Luis Berrizbeitia [LB] ha tenido la amabilidad de responder a unas preguntas con las que iniciaba, a modo de prólogo, un libro de conversaciones sobre aspectos de la historia de Catalunya. El título de su trabajo: «Más respuestas a las preguntas de Salvador López Arnal» [1]. Fue la mía una mala ocurrencia, una mala idea. […]
Luis Berrizbeitia [LB] ha tenido la amabilidad de responder a unas preguntas con las que iniciaba, a modo de prólogo, un libro de conversaciones sobre aspectos de la historia de Catalunya. El título de su trabajo: «Más respuestas a las preguntas de Salvador López Arnal» [1].
Fue la mía una mala ocurrencia, una mala idea. Probablemente hayan llamado más la atención esas preguntas (que no esperan respuesta propiamente) con las que abrí el ensayo y, en cambio, las conversaciones, propiamente, el material de verdadero interés del libro, hayan quedado en un segundo o tercer lugar. No debería haber sido así. Los entrevistados aportaban (siguen aportando) informaciones, puntos de vista y argumentos de interés.
Reitero, pues, mis disculpas. No acerté.
LB ha escrito un largo artículo crítico. Seré mucho más breve que él y responderé sólo a algunas de sus observaciones y comentarios. No porque piense que sus restantes objeciones sean menores o de escaso o nulo interés. En absoluto, lo contrario es lo verdadero. Es simplemente para no agotar al lector/a con asuntos, aristas temáticas y argumentos que acaso haya ya podido esgrimir yo mismo en otras ocasiones. De nada en demasía, aconsejó el clásico. Y menos aún, repetirse como un loro.
En la introducción a un texto titulado «Conversaciones con Cataluña», comenta LB con un pequeño error (las conservaciones son «sobre Cataluña») de libre descarga en la red, «el prolífico y combativo Salvador López Arnal presenta una lista de preguntas relativas a las relaciones entre España y Cataluña en la que creo ver una invitación a sus lectores a sumarse a la discusión que lleva animando ardorosamente desde hace ya algún tiempo». LB dice no ser experto en la realidad catalana (no importa que no lo fuera -lo es de hecho- porque todo el mundo tiene derecho a decir la suya desde luego), pero «dado que el asunto me interesa y que el señor López Arnal se ha tomado la molestia de elaborar su cuestionario, he decidido recoger el guante e incorporarme al debate». Lo único que le mueve a intervenir, señala, «es el deseo de contrastar ideas y de señalar las contradicciones -algunas de ellas para mí incomprensibles- que creo detectar en el discurso pansefarádico del señor López Arnal».
Paso por alto lo de discurso pansefadárico (a mi, como a Salvador Espriu, me cuesta mucho escribir «España» y uso una expresión que me resulta más afable), al igual que el curioso trato que me dispensa, «señor López Arnal» (¡qué cosas tiene uno que leer en una página de izquierdas como rebelión!), incluso no me detengo en el asunto de las contradicciones y su incomprensión, y agradezco, por supuesto, el generoso calificativo de combativo que me otorga (el de prolífico debe hacerme pensar). Señalo, eso sí, muy brevemente, un pequeño apunte sobre esa forma de escribir -España y Cataluña- muy propia del nacionalismo catalán y, por lo que veo, de otras perspectivas acaso no muy alejadas.
«España», en esa cosmovisión cultural, parece remitir al resto del actual territorio de España, separada de ella Cataluña. Incluye, por tanto, Euskadi, Galicia, les Illes y País Valencià. No parece del todo pertinente. Si excluimos Catalunya de España porque consideramos que es una nación, lo mismo tendría que hacerse cuanto menos en los casos de Galicia y Euskadi (a no ser que consideremos que son y deben ser España, que forman y deben formar parte de ella, así sin más matices). De la misma forma, en esa forma de decir y pensar, les Illes y País Valencià serían parte de esa España vista con ojos no siempre afables. De ahí, por tanto, que los partidarios de la existencia y la vindicación política asociada a los Países Catalanes tuvieran que levantar su queja con alguna razón atendible. Esa forma de hablar no debería ser la suya propiamente, quiero decir, de los nacionalistas catalanes. ¿Joan Fuster fue un español? ¿También Raimon? Resumiendo: resulta extraño hablar de eso modo si pensamos en las sensibilidades de los partidarios de los Países Catalanes y de los ciudadanos de otros territorios de Sefarad… Perdón, perdón, de -¡ay, ay, ay!- España quería decir.
