«Como una superviviente de la prostitución respondió a la afirmación de que la prostitución no es ni mejor, ni peor que darles vueltas a las hamburguesas en un McDonald’s: “En el McDonald’s tú no eres la carne; en la prostitución tú eres la carne”. El término “trabajadora sexual” es un arma retórica en la normalización de la prostitución».
Rachel Moran
La explotación sexual es una actividad tremendamente invasiva y abusiva para sus víctimas. Los medios de comunicación, las formaciones políticas, las universidades y hasta los sindicatos siguen ofreciendo una imagen superficial y trivial, e incluso idealizada, de esta actividad, llamándola falsamente «trabajo sexual», cuando es una explotación que debería ser suprimida en cualquier sociedad donde rija un mínimo de igualdad. A continuación, se exponen diez razones para explicar que esta explotación es una actividad que no se puede normalizar, ni regularizar:
1) En todo trabajo asalariado hay explotación, pero la explotación sexual no es un trabajo más, en contra de la propaganda que quiere normalizarla y regularizarla. La explotación sexual se asemeja más a las condiciones de esclavitud que a un trabajo. En un trabajo asalariado hay un centro de trabajo, pero en la explotación sexual el propio cuerpo de la víctima es el centro de trabajo, lo cual marca una diferencia absoluta. Por eso, hablar de «trabajo sexual» es incorrecto y resulta más apropiado hablar de explotación sexual, sin idealizaciones, ni eufemismos para denominar su carácter invasivo y abusivo.
2) La explotación sexual se asemeja a otras explotaciones que son inadmisibles, por mucho que haya consentimiento de la víctima o un contrato voluntario. Por ejemplo, hay actividades invasivas, como la explotación reproductiva (vientres de alquiler o gestación subrogada) y la explotación quirúrgica (extracción y venta de órganos), que no resultan admisibles, por mucho que la víctima firme su consentimiento y reciba compensación económica por ello. En la explotación sexual ocurre otro tanto. En la explotación sexual, la reproductiva y la quirúrgica es el propio cuerpo la medida de la explotación y por eso estas explotaciones invasivas resultan ser prácticas perjudiciales y totalmente abusivas, si no ilícitas.
3) Otro factor que impide que la explotación sexual sea un trabajo normalizado es que, como a veces han expresado los tribunales, si se acepta como un empleo más, se admite entonces que puedan existir contratos de trabajo donde no haya libertad sexual. Este es un derecho laboral básico que no se puede suprimir. Ningún empresario tiene derecho a decidir sobre la libertad sexual de sus empleadas o empleados, ni tiene tampoco derecho a incluir ninguna cláusula contractual en la que la persona explotada tenga que renunciar a su libertad sexual. Hacerlo así sería retroceder de forma brutal en derechos. La libertad sexual nunca se puede ver limitada, ni afectada por un contrato de trabajo.
4) No se puede romantizar la explotación sexual como una actividad laboral más. Una actividad de felaciones y penetraciones impuestas no tiene encaje siquiera en los servicios públicos de empleo de las economías capitalistas. En el 2013 una agencia de empleo de Augsburgo le ofreció a una joven que solo tenía 19 años un puesto de trabajo en un burdel de la ciudad. Cuando la oferta salió a la luz pública, el servicio de empleo tuvo que disculparse. ¿De verdad deseamos un mercado laboral inundado de ofertas y anuncios de explotación sexual? ¿Ese es todo el futuro que se les ofrece a las adolescentes y mujeres jóvenes sin empleo? Si un día se consiguiese acabar con el capitalismo y se alcanzase un sistema económico justo, algunos de los actuales oficios podrían pasar perfectamente a ese nuevo tipo de organización de la sociedad, pero, desde luego, la explotación sexual no tendría cabida en él.
5) El derecho a la sindicación es básico en la actividad laboral. En la explotación sexual, sin embargo, no puede haber sindicatos. Para que haya sindicatos es necesario reconocer una patronal empresarial, pero no puede haber un empresario o un jefe en este tipo de explotación, porque eso sería tanto como dar reconocimiento y cobertura al proxenetismo, lo cual además constituye un delito. Este fue el motivo principal por el que la Audiencia Nacional de España impidió en 2018 que la organización OTRAS se constituyera en sindicato, porque, de haberse aprobado sus estatutos, se hubiera amparado el proxenetismo directamente. Que una parte del activismo feminista más mediático, desde Silvia Federici y Rita Laura Segato hasta Nancy Fraser, hiciese campaña por la legalización de esos estatutos que dejaban espacio para el proxenetismo es representativo de la romantización de la explotación sexual realmente existente.
