Que la Iglesia Católica, a través de sus representantes, puede opinar en política es una obviedad. Sin embargo, hay que matizar que dichas opiniones solo están dictadas por la subjetividad de quienes ostentan el poder unívoco de esa opinión.
Me refiero a la prelatura de esa iglesia. Nada democrático, desde la iglesia, avala las opiniones de los varones que exponen su parecer, no siempre respetuoso, con la acción política que desde el gobierno de España y, ahora sí, avalada por un Parlamento elegido democráticamente. Más, si el gobierno es de izquierdas, como es el caso actual y no tanto o nada, cuando es conservador.
Que los próceres de la institución eclesiástica opinen sobre lo divino nada hay que objetar. Se entiende que es su misión. Que opinen sobre política, sobre leyes aprobadas en el Parlamento o acciones legítimas del gobierno de España, tampoco habría que objetar, si esas opiniones no estuviesen teñidas de falacia y de un áurea de que ellos no se equivocan. Insisto en que hay excepciones en la iglesia en las que sus opiniones, aun mostrándose contrarias, no juzgan. Otras hay, que son favorables a ciertas políticas gubernamentales, pocas realmente.
Un prócer de la institución eclesiástica que es proclive a opinar sobre la gestión política, que no divina, del gobierno actual, es el señor arzobispo de Oviedo, Sanz Montes. Tiene este hombre una facundia contrastada sobre qué le parece o qué piensa de la política llevada a cabo desde La Moncloa. Así ocurrió el pasado 8 de septiembre, con motivo de la celebración religiosa en Covadonga, donde el Presidente de Asturias, Adrián Barbón, junto con otras autoridades tuvieron que escuchar impertérritos, es lo que tiene olvidar que el Estado español es aconfesional, la filípica que lanzó el insigne prelado contra el gobierno presidido por Pedro Sánchez convirtiendo su intervención en una riña política contra la gestión de la pandemia señalando, entre otras perlas, que en la misma habían primado intereses inconfesables que escondían estrategias en el control de la libertad de las personas, de sus movimientos, de sus decisiones, “para perpetuarse en las poltronas del poder”. Es una opinión, sí, que es legítima, pero lleva un juicio que, en mi opinión, es injusto y totalmente gratuito, llevando una carga manipuladora que quiere denigrar al presidente del gobierno de España.
Inasequible al desaliento, el clérigo franciscano vuelve contra el gobierno de coalición de izquierdas, y así el 27 de junio publica, en un diario regional asturiano, un artículo con el título “Palabras engañosas, indulto interesado”. En el que hablando sobre los indultos a los presos del «procés» juzga, sin pruebas, que es distinto a opinar, a Sánchez «de la ocultación de los oscuros derroteros que conllevan estos indultos para perpetuarse en unas poltronas». Para ello, contrapone de manera poco académica, que raya en la mendacidad, la doctrina social de su Iglesia que, dice, no manipula y «descarta la ambigüedad engañosa». Olvida o no se acuerda, el señor arzobispo de las miserias de la institución que representa. Entre ellas, los cientos de «pecados» de pederastia, que ahí están y no son obstáculo para que Sanz Montes diga: «Nosotros seguiremos clamando y defendiendo la vida en todos sus tramos, la verdad que nos hace libres, la convivencia plural y pacífica, la comunión fraterna que nos une y complementa, la educación que no manipula.»
Que este locuaz varón sea capaz, reiteradamente, de acusar sobre los «intereses inconfesables y la perpetuación en el poder» de un gobierno elegido democráticamente, y lo haga como representante de una institución que ha frenado siempre y aún lo intenta los avances de la ciencia, que ha perseguido con saña durante siglos a los discrepantes de sus ideas a través del tenebroso Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición; que se ha aliado siempre con las fuerzas reaccionarias de este país para frenar cualquier tipo de proceso de modernización; que ha bendecido durante cuarenta años la dictadura responsable de miles de asesinatos de españoles y españolas; que ha mirado y mira para otro lado en todo aquello relacionado con la pedofilia, pero que entre ellos se indultan y perdonan, eso sí, con el arrepentimiento y la penitencia, es como mínimo de una hipocresía que se explica mal. Un personaje, que se opone a todo tipo de avances en los derechos civiles, cuya regulación a nadie obliga a ejercerlos (divorcio, aborto, matrimonio homosexual, eutanasia). Que este hombre, singular dónde los haya, que últimamente ha sido protagonista en prensa de una supuesta gestión particularmente oscura de los bienes de la organización Lumen Dei, pretenda dar lecciones “urbi et orbi” de libertad, de transparencia y de honradez, clama al cielo.
A uno, cuando escucha o lee a ciertos personajes de la política, de instituciones con poder que tienen, cómo no, aquiescencia sobre las masas y las mentes, le viene a la memoria aquella letra » Son la salsa de la farsa/ El meollo de un mal rollo/La mecha de la sospecha/ (…) Los chulapos del gazapo/ Los macarras de la moral/Esos carcamales»… Joan Manuel Serrat.