El pasado 5 de julio, en el marco de una Jornada conmemorativa de Pasionaria, se celebró en Barcelona un debate sobre el modelo de estado. No tuve conocimiento del encuentro. Desconozco quienes lo organizaron Según parece alguien del publico preguntó en el debate por qué un obrero catalán no iba a votar independencia. No puedo […]
El pasado 5 de julio, en el marco de una Jornada conmemorativa de Pasionaria, se celebró en Barcelona un debate sobre el modelo de estado. No tuve conocimiento del encuentro. Desconozco quienes lo organizaron
Según parece alguien del publico preguntó en el debate por qué un obrero catalán no iba a votar independencia. No puedo confirmar que la pregunta se formulara en esos términos exactos. Ignoro qué entendía el asistente por obrero catalán; dudo sobre qué significaba para él/ella «votar independencia». Pero, en mi opinión, un claro indicio de cuál es la situación a la que hemos llegado es que alguien, en un encuentro relacionado con el legado o la figura de Pasionaria, haga una pregunta (que no es pregunta) de estas características que, obviamente, no busca respuesta. Ya la tiene y más que segura. El independentismo catalanista, en versiones liga-nordistas o con sistemas afines, está haciendo algunos estragos (sin exagerar) entre sectores obreros, grupos sociales próximos y entre algunas de sus fuerzas más o menos representativas (para no ofender a nadie, no doy nombres).
Josep Ferrer Llop [JFLl], ex rector de la UPF, militante o ex militante de EUiA, independentista convencido, ha publicado en sin permiso electrónico de 13 de julio de 2014 su respuesta a la pregunta. Con el mismo título que la duda formulada y, de hecho, sin responder propiamente.
Resumo, espero sin alteraciones, sus análisis, observaciones y, digamos generosamente, argumentos. Algunos son conocidos:
1. La izquierda española (en su terminología: la izquierda no catalana, es decir, una izquierda que incluye la gallega, la vasca, la andaluza o la valenciana pongamos por caso) sigue errando en el análisis y la estrategia ante, lo que él llama, «el secesionismo catalán».
La primera razón es histórica: «un primer error de partida es minusvalorar que la actual «unidad de España» fue, para los territorios de la antigua Corona de Aragón, impuesta por la fuerza de las armas en la Guerra de Sucesión». ¡Muy lejos me lo fiáis! Territorios de la antigua Corona de Aragón, no sólo Cataluña. Dejo en todo caso la historia de 1714 y el apoyo borbónico en el interior de Cataluña y lo nefasto que resultó su triunfo para el conjunto de Sefarad. Josep Fontana lo apuntó con detalle en aquel maravilloso y solidario «congreso», aquelarre nacionalista en opinión de algunos, sobre la España que explotaba a Catalunya celebrado en diciembre de 2013, con apoyo y presencia presidencial.
Tras ella, sostiene el ex rector sin que le tiemble el pulso de la escritura, se ha venido aplicando sistemáticamente (es decir, siempre y no de cualquier forma) «una política represiva de asimilación, recurriendo de nuevo a la milicia de forma recurrente. Incluso en el artículo 2 de la Constitución, impuesto por el Estado Mayor». Dejo lo del artículo 2 y las descalificaciones políticas sufridas por quienes denunciábamos en aquel viejo entonces esa inclusión y esa procedencia por parte de gentes próximas políticamente a JFLl. No es el punto. Se entiende, pues, así lo debe entender el ex rector, que durante estos 35 últimos años la política seguida por instancias de los gobiernos centrales, por todas ellos, sin distinción, y por instancias autonómicas-nacionales catalanas, con amplias competencias en temas culturales y educativos, ha sido una política de asimilación.
De asimilación, ¿a qué? ¿Al castellanismo? ¿Al rancio españolismo? ¿A la historia de Viriato? ¿No ha sido posible cultivar la lengua, la cultura, la historia, las costumbres catalanas a lo largo de estas tres últimas décadas? Cuesta creerlo si uno se da una vuelta por el país, sabe lo que se explica en colegios e institutos o ve tres informativos y medio de TV3.
