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Podemos: Democracia, eficacia y deriva ideológica

Fuentes: Rebelión

Nadie lo imaginaba hace apenas ocho meses. La Tuerka -una televisión local que emite por internet-, un envite de Pablo Iglesias tanteando los primeros 50.000 seguidores, la presentación de febrero en el cine Palafox, y a partir de ahí todo un proceso de fermentación política que, pasando por el éxito en las europeas de mayo […]

Nadie lo imaginaba hace apenas ocho meses. La Tuerka -una televisión local que emite por internet-, un envite de Pablo Iglesias tanteando los primeros 50.000 seguidores, la presentación de febrero en el cine Palafox, y a partir de ahí todo un proceso de fermentación política que, pasando por el éxito en las europeas de mayo (5 eurodiputados, 1.245.948 votos y el 7.97% del voto emitido), ha llevado a que PODEMOS sea el tercer partido en estimación de voto según la última encuesta del CIS de octubre de 2014. Semejante éxito se debe no sólo al contexto de crisis, corrupción e indignación reinante en España, sino también al acierto en la estrategia de autopresentación mediática y comunicación política del partido, acierto en el que sin duda el carisma y la telegenia de su líder, Pablo Iglesias, han sido decisivos, sin olvidar a los muchos que, con su ilusión y anonimato, han arrimando el hombro. PODEMOS es una realidad colectiva y sería mezquino regatear los méritos de todas las personas que, por arriba o desde abajo, en los medios o en los círculos, han hecho posible este fenómeno político y mediático. Enhorabuena desde esta humilde tribuna.

Ahora bien, PODEMOS no es una realidad hecha y acabada sino un joven partido in fieri, es decir, que se está haciendo. Que se está haciendo, además, sometido a un proceso acelerado de ampliación de sus propias expectativas electorales. Pocas veces se ha visto un partido tan joven que haya generado tan rápidamente un crecimiento así de exponencial de su potencial electoral. La adaptación a ese cambio, su repentina conversión en un partido con posibilidades de gobernar, es a mi entender el principal reto al que PODEMOS se enfrenta ahora: transformarse en una fuerza política de masas sin perder su identidad o, mejor dicho, el alma con la que nació. Tal como van la cosas -debo decirlo-, asoman algunas dudas. Aquí me centraré en dos cuestiones: el modelo organizativo que sale del I Congreso de octubre [I Asamblea Ciudadana] y la deriva ideológica observable en el discurso más reciente. Veamos.

PODEMOS como partido: organización, poder y democracia

Tras este I Congreso de Octubre de 2014, PODEMOS ya tiene un modelo de organización interna. Pero no sólo tiene eso. Tiene además un sistema de distribución y control del poder dentro de la organización. No podía ser de otra forma: toda organización es a la vez y necesariamente un sistema de poder interno, por la sencilla razón de que tiene que ser dirigida. Sin estructura organizativa no hay partido político; sin dirección no hay estructura organizativa. Tras un dilatado proceso de votación y con una abrumadora mayoría del 80%, los electores de PODEMOS eligieron uno de los dos modelos presentados, y tuvieron que elegir porque no se logró sintetizar una propuesta unitaria.

Estos dos modelos se diferenciaban tanto por su contenido como por su procedimiento de elaboración. Sus contextos -de descubrimiento y exposición- fueron bien distintos. El que encabezaba Pablo Echenique –Sumando Podemos– no sólo era el modelo más democrático -y, por ende el más coherente con el espíritu fundacional de PODEMOS, que a su vez se inspiraba en el espíritu democrático-radical del 15-M-; era también el que más democráticamente se había gestado. Si alguien se tomó en serio los principios de deliberación y participación en ese proceso «transaccional» fue el llamado sector «crítico» encabezado por Echenique, quien supo integrar a más de cuarenta propuestas previas a base de discutirlas abiertamente entre los distintos círculos. En la teoría política se sabe que el consenso es el principio regulativo de la deliberación, y aquí la teoría política no anda descaminada sino en lo cierto. Sin aspiración al consenso, carece de sentido entrar en la plaza pública a deliberar, es decir, a utilizar la palabra como portadora de razones y convencer -no vencer- al otro. Si hay en absoluto un concepto de razón pública, éste no puede pensarse al margen de la deliberación: porque en la deliberación de encuentran y convergen, libremente, las voluntades. Creo que Echenique ha dado una lección de democracia deliberativa en este I Congreso.

