Murió Hugo Blanco Galdós. Uno de los últimos revolucionarios del siglo XX. Un ser excepcional que fue estudiante en su juventud, obrero en Argentina ya adulto, líder campesino-indígena en Perú, preso político por varios años, exiliado político que adonde llegaba buscaba aprender del movimiento social y sin importar las leyes locales se involucraba en luchas y organizaciones. Trabajador informal en la plaza 2 de mayo de Lima.
Conocí a Hugo Blanco en 1972, en uno de sus exilios en México. Yo era un joven de 22 años. En esa época un grupo de jóvenes trotskistas publicabamos un periódico que se llamaba El Virus Rojo. Al saber que Hugo venía a México publicamos en la portada la famosa foto de Hugo forcejeando con los policías, me parece que en el juicio en el que primero se solicitaba la pena de muerte y después de una importante campaña mundial, cambiaron la sentencia a 25 años de prisión.
La foto era impresionante, Hugo parecía con una fuerza telúrica y los policías, que eran varios, tenían una cara de miedo, casi de terror. Eran tres y apenas lo podían detener. Hugo, con una chamarra negra gritaba y trataba de zafarse de los policías.
Para Hugo la cárcel y el exilio fueron parte de su vida, varios años de su existencia transcurrieron entre las rejas y habitando países diferentes al suyo. Quisiera contar algunas cosas de esas dos partes integrantes de su vida, desde luego que no narran el conjunto de situaciones que vivió pero sí nos permiten darnos cuenta del significado en su educación y formación militante.
A mí me gusta mucho recordar que cuando estaba en la cárcel de El Frontón, en una isla a unas millas de Callao, Hugo tuvo un intercambio epistolar con el gran escritor peruano, José María Arguedas. Quisiera recordar algunas palabras de ese intercambio:
Hugo le platica a Arguedas:
“José María pensaba que yo era un importante dirigente
de izquierda, con toda la suficiencia que conlleva la palabra “importante”.
Sibila le dijo que no era así, que yo era una persona común y corriente. J. M.
decidió obsequiarme su novela Todas las sangres y como dedicatoria le puso
algunas palabras en castellano. Sibila me dijo que pensaba poner algo en
quechua, pero se contuvo. Ese fue el motivo que me llevó a escribirle en
quechua, él se emocionó y me respondió, también en quechua. Por intermedio de
Sibila me pidió permiso para traducir ambas cartas y publicarlas, le respondí
que, aunque al escribirlas no pensé en eso sino en volcar lo que había en mi
pecho, no tenía ningún inconveniente en hacerlo público. Así mismo me pidió
permiso para visitarme; yo consideré, como le digo en la segunda carta, que una
fugaz visita en El Frontón no sería satisfactoria para el gran cariño que le
tenía, Sibila se lo dijo. Comprenderán cuánto me pesa esa respuesta mía;
recibió mi segunda carta y dijo: “La leeré el lunes”, se mató el viernes.
Sibila me pidió que tradujera esa segunda carta. Como verán, las palabras
“tayta” y “taytáy” yo las traduzco por “padre” y “padre mío”, él se niega a
traducirlas porque considera que al hacerlo no reflejan el profundo sentido que
tienen en nuestro idioma; “misti” es el no-indio, incluyendo al mestizo que se
cree blanco; “maqt’as” somos los llamados “indios” con pluralización
castellana; “wakchas” son los pobres con la misma pluralización; “hallpando”
viene del verbo quechua “hallpay” que significa “coquear”, que no es
precisamente “masticar”, acá tiene el gerundio castellano.
En la segunda carta alude a una que mandé “A los revolucionarios poetas, a los
poetas revolucionarios”, que entregué a la compañera Rosa Alarco y ella la
envió a una revista en el Perú y también la publicó el periódico Marcha del
Uruguay, cuyo jefe de redacción era Eduardo Galeano. Naturalmente que estoy de
acuerdo con que si un poeta quiere cantar a la rosa, lo haga. Pero lo que me
extrañaba era que los poetas “revolucionarios” cantaran a la “revolución” en
abstracto, o a los grandes dirigentes revolucionarios mundiales y no se fijaran
en la lucha cotidiana de mi pueblo, que día a día forjaba bellos poemas que no
encontraban poeta; por eso pedía con desesperación que Vallejo resucitara, pues
él cantaba a gente anónima como Pedro Rojas o Ramón Collar, cantaba a “Málaga
sin padre ni madre”, al “padre polvo” de los escombros de Durango. Los
“heraldos verdes”, mencionados en el cuento, son una paráfrasis de los
“heraldos negros que nos manda la muerte” de César Vallejo”.