2. Desde luego, añade JFLl, no solía hacerlo en otras ocasiones, «tampoco se pueden ignorar las relaciones sociales, económicas y sentimentales entre los pueblos peninsulares, generadas gracias a o a pesar de esa unidad impuesta». ¡Que suenen las campanas, todas ellas! ¡Mil de esas campanas suenan en mi corazón! ¡Por fin!
Estas relaciones, también las políticas que no cita, «llevan a plantearse la posibilidad de un estado común, de una federación o de una confederación, pero siempre tomando como punto de arranque teórico esa autonomía de cada parte.» ¡Novedad total! Nada de esto último se decía apenas hace dos meses en otras intervenciones. Parece que vamos bien: esta ha sido la política defendida por la izquierda de Sefarad durante décadas y décadas, también en tiempos de dura lucha antifascista.
Ciertamente, añade con expresión más que mejorable JFLl, «en algunos casos el país invadido ha terminado aceptando alguna forma de integración que respete sus peculiaridades y que conlleve ciertas mejoras sociales y económicas».¡País invadido! ¡Aceptando formas de integración! Pero, apunta, la oligarquía española (que para él debe ser la oligarquía no catalana: es decir, López Rodó, Millet, Fainé o Samaranch no están incluidos en la clase referenciada) se ha caracterizado por todo lo contrario: uniformista en lo cultural, retrógrada en lo social y calamitosa en lo económico.
De acuerdo, de acuerdo, qué duda hay. ¿Y la de aquí, qué caracteriza a la oligarquía catalana-molt-catalana? ¿Su progresismo social (¡ay el pistolerismo patronal, made in Catalonia!)? ¿Son eficaces y más que eficaces en ámbitos económicos? ¿Lo fueron, lo han sido en Banca Catalana y en Catalunya Caixa por ejemplo? ¿Para quiénes? ¿Para el país? ¿Y no son uniformistas en lo cultural? ¿Aquí no? ¿El flamenco, por ejemplo, es parte sustantiva de la cultura catalana? ¿Miguel Poveda es tan considerado como Llach por ejemplo? ¿Mas, Pujol, Mascarell, Mas-Colell y sus colegas son pluralistas y más que pluralistas en asuntos culturales? ¿Dónde lo muestran, dónde lo demuestran? ¡No me lo puedo creer! Cuesta creerlo de hecho.
3. La segunda restauración, comenta el ex rector, ha sido una oportunidad, la última en su opinión, también fallida: «las clases dominantes y los partidos dinásticos dilapidaron las oportunidades económicas, destrozaron el nuevo Estatut y desacreditaron las instituciones.» ¿Qué clases dominantes desacreditaron las instituciones y dilapidaron las oportunidades económicas? ¿Sólo las «españolas»? ¿Las catalanas estuvieron ausentes de este desaguidado? ¿Don Oriol Pujol, por poner un ejemplo entre mil, es un paradigma a retener? ¿Están hechas de otra pasta? ¿Son más modernas, más exquisitas? ¿Con ellas caben acuerdos, pactos, marchas y proyectos en común, objetivos a medio y largo plazo? ¿Todos unidos de la mano mientras destrozan y aniquilan las conquistas obreras del más que demediado estado de bienestar catalán y manipulan y trituran consciencias críticas?
4. La izquierda, debe ser la «española», lamenta el fracaso de esta integración sostiene JFLl: «añora esa posible república federal que no llegó a cuajar y quizá también porque se auto-inculpa de que algo más podía haber hecho.» ¿Algo más? ¿Qué podía haber hecho que no hizo? Pero, desde su punto de vista, «debería celebrar que el pueblo catalán haya sobrevivido a la represión y a los intentos de asimilación. «Si la reconciliación no fue posible, por lo menos no acabó con la aniquilación del oprimido.» (¡Aniquilación del oprimido! ¿De qué oprimidos?)
