Vivimos tiempos convulsos. Hace ya cierto tiempo (décadas) que el capitalismo internacional está en crisis. Sobrevive y parece que aún puede sobrevivir durante cierto tiempo (tal vez demasiado), pero indudablemente está en crisis. Y esto lo saben también sus apologistas. Antes de aparecer la pandemia del COVID-19 ya mostraba signos de entrar en un nuevo ciclo de recesión, agravado por las consecuencias de la anterior crisis, lloviendo sobre mojado, ahondando aún más en sus contradicciones, dado que se ha hecho lo contrario de lo que se necesitaba para salir de la crisis anterior, el neoliberalismo sigue campando a sus anchas. Las crisis son cada vez más frecuentes y agudas, algo propio de un sistema que está colapsando, en clara decadencia.
El problema es que todavía no hay una izquierda real internacional preparada para intentar una alternativa. Para ello se necesita una teoría clara y actualizada, un guión para la acción acorde a los tiempos actuales y que tenga en cuenta los fracasos del pasado siglo, se necesita un marxismo del siglo XXI, sin el cual no habrá una Revolución con posibilidades de éxito. Para ello se necesita también una Internacional Anticapitalista suficientemente preparada y madura. Hasta ahora sólo ha habido ciertos amagos de organización. Hasta el presente momento el mayor enemigo del capitalismo sigue siendo el propio capitalismo, sus agudas (cada vez más) e irresolubles contradicciones.
En este contexto internacional de crisis a todos los niveles, agravada por la pandemia del nuevo coronavirus (que afecta sobre todo a las capas más débiles de la sociedad), en el Estado español sale a la luz lo que era un secreto a voces desde hace unos cuantos años: que la monarquía (ya de por sí una institución caduca y antidemocrática) está corrupta. Los escándalos del rey emérito Juan Carlos I ya no pueden ser ocultados por la prensa de masas (aunque aún se hacen intentos por minimizarlos y por separar a la persona que ocupó anteriormente el cargo del actual inquilino y de la propia institución monárquica, pilar esencial del régimen del 78, que fue en verdad un lavado de cara del anterior régimen franquista). Hace ya cierto tiempo que por Internet circulaban informaciones sobre las actividades del emérito, que no tenían nada que ver con la imagen oficial transmitida por los grandes medios de desinformación masiva.
Es muy gracioso, por no decir indignante, ver ahora a algunos “periodistas” indignarse con lo que realmente ya se sabía, o por lo menos, se sospechaba sobre el anterior Rey. Por si acaso, algunos de los defensores del actual status quo se han vuelto ahora repentinamente “republicanos”. Por supuesto, ya empezamos a oír también las típicas falacias de los monárquicos, o que se declaran republicanos pero que “extrañamente” nunca ven el momento oportuno del debate del modelo de Estado y siempre defienden el actual régimen monárquico y que no hace falta dar voz al pueblo para pronunciarse sobre esta cuestión, que según ellos es de importancia secundaria, la calidad de la democracia no tiene mucha importancia según estos presuntos demócratas. Aunque algunas de dichas falacias ya no sirven, han perdido toda credibilidad. Por supuesto, si finalmente no se puede salvar a la institución monárquica, las actuales élites y sus lacayos intentarán una nueva “transición” protagonizada por los poderes fácticos, para establecer una república reducida a la mínima expresión, muy poco “cosa pública”, una pseudo-monarquía donde el “Rey” sea elegido cada x años (de facto no entre cualesquiera candidatos, sino entre personas de confianza del régimen, de la oligarquía, pues en la mayor parte de los partidos está más o menos controlado quién llega arriba), un lavado de cara más para que el verdadero poder siga en las mismas manos que ya estaba y el pueblo siga creyendo vivir en la ilusión de que tiene el poder, de que vive en una democracia.
Se necesita un cambio real, pasar de la “democracia” a la DEMOCRACIA. Y para ello es imprescindible un proceso constituyente protagonizado por el pueblo, en vez de por las élites. Y para ello es condición sine qua non que el pueblo tome la iniciativa, salga a las calles (usando las mascarillas y respetando las medidas de seguridad anti-covid, por supuesto, o usando nuevas e imaginativas formas de protesta que superen los obstáculos que ha impuesto esta pandemia que vivimos). Dicho sea de paso que esta pandemia será utilizada por las élites para acobardar y desunir a los pueblos todavía más, tal vez incluso para acelerar ciertos “cambios”, para dirigirlos, para tomar la delantera antes de que los acontecimientos les desborden, ahora que es más difícil que se produzcan manifestaciones callejeras masivas, que un nuevo 15-M parece más complicado por el virus que nos azota. Quienes dirigen los designios de la mayor parte de los países, al servicio del neoliberalismo, están tomando y van a seguir tomando medidas en contra de las clases populares. Nunca se duermen en los laureles.