Comento algunas de los objeciones de mi interlocutor:
1.Para comprenderlo mejor, refiriéndose al uso de la expresión «derecho a decidir» en lugar del derecho de autodeterminación, comenta LB, «piense usted solamente en la naturalidad con la que se aborda la cuestión de la autodeterminación -sin ambages- en países como Canadá y Gran Bretaña en comparación con el dramatismo feroz, las amenazas abiertas -civiles y militares- y las exaltadas apelaciones a la sacrosanta unidad del Estado que informan el debate en Borbonia».
Nada que objetar en la última consideración sobre Borbonia (¡magnífico el palabro!). Pero hay más cera de la que arde o parece arder en este punto. El uso del «dret a decidir» por parte del nacionalismo catalán tiene varias cargas de profundidad y una de ellas remite al sabor, olor y práctica marxista de la expresión «derecho de autodeterminación», así como al intento (anunciado incluso) de que habite el olvido en una lucha, la de las libertades nacionales en tiempos de fascismo y persecución, en la que la presencia, activa y arriesgada, de los militantes de fuerzas comunistas y socialistas revolucionarias era hegemónica. Citaré un nombre como homenaje Francisco Fernández Buey, un ciudadano, por cierto, nacido en Palencia que nunca fue ni ejerció de nacionalista catalán ni tampoco español.
Aquí, en este ámbito, se ha dicho, se ha comentado, de hecho ni se ha ocultado, se aspira a que habite el olvido. Del pasado enrojecido ni se habla. No toca. No somos de los suyos.
Pero no es ese el punto ahora. El punto, más allá de Canadá, es la referencia a Gran Bretaña. Cuesta mucho entender, visto lo visto en Irlanda del Norte, que alguien hable de la naturalidad con la que -en lo que queda del gran Imperio británico- se habla de estas cuestiones. De eso nada, pero nada de nada. Si el gobierno Cameron, pongamos por caso, tuviera el menor indicio de que en Escocia la opción independentista pudiera triunfar, la celebración del referéndum de septiembre de 2014 se ubicaría en territorios del más allá, en el país de «nunca jamás».
De lo cual no debe inferirse ningún elogio al centralismo y españolismo de la mayoría de los gobiernos centrales (no de todos, han existido espacios de más libertad: las dos Repúblicas «españolas» por ejemplo) sino una crítica a la política usual de la Gran Bretaña y a los elogios que recibe por parte de algunos nacionalistas, cuanto menos un pelín olvidadizos. En este punto, visto lo que hemos visto en Irlanda del Norte, no parece que Inglaterra pueda dar lecciones democráticas a nadie.
2.Rebelarse contra esa sujeción, la de Cataluña por España, señala LB, «puede ser tan de izquierdas -en principio, debería serlo más- como predicar la preservación del status quo recurriendo al expediente de ensalzar las virtudes de la unión voluntaria». Nadie defensa el status quo (aparte de las fuerzas más conservadoras) y nadie pretender usar ningún expediente para, indirectamente, justificar el estado actual de las cosas. Los que defendemos desde hace décadas el derecho de autodeterminación, ejercido eso sí de forma democrática, informada y sin cuentos de intoxicación y fanática pulsión nacionalista, hemos defendido siempre ese principio político y, al mismo tiempo, la unión fraternal de los pueblos. Los que defendemos y abonamos la III República federal hispánica no estamos al servicio de ningún status quo.
En el reino Borbón, señala también mi interlocutor, la unión voluntaria queda descartada y proscrita de entrada, «como usted bien sabe y omite señalar» añade. No creo que me haya olvidado, cómo resulta posible olvidar un nudo esencial así. Empero, sí este ha sido el caso, lo hago ahora: lo señalo y pido disculpas por mi error.
3.LB, que en mi opinión se equivoca y de mucho respecto a la denominación de un congreso «científico» a celebrar en diciembre de 2013, señala que «los dos vocablos -Cataluña y España- no agotan el abigarrado espectro de sentimientos identitarios presentes en las poblaciones de ambos países», pero sí, en cambio, «sintetizan los dos ejes, fuerzas u opciones en torno a las cuales se va agrupando la población catalana a medida que el inevitable choque de trenes se aproxima (y de forma tanto más nítida cuanto más torpe, pedestre y amenazadora se va manifestando la respuesta del gobierno español)».
