El nombre de este evento, «Desafíos en la escritura de ciencias sociales y humanas. Redacción-Docencia-Publicación», es provocador. No se trata de una actividad en «fecha señalada» ni celebra un «aniversario cerrado». Como encuentro científico, asumirlo ahistóricamente, puede ser engañoso.
Quienes asisten a las actividades del Marinello, saben que se articula con la práctica consuetudinaria de la institución. Para hacerlo más claro, pondré ejemplos vinculados a las propuestas que han traído al instituto los coordinadores de este encuentro.
En 2014, Pedro Alexander Cubas coordinó el Ciclo de cine étnico y africano centrado en el reflejo de las religiones afrobrasileñas en el género cinematográfico, y pronunció la conferencia «Relaciones raciales en Brasil y Cuba. Estudios comparados»; para 2019 impulsó el congreso «La ciencia histórica entre la enseñanza y la investigación: experiencias actuales en Brasil y Cuba».
En el caso de Anette Jiménez, desde 2018 coordina el postgrado «Hacer y escribir ciencia. Problemáticas y reos para la escritura desde las Ciencias sociales» que va por cinco ediciones y/o réplicas. Alejado de un enfoque bancario, han confluido investigadores, profesores y editores en condición de «expertos», y de diferentes territorios de procedencia.
Las menciones que he hecho, no responden a «un cuadre» o «una pala» conciliada con los coordinadores de este evento. No considero debamos reproducir esa conjunción entre cultura política y académica de construir panteones y legitimar jerarquías —practicada incluso por quienes desde la «Academia» son críticos de los «políticos»—; tampoco que individualicemos procesos que son resultados del trabajo colectivo. Pero estos ejemplos me sirven bien para un prontuario: cine, etnias, religiones, África, Brasil, Cuba, estudios comparados, ciencia, Historia/historias, razas, enseñanza, investigación, escritura, profesor, investigador, editor, publicación… ¿Qué es ajeno a lo que discutimos aquí? Múltiples enfoques. Diversos actores. Plurales caminos a la socialización.
En una entrevista para el blog Catalejo de la revista Temas, la investigadora Georgina Alfonso González —directora del Instituto de Filosofía— respondió a una pregunta acerca de la relación entre ensayo e investigación filosófica: «Muchos investigadores lo criticaban [al ensayo], porque [argumentan que] un ensayo no es científico. En América Latina la forma de escritura de la filosofía es el ensayo, porque a diferencia de otros contextos, se unen la literatura y el arte con el pensamiento; y entonces la manera de escribir del pensador es a través del ensayo».[1] La concepción de una filosofía «descentralizada» en relación a su objeto y manera de expresarse está en diálogo —en una cruzada trasatlántica, o podemos decir, en la porosidad con una parte de occidente que intenta (re)presentarse más occidental de lo que es— entre otros, con Miguel de Unamuno: «Nuestra filosofía (…) está líquida y difusa en nuestra literatura, en nuestra vida, en nuestra mística, sobre todo, y no en sistemas filosóficos».[2]
Para esta presentación, acotaré el ámbito al que se refiere Georgina a Cuba y asumo su referencia a «la filosofía» desde una perspectiva amplia: «Filosofar es dar cuenta de una totalidad concreta que nos contiene. Es pensar las múltiples condiciones de lo que hacemos y de sus expresiones. Pensar lo que da forma a la realidad es también una manera de hacerla y de hacernos».[3]
Entre los méritos de los primeros ensayistas del siglo XX cubano —más allá de la ruptura que algunos identifican hacia la década del veinte— se encuentra el hecho, reconocido como una distinción identitaria, de que estos autores trabajaron «por el advenimiento de un clima de superior cultura en nuestra patria».[4] La actividad de hombres como Jesús Castellanos, Rodríguez Embil, José Antonio Ramos, Luis Felipe Rodríguez, Antonio Iraizoz, José Sixto de Sola, Jorge Mañach, entre otros, y proyectos colectivos como la Sociedad de Conferencias, la revista Cuba Contemporánea y Revista de Avance dieron las batallas del impulso nacionalista y por «nuestra» cultura. En sus trabajos, de una u otra manera, se ponen sobre la mesa «problemas sociales» que serían hoy, en el lenguaje al uso, «objetos de estudio». Por desgracia, buena parte de estos autores y experiencias editoriales han sido preteridas, si no ignoradas en extenso, por el sistema escolar contemporáneo en Cuba.