A ver, a ver, a ver cómo se come todo esto: ¿la izquierda debería celebrar que el pueblo catalán haya sobrevivido a la represión? ¿No lo ha celebrado, no ha concelebrado con el pueblo catalán, el vasco, el andaluz o el castellano que hayan sobrevivido a la represión? ¿Y eso cómo si fuera algo externo, como si pasara por allí despistada, como si no tuviera nada que ver con el asunto? ¿La izquierda catalana y española, siguiendo la terminología más que inconsistente de JFLL, no fueron dos de las fuerzas que más hicieron, con riesgos indudables, por defender la cultura, la lengua, las tradiciones, la autonomía catalana (o vasca o gallega por ejemplo? ¿Quién publicó la primera revista en catalán (Horitzons, Nous Horitzons) en la postguerra franquista? ¿Quiénes acudían a las manifestaciones del 11 de septiembre durante el franquismo? ¿Recuerda JFLl los apellidos y orígenes sociales y territoriales de los detenidos? ¿Quiénes defendían a un tiempo y sin contradicción el derecho de autodeterminación como solución política en tiempos de represión nacional (que no son nuestros tiempos ni de lejos), la solidaridad entre los pueblos y la República democrática federal como horizonte? ¿La izquierda catalana pensó en algún momento en romper lazos con el resto de la izquierda española? ¿Cuándo se emborrachó de soberbia y suficiencia y se puso a los pies de sus propios dominadores?
5. Probablemente, prosigue JFLl, ese primer error de análisis (¿qué error?, ¿lo han detectado?) nos lleva al segundo, «cuando se sigue diciendo que el proceso soberanista es una cortina de humo inventada por la burguesía y/o por Artur Mas para tapar las vergüenzas de sus recortes sociales. Probablemente lo está instrumentalizando pero no lo inventó». Es una insurrección, afirma, este el término por él usado, «de clases medias, de profesionales, de medios rurales, de pequeños y medianos empresarios y de buena parte de la clase obrera, que han llegado a la conclusión de que la convivencia respetuosa dentro del estado español es imposible.»
Lo de insurrección de las clases medias (concepto nada marxista y más que impreciso), es decir, de una parte de esas mal llamadas clases medias, JFLl incluido en ellas con satisfacción seguramente, probablemente sea más verdadero que falso (aunque «insurrección» es, a todas luces, un término más que inexacto). Pero ¿de dónde habrá inferido el ex rector que buena parte de clase obrera está por esa labor? ¿Qué datos confirman esa apreciación? ¿Qué estudios? ¿No será más bien una profecía que desea autocumplirse y que se anuncia una y otra vez para ello? Por lo demás, ¿es necesario recordar el bombardeo nacionalista incesante que se está sometiendo al país desde medios como TV3, Catalunya Ràdio e instrumentos de intoxicación cultural e ideológica afines? ¿Exagero? Vean cualquier programa de debate de la televisión pública o privada (8TV, por ejemplo, con doña Pilar Rahola como estrella invitada). ¿Son inocentes los argumentos liganordistas extendidos de forma calculada en esos ámbitos obreros? ¿Quiénes financian esos colectivos agitadores, quienes están detrás? ¡Con la independencia viviremos mejor y todo estará resuelto! ¡Los españoles nos roban! Y ya está, adelante, que la Arcadia se aproxima.
La explosión soberanista pilló por sorpresa a la oligarquía catalana, en opinión de JFLl, «que todavía intenta sofocarla con los reiterados llamamientos al diálogo por parte de la gran patronal y de la banca, a través de Duran i Lleida». Con la otra mano, añade, «Artur Mas cabalga sobre la ola que estuvo a punto de engullirlo para que la derecha no quede fuera del escenario si finalmente la secesión acaba triunfando.» Se infiere de ello que el ex rector no está por diálogo alguno, el federalismo para él es agua pasada, y que piensa, que la oligarquía catalana no se entera de lo que ocurre en el país. ¡Les pilló por sorpresa! Vale, de acuerdo, viven en Pedralbes-Plutón.
