A veces la imagen de un instante acierta a contarnos toda una historia; la metáfora del desgobierno, el retroceso económico y social, la anti-democracia, los intentos de amputación de la vida, las alianzas terrenales y celestiales… Una catedral se reinaugura en La Laguna pero insólitamente lo hace a puerta cerrada. Una catedral es admirada entre […]
A veces la imagen de un instante acierta a contarnos toda una historia; la metáfora del desgobierno, el retroceso económico y social, la anti-democracia, los intentos de amputación de la vida, las alianzas terrenales y celestiales… Una catedral se reinaugura en La Laguna pero insólitamente lo hace a puerta cerrada. Una catedral es admirada entre parabienes y discursos por la misma clase política que crucifica a su pueblo, mientras fuera del templo tras las vallas quedan los gritos de protesta de unos ciudadanos inermes ante el espectáculo de los mercaderes adueñándose de su fe, su esperanza y su sangre.
Una catedral abre sus puertas solo para políticos medievales y minúsculos, ensimismados en su cartera y en su ombligo, que recorren sus estancias remodeladas a precio de oro, reparando en la majestuosa cúpula, en las bóvedas neogóticas, en el púlpito de mármol, mientras su tranquilidad es custodiada por trescientos policías sin alma entrenados para la impiedad. No muy lejos de allí muchos niños laguneros lloran de hambre en sus casas sin agua para bañarse ni luz para iluminar sus tareas escolares en las tardes.
Doce años han servido para evidenciar en una sola imagen el foso abisal entre ciudadanos y una clase política de prioridades invertidas, y la hospitalaria alianza entre el clero y nuestros gobernantes. Cómo se protegen entre ellos, cómo asisten en lugar preferente a sus ceremonias, cómo bendicen sus obras y presiden sus procesiones, cómo financian sus templos, cómo legislan para proteger sus bienes e intereses, cómo los amparan con leyes retrógradas que mercantilizan el conocimiento y la vida, cómo ayudan a su enriquecimiento con sus colegios concertados, cómo apoyan su caridad de visón que no cuestiona la injusticia social.
Una catedral vacía y hueca se reinaugura y ante sus puertas, sin que ningún ministro de dios ni de los hombres salga fuera y lo evite, la policía reprime a los ciudadanos, sirviendo sin pudor a los poderosos y al mantenimiento del statu quo. Se cierra el acto y cae el telón. Por la puerta de atrás salen corriendo políticos y clérigos huyendo de las iras del pueblo y del frío de sus pobres almas.
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