Se necesita más que nunca la recuperación de lo público (empezando por la Sanidad). Esta pandemia ha demostrado, como lo demuestran todas las catástrofes, la necesidad de solidaridad, de concienciación, de responsabilidad compartida, de organización social al servicio del interés general, y no de los intereses privados. Con más y mejor democracia, se conseguirá luchar mejor, más eficazmente (desde el punto de vista general, de toda la sociedad) contra esta pandemia, contra cualquier otra que venga, contra cualquier catástrofe, contra cualquier crisis. No pueden esperarse soluciones que beneficien al conjunto de la sociedad con un sistema diseñado a la medida de unas minorías privilegiadas. Es muy difícil que un gobierno logre cambiar las cosas si está atado de manos, no digamos ya si la correlación de fuerzas no es favorable a las organizaciones realmente progresistas. La importancia de la democracia en la calidad de vida de los ciudadanos es una evidencia de la que debe ser consciente la mayor parte de la gente, y no sólo una minoría de ovejas negras.
Como ya ocurrió otras veces en el pasado, la cadena se puede romper por su eslabón más débil. Y España constituye uno de los eslabones más débiles del sistema capitalista internacional. Aquí desde hace cierto tiempo, y cada vez más, se dan ciertas condiciones objetivas y subjetivas favorables a la Revolución. Lo que falta es más condiciones subjetivas, más concienciación y organización. Recordemos que los factores del cambio social son objetivos pero también subjetivos. Si no se dan ambos en cuantía y proporción suficientes, no se producen cambios sociales. Está claro que el mundo en general debe evolucionar (para que la mayoría de la población sobreviva dignamente, incluso podemos decir de manera más contundente que para que pueda sobrevivir la especie humana y su hábitat) hacia una democracia mucho más profunda que la escasa y simbólica “democracia” actual, que en verdad es una plutocracia. Obviamente, deberá haber una importante coordinación internacional de las fuerzas populares que luchen contra el capitalismo, por una democracia real, pero cada país, especialmente aquellos más necesitados de cambios, debe empezar ya por actuar localmente. Hay que pensar globalmente y actuar localmente, como suele decirse.
Por todo ello es primordial la causa republicana en España. No se trata sólo de poder elegir al jefe de Estado, se trata también, sobre todo, de desarrollar la democracia, de ir rumbo a la democracia, de alcanzar la democracia real. La única solución que tiene la humanidad de sobrevivir a sí misma (aunque esto suene apocalíptico hay cada vez más evidencias de que se nos avecina un gran desastre, si no cambiamos el rumbo de la Historia), es la democracia real, que el destino de la humanidad esté en manos de toda ella, y no sólo en manos de unas minorías egoístas e irresponsables. Sólo puede vencerse a la pandemia del COVID-19 con Ciencia, y sólo puede vencerse a la pandemia del capitalismo con Ciencia también (que en el ámbito de la sociedad humana llamamos democracia). Sólo con suficiente libertad para conocer todas las ideas, para poder contrastarlas entre sí en igualdad de condiciones y sobre todo para poder probarlas, contrastándolas con la práctica (ésta es la esencia del método científico) podremos dar con el sistema social que permita a la humanidad sobrevivir dignamente y resolver sus problemas, que ahora son crónicos.
No puede admitirse que el fracaso de los primeros experimentos socialistas en el siglo XX signifique que no hay alternativas al capitalismo. Cualquier científico sabe perfectamente que rara vez a la primera es la vencida (más si cabe si se hacen experimentos en condiciones muy hostiles, si los enemigos no dejan trabajar en las condiciones necesarias). No puede esperarse que no haya corrupción (con el consiguiente coste, directo e indirecto, económico pero también moral, por cuanto la sociedad entera se corrompe, material y moralmente) cuando las reglas del juego son viciadas, cuando alguien está por encima de la ley, cuando la ley de leyes proclama a bombo y platillo que todos somos iguales ante la ley y al mismo tiempo que el máximo cargo de un Estado es inviolable e irresponsable, cuando no hay transparencia, cuando los medios de comunicación se autocensuran (al depender del poder económico), cuando no hay verdadera libertad de prensa o ésta es escasa, cuando los máximos responsables son quienes menos responden, cuando el control de unos ciudadanos a otros sólo se produce en una dirección, de arriba hacia abajo, y no de abajo hacia arriba, cuando nadie vigila al vigilante,…
Distribuir el poder, hacer dicho control simétrico (que todo el mundo controle a todo el mundo, y muy especialmente que se controle a los que están arriba, para lo cual se necesita, entre otras cosas, una verdadera separación de poderes, de todos, incluidos el poder económico y la prensa), que los que gestionan sean elegidos por los gestionados, pero que también los primeros respondan en todo momento ante los segundos, la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, la igualdad de los votos,…, son principios esenciales de la democracia. En cuanto se incumple alguno, la democracia degenera en oligocracia. No por casualidad la gran burguesía se guarda muy mucho de evolucionar su “democracia”, de corregir sus defectos, ni siquiera de debatir sobre ella (salvo cuando no le queda más remedio para intentar cambios superficiales que no afecten al status quo de los poderes fácticos). “Democracia” que en verdad, como bien decía Marx, es la dictadura (camuflada y en esto radica su éxito, en su disfraz) de su clase.
