Recomiendo:
1

Sobre la conciencia de clase

Fuentes: Rebelión

«Si los pobres empiezan a razonar, todo estará perdido» (Voltaire) «No hay nada más parecido a un fascista que un burgués asustado» (Bertolt Brecht) «Cuando el pueblo se apasione por sus ideas será la señal del triunfo» (Manuel Azaña) La llamada conciencia de clase es un término que aparece ligado al Marxismo, y por tanto […]

«Si los pobres empiezan a razonar, todo estará perdido» (Voltaire)
«No hay nada más parecido a un fascista que un burgués asustado» (Bertolt Brecht)
«Cuando el pueblo se apasione por sus ideas será la señal del triunfo» (Manuel Azaña)

La llamada conciencia de clase es un término que aparece ligado al Marxismo, y por tanto se le cataloga actualmente como un concepto anacrónico y trasnochado, pero en realidad, nada más lejos de la verdad. Para que el término conciencia de clase pueda tener sentido, en primer lugar hemos de aceptar el hecho de que existen clases sociales, y aquí nos topamos con el primer inconveniente. La sociedad actual, bajo los prismas del capitalismo, acepta el concepto de clases sociales, pero las desliga de su fundamento original, y establece con respecto a ellas únicamente una vaga clasificación en torno a los niveles aproximados de renta, hablando únicamente de clase baja (aquélla con menores niveles de renta, incluso rayando en la pobreza), clase media (aquélla que se considera dispone de un salario digno, y que posee todas sus necesidades cubiertas) o clase alta (aquélla que posee los niveles más altos de renta, y un nivel de vida elevado), distinguiendo además algunas clases intermedias entre estas tres categorías.

Pero en realidad, dicha clasificación de las clases sociales es engañosa. Porque la auténtica clasificación a efectos sociales realmente importante, es la que distingue básicamente entre dos clases sociales: la burguesía (aquéllos que poseen la propiedad sobre los medios de producción), y el proletariado (aquéllos que no la poseen, y por tanto dependen de la venta de su fuerza de trabajo para poder subsistir). Y entre una y otra, es cierto que existen diferentes matices, desde la alta burguesía hasta el precariado. Bien, el caso es que al sistema capitalista no le interesa, de cara a la pugna entre estas dos clases fundamentales, que el proletariado tenga realmente la conciencia necesaria de pertenencia a dicha clase, de tal forma que si ésta se diluye, se va eliminando o suavizando progresivamente, la burguesía tendrá más capacidad y más poder para luchar con más fuerza contra el proletariado, y así conseguir sus objetivos.

Tomemos las palabras de José López: «Y así es que diluyendo la conciencia de clase, camuflando la división fundamental de la sociedad entre por un lado el proletariado, los que no poseen los medios de producción, es decir, los trabajadores asalariados, o incluso los que poseen pequeños medios de producción, es decir, los que son casi trabajadores, pequeños empresarios, trabajadores autónomos, y por otro lado, la burguesía, la gran burguesía, los que poseen los grandes medios de producción, los grandes capitalistas que controlan en gran medida la economía; camuflando dicha división fundamental mediante la existencia de clases intermedias que suavicen dicha separación, se pretende evitar o suavizar la lucha de clases. Si muchos trabajadores se creen que no pertenecen al proletariado (aunque en el fondo sí pertenezcan a él o casi) entonces no sienten la necesidad de luchar contra la burguesía, se crea en ellos una falsa conciencia de clase, se les despista. No es por casualidad que la pequeña burguesía se ponga del lado del proletariado en ciertos momentos y que en otros momentos se ponga del lado de la gran burguesía. El pequeño empresario, el trabajador autónomo, está entre Pinto y Valdemoro. Ejerce el papel fundamental para el gran capital de dividir al proletariado, de proteger a la gran burguesía«.

En definitiva, la Historia de la Humanidad siempre ha sido una guerra entre el pueblo y las clases dominantes, una lucha de clases. Y como en toda guerra, gana aquella parte más fuerte, o aquella parte que usa la estrategia más inteligente o más audaz. La fortaleza de las minorías dominantes reside en el control que tienen de la sociedad. Controlan el sistema político, la economía, los medios de comunicación, la educación, el poder judicial, el ejército, la policía, etc. Controlan el funcionamiento del Estado. Pero el verdadero control es el ideológico. La forma más eficaz y segura de controlar a un pueblo es controlando su forma de pensar. La clave está en la guerra ideológica. Quien gane dicha guerra tiene muchas probabilidades de ganar la guerra global.

Y ésta es la explicación de las múltiples estrategias que la clase dominante pone en marcha para diluir la conciencia de clase del proletariado. Por ejemplo, usar continuamente expresiones incluyentes de la sociedad, de modo que se fomente la unicidad o uniformidad de los intereses de la misma. Expresiones del tipo: «Todos estamos en el mismo barco», «Hemos de levantar la economía entre todos», «A la recuperación de la economía hemos contribuido con nuestro esfuerzo todos los españoles», y mil variantes más por el estilo, están pensadas para conseguir dicho objetivo. Todo ello, por supuesto, unido a campañas de criminalización de los agentes sociales que representan a la clase trabajadora, típicamente los sindicatos de clase, y entre ellos, aquéllos que justamente están más comprometidos en la defensa de los intereses del proletariado. Otra típica estrategia que se utiliza para este fin es anteponer los intereses nacionales a los de clase. De esta forma, se utiliza la identidad nacional para intentar adscribir de forma subliminal un sentimiento de nacionalidad que supera al sentimiento o conciencia de pertenencia a una clase social. Se habla a menudo del «interés general», de la «soberanía nacional», del interés «de país», incluso últimamente de la «marca España», para intentar trasladar a la ciudadanía un sentimiento de falso patriotismo y de defensa y unión de la nación, en este caso, española.