Les propongo un muestreo rápido de esa «historicidad» y potencialidades del ensayo como forma de expresión de problemas relacionados con las «ciencias sociales», que me permitirá algunos comentarios.[5]
En Del ensayo americano, Medardo Vitier identifica tres mensajes básicos contenidos en la ensayística de este lado del Atlántico: el de la cultura, el de los problemas y el de la emoción.[6] Se articulan, turnan o prevalecen uno y los otros. Me interesa destacar entonces la concepción que ubica los problemas «sociales» como problemas de la cultura y ello significa que, más allá de los «estudios de caso» el ensayo ha albergado la libertad de establecer conexiones geográficas, históricas y está marcado por una mirada procesal y compleja a nuestras realidades.
Por otra parte, en la introducción al voluminoso Ensayo cubano del siglo XX, Rafael Hernández y Rafael Rojas explican que se incluyen «obras de autores nacidos y crecidos dentro de una identidad cultural cubana».[7] Esto, dicho de manera rápida, mueve las tradicionales percepciones sobre «lo cubano» del ámbito geográfico al identitario y cultural. En mi opinión, ello tiene una importancia que rebasa el género ensayístico y repercute en la investigación como escenario general. En esta dirección, resulta necesario destacar que «la ampliación» no constituye una práctica excepcional de Cuba. El investigador Félix Valdés García, en diálogo con Norman Girvan y la noción «de Caribe» señala: «(…) se apunta a la diáspora, un fenómeno propio de la región, y a la existencia de pequeños bolsones antillanos en Londres, Miami, Toronto, Montreal, París o Ámsterdam; de esta forma se dilata el mapa cultural de la región y de estas ciudades, modificadas por los ritmos y los sabores, los aromas y las creencias que los emigrantes insulares llevan consigo».[8]
Es bastante aceptado que hoy somos menos «isla» en términos culturales que hace cuatro décadas, y ello implica considerar los efectos que en nuestro país ha tenido la globalización, el cruce de fronteras de todo tipo, la existencia de un sujeto plural y descentrado constituido contextualmente por el juego de diferencias y la presencia de grupos sociales que enuncian luchas diversas por su contenido y los espacios en que se libran.[9] Nos asalta la siguiente interrogante: ¿cómo se enfocan las dinámicas entre la investigación/creación en el «exilio», la migración, la producción internacional y desde el espacio geográfico cubano? La idea de que «el mundo no acaba en el Malecón», manejada por Thiago Henrique Oliveira para acercarse en 2015 a las revistas Encuentro de la Cultura Cubana y la Revista Hispano-Cubana, constituye una avenida de doble vía.[10]
La selección que realizan Hernández y Rojas —centrada en el siglo XX— arranca con Nuestra América (1891) de José Martí. Se trata de un alargamiento en la ensayística —y en la cultura— del siglo XX cubano, que juega con el recorte propuesto por el historiador Eric Hobsbawm. Vuelven las cuestiones del acumulado cultural, los procesos y sus momentos de ruptura —o no— y la temporalidad. Me gustaría resaltar que esto constituye a un tiempo legitimación del valor metodológico de las periodizaciones y relativización de las mismas en arreglo a la categoría central o dominante.
Para continuar el diálogo, me acerco a una obra que ha sido incluida por varios autores como pauta en la conformación de un canon nacional del género ensayístico; me refiero a Quirón o del ensayo y otros eventos, de Luisa Campuzano. Publicado por Letras Cubanas en 1988, el libro completa y continúa el trabajo —entre otros— de José Antonio Portuondo, quien para 1969 «reseñó en pocas páginas la evolución de estas manifestaciones en los primeros, procelosos e inolvidables años de la Revolución».[11] Campuzano tensiona también las cronologías y los tiempos: ubica como «inicio» de la literatura del «periodo revolucionario» a La Historia me absolverá (1953), expresión de una «oratoria ensayística».
