La palabra ‘casta’ ha tenido un fuerte impacto mediático. Le ha puesto un ‘nombre’ peyorativo a unas élites dominantes, hoy día impopulares y con una gestión regresiva, política y socioeconómica. Apunta a la existencia de una minoría oligárquica que busca reforzar sus privilegios y su poder a costa de mayor desigualdad y subordinación para la […]
La palabra ‘casta’ ha tenido un fuerte impacto mediático. Le ha puesto un ‘nombre’ peyorativo a unas élites dominantes, hoy día impopulares y con una gestión regresiva, política y socioeconómica. Apunta a la existencia de una minoría oligárquica que busca reforzar sus privilegios y su poder a costa de mayor desigualdad y subordinación para la mayoría de la sociedad. De ahí su relevancia pública, por un lado, por su conexión con la deslegitimación ciudadana de los ‘poderosos’ y, por otro lado, por la reacción airada de ese grupo dominante aludido ante su ‘identificación’ y su descalificación.
En algunos ámbitos de la izquierda, particularmente la de tradición marxista, se ha opuesto al discurso de la ‘casta’ el discurso de la ‘clase social’. Es una polarización falsa que puede estar condicionada por unos supuestos reflejos ‘identitarios’ o, simplemente, de oportunidad y efectos propagandísticos, al utilizarse como bandera, la primera por portavoces de Podemos, la segunda por dirigentes de IU. El asunto es evitar los malentendidos para señalar los puntos similares sustantivos y poder reflejar una idea-fuerza común.
Con la palabra casta se pueden denominar características y situaciones diversas, y de hecho así ocurre. No obstante, esa palabra, y todavía más ligada a la de oligarquía como élite dirigente, ha servido para definir aspectos fundamentales de las capas dominantes, visibilizar en la sociedad su carácter impopular y regresivo y superar las interpretaciones embellecidas del poder oligárquico. Ha sabido enlazar con la extendida opinión popular del descrédito de las élites gobernantes y financieras, y darle una carga crítica y éticamente peyorativa. Es decir, en lenguaje marxista tradicional, ha definido y ‘desenmascarado’ a la ‘clase dominante’, a componentes y actuaciones fundamentales de la misma, de su dominio frente a las clases populares, subordinadas y explotadas. No tiene mucho sentido oponer a esa categoría otra como ‘clase burguesa’, hoy con poca capacidad comunicativa. Se pueden utilizar otras también de la tradición marxista o weberiana, como clase dominante y oligarquía, con un contenido similar a la novedosa (y también clásica) ‘casta’.
Como hemos señalado, hay diversas expresiones similares aunque con diversos matices. Es necesario analizar las insuficiencias de cada expresión y las utilizaciones unilaterales o contraproducentes. Pero lo sustancial es la caracterización rigurosa del poder oligárquico o las capas dominantes, ponerse de acuerdo en lo relevante de su gestión y sus estrategias. Ese análisis es fundamental porque define el ‘adversario’ a frenar y vencer, responsable principal de la desigualdad y la dominación. Luego viene la capacidad para expresar el significado más adecuado a la realidad y, al mismo tiempo, de mayor impacto deslegitimador, así como que sirva para sintetizar las ideas de la gente crítica y hacer pedagogía con ella.
A nuestro parecer, los dirigentes de Podemos no confunden ‘casta’ con el conjunto del sistema político o con la democracia, incluso con todos los ‘políticos’. La llamada ‘casta’ o élite dominante tiene una especial relevancia en el control de los mecanismos del poder institucional y su imbricación con el poder económico-financiero. La ‘casta política’, a la que se suele referir en el ámbito mediático, unida a la ‘casta económico-financiera’ tiene gran parecido con la ‘oligarquía’, como grupo dirigente, palabra que también utilizan los portavoces de esa organización.
Aparte de la interconexión de altos gestores públicos con distintos lobbies privados y empresariales, son habituales las llamadas ‘puertas giratorias’ entre exdirigentes gubernamentales y altas responsabilidades en las grandes empresas o multinacionales (líderes socialistas como Schroeder, Blair o Felipe González dan prueba de ello). El resultado es que esos aparatos o capas dirigentes abusan de sus privilegios con prepotencia ante el resto de la sociedad. Algunos son directamente corruptos. Otros, para mantener su status ventajoso, subordinan a sus propios afiliados y cargos intermedios utilizando todos resortes disponibles para imponer disciplina y ausencia de disidencias.
Por tanto, la cristalización de esa ‘casta’, en este contexto y con sus actuales políticas antisociales y no democráticas, supone una involución social y democrática del régimen político. Abre la necesidad de un cambio sustancial, con un proceso constituyente, con participación cívica y nuevos y legítimos representantes políticos. No es un núcleo de poder cualquiera o en otros momentos económicos expansivos o de avances sociales y democráticos. Hay que hablar de su función específica en estos momentos. Y el importante papel regresivo y antipopular de ‘esta casta’ le confiere un carácter especialmente negativo, en los planos democrático, social y ético. La solución no es cambiar una casta por otra, sino impedir esa función social de dominación antisocial, desprecio democrático y privilegios especiales. Es decir, se trata de debilitar el poder oligárquico, revalorizar el papel de la política como gestión pública de la representación de la sociedad y la subordinación de la economía, junto con la participación de la ciudadanía y el respeto a sus demandas. Se trata de profundizar en una democracia social y participativa.
Hay una fuerte pugna sociopolítica y cultural por la interpretación y la legitimidad de los distintos actores sociales y políticos, básicamente en dos campos: por un lado, el bloque de poder liberal-conservador con su política de austeridad (flexible), con el consenso de la socialdemocracia europea, y por otro lado, la ciudadanía indignada contra los recortes sociales y la actuación prepotente de los ‘poderosos’ junto con la movilización popular y el ascenso de las fuerzas políticas alternativas.
En particular, las direcciones socialdemócratas tienen una responsabilidad por su gestión gubernamental regresiva. El PSOE y su medios afines continúan en la ambivalencia. El aparato socialista no se ha distanciado suficientemente del poder liberal-conservador, dominante en la Unión Europea. Su retórica actual pretende hacer creer que se diferencia de la derecha, pero en lo sustancial no ha cambiado de estrategia, evita un giro hacia la izquierda y pone el foco de atención en la crítica contra Podemos. Es dudoso que esa posición retórica consiga credibilidad ante la sociedad y le permite recuperar su base social desafecta. En caso de fracasar con esa imagen ‘centrada’, ‘su’ responsabilidad de Estado le inclinaría a reforzar los pactos con el PP y descartar una política y unos acuerdos para un cambio político realmente progresista.
En el campo crítico y alternativo, aunque con un relativo esfuerzo interpretativo, debiera ser fácil profundizar y encontrar elementos de acuerdo en el análisis de los ‘poderosos’ o clase dominante y la dependencia que imponen a los grandes mecanismos económicos y políticos. Es la base para diseñar un programa alternativo al establishment y una actuación unitaria.
Antonio Antón. Profesor honorario de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.