6. Esos errores de análisis (de nuevo: ¿qué errores?) generan, en opinión de JFLl, un rechazo frontal de la secesión, «el cual aboca a la izquierda española al callejón sin salida del federalismo».
Y la cosa de nuevo es sorprendente porque, más allá de la opinión del que suscribe, una parte de esa izquierda española a la que hace referencia el ex rector no mantiene un rechazo frontal a la secesión. ¿Rechazo frontal de Podemos? ¿Rechazo frontal de IU? ¿Rechazo frontal de la izquierda nacionalista vasca o gallega? ¿Rechazo frontal de Compromís? A mi ya me gustaría el rechazo (no el rechazo frontal) a una salida insolidaria e impropia de la tradición popular pero no veo que se pueda afirmar ni de lejos una afirmación así.
Por lo demás, ¿por qué el federalismo es un callejón sin salida? Pues porque lo afirma con JFLl. ¿Han leído ustedes hasta el momento algún argumento que justifique esa afirmación? ¿Dónde, en qué momento? Se concluye lo mismo que se presupone o postula sin ningún desarrollo argumentativo.
Por lo demás, ¿no lo es el independentismo? ¿El independentismo es un callejón con mil salidas maravillosas?
5. Finalmente, llegamos a la pregunta del titular. Para muchos obreros catalanes, sostiene JFLl, ese federalismo ni es viable, ni resolvería sus problemas. ¿Y cómo lo sabe el ex rector? ¿No es viable, no resolverá sus problemas? ¿La independencia sí que es viable y el federalismo no, en su sueño, una quimera? ¿Y qué problemas? ¿El paro, las desigualdades, la explotación, la marginación obrera de la Universidad? ¿Y la independencia sí?
No, claro que no, de entrada no: «es cierto que tampoco la independencia los va a resolver milagrosamente, pero por lo menos ofrece alguna expectativa más consistente». ¿Y por qué, por qué la independencia (observen: ni dret a decidir ni formulaciones afines: ¡independencia!) ofrecen más expectativas que el federalismo republicano? ¿De dónde extrae el ex rector el escenario? ¿Qué datos, qué informaciones, qué argumentos tiene para sostener una cosa así?
Luego, para acabar, otro golpe en el rostro de los que no comulgan con sus posiciones: «Se trasluce el recelo de que la auténtica cortina de humo es ese federalismo, sospechosamente renacido cuando el independentismo ha cobrado fuerza.» Es decir, los federalistas somos unos impresentables, no nos enteramos de nada y, además, somos unos oportunistas.
Me olvidaba: ¿dónde han quedado las vinculaciones culturales, políticas, sentimentales, admitidas por el mismo, entre las gentes trabajadoras de aquí y de allí? Pues donde habita el olvido como apuntó un poeta republicano que no podría entender, de ninguna de las maneras, la deriva independentista de algunos sectores de la inteligencia de izquierdas catalana.
Por cierto, ya que estamos hablando de clases trabajadoras acaso valga la pena recordar algunos nudos de su situación con algunos ejemplos concretos [1].
Ana Crespo, de 58 años, empezó a trabajar de limpiadora en una clínica madrileña el pasado día 1 de julio. Será por poco tiempo, hasta el próximo 28 de agosto. Cobrará 750 euros al mes. Son muchos los meses que lleva intentando encontrar un empleo. El último se le acabó en septiembre de 2013, cuando limpió también durante el verano en un hospital. Desde entonces busca y no encuentra. Ana no estudió, no pudo estudiar. Trabajó para su marido «sin cotizar». Se divorció y empezó a buscar trabajo. Ha sido cocinera, ha atendido una pastelería y ha cuidado a personas mayores. Desde hace un tiempo solo encuentra sustituciones veraniegas. Para reducir sus gastos, se ha mudado a vivir a casa de su hijo y su nuera. No tiene otra.
