Normalmente, debería ser una buena noticia el hecho de que se constituya un espacio plural de reflexión en el campo de las izquierdas. No andamos sobrados de debates estratégicos.
Está por ver, sin embargo, si podremos incluir en tan gozosa celebración el nacimiento del Instituto “Sobiranies”, presentado esta semana en sociedad de la mano de dos de sus principales promotores: los exdiputados de En Comú-Podem y de la CUP, Xavier Domènech y Quim Arrufat.
En realidad, no sería razonable esperar de ese Instituto ninguna aportación de peso a la ciencia política. Y no porque sus integrantes no sean prolíficos –entre ellos se cuentan conocidos políticos, como Gerardo Pisarello, Gemma Ubasart, Ricard Gomà, Gala Pin o Anna Gabriel-, sino porque la auténtica finalidad de ese espacio no es la anunciada exploración intelectual de “nuevas hegemonías”. No. “Sobiranies” es una pieza más de una azarosa maniobra política cuya finalidad sería contribuir a la formación de un gobierno de ERC, al que se incorporarían los comunes y, de un modo u otro, la CUP o sus entornos sociales. Quim Arrufat ha negado vehemente que se trate de eso. Pero lo cierto es que el socio capitalista de este artilugio es el conocido empresario Jaume Roures –Mediapro-, con mucha mano en TV3 y algún que otro tropiezo con la justicia federal americana. Roures ya hizo en su día de Celestina, auspiciando en su propia casa el encuentro entre Pablo Iglesias y Oriol Junqueras. Por otro lado, quien conozca el espacio de los comunes sabrá que allí, iniciativas individuales, poquitas. El que se mueva sin recibir consigna del núcleo dirigente “no sale en la foto” –ni aparecerá en una próxima lista electoral. La presencia de diputados y personas afines a ese núcleo certifica que “Sobiranies” forma parte de la política oficial. (Por supuesto, ni discutida, ni votada en parte alguna. Pero eso no la hace menos imperativa. Basta con ver los aplausos que la iniciativa ha recibido en twitter. Todo el mundo sabe ya a qué atenerse).
El papel de Jaume Roures como muñidor de todos estos movimientos no es baladí. Antiguo camarada de la Liga Comunista Revolucionaria, Roures podría ser el exponente de algunas curiosas evoluciones individuales que se han dado en los procesos de agotamiento y descomposición de antiguas organizaciones de extrema izquierda. He aquí un individuo avispado, empresario de éxito en el mundo audiovisual, pero que nunca ha perdido el gusto por la política. Probablemente, siga considerándose a sí mismo como un revolucionario trotskista. Pero, desde luego, si algo le queda de eso, debe pertenecer a la tendencia mefistofélica. Es el tipo de personaje con un ego monumental, que se cree capaz de manipular la historia y al conjunto de los actores políticos merced a su astucia innata, al dinero que maneja y a su cosmovisión, adquirida en aquella lejana escuela de formación marxista que compartimos en nuestra juventud. Roures ha estado a fondo con el “procés” independentista –ha sido uno de los grandes propagandistas del relato épico del 1 de Octubre. En sus momentos oníricos, percibe al movimiento nacionalista como un factor de desestabilización del “régimen del 78”, susceptible de abrir una crisis institucional y desencadenar una dinámica constituyente en España.
La idea de un gobierno de ERC forma parte de esas ensoñaciones a las que se pretende abrir paso a fuerza de maniobras. En realidad, se está buscando una difícil conjunción astral. Sería necesario que ERC, reconfortada por las encuestas, contemplase una nueva alianza y se emancipase de la tutela convergente. Para que ERC diera tal paso, sería preciso también que su liderazgo fuese incuestionable. Los comunes deberían, pues, atenerse a un papel subalterno, tratando de arrastrar a la CUP y aportando un acento social a esa alianza. El PSC, demasiado distante del independentismo, pero cuyos escaños serían indispensables para componer una mayoría de gobierno, debería circunscribirse a un apoyo externo, sacrificándose en aras de la gobernabilidad del Estado.