Que la respuesta del gobierno español, hasta la fecha, lo que sabemos de ella cuanto menos, sea torpe, pedestre y amenazadora es, probablemente, mucho más verdadero que falso, pero lo que señala LB sobre los ejes en los cuales, según su punto de vista, se va agrupando «la población catalana» es precisamente el punto central que algunos nos negamos a aceptar como inevitable. Ni aspiramos a ningún choque de trenes nacionalistas, ni aspiramos a que la identidad nacional sea un elemento decisivo en nuestras vidas ni deseamos que sea excluyente el sentirse catalán y español si es ese el caso o el sentirse, como es mi caso y el caso de muchas personas, ni español ni catalán.
4. Hubo castas catalanas que secundaron el franquismo y se beneficiaron de él, señala LB, «y hubo clases sociales catalanas que lo padecieron y gimieron bajo su yugo». Sin embargo, añade, «al mismo nivel que su opresión de clase, la esencia última del franquismo como régimen, sistema e ideología reside en la negación expresa y violenta de Cataluña como nación y, en términos generales, en la opresión y aplastamiento de toda nación distinta de la española».
Me cuesta entender que se hable primero de castas y luego de clases. No acabo de ver que se hable del franquismo como algo externo a Catalunya cuando hubo clases sociales catalanas (con representantes más que conocidos) que apoyaron, que formaron parte del fascismo-franquismo, y del nacional-catolicismo, desde el primer momento. Pero entiendo aún menos que se afirme que el franquismo oprimió a toda nación que no fuera la española, presuponiendo que ésta no fue oprimida. ¿Cómo que no? ¿No fue oprimida la «nación española» cuando la imagen que se transmitió de ella durante décadas y décadas, la que se impuso en colegios e institutos, en Universidades, en los medios de propaganda del Régimen, por todos los medios, fue un lodazal de infamia, falsedad y barbarie? ¿No sufrió en sus carnes García Lorca, Antonio Machado, Enrique Ruano o Julián Grimau, por ejemplo, la opresión a la «nación española»? Nadie niega, desde luego, la específica opresión que se ejerció contra la lengua y la cultura vascas, catalanas y gallegas, eso sí, con el apoyo más o menos entusiasta de numerosos ciudadanos de esas nacionalidades que eran catalanes, vascos o gallegos y no hicieron asco alguno para ubicarse en el pie del cañón, en la vanguardia de la represión y el fascismo.
5. La pugna entre el catalán y el castellano no es, desde el punto de vista sociolingüístico, sostiene LB, «la pugna entre dos lenguas concurrentes que coexistan en inocente vecindad (raramente suele ocurrir tal fenómeno). Se trata de dos lenguas que compiten por la hegemonía social en un contexto de notoria desigualdad de fuerzas».
Algunos, somos muchos si no andamos errados, no pensamos en términos de pugna ni de hegemonía, sino en términos de reconocimiento, colaboración y comprensión. No en términos de búsqueda de hegemonía social. No se trata de eso.
La conjetura de LB -«el cultivo pragmático del bilingüismo es quizá el mayor distintivo de excelencia de una sociedad, y hacia tal objetivo parece que va encaminada precisamente la política lingüística que promueven las autoridades catalanas»-, aparte del uso excesivamente respetuoso de la expresión «autoridades catalanas», es fruto, en mi opinión, de una neta desinformación. No es así; de hecho, nunca lo ha sido. Ampararse en unas declaraciones periodísticas de Oriol Junqueras no es de recibo. Si se me permite, es muy ingenuo Su partido, ERC, ha defendido durante años y años, con la boca pequeña o incluso más abiertamente, que la enseñanza en Catalunya debía ser bilingüe. Sí, pero en catalán y en inglés. El castellano al archivo de lo marginado. Los catalanes, para ERC, no somos españoles y todo «lo español» nos es ajeno.