Todo apunta a que, por el contrario, la propuesta organizativa encabezada por Pablo Iglesias –Claro que Podemos– fue desde el principio una propuesta elaborada à huis clos, 1 y poco o nada abierta a la «transacción» deliberativa con la propuesta alternativa y los círculos que pensaban de otro modo. No es de extrañar que saliera a relucir la metáfora del asalto frente al consenso. El poder, en efecto -no el cielo-, demasiado a menudo se toma por asalto. Y cuando algo se toma por asalto, claro es, no se quiere compartir. Coherentemente, Pablo Iglesias avisó de que quien perdiera tenía que «hacerse a un lado». A todas luces, en la cabeza de la «promotora», se trataba de un congreso de ganadores, al que ni artimañas de última hora le habrían de faltar.

La visión conflictual de la política es legítima. Sin duda alguna. A lo mejor resulta que es la empírica e históricamente dominante. Pero lo que no es legítimo es practicarla en nombre de la democracia deliberativa o en nombre de una nueva política, que es justamente lo que PODEMOS ha pretendido hacer desde el principio. PODEMOS quería ser innovador, hacer política de otra forma, crear un espacio público para el encuentro de voces plurales, donde el poder estuviera lo más difusamente distribuido, donde la transparencia sustituyera a la opacidad, sin las hipocresías, las dobleces, los subterfugios -y, desde luego, sin los asaltos- de la vieja política. Ilusos o no, lo cierto es que, desde el principio, hubo en PODEMOS una decidida apuesta por la fraternidad democrática. Desde mi punto de vista, la actuación de la promotora en este Congreso -con todo su éxito- se distancia de ese espíritu fundacional. Lo que ha resultado -porque así lo ha querido la gente de PODEMOS, aun con un sorprendente 40% de abstención- es un modelo de partido bastante convencional: personalista, vertical, con unos círculos poco menos que desactivados, con mecanismos más débiles de control y revocación de los líderes y, por supuesto, sin rastro alguno del sorteo que, como se sabe, ha sido históricamente uno de los mecanismos de selección de líderes y magistrados preferidos por la tradición democrática.

Es posible que una dirección unipersonal con una ejecutiva a la medida del secretario general sea un instrumento electoralmente más eficaz; pero pone los cimientos para una relación jerárquica y asimétrica con las bases. En efecto, en un modelo así, el éxito del partido pasa a depender sobremanera del liderazgo carismático del «jefe». Lo normal entonces es que ese líder carismático se concentre en sus tareas de comunicación con la sociedad, para afianzar su capital mediático y acrecentar su potencial electoral. Pero para ello -también será normal- habrá de tener un partido lo más controlado posible, con una voz unificada en sintonía con el discurso oficial: así ha ocurrido históricamente en los partidos convencionales con fuertes liderazgos. Y entonces aparecerán -con la mayor normalidad también- las conocidas estructuras clientelares de patronazgo interno que -apuntaladas por el culto a la personalidad del líder- garantizarán la interesada obediencia de los cuadros intermedios así como la concentración de poder en una cúpula directiva que tenderá a la autoperpetuación o la sucesión «dinástica». Se trata de un proceso típico, aunque nada ideal, de oligarquización interna. El tiempo dirá si PODEMOS termina oligarquizándose, pero el modelo organizativo del que se ha dotado no parece la mejor herramienta para evitarlo.

¿Es acertado este diagnóstico? Si es acertado, ¿cómo se compadece con el incuestionable hecho de que en este I Congreso ha habido una amplísima participación directa y abierta de una militancia nada despreciable de decenas y decenas de miles de militantes? ¿Por qué temer la oligarquización interna si la «última» palabra siempre la va a tener la gente, que siempre va a ser consultada en las grandes decisiones y podrá emitir su voto? Creo que la síntesis de ambas cosas -elitismo y democracia participativa interna2– es una gran novedad de este partido. ¿Cómo es posible dicha síntesis?

