Cambiar todo lo que se debe cambiar en la izquierda para ser de nuevo un caballo ganador no se resuelve con escabechinas de ocasión y de segunda mano, tan inútiles como injustas las más de las veces.
Como en la inefable comedia de Luigi Pirandello, centenares de miles de madrileños se sitúan en una posición escénica inesperada de espectadores, en la que los actores (nuestros líderes políticos y de opinión) piensan que lo saben todo del teatro de la vida democrática y algunos toman un actitud condescendiente sobre ellos o los invisibilizan. También los personajes en la obra de Pirandello se aborrecen los unos a los otros con una pasión nacida de su existencia como formas en una obra no completada. Algo muy parecido a la dinámica tribal de la izquierda madrileña que ahora se afana en sus comparativos resultados en el teatro de la derrota, como si ser el primero de su posición en ella no fuese una pírrica victoria en un desastre general.
Algunos actores también se han apresurado a la fuga del mutis por el foro, en la que pretenden con falsa contrición expiar sus culpas. Antes no dimitía nadie. Ahora dimite el personal a puñados como si fuesen las aguas del Jordán donde todo está perdonado. Al parecer la imagen épica del capitán siendo el último en abandonar el barco o hundiéndose con él ya no es una epopéyica referencia. Y, muy cómicamente, otros actores se apresuran a aplaudir la falsa gesta como si de mérito se tratase, mientras que centenares de miles de madrileños no salen de su asombro. Alguno anuncia que se cambia de teatro y ensaya el drama. Inaceptable para los que asumen el mando en precario. Imposible asimismo de consentir por los espectadores. El tiempo corto, volátil y acelerado en que vivimos, como si en verdad de una escena de ficción se tratase, lo va a decir no tardando tanto.
Dejando las metáforas teatrales atrás. En los afanes de irrealidad mediática, el coloreo digital de la realidad publicada que nos da la referencia del partido más votado, se ocultan, en no pocas ocasiones, dos realidades palmarias. La primera de orden político: Solo son vencedores reales sobre el territorio los votos que representan una concepción política (en este caso a derecha o izquierda madrileña por su articulación como bloques) independientemente de quien puede gobernar en el sistema político español de segundo grado, cosa que solo suele obviarse y mucho si la derecha gana. La segunda es la material, sobre la diferencia que existe entre la representación política en las urnas y la realidad social de los electores. Y eso solo se refleja desde otras sumas y colores muchos más complejos y realistas. También más allá de los analistas del marketing político y la demoscopia que han cosechado rotundos fracasos. De nuevo se impone la necesidad de la política real que, como la economía de las gentes, se diferencia de la economía financiera.
Porque la diferencia material entre los dos bloques de ganadores y perdedores de estas elecciones autonómicas madrileñas fake, con objetivo único de la Moncloa, es solo de 250.000 votos, sobre una competición que ha concitado a 3.644.577 participantes de los 4.821.178 convocados a las urnas. Esos doscientos cincuenta mil votos suponen solo un 6,8% de los primeros y un 5,1% de los segundos. Una derrota democrática indiscutible en primera vuelta pero nada imposible de superar ha partido de vuelta. Y para eso quedan exactamente 728 días. Ni poco ni mucho, es lo que hay. Un periodo para el que se exigen líderes poco amigos del estéril luto prolongado y de la dimisión al timón cuando la galerna arrecia. Los buenos marinos se amarran al palo mayor y salvan barco, tripulación y mercancía. Los aterrados por el pánico suelen tirarse al agua. Comida para peces. Eso no obsta para cambiar y pronto la tripulación incapaz, pero eso se hace antes de salir a navegar y sabiendo bien a quienes toca. No vaya a ser que el próximo capitán o capitana sea también lo malo conocido. Y como bien hemos podido comprobar, eso es Ayuso. Pero ese es un lujo que solo se puede permitir la derecha.
Por ello, aunque comprensibles, son poco eficaces los motines de algunos actores en pugna pidiendo dimisiones inadecuadas de segundo orden para salvar el pellejo de otras responsabilidades mayores. Como si eso pudiese contribuir por sí mismo a la reconquista del voto perdido o satisfaga la frustración colectiva del propio. A nadie gustan las derrotas y mucho menos a los que con su voto en una urna depositan la esperanza de ver colmadas sus aspiraciones políticas. Pero es responsabilidad muy principal de los que dirigen el cotarro no desmoralizar a la tropa con espectáculos indebidos por inútiles e innecesarios. El que huye en las trincheras tiene muy mal destino y las críticas pasajeras sin resultado eficaz aún peor.
Cambiar todo lo que se debe cambiar en la izquierda para ser de nuevo un caballo ganador no se resuelve por tanto con escabechinas de ocasión y de segunda mano, tan inútiles como injustas las más de las veces. De las hipocresías dimisionarias ni hablamos. A los responsables de los desaguisados deben juzgárseles con rigor y sus errores no se deben subsumir en su desaparición de la escena. El “ya pasó” es la peor de las terapias. El porqué sucedió es imprescindible para superar y pronto el momento del desánimo. Para competir de nuevo en condiciones de ganar hay que pensar y pronto. Es lo más difícil pero es gratis.
Volviendo a Pirandello. En el segundo acto de la obra se toca de manera directa la pregunta de quién es el más real si los personajes o los actores. Los actores representan papeles cómicos mientras que los personajes papeles dramáticos. Esto permite identificar al menos dos realidades; una para los actores y otra para los personajes. Buena descripción para la situación política de nuestra Comunidad Autónoma. Porque la realidad para más de un millón y medio madrileños de izquierda debe de dejar de ser dramática y para los actores políticos que los representan debe de dejar de ser cómica. Afrontar la reconquista de esas decenas de miles que han emigrado exige explicaciones solventes, reorganización de los recursos, medidas sin dilaciones escénicas a tormenta pasada y liderazgos creíbles no impostados. Sin esa sinceridad ante el pueblo no habrá nuevos créditos ni futuro. Y no es tan difícil cambiar el libreto. Porque más de un millón y medio de madrileños lo exigen y porque están en su derecho de impedir su invisibilidad. Sí se puede. Si se sabe y si se quiere.