Es obvio, apunta LB, «que más de la mitad de los catalanes tienen al castellano como lengua materna, pero eso no es óbice para que la lengua catalana siga siendo la expresión «natural» e histórica de la colectividad humana «catalana». Si solo hubiera 1.000 catalanoparlantes ese hecho no cambiaría». No entiendo el uso de natural, aunque esté entrecomillada la palabra; la referencia a los 1.000 hablantes es más que pertinente (tiene razón LB al señalar ese nudo) pero la cuestión es si su aproximación no tiene algún límite histórico o es atemporal. Pase lo que pase, suceda lo que suceda, ¿el catalán será la expresión natural e histórica de la colectividad humana catalana? ¿En exclusiva? ¿No pueden llegar a serlo, dentro de pongamos 40 o 50 años, también (no escribo en lugar de) el árabe y el chino por ejemplo? ¿Por qué no? ¿No es el castellano, actualmente, expresión «natural» también de la comunidad humana catalana? ¿Y si lo tuvieran como lengua materna el 85% de los catalanes tampoco?
«Sin lengua catalana no es posible Cataluña, igual que para un euskaldún sin euskera no hay Euskal Herria y para un español sin castellano no hay España» apunta LB. Aparte de que nadie está hablando o dibujando un escenario de esas características, no lo acabo de entender. Para mi, que -insisto- no me siento español, es perfectamente concebible una España fraternal, justa, socialista (en serio) y solidaria, que usara como primera lengua el esperanto, por ejemplo, por voluntad y deseo de ejemplo modélico de su ciudadanía. En Suiza no se habla «el suizo». En Ecuador tampoco se habla el ecuatoriano.
Así pues, afirma LB, «¿catalán como lengua troncal obligatoria en el sistema de educación público de Cataluña? Sin duda alguna, igual que el castellano en España, con la diferencia de que el sistema catalán garantiza el aprendizaje de dos lenguas sefarádicas y el sistema español no». A mi me asaltan las dudas que LB parece no tener. El catalán, en Cataluña, es lengua vehicular en toda la enseñanza preuniversitaria lo que parece contradecir una de nuestras demandas durante la lucha antifranquista: la importancia de educar a los niños y niñas en su lengua materna (en aquellos momentos, hablábamos de las familias de lengua materna catalana). Por lo demás, no veo por qué el castellano deba ser el único idioma troncal del resto de España. Sería mejor que bueno, sería excelente, que los escolares extremeños o andaluces tuvieran conocimientos básicos de gallego, euskera y catalán. Y ni que decir tiene que también aquí, en Catalunya, deberíamos acercarnos a lenguas tan hermanas como las citadas en primer lugar. ¿Es imposible también está hermandad de lenguas?
Finalizo. Por qué el cenetista asesinado en mayo de 1939 de nombre José Arnal, era una de mis preguntas, es recordado en el monumento a los inmolados en Catalunya (no por Cataluña) como Josep Arnau. LB, que no sabe exactamente como es lógico lo sucedido, señala que «puestos a especular» tal vez se deba a un fenómeno elemental «de apropiación simbólica de las víctimas de la represión franquista». Es un fenómeno, admite, «tal vez reprochable, y seguramente corolario inevitable de un contexto de pugna hegemonista entre dos proyectos nacionales antagónicos».
Yo no considero que sea un fenómeno elemental y la expresión «fenómeno tal vez reprochable» no me parece la mejor de las pensables ni siquiera una forma de pensar y escribir correcta.
Tampoco esta: «¿por qué circunscribir el ámbito de adhesión político-sentimental del pueblo catalán a la limitadísima y arbitraria familia de las personas que detentaron o detentan DNI español? ¿No es esa una actitud mostrenca, chovinista, reduccionista y un apuntalamiento de fronteras para satisfacción de sus apetitos nacionales sefarádicos?» Yo no tengo apetitos nacionales. Ni sefarádicos ni afines o no afines. Yo sigo creyendo, como siempre ha creído la tradición de la que me honra formar parte, que el género humano es la Internacional, no lo nacional acentuado de forma extremada, sin negar desde luego los sentimientos nacionales que cada uno o una puede tener. No es esa nuestra esencia ni nuestro programa ni nadie ha hablo de limitar nuestra solidaridad y fraternidad a las personas que «detentaron o detentan el DNI español».
Nota:
[1] http://www.rebelion.org/noticia.php?id=174378
Salvador López Arnal es miembro del Front Cívic Somos Mayoría y del CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra, director Jordi Mir Garcia)
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