Isabel, de 25 años, es masajista, de San Lorenzo del Escorial (Madrid). Su contrato resume la picaresca habitual en el mercado laboral. Figura en él que trabaja cuatro horas diarias. En realidad trabaja siete. Cobra 450 euros mensuales. ¿A cuánto la hora de trabajo? A unos 3 euro..
Jesús Ricardo Dulce, de 22 años, llegó a España desde Ecuador. Lleva 10 años en nuestro país. Reparte publicidad junto a una parada de metro. Empezó a trabajar a los 16 años. Ha sido ayudante de jardinero, chico de la limpieza en obras y camarero. Tres horas diarias y cobra 250 euros al mes. Es el primer empleo en el que cotiza. Como la mayoría de los que trabajan tan pocas horas, hace otras tareas. Trabaja cuando puede en un restaurante en el que cobra 30 euros por jornada. Puntualmente, cuando puede, hace fotos de eventos (por 60 euros). Sumando todo, y si todo va bien, logra unos 500 euros al mes. La mitad en «negro»
Marina, de 25 años, empieza estos días su tercer contrato seguido de formación en dos años. Es malagueña. Trabaja 36 horas a la semana de cajera de supermercado. Cobra 530 euros al mes. Nunca había cobrado tan poco. El 15% del tiempo de trabajo debería dedicarse a unas horas lectivas, pero eso no se cumple nunca. Vive con su pareja que cobra mil euros y pagan 325 euros de alquiler. «Nos apetece tener hijos pero hoy en día es muy complicado», continúa. «Aparte de que cobras poco, los trabajos no duran».
Isabel, de 45 años, es profesora en la Universidad de Barcelona. Cobra 530 euros al mes como profesora asociada por 12 horas semanales. Su contrato se creó para facilitar la entrada a la universidad a profesionales reconocidos. «Pero hemos entrado muchos ex alumnos por esta vía. Para reducir la plantilla nos han empezado a pedir que demostremos que tenemos otro empleo por el que estamos pagando a la seguridad social. Estuve mucho tiempo buscando trabajo. Incluso durante dos meses limpié en casa de una señora. Ahora doy clases como autónoma en una escuela privada donde saco 1.500 euros al año [unos 125 euros mensuales] y me ha dado de alta a media jornada un amigo de la familia. Es un cuento, yo no trabajo ahí, y pago yo misma los 87 euros que cuesta mi cotización. No tengo hijos ni mascotas y vivo en un piso que era de mi abuela gracias a que mis dos hermanos no me cobran alquiler. A mi edad no confío en que pueda conseguir un empleo mejor en España. Vivo con lo mínimo».
Esto, como dicen ahora, es lo que hay.
Y, según parece, la solución de tanta injusticia y explotación pasa porque la segunda Isabel luche, con esa pequeña burguesía en estado insurreccional, por la República catalana independiente. Y que, por otra parte, Ana, la primera Isabel y Marina luchen por la República democrática del resto de Sefarad. Y que luego, pasado, el tiempo, después de mil dominaciones y enfrentamientos, se unan fraternalmente. ¡Qué cuento! ¡Si se lo hubieran contado a León Felipe…!
Perfecto, maravilloso, impecable. El verdadero programa revolucionario de nuestra hora. El ex rector, de nuevo, ha dado en la diana. ¿En qué diana por cierto?
PS: Ya que estamos hablando de trabajadores catalanes, de la clase obrera catalana y de sus opiniones y finalidades, no estará de más recoger algún testimonio directo. Por ejemplo el de Ubaldo Plaza Requena, un trabajador que nació en Guadix (Granada) en 1945, y que a los nueve años emigró a Terrassa (Barcelona) con sus padres. Un ciudadano que vive y ha trabajado en Catalunya, un catalán por tanto (según la clásica definición del PSUC que, desde luego, habría que poner al día). Trabajó en el monte haciendo carbón hasta los 17 años; a los 16, enero de 1961, ingresó en el PSUC, el partido hermano del Partido Comunista (PCE-PSUC, un gajo de la misma naranja) y emprendió la lucha clandestina contra el franquismo. Militó hasta 1983, 22 años, cuando dejó la militancia por discrepancias con la dirección del PSUC.
