarancón llevaba un año ya en Madrid. Tarancón, que había sido colocado por el Papa Pablo VI -potenciador del Concilio Vaticano II y de la Teología de la Liberación-, impulsó una apertura muy fuerte en la Iglesia. Empezó el movimiento de curas obreros. Cuando yo llego aquí ya había curas trabajando en diferentes oficios, y yo comencé también, para vivir de nuestro sueldo. Eran los últimos años del franquismo. Estaban luchando de manera intensa los movimientos obreros en la clandestinidad, y, por otro lado, tomaron fuerta los movimientos vecinales.
Entonces comenzó el modelo de la parroquia de San Carlos Borromeo.
En 1981 me vengo a Entrevías. Allí empezamos a darle la voz a la gente, a hacerla participar, para que no sea sólo el cura el que hable. El trato es de tuteo, no hay tratamiento de don. Entonces, gente que no venía a la iglesia habitualmente empieza a venir, porque aquello les llama la atención. En la misa se habla de lo que está sucediendo en nuestra sociedad, se habla del franquismo, de la dictadura, de la lucha por las libertades y por la justicia. Se crean en la parroquia varias cosas de promoción social, como escuelas de padres o de mujeres. A los niños los sacamos del ámbito de la Iglesia y les conseguimos locales en el barrio para que se reúnan. Tratamos de que la Iglesia sea una institución por supuesto laica, voluntaria, a la que la gente venga porque quiera.
La misma estructura de los bancos para los fieles, dispuestos en semicírculo, configura un espacio participativo.
El altar se convierte en mesa. Le llamamos la mesa de Jesús, alrededor de la cual estamos todos, participamos, comentamos el Evangelio, hablamos de las cosas que están ocurriendo a diario en nuestras propias vidas. Y la gente cuenta lo que le preocupa. Claro, nosotros en aquella época sí estábamos muy vigilados. Teníamos policías en las misas de manera permanente.
¿Tuvieron algún problema con la justicia?
Sí, fuimos detenidos varias veces. Participábamos en encierros, en alguna que otra manifestación. Aquí se hizo la asamblea cristiana de Vallecas, prohibida por el Gobierno. Entonces hicimos una huelga de misas en la que participamos unas cincuenta parroquias. Hicimos una huelga de misas para que el Gobierno percibiera que no se podía jugar con estas cosas. Luego, cuando las últimas ejecuciones del franquismo, en el año 1975, decidimos hacer una homilía contra la pena de muerte. Entonces el obispo hizo una que nos gustó mucho y fue la que leímos.
¿En aquella época no había problemas con el Arzobispado?
No. Como te digo, Tarancón abrió mucho la Iglesia. La cosa cambió cuando llegó el papa Juan Pablo II. Cambió radicalmente todo. Dio todos los pasos atrás habidos y por haber. Él era un hombre encantador, pero su ideología era anti Concilio Vaticano II. Supuso volver atrás. Ratzinger era el cardenal encargado del Santo Oficio, de la doctrina de la fe. Los dos fueron destituyendo a los obispos de la teología de la liberación, y los sustituyeron por otros con una ideología afín a la que ellos tenían. Entonces llegó el nuevo arzobispo de Madrid, Ángel Suquía, que fue aplicando las nuevas directrices de la Iglesia. Posteriormente, Rouco Varela haría lo mismo, pero de manera más intensa. Tenía añoranza de la Iglesia de la época del franquismo.
Sin embargo, ustedes continuaron con su manera de hacer las cosas.
Yo había pasado una época de descubrir en el Evangelio lo que era la lucha por las libertades y demás. A partir de 1980 llegan los chavales de la calle, con el tema de la droga, y nos piden ayuda. Yo empiezo a convivir con ellos. En ese momento, nosotros estamos muy centrados con la tarea con estos chavales. Cárceles, comisarías, el descubrimiento de la tortura, habitual en todas las comisarías. No conozco ninguna donde no se haya torturado. En aquellos años, y hablo de los 80, a partir de la legislatura de Felipe González, seguía pasando exactamente lo mismo. A los chavales los persiguen, los mata la policía, pasan años en prisión. Luego ya viene, como consecuencia de la heroína y la aguja, el sida. De esta manera se exterminó a dos generaciones enteras de chavales. Esto ocurre entre la década de los 80 y de los 90.
