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Entrevista a Francisco Báez Baquet sobre Amianto: un genocidio impune (VI)

«Nada más revolucionario que la verdad y la cultura si por cultura entendemos el conocimiento de todo lo que vitalmente nos afecta o podría hacerlo»

Fuentes: Rebelión

Francisco Báez, ex trabajador de Uralita en Sevilla, inició en los años 70 del pasado siglo la lucha contra este industria de la muerte desde las filas del sindicato de CCOO. Ha dedicado más de 40 años a la investigación sobre el amianto. Paco Puche, otro luchador imprescindible, reseñó su obra (escrito editado en las […]


Francisco Báez, ex trabajador de Uralita en Sevilla, inició en los años 70 del pasado siglo la lucha contra este industria de la muerte desde las filas del sindicato de CCOO. Ha dedicado más de 40 años a la investigación sobre el amianto. Paco Puche, otro luchador imprescindible, reseñó su obra (escrito editado en las páginas de Rebelión.org).

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Entramos en la Introducción si la parece «Razón de ser de un libro y de su título». Antes, si me lo permite, le pregunto por algunas afirmaciones de un texto de la Federación Malagueña de Ecologistas en Acción. La federación remitió una carta abierta, dirigida a los futuros parlamentarios europeos, solicitándoles un esfuerzo legislativo «que ponga fin al ciclo de vida de uno de los venenos más extendidos por todo el territorio: el amianto.» ¿Le parece correcto un llamamiento así?

Por supuesto que sí. El amianto instalado en España está ya plenamente a término de su vida útil, o a punto de estarlo en un breve intervalo temporal. Por lo tanto, para dar cumplimiento a lo dispuesto en nuestra legislación, en condiciones idóneas, y no dar lugar a que una inmensa acumulación de la tarea a realizar la hagan, en la práctica, inviable, es necesario no demorar más los planes específicos que permitan afrontar de forma ordenada y planificada esta situación. El amianto instalado, al término de su vida útil, es precisamente cuando resulta más peligroso, dado que, por obsolescencia, deviene en friable, esto es, posibilitando que las fibras de amianto abandonen su encapsulamiento en el material de aglomeración (habitualmente, el cemento), quedando liberadas en la atmósfera, al arbitrio de las vibraciones, de las rachas de viento, del acceso por parte de niños que, jugando, manipulen los restos, etc., etc.

No coger el toro por los cuernos, y dejar que sean otros los que, en años venideros, se topen con el problema, agravado ya por tanta inactividad, sería una irresponsabilidad por parte de quienes, en razón de su cargo público, son los llamados a no pasar por alto el reto que tal situación presupone.

Afirman también que, para todos los países europeos, con estadísticas fiables del mineral consumido a lo largo del siglo XX, el 88,8% del amianto instalado llegará a su final de vida útil alrededor del año 2030. Si sus estimaciones con correctas, prosiguen, «la retirada y el depósito seguro de todo el amianto disperso en la UE es una exigencia legal, además de altamente pertinente para procurar la salud pública de la ciudadanía». ¿Le parece adecuada esta demanda?

Sí, por lo ya indicado anteriormente.

Vuelvo a la introducción. Empieza usted por la descripción de una carretera. ¿Nos la explica?

Es una metáfora, que busca incidir en la inteligencia emocional del lector, llevando a su ánimo la inmensidad de la cifra de los mortalmente afectados por amianto, resaltándole que no se trata de un simple guarismo; que estamos hablando de personas, de seres humanos, de vidas humanas truncadas por la tragedia del amianto.

¿Qué es el DALYS, qué unidad de medida es esa?

Es el acrónimo de «Disability-Adjusted Life Year». Un DALY puede considerarse como un año perdido de vida «saludable». La suma de estos DALY en toda la población, o la carga de la enfermedad, se pueden considerar como una medida de la diferencia entre el estado de salud actual y real, y una situación de salud ideal, donde toda la población vive hasta una edad avanzada, libre de la enfermedad y de la discapacidad. Son los días de vida potencial perdidos, para una determinada población. Los DALYS, para una enfermedad o condición de salud, se calculan como la suma de los años de vida perdidos (AVP) por muerte prematura en la población y los años perdidos por discapacidad (APD) para las personas que viven con ese estado de salud o afectados de sus consecuencias.