Me interesa de esta obra tremenda destacar la ausencia, entre otros, de algunos de los profesores que dieron vida a la revista Pensamiento Crítico (1967–1971) y que ubicaron sus textos en ella o en otras publicaciones de la época. Es el caso, por ejemplo, de Fernando Martínez Heredia y su El ejercicio de pensar (El Caimán Barbudo, enero de 1967). Para los primeros ochenta del pasado siglo, ese grupo — que derivó en caminos diversos— no había sido mínimamente reivindicado. Este ejemplo expresa una relativa diferencia con lo planteado por Guillermo Rodríguez Rivera en su libro póstumo Decirlo todo. Políticas culturales (en la Revolución cubana), publicado por la editorial Ojalá hace dos años. Rodríguez Rivera identifica el par contradictorio política cultural inclusiva y política cultural excluyente, y esta última sería la predominante en el periodo que media entre 1971 y 1976. Digo relativa, porque Decirlo todo… previene contra lecturas simplificadas.
Ubicada esta contradicción, considero que para los propósitos de este encuentro resultan indicativas las valoraciones de Juan Valdés Paz.
Para el periodo 1975 a 1991: «A partir de 1976 la política cultural quedó escindida en una política más abierta para las actividades artístico-literarias y una política regresiva y dogmática para las ciencias sociales y humanísticas, las cuales eran subordinadas a la instauración de una cierta ideología de Partido y de Estado».[12]
Para el periodo 1991 a 2008: «(…) se mantuvo la apertura cultural — aunque en menor grado en la esfera de las ciencias sociales — y se estrechó la apertura ideológica».[13]
Para el periodo 2008 a 2018:
El reconocimiento por la dirección política del papel que correspondía a las ciencias sociales cubanas en el proceso de reformas elevó la participación de instituciones y especialistas en la formulación de diagnósticos y propuestas de políticas, aunque casi siempre en el rol de consejeros áulicos. La producción de los científicos sociales no logró la suficiente presencia en los medios, no dispuso siquiera de un espacio abierto de debate entre ellos y la comunidad científica, salvo excepciones, se dirigió más a las instancias oficiales que a la esfera pública, con un bajo efecto de retroalimentación sobre la toma de decisiones.[14]
En resumen, el que escribe desde/sobre las ciencias sociales debe considerar también la estrechez de posibilidades que ha tenido respecto a otras áreas de la creación, la multiplicidad de destinatarios que responden a códigos diferentes y las posibilidades abiertas en los últimos años. Fernando Martínez lo sintetizó en 2014:
No repetiré aquí lo que he escrito y dicho acerca del subdesarrollo inducido que sufrieron el pensamiento y las ciencias sociales cubanas a inicios de los años setenta, ni acerca de los rasgos de aquella desgracia (…) en los análisis que hagamos hoy es imprescindible tener en cuenta que se volvieron crónicos, y que en cierta medida se mantienen todavía (…) A menudo los cambios impulsados se han reducido a puestas al día que no brindan mucho más que buena imagen, pero suelen reforzar el colonialismo mental, y también a permisividades conquistadas. Pero hoy tenemos avances muy grandes. Contamos con mayor cantidad que nunca de especialistas calificados, cientos de monografías muy valiosas, centros de investigación y docentes muy experimentados, y un gran número de profesionales con voluntad de actuar como científicos sociales conscientes y enfrentar los desafíos tremendos que están ante nosotros.[15]
Hasta aquí, me he olvidado en apariencia de la segunda parte del título de esta presentación. Su centro ha sido una especie de reivindicación del género ensayístico como forma de expresión de los resultados de la investigación social y fuente para su práctica. Para llevar el pecado hasta el final, les propongo otras cinco líneas que fundamentan este acto reivindicativo.
Primera: la prevención frente a círculos viciosos. En la frase inicial de esta intervención califiqué de provocador el nombre de este encuentro: «Desafíos en la escritura de ciencias sociales y humanas. Redacción-Docencia-Publicación». Sobre las categorías «ciencias sociales» y «ciencias humanas» o, si se quiere «ciencias sociales y humanas», existe un debate abierto de larga data que necesitaría otra actividad como esta. En dependencia de los paradigmas asumidos, colegas como los vinculados a las «ciencias económicas» y la geografía han quedado en el centro o en la periferia de las mismas. Sin ir muy atrás, y para ejemplificar esta previsión ante el andar circular, a mediados del siglo pasado Fernand Braudel interpelaba a los economistas, sociólogos, demógrafos, antropólogos… por lo común consecuencia de una invitación a participar en sus debates, en sus polémicas, en el seno de sus grupos herméticos.[16] A propósito, el investigador Yoel Cordoví resaltaba — en esta misma sala — la importancia del acercamiento a la historia de las ciencias y, cabe decirlo, buena parte de ella se contó/construyó a través del ensayo.