En la carta de José María Arguedas le dice a Hugo:
“¿Y después hermano? ¿No fuiste tú, tú mismo quien encabezó a esos “pulguientos” indios de hacienda, de los pisoteados el más pisoteado hombre de nuestro pueblo; de los asnos y los perros el más azotado, el escupido con el más sucio escupitajo? Convirtiendo a ésos en el más valeroso de los valientes, ¿no los fortaleciste, no acercaste su alma? Alzándoles el alma, el alma de piedra y de paloma que tenían, que estaba aguardando en lo más puro de la semilla del corazón de esos hombres, ¿no tomaste el Cusco como me dices en tu carta, y desde la misma puerta de la Catedral, clamando y apostrofando en quechua, no espantaste a los gamonales, no hiciste que se escondieran en sus huecos como si fueran pericotes muy enfermos en las tripas? Hiciste correr a esos hijos y protegidos del antiguo Cristo, del Cristo de plomo. Hermano, querido hermano, como yo, de rostro algo blanco, del más intenso corazón indio, lágrima, canto, baile, odio”. Para los interesados en el intercambio epistolar lo pueden ver en https://www.sinpermiso.info/…/files/textos//arguedas.pdf Ahí mismo pueden encontrar un texto muy bello de Adolfo Gilly sobre Arguedas, debatiendo contra un texto de Mario Vargas Llosa, simplista e ideológico.
Ese intercambio fue fundamental para Hugo, creo que para que tuviera conciencia de la importancia del significado de la lucha indígena, más allá de la lucha por la tierra (sin que este punto deje de ser fundamental) y englobando esa lucha con los conceptos de territorio, comunalidad, autonomía, autogestión, cultura y formas de relación especial de respeto entre la comunidad y la naturaleza. Es decir de una cosmogonía, que no digo que sea la mejor ni la única, pero que sí digo que es mucho mejor que la que se expresa en el dominio capitalista y que inevitablemente será una de la fuentes que nutrirán y, de hecho ya nutren, un nuevo pensamiento emancipatorio.
La otra experiencia vital para Hugo fue su estadía en Chile en el momento de la Unidad Popular. Ahí, como en pocos momentos en la historia se vivió una polarización social donde la burguesía, los militares y el imperio norteamericano reaccionaron con una violencia inusitada para impedir que el pueblo chileno, encabezado por sus trabajadores, decidiera por sí mismo su destino.
Hugo, fue víctima de las calumnias de la prensa de derecha chilena, que lo ubicaban como asesor del Secretario General del Partido Socialista Chileno Carlos Altamirano y pieza clave de un imaginario Plan Zeta, que contaba ya con una lista de personas a eliminar.
Hugo no conocía a Altamirano y su tarea en Chile fue la participar de manera activa en los Cordones industriales, abajo con gente como él. Veamos lo que Hugo reflexionó sobre esta una de las gestas más altas que se han creado en la América rebelde.
“Los obreros tomaban en sus manos los
establecimientos industriales en los que se cometían acciones dolosas como el
sabotaje a la producción y otras.
Ante la organización de bandas paramilitares de la derecha y la pasividad de la
policía, los obreros iniciaron la preparación de la autodefensa.
Organizados por rama de producción (textiles, metalúrgicos, de calzado, etc)
como en cualquier país, iniciaron otra agrupación más ágil para el combate, los
«Cordones Industriales», organización sobre base geográfica por zonas
industriales, establecieron la hermandad de los obreros de todas las ramas para
la autodefensa y para el combate a través de movilizaciones que incluían
bloqueos y tomas de fábrica.
La organización de la autodefensa también la hicieron las poblaciones
marginales y los campesinos, quienes ocupaban las tierras exigiendo el
aceleramiento del proceso de reforma agraria.