Los datos que nos ofrece a continuación, ¿están contrastados y confirmados? ¿Cuál cree usted que es el más relevante? Le cito uno que me ha sorprendido: un muerto cada cinco minutos, un World Trade Center cada 10 días. ¿Es así?

Las cifras, en parte, tienen que corresponder forzosamente a extrapolaciones y a meros supuestos razonables, porque ya se encargan los gobiernos de las naciones exportadoras del amianto (como es el caso, notoriamente, del mayor productor mundial, Rusia), de que no pueda ser de otra manera, al no realizar estadísticas, al falsearlas, o al, simplemente, no hacerlas públicas, pero, hecha esta salvedad, los datos, en su globalidad, son correctos, están tomados de fuentes científicamente solventes (OMS, IARC, OIT, etc.) y de autores de generalizado reconocimiento, por su trayectoria profesional en Epidemiología. Gobiernos con un mínimo de seriedad, como puede ser el caso, por ejemplo, del británico, del alemán, del francés, del italiano, del australiano, del norteamericano o del japonés, respaldan igualmente, con sus respectivos datos nacionales, la corrección de las cifras de afectación esgrimidas en nuestro texto. Cifras, además, no lo olvidemos, que de momento no dejan de crecer, año a año, y así hasta un horizonte de culminación, de cenit, que no se vislumbra hasta dentro de una o de varias décadas, para llegar después a extinguirse, en un suave declive, a prolongarse indefinidamente en el tiempo. Es un completo horror.

¿Genocidio tiene entonces sentido? ¿No sería mejor reservar el concepto para hablar de otras situaciones? ¿No sería mejor hablar, como también hace usted, de epidemia industrial?

«Epidemia» es un concepto, que sugiere inevitabilidad, causa natural, aciago azar. En cierto sentido, sí puede hablarse de «epidemia industrial», porque «industrial» presupone algo artificial, humano, no espontáneo, y por lo tanto, deliberado respecto de un determinado propósito, pero, en cualquier caso, considero que el término «genocidio», en el caso de su utilización en el título de mi libro, lo que trata de poner de relieve, es la criminal indiferencia, cuando no la activa ocultación, que ha llevado a una muerte prematura y dolorosa a una ingente cantidad de seres humanos, engañados y abandonados a su tristísima suerte, que no ha obedecido a ninguna suerte de maldición, sino al desmedido afán de lucro de unos empresarios sin escrúpulos.

Sea como fuere, ¿por qué impune? ¿No ha habido sentencias condenatorias de esta industria asesina?

Lo explico en mi libro. Han sido ingentes las cifras de personas que han sido contaminadas, sin que a las mismas se les haya concedido la más mínima compensación económica; pensemos, por ejemplo, en los trabajadores del llamado «Tercer Mundo», pero también en los nuestros -por ejemplo, en los «invisibles» mineros de la minería española del amianto-, pero es que, además, esa pírrica compensación, cuando se produce, en su inmensa mayoría no es en virtud de ningún mecanismo automático o de reacción espontánea del empleador, sino que, por el contrario, se trata del fruto de una áspera y descarnada batalla judicial, prolongada frecuentemente más allá del fallecimiento de la propia víctima demandante, y en la que la empresa demandada, sin renunciar al empleo de artimañas procesales y de marrullerías o de descaradas falacias, luchará como gato panza arriba, hasta agotar el último cartucho, hasta apurar el último recoveco o asidero legal, hasta los más variopintos e inverosímiles, con tal de negarle al trabajador mortalmente dañado, una magra indemnización, que en modo alguno va a equilibrar mínimamente la inmensidad del daño causado. Obviamente, esa durísima batalla en muchas ocasiones no es el trabajador afectado, o sus familiares, quienes la ganan. La pierden, además, cuando en muchas ocasiones es palmaria la injusticia del fallo judicial habido. Una batalla, además, en la que los contendientes legales no disponen, evidentemente, de los mismos recursos. Genocidio impune, por tanto.

