“La cantidad de polietileno que se produce en Estados Unidos todos los años es casi igual a la masa combinada de todos los hombres, mujeres y niños que viven en el país”. (Susan Freinkel, Plástico. Un idilio tóxico, Tusquets Editores, Barcelona, 2012, p. 84.)
En Brasil, en el Estado de Espirito Santo se encuentra la isla volcánica Trindade. En ese lugar la geóloga Fernanda Avelar Santos realizó un hallazgo que sirve para determinar una nueva era geológica, al descubrir rocas formadas por la contaminación de plásticos que vienen del océano atlántico. Este afloramiento volcánico, uno de los lugares más aislados del planeta, se encuentra a 1.140 kilómetros de la costa brasileña y para llegar allá se debe viajar durante tres o cuatro días. Esa isla es un lugar de conservación, en donde todavía hay ejemplares de la tortuga verde, en peligro de extinción, junto a aves marinas, peces endémicos, cangrejos… Los únicos habitantes de la isla son miembros de la Armada brasileña que tienen una base en ese lugar.
Rocas poco naturales
El descubrimiento fue fortuito, propio de lo que en investigación se llama serendipia, que ocurre cuando se hace un hallazgo por accidente, ya que se buscaba otra cosa. La geóloga Santos estaba haciendo una investigación para su tesis doctoral, que versaba sobre deslizamientos de tierra, erosión y otros riesgos geológicos. En su transitar por la isla se encontró con un afloramiento de unos 12 metros cuadrados que le llamó la atención, por su color azul verdoso. La investigadora llevó unas muestras a su laboratorio y descubrió que esas rocas se forman luego de que los desechos de plástico que quedan en el océano son arrastrados a la costa y se descomponen para mezclarse con la rocas volcánicas originales de la isla. Ella misma explica: “Identificamos que (los desechos plásticos) provienen principalmente de redes de pesca, que son desechos muy comunes en las playas de la isla Trinidade. Las (redes) son arrastradas por las corrientes marinas y se acumulan en la playa. Cuando sube la temperatura, este plástico se derrite y se incrusta con el material natural de la playa”.
Emerge ante nuestros ojos, aunque no la queramos ver, una nueva formación geológica que resulta de la fusión de los ingredientes naturales con que la tierra ha formado durante millones de años todo tipo de rocas, con la adición de la basura plástica, proveniente en gran medida de redes de pesca. Lo peor es que en otros lugares del mundo, Hawai, Gran Bretaña, Italia y Japón, desde 2014 se había informado de formaciones rocosas con plástico.
En el estudio la investigadora hizo una clasificación de las nuevas rocas: “plastiglomerados”, similares a las rocas sedimentarias; “piroplásticos”, similares a las rocas clásticas; y un tipo no identificado previamente, “plastistones”, similares a rocas ígneas formadas por flujo de lava”. Estas nuevas rocas se forman tras la descomposición de los plásticos cuyos residuos se mezclan con las rocas volcánicas.
¿Antropoceno o Capitaloceno?
Tras su aterrador descubrimiento la geóloga, siguiendo el lenguaje políticamente correcto que se ha impuesto, se apresuró a decir que “el ser humano ahora actúa como un agente geológico, influyendo en procesos que antes eran completamente naturales, como la formación de rocas. Encaja con la idea del Antropoceno”.
Esta afirmación es bastante discutible si tenemos en cuenta en qué momentos y condiciones se ha producido la “explosión del plástico”. Hay que recordar que es un producto muy reciente, resultado de la utilización del petróleo como materia prima de la industria química. El plástico es un producto propio del capitalismo, y ha tenido como su principal impulsor y productor a los Estados Unidos. Nunca, antes del capitalismo, se había producido plástico. Si no hubiera sido por el descubrimiento del petróleo y su aplicación en muchos ámbitos de la actividad industria jamás se hubiera inventado el plástico.
Es un producto estrella del capitalismo que se ha impuesto a nivel mundial y, presente en miles de mercancías, se vende y se ha convertido en un objeto obligatorio de consumo para prácticamente todos los seres humanos que hoy habitamos la tierra.
Que seamos consumidores de plástico no puede llevar a hablar alegremente del antropoceno, porque eso es atribuirnos a nosotros la responsabilidad por su producción, y es culpabilizar a nuestros antepasados de algo que no conocieron.
No, el plástico es uno de los productos estrella del capitalismo realmente existente, del cual se producen millones de toneladas y otras tantas como residuo llegan al mar, a donde ya se han formado islas de plástico. Es tan omnipresente que se encuentra en nuestra sangre y en nuestro cuerpo, donde se incorporan residuos microscópicos que nos contaminan a nosotros y a todos los seres vivos.
La industria del plástico se consolidó en los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial y luego de terminada esa contienda bélica se expandió por todos los poros de la sociedad estadounidense y luego de allí, como un gran negocio, fue impuesta en el resto del mundo. El capitalismo volvió adicta a la gente al plástico en tan solo una generación, la que nació en la posguerra. Eso es tan claro como el agua y por eso es muy dudoso afirmar que las rocas de plástico son producto del antropoceno.
El plástico, “esa fuerza maligna que anda suelta por el universo, el equivalente social del cáncer” en palabras de Norman Mailer, tiene el grave inconveniente de que no se disuelve, ni se oxida, ni se descompone, por lo menos en poco tiempo. Permanece durante siglos o milenios y ese si es una herencia contaminante que el capitalismo le dejará a las generaciones de mañana. No puede ser de otra forma, porque ahora mismo en los océanos del mundo se acumulan 170 billones de piezas de plástico, algo así como 21.000 residuos por cada habitante de la tierra. Eso podría ratificar a primera vista lo del antropoceno, el asunto es que debe recordarse que el capitalismo, por las fuerzas, intereses y empresas que se lucran con el negocio del plástico, convirtió al plástico en una mercancía universal, omnipresente en todos los actos de nuestra vida e inmerso en nuestro propio cuerpo y nuestra propia sangre. Y también en las rocas, lo que señala claramente la emergencia del capitaloceno.
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