Segunda: la clarificación de «la novedad», ¿forma o contenido? La hibridez del ensayo, representada de manera condensada en la definición de Alfonso Reyes como «el centauro de los géneros», ha sido legitimada por la tradición. No obstante, como en las ciencias, las tensiones sobre qué cabe y qué no han acompañado su historia. En El ensayo como género, Fernando Ortiz menciona formas de prosa que son diferenciables pero se confunden — porque en ocasiones es difícil demarcarles con exactitud las zonas — : el artículo, el estudio crítico, la monografía, entre otras.[17]
Este fenómeno cobra una especial significación en la Cuba actual. Deviene una constante, en los encuentros de «investigadores sociales», la carencia del carácter vinculante de las investigaciones respecto a la concreción en políticas. Se trata de la señalada falta de dialogo entre «la academia» y los «decisores de política». Sin renunciar a esta demanda, es necesario abrirla más allá en el terreno de la socialización/las socializaciones de los resultados de investigación; de forma específica, abrir la discusión a la apropiación pública: medios, grupos, personas.
Y como estamos hablando de porosidades y fronteras entre «géneros diferentes», en un ámbito de socialización que se distingue por la restricción de la publicación impresa en comparación a un ensanchado escenario digital, los invito a contrastar el impacto en la opinión pública —y la recepción por «decisores»— de una entrevista o una crónica que se presenta como «totalidad social» frente a estudios complejos locales, grupales y/o comparativos. Esto conecta con el problema siguiente: presentar como nuevos —a partir de manifestaciones particulares—, asuntos sobre los que existe un acumulado de investigación. Entonces, problemas como la pobreza, la violencia de género, el impacto del reordenamiento del sector azucarero, las franjas de vulnerabilidad, son jerarquizados desde la «manera nueva» en que se presentan aunque existe un sedimento en instituciones, por poner un ejemplo, como el Instituto Juan Marinello a través de su sello editorial. Un detalle, la mayoría de los libros publicados por el Marinello son dominados, en términos de género, por el ensayo.
Tercera: la conjunción en los terrenos por donde campea la ensayística. No abundaré en esta línea, me limito a plantear que más allá de la existencia de tesis, informes de investigación y artículos «científicos», existen lo que pudiéramos llamar ámbitos de dominio del ensayo. En mi criterio, resulta imposible un acercamiento investigativo a cuestiones como los procesos de de/descolonialidad, la herencia y presencia de los marxismos en Cuba o la sociedad civil en la isla, sin asumir que se han expresado en lo fundamental a través del género ensayístico.
Cuarta: el ejercicio de escribir en códigos diferentes para receptores diversos. Si bien no es el ensayo la única —ni la principal— vía de comunicar —o divulgar— resultados de investigación en ambientes descentrados de «la Academia», tiene potencialidades para entrenarnos en ello. Una extensión variable que permite por lo común que el escrito se lea de una sola vez: «contamos con numerosos ejemplos de excelentes ensayos de un par de páginas»; su cualidad de «eludir las fórmulas más inextricables de la jerga profesional» y, al mismo tiempo, erigirse en una de las formas aptas para la cientificidad, ser notable por su valor de reflexión y conocimiento y proponer tesis que alumbren zonas diferentes. «La ciencia, menos la prueba explícita», diría Ortega y Gasset.[18]
Quinta: el cuestionamiento y la rebeldía frente al «sistema de dominación múltiple» que, como indica esta categoría, toca también las academias y las universidades. Esta línea no es ni remotamente un patrimonio del ensayo. Este, incluso, puede servir como legitimador de esa dominación. Pero sus cualidades de cuestionar un saber aceptado y retar el sentido común pueden aprovecharse para dinamitar la «única vida puesta en la cúspide: la vida del BBVAH, sujeto definido por la intersección de esos sistemas de privilegio/opresión: el blanco, burgués, varón, adulto, hetero (y urbano)».[19]
¿…Y la belleza?