Usted explica sucintamente las dos patologías asociadas a la exposición al amianto: la mesotelioma y la asbestosis. ¿Dónde se sitúa la inversión real dedicada a la curación de estas patologías? ¿Es poca, es mucha?

A la curación meramente paliativa, querrá decir, porque otra cosa, ni está, ni se le espera. La inversión en investigación, que es a lo que me refiero, y no a los gastos sanitarios originados por el tratamiento paliativo, en España, que sepamos, no es que sea escasa, es que es nula. Las asociaciones de víctimas, entre sus objetivos estratégicos, está el demandar de las autoridades sanitarias la habilitación presupuestaria necesaria para que esta investigación se llegue a realizar.

Habla usted de quimio-prevención. ¿Qué es, en qué consiste?

Se trataba de una hipótesis, cuya verificación experimental en humanos ha supuesto, desgraciadamente, más perjuicios que nulos beneficios. La idea consistía en suministrar a la población de alto riesgo, unos suplementos nutricionales (vitamínicos, principalmente), que supuestamente habrían de tener un efecto preventivo respecto del surgimiento de los cánceres asociados a la exposición a ciertos contaminantes, como es el caso del asbesto. Lo que ha ocurrido en la realidad del estudio experimental realizado entre los voluntarios inscritos (ex trabajadores del amianto, que han estado expuestos a una contaminación fuerte), es que, a las patologías asociadas al amianto, cuya incidencia no ha disminuido, se ha venido a sumar el daño iatrogénico correspondiente a los efectos colaterales originados por esa supuesta medicación preventiva. En resumen: un completo fracaso.

Respecto a los destinatarios de su libro. ¿Quiénes son, quiénes somos esos destinatarios?

Cualquier autor puede aspirar, como es lógico, a que su libro se difunda lo más posible, y en ese deseo va implícito el propósito de no crear barreras terminológicas que puedan menoscabar esa finalidad, pero, al propio tiempo, se hace imprescindible en nuestro caso, para un mínimo rigor en el tratamiento de las diversas cuestiones abordadas, el uso de determinados tecnicismos de la jerga médica, que es necesario, hasta cierto punto, explicarle al profano en esas materias, con mayor o menor fortuna, que el público juzgará. Eso, por el contrario, puede impacientar a quienes no precisen de tales aclaraciones, en las que, además, y por razones didácticas, se puede incurrir en simplificaciones, quizás poco rigurosas. Se impone, por tanto, un cierto equilibrio, si se aspira a que el potencial público lector no se limite al ámbito de los expertos. La experiencia histórica determina, que cuando el tratamiento de este tipo de cuestiones se ha limitado al mundillo académico, sin trascender a las víctimas, a sus familiares y amigos, a los sindicalistas, a los activistas del ecologismo, a los formadores de opinión (periodistas, divulgadores, comentaristas, etc.), e incluso al simple curioso del público general, etc., el impacto social, histórico, mediático, político e institucional de la obra, en el supuesto de que la misma tuviera méritos suficientes para que llegara a producirse, no se ha llegado a plasmar en una realidad. Por lo tanto, si esa era nuestra aspiración, teníamos que atenernos a ello, y crear una obra que estuviera pensada para que, en la medida de lo posible, se pudiera dirigir el autor a tan heterogéneo público lector. Una arriesgada apuesta, a la que no hemos sabido o querido renunciar.

Usa usted una metáfora: el mapa de las patologías asociadas al amianto es como un laberinto. ¿Qué laberinto es ese?