A la rebaja de los precios de los productos, los comerciantes respondieron
iniciando el acaparamiento, provocando escasez, lo que estimulaba que para
conseguir los productos la gente se viera obligada a comprarlos a un precio
elevado en el mercado negro. A esto el pueblo respondió denunciando a los
acaparadores y exponiendo públicamente a los delincuentes.
La gran prensa, en manos del gran capital, como de costumbre desató una campaña
de calumnias, la derecha desplegaba agresivas demostraciones públicas.
La policía no reprimía los desmanes de la derecha.
El imperio norteamericano que era el principal impulsor del golpe ya había
mostrado su decisión criminal antes de la toma de posesión de Allende, mandando
asesinar al comandante de las fuerzas armadas Schneider por haberse negado a
realizar el golpe; como siempre, este crimen quedó impune.
El gobierno no actuaba contra los saboteadores desenmascarados y denunciados
por el pueblo. Al contrario, frenaba el avance popular argumentando que contaba
con el apoyo de los «militares constitucionalistas» a quienes inquietaban las
acciones del pueblo. Uno de esos «militares constitucionalistas» fue Pinochet.
Las fábricas «intervenidas»
Como dijimos los obreros tomaban las
fábricas que cometían irregularidades, el gobierno nombraba un administrador
provisional, a éstas se denominaba fábricas «intervenidas», en ellas se
practicaba en alguna medida la autogestión obrera. Una fábrica de salsa de
tomate fue tomada cuando el patrón en época de cosecha no compró materia prima,
con intención de cerrarla. Cuando pasó a ser intervenida los obreros decidieron
fabricar alimentos envasados para bebés comprendiendo la necesidad de ellos.
Otra fábrica que hacía muebles de lujo cuando pasó a ser intervenida comenzó a
fabricar muebles de uso popular. Se veía claramente que el aumento de conciencia
revolucionaria en la clase obrera desplaza el egoísmo e impulsa la solidaridad.
Eran estas fábricas las atacadas por bandas fascistas, ante la pasividad de la
policía los obreros decidieron organizar la autodefensa.
El fin
Saboteaba la derecha con el desabastecimiento y su
prensa aullaba culpando al gobierno por éste, menudeaban las marchas
antigubernamentales y los ataques impunes de las bandas fascistas, el régimen
prohibía la autodefensa. Esto naturalmente envalentonaba a la derecha y
desalentaba al pueblo.
El imperio impulsó un «golpe de prueba» en junio de 1973 para detectar cuáles
eran los centros de mayor resistencia popular. Detectados éstos, los golpistas
«se rindieron» y las fuerzas represivas desarrollaron crueles castigos contra
los centros de resistencia detectados (el cordón Cerrillos, la población «Nueva
Habana», los marineros que se negaron a participar en el golpe, los mapuches,
etc.). Todo esto bajo el gobierno de Allende y ante su falta de acción.
Así, para septiembre quedó listo el golpe de Pinochet que se realizó en forma
extraordinariamente cruenta para lograr derrotar a ese corajudo pueblo hermano.
Asesinaron a Allende quien valientemente no quiso rendirse y en su último
discurso denunció a los «militares traidores que hasta el día de ayer me
juraban lealtad”.
En su primer exilio en México lo vi varias veces, en un departamento pequeño de la Ciudad de México, hablando pausadamente, comprendí que uno era el Hugo frente al poder y otro el Hugo frente a sus compañeros. Alegre, sencillo, lleno de vitalidad.
Años después lo vi muchas veces en Perú. Yo era el encargado del Secretariado Unificado de la IV Internacional de la atención de América Latina. Mínimo, unas veinte veces viajé a Perú y siempre pude compartir con Hugo, la sal y el pan, lo mismo que sus pláticas.
Esos creo que fueron los peores años de Hugo (a lo mejor me equivoco). Había regresado a Perú, había participado en la Asamblea Constituyente y había sido el tercer hombre más votado. Miles de peruanos de abajo lo fueron a recibir al aeropuerto y lo llevaron hasta la plaza dos de mayo, para realizar un mitin gigantesco.
Hugo estaba rodeado de mediocres, con algunas excepciones (creo yo), que formaban su partido. Ese partido y su paso por el Congreso (primero como constituye, luego como diputado y finalmente como senador) creo que representaron más una camisa de fuerza que una posibilidad de trabajo.