¿Cuándo pasaron a ser incómodos?
Nosotros hacíamos denuncias sociales y a la clase política, porque no se estaba incidiendo en el mundo de la marginación, pero nadie se metía con nosotros. Ni la Iglesia ni el Gobierno. Nuestra labor social hallaba eco en los medios. La confrontación con la Iglesia oficial llegó a partir de la legislatura de [el entonces presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez] Zapatero. Ya estamos en el 2004. A partir de ese momento, la legislacion de Zapatero pone a la Iglesia en frente, con temas como el aborto o el matrimonio gay. Entonces vino la prensa a hablar con nosotros, a preguntarnos sobre estos temas. Yo en un principio les decía que tenían a los moralistas, a los teólogos, que acudieran a ellos. Nosotros estábamos en otro frente. Pero los medios insistían, nos decían que querían conocer la opinión del cura de calle. Finalmente opinamos sobre el tema y nuestras opiniones no gustaron. Tuvieron mucha repercusión.
Y entonces sí toparon con la Iglesia oficial.
Exacto. Eso, unido a la liturgia que hacemos, en la que la gente participa, comenzó a molestar. En vez de comulgar con ostias, las madres de esos chavales con los que trabajábamos hacían pan y nos lo traían. Otras veces, en vez de pan preparaban un bizcocho, o rosquillas. Con eso hacíamos la liturgia. Hay temas determinados que la Iglesia oficial no acepta. Ahí surge ya el conflicto visible y es cuando nos dicen que cierran la parroquia, en 2006.
No gustó vuestra manera de entender los evangelios.
En la misa participamos cristianos, musulmanes, ateos, agnósticos. Descubrimos que la fe es un elemento humano, no religioso. Es de todo ser humano. Es decir, el ateo tiene la misma fe que tengo yo, en el hombre, el ser humano, en la lucha, en la utopía, en querer cambiar las cosas, en crear vida. En esa fe participamos quienes participamos ahí. Fuera de eso, cada uno tendrá sus creencias. Pero la fe es un elemento humano, es patrimonio de la humanidad. Es además un motor en nuestras vidas, lo que nos hace luchar, lo que nos hace comprometernos.
¿Considera que la Iglesia está alejada de las enseñanzas recogidas en los evangelios?
Claro. Jesús, en su tiempo, se enfrenta con la misma estructura con la que podemos estar enfrentándonos hoy. Él se enfrenta con las autoridades religiosas y civiles. Él dice que el ser humano está por encima de la ley y que el ser humano está por encima del sábado. Jesús dice que el ser humano es dueño del sábado, el símbolo de lo religioso. Él desafía y se convierte en un ilegal, porque está contaminándose con los ilegales, con los impuros, con los que convive y a los que les dice que pueden salir adelante, que su fe es el potencial para salir adelante. Su fe realiza los gestos liberadores que él viene a proponer. Jesús se enfrenta con el templo y se enfrenta con el sacerdocio. Realmente, si hoy estuviera Jesús aquí se enfrentaría de la misma manera. Esta vez no iría al templo de Jerusalén, iría al templo del Vaticano. Sociológicamente vivimos la misma situación.
¿Cómo ves en este sentido a la jerarquía eclesiástica y cómo podría cambiar?
Ya hay muchas voces diciendo que el Vaticano tiene que desaparecer. Primero, como Estado. La Iglesia no es un Estado y esto ya lo han dicho varios obispos latinoamericanos, teólogos, y nosotros mismos. Luego, todo lo que es la Banca Vaticana, el poder que representa. ¿Qué significa un Papa, que se dice vicario de Cristo en la Tierra, reciba, como a la muerte de Juan Pablo II, a 172 jefes de Estado? ¿Con quién se relaciona Jesús? No es con ellos con los que se relacionaba. Jesús a ellos los fustigaba. Se relacionaba con la gente pobre, con la gente que nadie quiere.
¿Cómo se puede lograr que la Iglesia cambie y se desprenda de esa jerarquía alejada de los marginados?