Es posible si se entiende lo siguiente: en PODEMOS hay una vanguardia democrática que desconfía de sus propias bases organizadas en los círculos. Por vanguardia democrática entiendo un pequeño grupo dirigente cuyo objetivo último sería hacer políticas democráticas, en plural, pero no tanto política democrática. Una vanguardia democrática interpreta las necesidades de la ciudadanía -los de abajo, el pueblo, la gente, la «voluntad colectiva»-, y cree tener una estrategia política y un modelo de democratización social una vez tenga en sus manos los resortes de poder para hacerlo. Puede incluso tener bien claras las ideas [no digo que ésta de PODEMOS las tenga], y por ello mismo la democracia interna puede ser un estorbo para una vanguardia democrática, puede dejar decisiones importantes -doctrinales, tácticas y estratégicas- en manos de grupos desinformados o, peor aún, de grupos sobreinformados de militantes superactivos. El I Congreso de PODEMOS podría haber encontrado una solución: valerse de la militancia amplia no organizada en círculos pero inscrita telemáticamente en los registros del partido. Una vanguardia democrática puede preferir dirigirse a esa masa abierta de militantes para ser plebiscitada por ella, antes que discutir las grandes cuestiones con unas bases activas y organizadas.

En realidad, PODEMOS tiene desde el principio esa dualidad organizativa: los círculos y la inscripción directa. Uno puede militar en PODEMOS sin integrarse en un círculo: novedad radical de este joven partido. Todos los demás partidos tienen una estructura organizativa territorial cuya unidad es la agrupación local. Y cada militante se inscribe en una agrupación y actúa -discute, critica, conspira, vota- desde esa agrupación. En PODEMOS no: uno puede votar directamente en asambleas abiertas de máxima participación apretando un botón en el ordenador de casa. Pues bien, dado que el crecimiento de la vanguardia de PODEMOS se ha debido a su acumulación de capital mediático, esa vanguardia bien puede explotar dicho capital para «puentear» a los incómodos círculos controlados muchos de ellos por «aristocracias supermilitantes». Hay un demos virtual en PODEMOS al que la vanguardia llega directamente a través de la televisión y las redes, y que puede manifestar su voluntad desde su móvil en votaciones directas y abiertas. Creo que esta ha sido una ventaja comparativa de la «plataforma» dirigente que explica en gran medida el resultado del Congreso.

Ahora bien, después de este I Congreso, es posible que: a) los círculos se desactiven y sólo quede una vanguardia frente a una militancia virtual y atomizada; o b) que unos círculos debilitados sean penetrados por los cuadros leales a la vanguardia. En el primer caso, PODEMOS sería un partido autocrático poco estructurado pero muy activo mediáticamente, que apelaría directamente a la gente de la que obtendría su legitimidad «democrática». Podría ahorrarse muchas guerras fratricidas internas y, si es capaz de trasladar eficazmente los mensajes y competir bien por la captación de votos, como parece estar haciendo, podría tener bastante éxito. Sin embargo, en los sistemas de gobierno representativo modernos, el éxito electoral obliga a ocupar muchos puestos en el amplio y complejo aparato institucional, lo que exige una fuerte estructura organizativa capaz de generar un nutrido caudal de recursos humanos y cuadros. Un gran éxito electoral exige un gran partido con una fuerte organización. Por lo tanto, el resultado más probable es b), esto es, la oligarquización.