En una verdadera democracia ésta no deja de evolucionar, pues nada es perfecto y en cuanto hay un mínimo de Libertad, la Verdad se va abriendo camino, la democracia real se realimenta a sí misma. Hay que ser muy ingenuo para sorprenderse ahora de que Juan Carlos I haya sido (hasta ahora presuntamente) el mayor corrupto del Reino. Hace ya cierto tiempo que circulan por Internet biografías no autorizadas, que a medida que pasa el tiempo se muestran más verídicas que los cuentos de hadas que nos han contado los medios oficiales, como “Un rey golpe a golpe. Biografía no autorizada de Juan Carlos de Borbón” de Patricia Sverlo. Libro esencial (y gratuito), que a mí en particular me despertó de mi semi-letargo. Indudablemente, Internet ha empezado a romper el monopolio (u oligopolio) informativo.
Es necesario cambiar las reglas del juego para obtener otros resultados. Y cambiar las reglas del juego es en lo que consiste esencialmente la Revolución social, en transformar la sociedad para lograr un mundo más lógico, más justo, más civilizado, más estable, con más futuro (pues una “civilización” con la contradicción entre desarrollo tecnológico y subdesarrollo social está condenada al fracaso, a la autoextinción), un sistema que sirva al interés general. Una sociedad no tiene futuro si su forma de organización no sirve al interés de la inmensa mayoría (sin nunca dejar de respetar los derechos de cada individuo también). Y la forma de organización que sirve al conjunto de la sociedad la llamamos democracia.
Pero nunca hay que perder de vista que hay que distinguir entre la etiqueta de la botella y su contenido. Que un sistema se autoproclame como democrático no significa que lo sea. Conoceremos a un verdadero sistema democrático por los resultados obtenidos, por los hechos. Un sistema es realmente democrático si todos los individuos tienen los mismos derechos y obligaciones (pero no sólo en teoría, sino que de facto), si mejoran las condiciones de vida de la inmensa mayoría (y no sólo de unas minorías), si el sistema no para de mejorar, en vez de degenerar, para lo cual debe cuestionarse también a sí mismo, para lo cual la crítica (profunda y sin límites, sin tabúes) es bienvenida, en vez de mal vista o marginada,… Y no puede existir una democracia real sin la forma de Estado republicana, aunque puede existir una república sin casi democracia (como existe en la mayor parte del mundo actualmente). La República es condición necesaria, pero no suficiente para la democracia (real).
Sin embargo, como decía Julio Anguita, la República habrá que traerla, no vendrá por sí sola, y si la traen las élites será muy poco “cosa pública”. Sólo el pueblo puede salvar al pueblo. La democracia (real) es una causa que interesa a las clases populares y atenta contra los privilegios de las clases opulentas. En una verdadera democracia, tarde o pronto, dejará de haber élites, pues la democracia real crea una dinámica que se realimenta a sí misma. La democracia (verdadera) es el enemigo número uno de la oligarquía, que sólo puede sobrevivir con oligocracia, con dictaduras más o menos camufladas. Con un pueblo bien informado (y esto sólo es posible, entre otras cosas, con una prensa verdaderamente libre, independiente de los poderes político y sobre todo económico) las élites no tienen futuro. Todo esto lo tienen bien claro las personas que forman parte de dichas capas privilegiadas de la sociedad, el problema es que la mayoría de las personas que forman parte de las clases populares todavía no.
Es imprescindible luchar contra el actual sistema, desde dentro y desde fuera, dando el máximo protagonismo posible a la gente corriente, a las bases de los partidos y organizaciones que aboguen por un cambio real. La democracia sólo podrá alcanzarse practicándola de camino. Es también labor de cada uno de nosotros, ovejas negras del rebaño, aportar nuestro grano de arena para cambiar el mundo que nos ha tocado vivir, para que algún día la humanidad deje de comportarse como un rebaño de ovejas, siendo realistas pero no derrotistas, teniendo en cuenta nuestras limitadas posibilidades pero sin renunciar al margen de maniobra que tenemos, humildemente, pero también sin complejos, insistentemente.
Entre todos (o por lo menos entre muchos) podemos conseguir cambiar las cosas. No nos queda otra opción que intentarlo, las veces que haga falta. Hay que luchar hasta el final. La única lucha que se pierde es la que no se hace. Si luchas puedes perder, pero si no luchas ya estás perdido.
¡Sí se puede! ¡Por la Tercera República! ¡Por un proceso constituyente protagonizado por el pueblo! ¡Por la verdadera democracia!
José López es autor de los libros Rumbo a la democracia, Las falacias del capitalismo, La causa republicana, Manual de resistencia anticapitalista, Los errores de la izquierda, ¿Reforma o Revolución? Democracia y El marxismo del siglo XXI así como de diversos artículos, publicados todos ellos en múltiples medios de la prensa alternativa y disponibles en su blog para su libre descarga y distribución.
Blog del autor: http://joselopezsanchez.wordpress.com/