Yo creo que la solución nunca va a venir del poder de la Iglesia. Ninguna solución viene del poder. Jesús eso lo plantea muy claramente. El poder no sirve para la liberación humana, sino el servicio, la ayuda, la solidaridad, la lucha por la justicia, y eso está en las bases. Que un Papa cambia algo, pues fenomenal. Pero, primero, la estructura no lo va a permitir, o van a intentar que no lo pueda hacer. Por eso, el hecho de que un Papa sea distinto, pongamos a Juan XXIII, cambia poco. Ahora dicen que éste tiene otro talante. A mí me alegra mucho que se haya quitado los zapatitos rojos y esos detalles, pero son más cosas. Bueno, ha escrito una carta a la Conferencia Episcopal latinoamericana que a mí me ha parecido muy importante, porque les ha dicho que vuelvan a Aparecida, un encuentro que supone la consagración de la Teología de la Liberación en Latinoamérica. Eso es un toque fuerte de atención a los obispos. En una carta que es un folio nada más, bien sencilla.
Pero no va a ser el Papa quien haga el cambio. O lo hacemos los curas y sobre todo la gente de base o no se hará. Los curas no somos más que una pieza, quizás de principio de unión, de coordinación de la comunidad, de lo que se quiera, pero no somos nada distinto. El concepto de sacerdote, entendido como intermediación entre Dios y el ser humano, se lo cargó Jesús hace ya más de veinte siglos. Jesús era laico. En este sentido, presidir una comunidad lo puede hacer un hombre, una mujer, un casado, da lo mismo. No tiene que ser nada especial ni es una persona sagrada. El sacerdote es como cualquiera.
En este sentido, vosotros desmitificáis figuras como la del celibato…
Totalmente. Lo que yo digo no es que una mujer pueda o no ser sacerdotisa. Lo que digo es que tiene que desaparecer el sacerdocio. Pongamos la palabra cura o la palabra presbítero. Pongamos la que sea, pero que no tenga una connotación sagrada, de alguien distinto y separado del resto de los seres humanos.
El momento en que Jesús nombra a Pedro como «edificador» de la Iglesia, ¿no se puede interpretar como la justificación de esta jerarquía?
Ése es uno de los textos más discutidos en la exégesis evangélica. Hay un consenso entre los exégetas en que éste es un texto añadido de manera posterior, y además de una pluma distinta. Basta con ver cómo actuaba Jesús. Cuando entra en el templo y derriba las mesas de los cambistas. Los cambistas eran los que hacían el cambio de moneda, que eran los sacerdotes. Eran de la casta de los saduceos, eran los dueños del templo. Se llevaban el 65% de los impuestos del pueblo. No se podía entregar dinero al templo en moneda extranjera porque era moneda impura, sobre todo la romana, que tenía la efigie del césar Augusto como emperador divino. Entonces, los judíos que estaban en la diáspora, en Roma, en Grecia, venían y se iban a donar al templo. Tenían que cambiar la moneda, y se la cambiaban en el propio templo. Eso hacían los cambistas, y era un negocio. Jesús también derribó las mesas de los que vendían palomas y demás para los sacrificios. La gente no podía llevar un pichón de su casa, o un cordero, porque eran animales impuros. Tenían que comprarlos en el templo porque ya lo habían purificado, y entonces se ofrecía en sacrificio. Es decir, era otro negocio. Esos son dos ejemplos entre otros muchos. Los saduceos eran los grandes terratenientes, tenían el 90% de las tierras en Palestina.
Existen muchas similitudes con la Iglesia moderna…
Sí, claro. El poder religioso es eso y hay que ponerlo en evidencia.
¿Cómo ves el papel de la Iglesia actual ante la crisis? Normalmente se le critica que no está tomando partido a favor de los afectados.
Están ofreciendo el silencio. Se están preocupando de lo que es la doctrina moral de la Iglesia y sobre todo en materia sexual. Respecto a lo demás, se callan. No se van a enfrentar con los poderes que la mantienen. Si veo un Papa que se va del Vaticano y decide irse a vivir a donde sea, con la gente sencilla, a ese sí que voy a ir verle, allí donde esté. Pero no, la Iglesia está muy encerrada en sí misma. Fíjate en que ha perdido mucha vigencia, por todos los escándalos que han saltado. Está preocupada por cómo mantener su poder.
Fuente: http://www.lamarea.com/2013/05/16/enrique-de-castro/