La belleza está en el equilibrio.
No se trata de relativizar «lo científico» hasta un punto en que todo cabe; pero tampoco confundir registros diferentes como el proceso de investigación y la(s) forma(s) de divulgar y socializar los resultados de ese proceso.
La belleza está en el camino,
aunque en este evento hablemos de los cierres. Un camino cargado de normas, en un contexto que se ha caracterizado en los años «revolucionarios» — según Valdés Paz — por la desviación de las normas; y que tiene una herencia cultural frente a la autoridad — a criterio de Guillermo Rodríguez Rivera en Por el camino de la mar… — de «se acata pero no se cumple».
La belleza está en continuar articulando una comunidad científica —intelectual en un sentido más amplio— que va más allá de encontrarnos para armar antologías temáticas.
Una comunidad que tensione la organización institucional existente, en ocasiones reproductiva de fragmentaciones y feudos cerrados. A esta discusión se ha traído el asunto del acceso a las fuentes. Si bien refleja un problema general, quisiera agregar a la discusión del tema las variaciones que existen a partir de las subordinaciones —órganos de relación— institucionales y jerarquías individuales legitimadas en diferentes ámbitos. Sí, hay un problema macro con el acceso de los y las investigadoras a las fuentes y la información; pero también existen gradaciones diversas en las oportunidades.
La belleza está en actividades como esta, que estimulan a pensar no solo cómo escribimos «ciencia», sino cómo nos relacionamos con ella.
Nos ayudan a distinguir entre lo justo y lo necesario. Por ejemplo, y sintéticamente, hay prácticas/practicantes investigativas que están en los bordes —o fuera— de los procesos de «categorización», que no alcanzan —por razones diversas— a ser «investigadores con carnet».
La belleza está en entender el carácter procesal de escribir ciencias sociales y humanas.
¿Le pasamos de lado, si de la exclusión en Centroamérica hablamos, a textos como este?:
Los que ampliaron el Canal de Panamá
(y fueron clasificados como «silver roll» y no como «gold roll»),
los que repararon la flota del Pacífico
en las bases de California,
los que se pudrieron en las cárceles de Guatemala,
México, Honduras, Nicaragua,
por ladrones, por contrabandistas, por estafadores,
por hambrientos,
los siempre sospechosos de todo
(«me permito remitirle al interfecto
por esquinero sospechoso
y con el agravante de ser salvadoreño»),
las que llenaron los bares y los burdeles
de todos los puertos y las capitales de la zona
(«La gruta azul», «El Calzoncito», «Happyland»),
los sembradores de maíz en plena selva extranjera,
los reyes de la página roja,
los que nunca sabe nadie de dónde son,
los mejores artesanos del mundo,
los que fueron cosidos a balazos al cruzar la frontera,
los que murieron de paludismo
o de las picadas del escorpión o de la barba amarilla
en el infierno de las bananeras,
los que lloraran borrachos por el himno nacional
bajo el ciclón del Pacífico o la nieve del norte,
los arrimados, los mendigos, los marihuaneros,
los guanacos hijos de la gran puta,
los que apenitas pudieron regresar,
los que tuvieron un poco más de suerte,
los eternos indocumentados,
los hacelotodo, los vendelotodo, los comelotodo,
los primeros en sacar el cuchillo,
los tristes más tristes del mundo,
mis compatriotas,
mis hermanos.
O, si nos acercamos al carácter regulador — y central — de la política en los años posteriores a 1959 en Cuba, ¿diferimos el Torre de marfil de Cintio Vitier?
La política está llegando a la raíz del mundo,
a los átomos,
a los electrones.El cielo parece libre,
los árboles, ajenos a la historia,
la mariposa, ausente del periódico.Todavía
podemos ir al mar
y pensar en los griegos,
o, tal vez, sumergirnos
en la feroz frescura del olvido.Naturaleza, en suma
(aquí donde no caen bombas,
todavía)
es una torre de marfil inesperada.Mas no hay que preocuparse, pues ya será la última.
Los dispositivos están situados en el centro de la flor.
¿Cuántas investigaciones, que no tenían como objeto la novelística de Mario Vargas Llosa sino elementos específicos de la sociedad peruana y/o latinoamericana, han referido a La ciudad y los perros?