Las vanguardias democráticas siempre han querido controlar la democracia de base, cuando no han podido prescindir de ella. Lo paradójico es que esas élites siempre han pedido el máximo de confianza de esas mismas bases. Lenin, por ejemplo, sabía que sin esa confianza una vanguardia profesionalizada pero impermeable a las bases no podría funcionar.3 Ahora en PODEMOS será clave la conformación del Consejo Ciudadano. La vanguardia democrática dominante ya ha dado un paso nada menor: evitar que se le cuele un 20% de militantes al azar. Para esa vanguardia es importante tener ese Consejo bien controlado. Será interesante observar su cristalización. El Gran Consejo de la democracia ateniense -la Boulé– se elegía íntegramente por sorteo y sus 500 miembros sólo podían ocuparlo durante un año no renovable. Para que pudiera funcionar mejor, se dividió en diez pritanías de 50 miembros no renovables cada una durante períodos de 1/10 de año. Era un verdadero consejo deliberativo que marcaba la agenda de la Asamblea –Ekklesia– proponiéndole sus célebres proboulema. Nadie controlaba al Consejo desde fuera, y había una verdadera división de funciones entre él y la gran asamblea popular. Eran dos auténticos instrumentos políticos del poder soberano del demos, sin vanguardia democrática. Ausente el sorteo, es de temer que el Consejo Ciudadano de PODEMOS sea confeccionado casi en su totalidad por la vanguardia democrática y luego plebiscitado en votaciones directas, abiertas y amplias. Hoy -mientras esto escribo- ya sabemos que el equipo de Echenique ha retirado su candidatura al Consejo por considerar que el proceso no garantiza la pluralidad, y que Izquierda Anticapitalista no puede optar por la prohibición de la doble militancia. El Consejo será un instrumento de la ejecutiva más que un órgano independiente de control de la misma. Pero nadie podrá dudar de su «legitimidad democrática». Decenas, si no cientos, de miles de militantes lo habrán votado en bloque.

Y así PODEMOS habrá obrado el milagro de la síntesis entre oligarquía y democracia internas. Será un instrumento doblemente eficaz: tendrá una dirección cohesionada en torno a un líder carismático con gran libertad de acción y a la gente del partido -que les renovará su confianza si hacen las cosas bien- como fuente permanente de legitimación democrática. Creo que pronto PODEMOS habrá depurado toda disidencia interna, y se presentará ante la sociedad como un partido sin fisuras. Todo un ejemplo de eficacia política. Admirable. Una lectura benevolente de PODEMOS, tal como está cristalizando, lo vería como una encarnación del moderno príncipe adaptada a las presentes condiciones posmodernas del marketing político. En efecto, parece que PODEMOS quiere impulsar una reforma intelectual y moral al tiempo que expresa y conforma una voluntad colectiva popular, tal como pide Gramsci al partido en su Cuaderno XIII de la Cárcel.4 Pero, como digo, es una lectura benevolente: para empezar, le faltaría el elemento jacobino de integración interclasista y, sobre todo, un «programa de reforma económica» en el que concretar aquella reforma cultural. Lo que sí parece tener claro la élite dirigente de PODEMOS es que construir una contrahegemonía cultural pasa por una agresiva e inteligente política de comunicación basada en la penetración en los mass media cuando no en el control de medios propios. Aquí, desde luego, no les falta razón. Los medios de comunicación de masas crean realidad y están controlados por grupos de poder afines a los grandes intereses del dinero. Esa realidad así creada contribuye pues a reproducir la hegemonía de las élites dominantes. Sin penetración en esos medios o sin medios propios es imposible entrar en esa batalla cultural por la hegemonía. La duda, la gran duda, es si todo ese proyecto contrahegemónico es posible a Dios rogando y con el mazo dando, es decir, reproduciendo dentro del partido los mismos sistemas jerárquicos y verticales de distribución (y concentración) del poder que dicen combatir en la sociedad. La otra duda es si la presumible expresión partidaria de una voluntad colectiva supone en realidad la pérdida de la identidad ideológica de partida. Pero esto lo analizaré después.

Eficacia vs. Democracia

Durante el Congreso referido, se habló y mucho de la tensión entre eficacia y democracia: «no tiene por qué haber contradicción» se le oía explicar a Echenique. Echenique era consciente de la tensión y quería hacer compatible la máxima democracia interna con la eficacia política. Pablo Iglesias y su equipo lo plantearon más bien al contrario: buscaron hacer compatible la máxima eficacia con la democracia interna. Son estrategias bien distintas, y ambas legítimas. Pero nuevamente, lo que no me parece legítimo es zanjar el problema con una falsa solución conceptual. Esto es justamente lo que creo pretende Pablo Iglesias cuando corta por lo sano y «resuelve» el problema con una supuesta identificación semántica: eficacia -dice- es igual a democracia.