Una selección de sus comentarios (que, por supuesto, no hay que suscribir en su totalidad). El texto completo puede verse en [1]:
«La burguesía catalana fue la inventora del pistolerismo en los años 20, que hacía matar a los dirigentes obreros que osaban pedir mejores condiciones de vida. Para lo cual contó sin ningún tipo de escrúpulos con el gobierno de España, a la sazón el gobierno de la monarquía de Alfonso XIII, abuelo del actual jefe de Estado. El gobierno de la monarquía encargó tan provechoso cometido para esa burguesía, a un personaje de triste memoria, llamado Martínez Anido, que puso en marcha lo que se conocía como ley de fugas, es decir el asesinato de los detenidos a los que se les dejaba en libertad, para inmediatamente ser asesinados por unos sicarios a las órdenes de Martínez Anido, sin que tuvieran que verse obligados a hacerse cargo de juicio alguno, ni siquiera una parodia de juicio. Todo esto en beneficio de esa burguesía, de modos suaves en apariencia que, como tantas veces, se apoyaría en lo más negro de la reacción de la España obscura para reprimir a «sus» trabajadores, cuando éstos exigían mejores condiciones de vida.
Recordemos que cuando los trabajadores catalanes llevaban a cabo una huelga muy dura, fueron sus compañeros madrileños los que se solidarizaron con ellos, saliendo a la calle al grito de «solidaridad con nuestros compañeros catalanes». Y «Soltar vuestras sucias manos de los trabajadores catalanes». Ningún problema tuvo aquella burguesía en pedir siempre que la necesitó ayuda al gobierno de «Madrit», si de lo que se trataba era de que sus intereses estuvieran bien guardados, y reprimiera a «sus» trabajadores que podían limitar, aunque fuera poco, sus pingües beneficios sacados de la brutal explotación.
La burguesía catalana, llegado el momento, apoyó sin fisuras el golpe de Estado de Franco, sus banqueros y su Iglesia, con toda su influencia y dinero. Muchos de sus componente se fueron a Burgos para darle aliento y apoyar al golpista, con cuyas tropas entrarían para hacerse cargo de todos los resortes del poder, ataviados de uniformes falangistas, y dispuestos a «poner orden», que ya sabemos en qué consistió ese orden fascista. Y renombrados miembros de esa burguesía, como explica Esther Tusquets en sus libros, conocidos por todos por su trayectoria franquista, salieron a la calle brazo en alto saludando al «salvador» de sus intereses, dándole la bienvenida y poniéndose a su entera disposición, para la represión incluida.
Esa burguesía ocupó la parte del Estado franquista que la administración necesitaba, siguiendo al pie de la letra la ideología del nuevo régimen, expulsión de la lengua y la cultura catalanas incluidas; llegando al extremo de que, para congraciarse con el dictador dejaron hasta de hablar catalán en sus casas, educando a sus cachorros en el amor a la patria… española, naturalmente. Y poniendo el retrato del dictador en lugares visibles, mostrándose orgullosos enseñándolo a sus visitas de cierto relumbre.
[…] La burguesía catalana, que es maestra en crear mitologías y en reinventar la Historia para amoldarla a sus intereses, fue parte integrante del terror fascista, no víctima, como la manipulación pretende hacer creer. Y no es que dejara hacer por temor, es que era parte fundamental del régimen del 18 de julio instalado en toda España al que ayudaron a traer. La burguesía nutrían los cargos en los ayuntamientos, los gobiernos civiles, y todo cuanto fue necesario, incluidos centros culturales, que naturalmente eran controlados para que nada se escapara al control del régimen. Eran los jefes de Falange. No fue necesario que vinieran «tropas de ocupación» como han dicho después, y le han enseñado a repetir a varias generaciones de jóvenes, para que cuajara el discurso final que esa derecha nacionalista necesita para defender sus negocios, como antes repetía para defender el franquismo. Porque, aunque hoy esa burguesía ha pasado un tupido velo, gracias a la colaboración de estómagos agradecidos, de muchos charnegos acomplejados, sí han inventado sorprendentes historias.