Cualquiera puede ver que semejante “plan” tiene mucho de cuento de la lechera. En los meses que nos separan de las próximas elecciones catalanas pueden pasar muchas cosas. El escenario en el que se desenvolverán es del todo impredecible. Cualquiera de las piezas de ese rompecabezas puede caerse de la mesa. No obstante, la ensoñación tiene efectos prácticos. El equipo dirigente de los comunes flirtea con ella porque de algún modo le resuelve el problema de su indefinición estratégica, llena el vacío existente con una perspectiva, por incierta que sea. Y, por otro lado, la ilusión de situarse en los aledaños de un gobierno de ERC expresa el anhelo de toda una promoción de cuadros de formación universitaria, abocada a la precariedad, y que necesita resolver su particular “cuestión social” a través de la política. Lo cual es muy humano y no debería ser objeto de juicios morales. El problema es que todo un proyecto, que había irrumpido con la pretensión de revolucionar la “vieja política”, acabe totalmente condicionado por tales miserias materiales.
Ya veremos si el chiringuito de Roures resuelve alguna situación particular. En cualquier caso, quien paga manda. Pero los efectos negativos de la maniobra afectan al conjunto de la izquierda. La izquierda alternativa se deja satelizar por el liderazgo de la pequeña burguesía nacionalista. Con ello, debilita el polo de una izquierda social y federalista. El PSC no entra en el radar de “Sobiranies”. Pero no por federalista –esa palabra está proscrita-, sino por “jacobino”. De este modo, comienza a escribirse un nuevo relato que subsume el conflicto social: soberanistas –es decir, progresistas– frente a centralistas de dudosas credenciales democráticas. La intelectualidad del Instituto ya se encargará de elaborar vacuidades sobre “el país que queremos”. Hojarasca. Pero, si la socialdemocracia acaba siendo la única formación que enarbola la perspectiva federal, su fuerza y viabilidad quedarán profundamente socavadas. Con matices y acentos diversos, esa bandera ha sido, históricamente, la del conjunto del movimiento obrero y las fuerzas progresistas en Catalunya. Del mismo modo que la hélice no puede impulsar la embarcación si una de sus dos palas se rompe, la socialdemocracia no podría acaparar todo el campo de la izquierda, ni vertebrar un espectro social federalista lo bastante amplio y determinado… si la izquierda critica se enredase en las mallas del nacionalismo.
La izquierda no puede renunciar al objetivo de gobernar Catalunya con su propio proyecto, engarzado en la convivencia con el resto de los pueblos de España. En ese camino, podrá y deberá pactar con otras fuerzas, incluidas las nacionalistas. Pero ni la independencia, ni cualquier intentona secesionista, caben en la agenda de un gobierno donde esté la izquierda. Asentados sobre un firme apoyo en la sociedad, los federalistas son capaces de pactar mejoras sustanciales del autogobierno con los partidos independentistas. Pero, si éstos son hegemónicos, el riesgo de una nueva aventura estará siempre ahí, latente, a la espera de que surja otra ventana de oportunidad.
Los tiempos que se avecinan –duros para las clases populares y de zozobra para las clases medias– serán propicios a charlatanes y taumaturgos. Es posible que una próxima contienda electoral arroje de nuevo una mayoría de escaños independentistas, en cuyo caso habría muchas posibilidades de que los hermanos enemigos se entendiesen una vez más para seguir mamando de las ubres autonómicas. Las ensoñaciones sólo habrían servido entonces para debilitar las opciones de la izquierda. Aunque quizás se trate de eso, ya sea por cálculo o por estúpido oportunismo. El submarino amarillo del capitán Nemo Roures zarpa con la misión de torpedear la alternativa federal.
Fuente: https://lluisrabell.com/2020/06/12/el-submarino-amarillo/