6) Nunca deberíamos olvidar que la explotación sexual rompe todo principio de igualdad, sobre todo, entre hombres y mujeres, teniendo en cuenta que sus víctimas mayoritariamente son mujeres vulnerables, empobrecidas y necesitadas económicamente. Ese tipo de explotación rompe cualquier principio de solidaridad y justicia en igualdad, aunque se quiera disfrazar como un trabajo y un consumo más. Lo resumió perfectamente Alexandra Kollontay en su informe sobre las mujeres y cómo combatir la prostitución de 1921: «La prostitución destruye la igualdad, la solidaridad y el compañerismo de las dos mitades de la clase obrera. Un hombre que compra los favores de una mujer no la ve como una camarada o como una persona con iguales derechos». La explotación sexual y su consumo contribuyen al desclasamiento y a la división de la clase explotada y desposeída.
7) Un argumento que emplean quienes quieren normalizar la explotación sexual es que la prostitución siempre ha existido y que nunca se va a erradicar, como si fuese un hecho natural del mundo, pero ese es el mismo argumento que utilizaban los esclavistas algodoneros para poseer esclavos y esclavas en sus plantaciones, con el fin de naturalizar y normalizar la peor opresión y explotación. Que una práctica abusiva tenga muchos siglos de historia no quiere decir que sea natural, ni que actualmente haya que aceptarla porque haya existido durante mucho tiempo. Cada derecho nuevo siempre ha sido conquistado contra prácticas abusivas que en el pasado se consideraron naturales e inalterables.
8) Unido al punto anterior, hay personas, especialmente hombres, que quieren justificar la explotación sexual como una necesidad masculina. Los seres humanos tenemos necesidades sexuales, pero decir que esas necesidades pasan por la explotación de otras personas, especialmente mujeres, es una forma abusiva y opresora a todas luces, que rompe con cualquier principio de igualdad y que además se adentra peligrosamente en el terreno de la cultura de la violación, porque presenta a la persona que utiliza sexualmente a otra como alguien que no tiene más remedio que hacer lo que hace, como si no pudiera controlar o suprimir el deseo de posesión y dominio. Una perspectiva muy peligrosa.
9) El lobby de la prostitución y de su entramado empresarial quiere vender que existe una explotación sexual buena (la prostitución) y otra mala (la trata de personas con fines sexuales). En realidad, no hay una explotación buena y otra mala. Toda explotación sexual es violenta por sí misma y vulnera derechos fundamentales, como la libertad sexual. De todos modos, es verdad que la trata de personas resulta más cruel, porque en ella concurren delitos tan graves como el secuestro de personas. Por otro lado, es frecuente que la prostitución realmente existente –no la romantizada en la película Pretty Woman– se vea unida a la trata de personas, porque el proxenetismo ejerce su violencia y se expande violentamente allí donde los Estados y las autoridades hacen la vista gorda y lo toleran cada día con hipocresía y cinismo.
10) Vivimos un momento de total cinismo e hipocresía, en el que para la progresía un piropo es machismo, pero la abolición de la explotación sexual es un tema «muy complejo» que hay que debatir y en el que hay que dar voz al lobby de la explotación sexual. En cuanto hay que alterar las estructuras de explotación y abolirlas, la progresía ya lo ve todo «muy complejo». Un buen ejemplo de esta hipocresía progresista la tenemos también en la Unión Europea, que cada año celebra el 8 de marzo para reivindicar la igualdad entre hombres y mujeres, pero al mismo tiempo desde el 2013 impone el Sistema Europeo de Cuentas Nacionales, que obliga a sus Estados a incluir en el cálculo del Producto Interior Bruto actividades fuera de la ley como la explotación sexual, el tráfico de armas y el tráfico de drogas. En el capitalismo todo cuenta como productividad y riqueza, incluidas las actividades más destructivas, legales o ilegales.