Ahí están todavía las hemerotecas que dan fe de quiénes dirigían Cataluña, con nombres y apellidos. Tanto es así, que se deshacían en elogios cuando el dictador les hacía el favor de visitar Cataluña, perdiendo el culo para ver quién de ellos era el primero en nombrarlo «alcalde honorífico», de sus ayuntamientos, y en aparecer fotografiados junto al dictador donde, es ocioso decirlo, todo lo oficial se hacía en castellano, sin que tal cosa les preocupara lo más mínimo. Igual que ahora, pero al revés. No se opusieron ni reivindicaron el derecho a la cultura catalana frente al dictador. En todo caso pesó más sus negocios que sus escrúpulos. No hubo un solo gobierno que no estuviera compuesto por notorios ministros catalanes de las clases dominante.
La dictadura fue muy larga para los trabajadores que la sufrían por toda partes; por el hambre, la miseria y la represión. No lo fue para la burguesía que estaba muy bien provista y tenía libertad, la libertad de los ganadores de la guerra, exactamente igual que los caciques de otros lugares de España. Naturalmente, como en todo, siempre hay honrosas excepciones particulares, dignas de ser tenidas en cuenta. Pero fueron eso, excepciones que confirmaban la regla. Y muchos de éstos, tuvieron que vivir en el silencio, y en el mejor de los casos en un exilio interior. Exactamente igual que lo tuvieron que hacer algunos de aquellos intelectuales de otros lugares de España que, sin ser izquierdistas ni nada que se le parezca, consideraban que aquel régimen brutal y terrorífico, que no admitía nada que no fuera sus directrices ideológicas, y que era enemigo de la cultura, no era el suyo. A veces por razones muy diversas.
[…] Aquella burguesía, con sus avales de demócratas pudieron cabalgar hasta la muerte del dictador como defensores de la democracia (hay que decir que algunos se mantuvieron firmes hasta mucho después, siendo fascistas, que luego engrosarían las listas de los más granado de las organizaciones políticas del nacionalismo, ahora furibundos nacionalistas catalanes). Aquellos nuevos «demócratas» con salvoconducto y avales de los dirigentes de la izquierda, naturalmente iban a lo suyo. Y como lo cortés no quita lo valiente, cuando no estaban reunidos haciendo política, estaban dedicados a su negocios. Y si en estos había algún conflicto provocado por los «insaciables obreros» que pedían mejores condiciones de vida, sabían perfectamente disociar sus devaneos y puestas en escena como «luchadores por la democracia», de sus empresas. Y si era necesario ¡faltaría!, llamaban a la guardia civil o a la policía para que interviniera «para solventar el conflicto, por intolerable». Eso no les disminuía ni en lo más mínimo «su fe democrática», a los ojos de algunos dirigentes políticos y sindicales, que ya habían vislumbrado el futuro, como pitonisas por rastrojos, observando lo amables y educados que eran algunos de aquellos millonarios que aceptaban que pisaran sus caras alfombras, y hasta se dejaran tutear, en un no va más de igualdad y campechanería. Una maravilla de integración social.