No. No son conceptos identificables. Un asesino puede ser eficaz, como lo puede ser un terrorista, una estrategia militar, un contraataque futbolístico, un método de trabajo, una campaña publicitaria o un servicio de espionaje. Nada de eso tiene que ver con la democracia. A la inversa, no todo lo que sale de un procedimiento democrático de decisión tiene por qué ser eficaz: el pueblo, sencillamente, puede equivocarse, mucho más si se deja seducir por demagogos desaprensivos. Identificar ambas cosas es un error de bulto, pues la eficacia remite a una relación estrictamente formal entre medios y fines, independiente del juicio moral que nos merezcan esos medios y estos fines. Pero es un error que además nos impide analizar la importante cuestión de hasta qué punto una democracia puede ser más eficaz (según qué cosas) que una autocracia, y sobre todo hasta qué punto y por qué unas democracias son institucionalmente más eficaces que otras. Por lo demás, la eficacia institucional -en la tradición sociológica- tiene más que ver con la teoría de la modernización que con la teoría de la democratización. Para Max Weber la eficacia del Estado moderno dependía de que fuera un sistema jerárquico y reglado de funciones especializadas no redundantes desempeñadas por funcionarios meritocráticamente seleccionados por su competencia probada y con una ética de servicio público garantizada por la existencia de mecanismos de control del desempeño. Si la función pública la ponemos en manos del «amiguete» o del nepote de turno, si hay redundancias, si hay despilfarro, si hay corrupción y venalidad, si hay incompetencia, entonces el Estado será un organismo enfermo y costoso que funcionará mal: hará peor menos cosas de las que debería hacer y éstas saldrán más caras a los ciudadanos. Un Estado moderno y eficaz es, por el contrario, un sistema racionalizado susceptible de ajuste permanente desde la lógica de la relación instrumental entre los medios y los fines. Y si las democracias más avanzadas gozan de mayor eficacia institucional es porque su administración pública está más racionalizada en el sentido weberiano del término. Los bomberos citados por Pablo Iglesias apagan mejor un fuego que una comunidad de campesinos con sus cubos de agua porque son profesionales que entraron en el cuerpo tras probar su capacitación, y porque están dotados de medios eficaces para la extinción de incendios. Es verdad que no hay buena democracia sin servicios públicos de calidad, que funcionen eficazmente, pero para decir eso no es necesario confundir democracia con eficacia. El buen funcionamiento de las instituciones pasa por garantizar la selección meritocrática de los empleados públicos, reglas procedimentales claras y explícitas, una buena dosis de virtud cívica y una prudente racionalización de recursos.

Deriva ideológica: izquierda, derecha y «centralidad»

La ampliación súbita de las expectativas electorales de PODEMOS explica a mi entender la preferencia por el modelo de partido elegido en el Congreso de octubre y su justificación en términos de eficacia competitiva de cara a las próximas elecciones generales. Pero explica también la deriva ideológica en la que parece haber entrado este joven partido a juzgar por el cambiante discurso de su dirección. En efecto, en apenas ocho meses PODEMOS ha pasado de ser una emergente fuerza de izquierda, que aspiraba a disputar o arrebatar el espacio político de IU, a proclamar que la dicotomía izquierda-derecha está superada, que ya no vale para explicar la concreta realidad social y política de hoy. Sorprendente cambio de discurso, en verdad. En un momento en el que la globalización -y la crisis sistémica del capitalismo en la que seguimos instalados- ha polarizado la riqueza hasta extremos propios de la Europa de 1910 y ha generado una masa invertebrada pero identificable de grupos de alta vulnerabilidad a nivel global -el precariado-, nos enteramos de que eso de la izquierda y la derecha es un esquema obsoleto y de que el foco político al que hay que apuntar es la «centralidad». Y eso lo dicen afirmando a la vez estas otras dos cosas: que a) PODEMOS es una nueva versión de la socialdemocracia y b) el bipartidismo está finiquitado. Esto no es una contradicción: para una contradicción basta una tesis y su contraria. Esto es directamente un lío.