Agradezco la organización e invitación a este evento. Para quienes investigamos, escribimos, y por avatares profesionales — y alimenticios — hemos tenido la oportunidad de situarnos en la función de editores, propone un diálogo, también necesario y urgente, entre estos actores.
Notas:
[1] Rojas, Fernando Luis y Carolina García Salas. Al socialismo le falta mucho de ternura. Entrevista a Georgina Alfonso. Disponible en: http://www.temas.cult.cu/catalejo/georgina-alfonso-al-socialismo-le-falta-mucho-de-ternura
[2] En Valdés García, Félix. La in-disciplina de Caliban. Filosofía en el Caribe más allá de la academia. Editorial [email protected], 2017. p. 9.
[3] Pérez Varona, Wilder. Por una filosofía cubana. Intervención en el balance anual del Instituto de Filosofía. La Habana, 26 de diciembre de 2019. PONER EL LINK DE LA TIZZA, YA NO ES INÉDITO
[4] Félix Lizaso. Ensayistas contemporáneos 1900–1920. Editorial Trópico, La Habana, 1938. p. 12.
[5] Por cuestiones de tiempo, en esta oportunidad me limitaré al siglo XX.
[6] Medardo Vitier. Del ensayo americano. Fondo de Cultura Económica, México, 1945. p. 8.
[7] Hernández, Rafael y Rafael Rojas. Ensayo cubano del siglo XX. Fondo de Cultura Económica, México, 2002. p. 7.
[8] Valdés García, Félix. Op. Cit. p. 31.
[9] Lao-Montes, Agustín. «Fanon y el Socialismo del siglo XXI: Los condenados de la tierra y la nueva política de des/colonialidad y liberación». En Frantz Fanon. Los condenados de la tierra. Fondo Editorial Casa de las Américas, 2011. pp. xvi-xvii.
[10] Thiago Henrique Oliveira Prates. «O mundo não acaba no Malecón»: exilio, intelectuales y disidencia política en las revistas Encuentro de la Cultura Cubana y Revista Hispano Cubana (1996–2002). Universidad Federal de Minas Gerais, Facultad de Filosofía y Ciencias Humanas, 2015.
[11] Campuzano, Luisa. Quirón o del ensayo y otros eventos. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1988. p. 12.
[12] Valdés Paz, Juan. La evolución del poder en la Revolución cubana. Tomo I, Rosa Luxemburg StiftungGesellschaftsanalyse un PolitischeBildunge.V., 2018. p. 290.
[13] Valdés Paz, Juan. La evolución del poder en la Revolución cubana. Tomo II. Rosa Luxemburg StiftungGesellschaftsanalyse un PolitischeBildunge.V., 2018. pp. 161–162.
[14] Ibídem. pp. 308–309.
[15] Martínez Heredia, Fernando. Ciencias sociales cubanas: ¿el reino de todavía? Intervención en el Panel «Ciencias sociales, academia y transformaciones sociales» del Coloquio de Ciencias Sociales de la 23° Feria Internacional del Libro, Teatro Manuel Sanguily, Universidad de La Habana, 15 de febrero de 2014. En Magdiel Sánchez Quiróz (comp.): Fernando Martínez Heredia. Pensar en tiempo de Revolución. Antología esencial. Clacso, Buenos Aires, 2018. pp. 911–912.
[16] Ruiz Martín, Felipe. «Prólogo». En Fernand Braudel: La historia y las ciencias sociales. Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1968, 1970. Disponible en http://www.scribd.com/Insurgencia. p. 13.
[17] Ortiz, Fernando. El ensayo como género. En Hernández, Rafael y Rafael Rojas. Op. Cit. p. 101.
[18] Ver, entre otros: Luis Rafael. Identidad y descolonización cultural. Antología del ensayo cubano moderno. Editorial Oriente, 2010; Hernández, Rafael y Rafael Rojas. Op. Cit.
[19] Pérez Orozco, Amaia. Un antídoto contra el miedo. Prólogo al libro «Mercado o democracia. Los tratados comerciales en el capitalismo del siglo xxi» de Gonzalo Fernández Ortiz de Zárate. Icaria editorial, s. a., Barcelona, 2018.
Fuente: https://medium.com/la-tiza/ciencias-sociales-y-escritura-y-la-belleza-bcd1301b24d3