Hacia fines de los años 60, en un cenáculo de aquello que se llamó Consell de Forces Polítiques de Catalunya, en el que había más siglas que personas, con la excepción del PSUC, único partido existente como tal, algunos de aquellos participantes decidieron que a partir de entonces había que eliminar el nombre de España del léxico habitual porque no se correspondía, según ellos, para su proyecto de futuro y para la nueva trayectoria que querían darle al futuro catalán. Y a partir de entonces la palabra España estaba proscrita; y se hacía coincidir de alguna forma como sinónimo de franquismo. A partir de ese momento había que eliminar el término España del lenguaje, y le llamarían «el Estado español». ¡Aleluya! España, a partir de entonces se la había inventado Franco. Y los que hasta hacía tres cuartos de hora habían sido franquistas, e incluso algunos que los seguirían siendo bastante tiempo después de la muerte del dictador, en una conversión nada súbita, sino muy meditada, como hay que hacer con los negocios, habían decidido que eso de llamar España a España, era malo para los mismos, los negocios que en definitiva han sido siempre lo importante para ellos.
[…] Así resulta que cuando Dolores Ibárruri, José Díaz, Manuel Azaña, Negrín, Julián Grimau, Miguel Hernández, Alberti, César Vallejo («Si España Cae…») y tantos y tantos republicanos que hablaban de la defensa de España contra el fascismo; las Brigadas Internacionales que vinieron a defender las libertades en España, los miles de libros escritos, hablando de España y la lucha de los trabajadores, sus mujeres españolas que fueron heroicas defensoras de sus derechos como mujeres, trabajadoras y españolas, estaban en un error. Estaban defendiendo un país que no sabían su nombre.
[…] Y hoy resulta que el patrimonio del término España se lo ha apropiado la derecha más trabucarie e indecente y corrupta como el PP y allegados. Se le ha dejado en sus manos. Y la izquierda, real o supuesta, sigue con la cantinela de «el Estado español» para no llamar a las cosas por su nombre, no sea que a la derecha nacionalista catalana no le guste y nos llamen franquistas. Y podemos decir que, por ejemplo «ha habido una reunión entre trabajadores de Alemania, Francia, Grecia o de cualquier otro sitio… y del Estado español». Y ningún prohombre de altas y muchas letras de izquierdas corrige semejante dislate. Y se han podido oír cosas como la siguiente: «Unos familiares de víctimas del franquismo, que fueron a reunirse con la jueza que lleva su caso, a Argentina, procedentes del Estado Español». La noticia la dio un relevante tertuliano, profesor, y miembro de la izquierda, que dice que es alternativa, para más burla.
Hace un tiempo la revista seudo histórica catalana, Sapiens, con tintes de dudoso rigor, por no decir que alimenta lo ultra -con barretina, claro-, traía un reportaje en el que se afirmaba que unas 400.000 personas pasaron del Estado español al Estado francés. Lo que venía a decir que unas 400.000 personas, funcionarios, se supone, habría pasado a la administración de Francia. Porque el Estado, es todo el engranaje administrativo y su organización. Desde el cartero, el policía, el ejército, los ministros, la Sanidad pública, los enseñantes etc. Pero por lo visto España es el único país del mundo en el que su nombre se sustituye por el de la administración del Estado. Porque a nadie se le ocurre llamar a Francia el Estado francés, salvo que efectivamente se refiera a cuestiones del Estado, propiamente. Y si en este caso lo escribieron fue porque así interesaba a los nacionalistas catalanes. Y ya se sabe, si una cosa no tiene nombre, desaparece, no existe. O esa es la intención. Así que los que creíamos que éramos españoles, además de catalanes, valencianos o andaluces, pongamos por caso, resulta que somos estadoespañolenses. Hace poco en un intercambio de opiniones en un periódico que dice ser de un partido comunista, de reciente creación, sin conocerme de nada uno de los intervinientes me llamó «facha espanyolista» porque dije, mucho más resumido algo parecido a lo escrito aquí. Y se quedó tan satisfecho.
Notas
[1] Carmen Pérez-Lanzac, «Trabajar para ser pobre». http://politica.elpais.com/politica/2014/07/10/actualidad/1405008373_297150.html
[2] http://lachispa3.blogspot.com.es/2014/03/estadoespanolenses.html
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