Nuevamente, uno puede ser socialdemócrata, hasta ahí podíamos llegar. Bien, pero entonces es de izquierdas. Y un partido tiene todo el derecho a ser un partido omnívoro que intenta «centrarse» para sacar el máximo de votos, pero entonces está asumiendo una distribución del voto -con una moda en el centro- propia de los sistemas bipartidistas. Si el mapa político está verdaderamente fragmentado, lo mejor que puede hacer cada partido es apuntar a su fragmento más afín. Si por el contrario, el centro del espectro ideológico acumula el grueso del voto potencial, entonces el bipartidismo tarde o temprano se recompondrá. A mi entender, PODEMOS corre el riesgo de diluir su identidad ideológica si se empeña en seguir una estrategia transversal de maximización del voto. PODEMOS no va a vivir eternamente de la crítica a la corrupción y las puertas giratorias: tarde o temprano tendrá que concretar su oferta programática y para ello tendrá que definir una identidad ideológica. Incluso una estrategia oportunista de convergencia hacia el centro se hace desde algún polo ideológico, desde la izquierda o desde la derecha.

Es de suponer -aunque se empeñan cada día en oscurecer esta cuestión- que si PODEMOS emprende ese viaje hacia la «centralidad» lo hará desde el polo de la izquierda. Pues bien, conviene entonces recordar que la izquierda europea moderna tiene dos grandes raíces. La primera raíz es el proyecto democrático igualitarista que arranca de la Constitución del Año I (1793) de la Revolución francesa con su programa universalista de derechos sociales de existencia para todo el cuerpo de ciudadanos. La segunda raíz arranca de la Ilustración con su programa de educación laica de la inteligencia y su tenaz lucha contra el oscurantismo y la ignorancia. Ambos programas, lejos de ser independientes entre sí, apuntan en la misma dirección: la lucha contra los privilegios de casta del antiguo régimen. Y apuntan en la misma dirección porque la ignorancia del pueblo -apoyada durante siglos en la teología cristiana de la dominación- era una de las condiciones para la perpetuación de los privilegios de las élites. Es verdad que la globalización, entre sus múltiples perversiones, también ha dado de sí una «izquierda» posmoderna, es decir, anti-ilustrada y anti-racionalista, pero la gran tradición de la izquierda -con el marxismo a la cabeza- jamás abdicó de la racionalidad científica, del pensamiento crítico y del conocimiento objetivo y bien fundado empíricamente. El sapere aude de Kant encerraba algo más que un programa de educación de la inteligencia; encerraba una promesa de emancipación a través del conocimiento y la crítica.

Cambiar la dicotomía izquierda-derecha por la de casta-ciudadanos o poder-pueblo, no hace sino escamotear el hecho de que ese pueblo, esa ciudadanía, no es algo homogéneo. La sociedad moderna -por capitalista- está dividida en clases y, en su complejidad pluralista, comprende multitud de grupos y colectivos con intereses materiales y simbólicos contrapuestos. Aparte de la élite y la superélite, hay viejas y nuevas clases medias, salariado y precariado, «profitécnicos»5 y clase obrera tradicional. Y multitud de intereses que pueden entrar en conflicto -crecimiento económico y equilibrio ecológico, laicismo y religión, soberanismo y no soberanismo, etc. -: la corrupción de la casta puede focalizar la indignación popular, pero gobernar implica atacar esa complejidad conflictual de la sociedad moderna con buenas herramientas y con robustos materiales de construcción de ciudadanía. Y para ello, el esquema tradicional izquierda-derecha sigue siendo fundamental.

El camino del éxito político está empedrado de traiciones a uno mismo. Si PODEMOS crece y prospera como partido, espero que no se deje el alma por el camino, su original alma de izquierdas. Es una de las asignaturas pendientes en este país: recomponer las fuerzas de una izquierda laica, republicana y democrática.

Notas:

1 A mis oídos ha llegado que el equipo de Iglesias instrumentó a diversos círculos afines para crearse una apariencia de pluralismo.

2 No deliberativa. Participación y deliberación son cosas distintas y pueden incluso entran en contradicción.

3 Es una idea importante de su célebre ¿Qué hacer?, de 1902.

4 Cfr. A. Gramsci (1975), Cuadernos de la Cárcel, Tomo V, ed. De V. Gerratana, Mëxico: Ediciones Era, pp. 15 y sigs.

5 Los tres últimos conceptos son de Guy Standing, Cfr. G. Standing (2014), Precariado, una carta de derechos, trad. de A. de Francisco, Madrid. Capitán Swing.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.