Otra tendencia imperante en la sociedad es la creciente legitimación social de ciertas conductas, de ciertos hechos, de ciertas prácticas, que no sólo son aberrantes, sino que están promovidas por la clase dominante, y que constituyen no sólo prácticas lícitas dentro del capitalismo, sino prácticas inherentes a él. Se legitiman las desigualdades sociales, se comienza a ver como algo normal que exista gente que nade en la abundancia, a la vez que existen pobres de solemnidad, se legitiman las prácticas fraudulentas por parte de la burguesía, y se toleran con una pasividad creciente los constantes atropellos a los derechos fundamentales y libertades públicas. Mediante todo ello, lo que se intenta establecer es una cierta uniformización social, un «todos somos iguales», un «todo vale», un «tú también lo harías», una cierta tabla rasa en los comportamientos sociales, que también contribuye a diluir la conciencia de clase, y a meter a toda la ciudadanía en un mismo saco.

Otra estrategia típica para diluir la conciencia de clase, y de paso instaurar las contrarreformas del sistema sin provocar un estallido social, es disfrazar a éstas bajo un manto de «necesidad técnica». El argumento técnico provoca que la adopción de ciertas medidas aparezcan despojadas de toda intencionalidad política, o dicho de otra forma, se adopten de forma neutra, únicamente bajo una excusa o imperativo técnico. Observemos cómo el Gobierno, para muchas de las reformas que ha implantado, se ha valido del diagnóstico previo de un «Comité de Expertos» que ha analizado supuestamente la situación, desde un punto de vista «objetivo», y ha «recomendado» la puesta en marcha de tales reformas. Pero rebatir dichos argumentos es bastante fácil: la economía nunca es neutra, sino que obedece siempre a unos determinados intereses. Basta con indagar un poco para darse cuenta de los verdaderos intereses que están detrás de las supuestas Comisiones de Expertos, para deducir a quiénes van a favorecer sus consejos, y a quiénes van a perjudicar.

Pero aún hay otros factores que inciden en que la clase trabajadora, o el proletariado, vaya disminuyendo su propia conciencia. Por ejemplo, el control sobre los medios de comunicación masivos, y el control sobre el sistema educativo, que son piezas fundamentales para difundir el pensamiento dominante (que no es otro que el de la clase dominante). La función de mentalización social que tienen estos medios es potentísima. Y de esta forma, haciéndole creer al pueblo que tiene el poder mediante el diseño de unas «democracias» que en realidad son oligocracias al servicio de la oligarquía, haciéndole creer que el poder político es el único responsable de la situación económica, poder político elegido por el pueblo (pero eso sí entre las opciones que el gran capital desea para evitar que se le escape de las manos), haciéndole creer que el funcionamiento de la economía depende por igual más o menos de todos, haciéndole creer que la división de clases entre explotadores y explotados es algo prácticamente del pasado, se hace creer al pueblo que la lucha de clases ha caducado, que es algo que sólo existió antaño y que ahora no tiene ningún sentido.
Pero no nos debemos dejar engañar ante todas estas estrategias. Todas estas proclamas no son más que engañabobos, porque el verdadero sentimiento que hemos de tener es el de clase. Justamente, la mayoría de las personas que dudan o no acaban de comprender el fenómeno del capitalismo y todo lo que éste despliega, es porque están más o menos bajo la influencia de todas estas estrategias. Tienen el sentimiento de la patria muy arraigado, y a la hora de la verdad, por ejemplo, se ponen al lado del presidente de una gran empresa, para defender sus intereses, porque creen que así están defendiendo al país, están defendiendo a España. Se ha podido comprobar hace pocos meses, en las críticas a Bolivia o a Argentina, cuando sus respectivos Gobiernos han aprobado medidas de nacionalización de las empresas «españolas» que tenían filiales en dichos países. No es cierto. Las empresas, aunque tengan nacionalidad «fiscal» no tienen nacionalidad real. No son españolas, ni francesas, ni italianas, ni americanas, son únicamente empresas. A ellas y a sus accionistas sólo les interesa el capital, la capacidad de obtener mayores beneficios, en España, en Italia o en China. Tenemos un recientísimo ejemplo en Iberdrola, que ha declarado (bajo los efectos de la rabieta provocada por el cambio del modelo de facturación eléctrica por parte del Gobierno) su intención de reducir sus inversiones en España, y su ampliación en otros mercados.

En realidad, los intereses nacionales no son más que una cortina de humo para esconder los auténticos intereses, que son los de clase. Ocultando al enemigo, camuflándolo bajo otros disfraces, se procura evitar enfrentarse a él. No debemos perder el norte. La única distinción social es la pertenencia a una clase. Y la conciencia sobre su pertenencia no sólo nos hará comprender mejor todo el entramado del capitalismo, sino también nos dotará de la fuerza necesaria para combatirlo, para enfrentarnos a él, hasta derrocarlo. Vivimos una situación de extremo ataque de las fuerzas del gran capital hacia la clase trabajadora, en una situación de expolio, de expropiación, de desposesión y de aniquilación de todas las conquistas llevadas a cabo por la clase trabajadora durante los últimos siglos. Pero disminuyendo la conciencia de clase, difundiendo cortinas de humo, dividiendo y enfrentando a los propios trabajadores entre sí, desviando la atención sobre las verdaderas causas de fondo de la crisis, van consiguiendo su máximo objetivo, que no es otro que impedir el cambio radical del sistema, cuyo perverso diseño es la auténtica causa del estallido de la crisis-estafa que estamos padeciendo. Comencemos por el principio para poder derrotarlos: poseer conciencia de clase.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.