Imagínese la trayectoria vital que le voy a describir seguidamente, que es posible, y que, en sus múltiples variantes combinatorias, incluso es probable que en la realidad se pueda llegar a dar. Un trabajador expuesto al amianto, es afectado por un derrame pleural y por un engrosamiento pleural, que inicialmente son diagnosticados como «benignos»; más adelante, además, se le detectaría una asbestosis incipiente y cierta disnea al esfuerzo, que de momento es atribuida a su condición de fumador asbestósico; sin embargo, algo después se clarifica que el engrosamiento pleural benigno no era tal, sino, por desgracia, un mesotelioma, que a su vez había sido determinante del derrame pleural igualmente generado, y erróneamente diagnosticado inicialmente como benigno. Ese mesotelioma, en el curso de su desarrollo natural, determina el afloramiento de un síndrome paraneoplásico asociado; por ejemplo, de una hipoglucemia, de una hipercalcemia, o de una disfagia. A su vez, el mesotelioma también termina por difundirse por metástasis que afectan al cerebro del paciente, al nervio óptico y al esófago, y que hacen que el paciente termine por fenecer de fallo multiorgánico. Podría pensarse que esta desgraciada víctima imaginaria ha recorrido todo el calvario de estaciones intermedias, vías y vericuetos de las patologías asociadas al amianto. Sin embargo, no es así, habida cuenta de que no son relativamente infrecuentes las situaciones en las que el paciente se ve afectado simultáneamente por más de un síndrome paraneoplásico, por más de una metástasis, o por más de una neoplasia, como es el caso del padecimiento simultáneo de cáncer pulmonar y de mesotelioma. Ese es el laberinto al que me refiero; un laberinto, que encierra un secreto: que no tiene salida.

Su posición político-informativa la expresa en estos términos: «hay que abordar en toda su crudeza y extensión la completa panoplia de las patologías del amianto.». ¿Por qué? ¿No tiene miedo de asustar a las personas implicadas o simplemente interesadas? ¿No puede paralizar esa apuesta suya por la verdad?

Si no se conoce adecuadamente al enemigo, no se le puede combatir con eficacia. Somos el país de los «paralíticos» aquietados por el espantajo de la «alarma social» que nadie quiere desencadenar, y que es la sempiterna alcahueta cómplice de todos los beatíficos y orondos detentadores de los poderes fáctico e institucional, empeñados en que nadie ose despertar. Un país en el que todo se trivializa, y en el que, a quienes nos pisan los juanetes, encima tenemos que darles las gracias, no sea que se vayan a incomodar.

Decía Camilo Desmoulins, «que no se es revolucionario, sino que se llega a serlo». Nada más revolucionario que la verdad y que la cultura, si por ésta no hemos de entender meramente a memorizar la lista de los reyes godos o la «Fábula de Quinto Horacio a los Pisones»; si por cultura entendemos, también, al conocimiento de todo aquello que vitalmente nos afecta, o que podría llegar a afectarnos. Si no, nos ocurrirá como a un Inspector de Trabajo, a quien, a propósito del amianto, tuvo que oír cómo un engominado y perfumado directivo de una importante empresa española le espetó «que no sería para tanto».

Nos describe, para finalizar, «la interminable retahíla de padecimientos derivados de la exposición al amianto.»

Son como las guindas. Tiras de una de ellas, y te traes enganchada otra, que a su vez tira de otra… El amianto es un cancerígeno multisistémico y un fibrosante, desencadenante de alteraciones del sistema inmunitario, y causa indirecta de afecciones cardíacas asociadas al intento del organismo por compensar la anoxia desencadenada por el bloqueo de la difusión gaseosa, cuyo correcto funcionamiento es la meta de todo el ciclo respiratorio. Su acción mórbida afecta, en realidad, a la totalidad del organismo.

Nos adentramos en el primer capítulo del libro: «Perspectiva histórica de una conspiración de silencio.»

Cuando quiera

[*] La primera, segunda, tercera, cuarta y quinta parte de esta entrevista pueden verse en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=184746 y http://www.rebelion.org/noticia.php?id=185017

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.