Expuestas las razones por las que la explotación no se puede normalizar, ni regularizar, conviene desmitificar algunos tópicos que divulgan el lobby de la prostitución y su entramado empresarial y que suelen repetir los medios de comunicación y el activismo:
1) La falsa dificultad de rastrear los centros de explotación sexual. A veces se dice que es difícil localizar los centros de explotación sexual, como si fuese casi imposible identificarlos y clausurarlos, pero, si los clientes son capaces de seguir su publicidad y encontrarlos, cualquier investigación seria y preocupada por las víctimas también puede hacerlo.
2) La falsa dificultad de atender económicamente a las víctimas. En ocasiones se esgrime el argumento de que no hay dinero para las víctimas sometidas a la prostitución, pero esto también es falso. Si hay dinero para las víctimas de la violencia de género y para las personas sin empleo, también puede haberlo para estas víctimas. Más aún, las víctimas de explotación sexual deberían ser categorizadas en una figura similar a víctimas de violencia de género en situación de vulnerabilidad económica y riesgo de desempleo.
3) El falso carácter liberador de la explotación sexual. A veces se quiere presentar la supresión de la explotación sexual como una postura negativa, porque en el falso imaginario de mucha progresía el prohibicionismo suena a algo negativo, pero es justamente lo contrario, porque se trata de dar protección a posibles víctimas. Lo verdaderamente reaccionario y negativo es permitir y legalizar la explotación y el abuso. Impedir la violencia de todo tipo de explotación sexual es avanzar en derechos y libertades.
4) La falsedad de que el regulacionismo está más próximo a las mujeres víctimas. El activismo regulacionista quiere presentarse como la vía más cercana a las mujeres víctimas, cuando es justo lo contrario: solo busca acallar su mala conciencia progresista, cerrar los ojos a la explotación realmente existente en su raíz y presentarse como la defensa de las víctimas, mientras es el caballo de Troya para normalizar y liberalizar la peor explotación, a pesar de sus promesas de reformas legales o normativas. Regularizar la explotación sexual no la evita, ni contribuye a erradicarla.
5) La falsedad de que, si se prohíbe la explotación sexual, no se escucha a las mujeres víctimas. El lobby de la prostitución y su entramado empresarial suelen presentar siempre a alguna mujer que defiende la explotación sexual con el fin de presionar mediante su testimonio. Esta es una estrategia muy vista. También quienes se oponen al aborto legal y gratuito presentan a mujeres que defienden la postura más reaccionaria. En la vida escuchamos a mujeres a favor del aborto legal gratuito y a mujeres en contra, a mujeres a favor de la abolición de la explotación sexual y en contra. Sin embargo, tras escucharlas a todas ellas, el avance en derechos y libertades de las mujeres viene del derecho al aborto legal gratuito y del derecho a la libertad sexual sin explotación.
Expuestas las razones y desmitificados ciertos tópicos del lobby de la explotación sexual y de su activismo, hay que subrayar que no cabe ningún debate sobre la regularización de ese tipo de explotación. El único debate posible es cómo conseguir la abolición de la explotación sexual. Para ello tres medidas son necesarias y urgentes:
1) Clausura de todos los centros de explotación, incluidos los que se camuflan de hostelería y amparan así el proxenetismo.
2) Persecución del proxenetismo y del clientelismo de la explotación sexual, así como de su publicidad tan extendida.
3) Ayudas económicas y sociales sin demora a las víctimas de la explotación sexual, con el mismo rango y la misma preocupación que las víctimas de la violencia de género.
Además de las tres medidas, es necesario establecer programas sociales que ayuden a detectar las carencias de las mujeres más vulnerables –como ocurre con las mujeres inmigrantes de la clase desposeída, con frecuencia marginadas por su situación no reglada–, a fin de adoptar políticas preventivas, antes de que se vean obligadas a aceptar explotaciones abusivas. Esto supone tanto como tener en cuenta la estructura de clases de la sociedad actual, la vulnerabilidad de los grupos sociales en la explotación y pensar en cómo abolir los mecanismos de explotación, lo cual supone tanto como socavar y abolir las dinámicas del capitalismo. No hay otro camino. Todo lo demás es falsas promesas e hipocresía. El avance del liberalismo en estas décadas ha sido tan brutal que cosas que estaban claras en la izquierda hace décadas, como el fin de la explotación sexual, han sido olvidadas en las sociedades capitalistas. Ahora a las víctimas se les ofrecen como alternativa progresista la liberalización, la normalización y la regularización de las peores opresiones.