Es verdad que Hugo hizo acciones increíbles, su lema de campaña rompía con la izquierda tradicional: “Un gobierno sin patrones ni generales”; o como cuando fue suspendido del Congreso sin goce de sueldo y se fue a trabajar como vendedor ambulante en la plaza dos de mayo de Lima.
Recuerdo también cuando se realizó un mitin en la zona más malandra de Lima y ahí Hugo fue recibido como héroe. De repente se dio cuenta que alguien le había robado su reloj, le platicó al líder de la comunidad y éste, por medio del micrófono, anunció que alguien le había robado el reloj a Hugo y que o lo regresaba o ellos iban a investigar y que eso no se le hacía a un hermano. El reloj apareció por arte de magia.
Pero, Hugo se sentía fuera de lugar en
el parlamento. No era su medio. Pero hay que decir un dato fundamental, Hugo
entró a la vida legislativa pobre y salió más pobre. Eso en América Latina es
todo un logro.
Además, tenía que soportar unas reuniones partidarias tediosas, donde la mayor
parte de sus 40 compañeros, se sentían Lenin y Trotsky reencarnados. Era
demasiado Hugo para tan poca organización.
Obviamente sucedió lo que tenía que suceder la izquierda se fue corriendo hacia
la derecha (disfrazada de centro) hasta que casi desapareció del terreno
institucional.
En una sus tantas estadías en México,
Hugo se percató antes que cualquiera de nosotros del proceso de corrupción en
que había caído el principal líder campesino del PRT mexicano. Varias veces nos
advirtió que ahí estaba pasando un proceso en que se estaba creando un grupo
cuasi paramilitar, que después de haber ganado con movilizaciones y
enfrentamientos una gran dotación de tierras, de repente convivían y apostaban
con los grandes ganaderos en carreras de caballos grandes cantidades de dinero.
El punto definitivo (eso ya no lo vio Hugo, yo se lo conté en una carta) fue
cuando ese líder campesino y esa organización fueron promotores de las
modificaciones de Carlos Salinas de Gortari al artículo 27 constitucional, por
medio de la cual ya no se puso en el mercado únicamente los productos
cosechados por los campesinos sino la tierra misma. Lograron convertir la
tierra en otra mercancía.
A partir del gobierno de Alberto Fujimori, “de repente” el movimiento indígena
peruano fue ganando relieve, como el único elemento de resistencia y Hugo
estuvo en ese proceso.
El mismo movimiento indígena que fue clave para desarrollar el movimiento que encabezó Hugo en el Valle de la Convención en los 60. Que fue considerado por muchos como una lucha guerrillera, cuando fue más una lucha por la tierra que al ser atacada por la policía y el ejército se dotó de formas de defensa que muchas veces pusieron en jaque a las fuerzas represivas del Estado Peruano. Posteriormente surgieron nuevas organizaciones armadas, pero éstas no tenían como objetivo central el desarrollo del movimiento indígena, tampoco buscaban escuchar cuáles eran las demandas y objetivos de los pueblos indígenas.
En Perú, igual que en Bolivia y que en casi todos los países de América Latina la izquierda identificaba movimiento indígena con movimiento campesino. Y se entendía que la lucha por la tierra era la clave sin percatarse que los indígenas no luchan únicamente por la tierra sino por el territorio, que no es lo mismo.
Hugo se metió de cabeza en esos
movimientos indígenas que desde entonces se han dado en Perú.
Para él, el estallido de la insurrección del 1 de enero de 1994, llevada a cabo
por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, representó una bocanada de
aire fresco. Pero si eso fue importante, lo fue más, la dinámica posterior que
adquirió la lucha de los pueblos zapatistas por la autonomía.
La autonomía entendida como la generación de nuevas relaciones sociales vinculadas a la existencia de un territorio donde, desde luego, las tierras les pertenecen a los productores directos, pero igual todo su territorio.
Eso, creo yo, cobró para él una importancia fundamental en tanto Hugo ha sido uno de los principales guardianes de la madre tierra. Uno de esos guardianes que no descansan, que está ahí no para luchar para tomar el poder sino para procrear relaciones armónicas entre el ser humano, la flora, la fauna, el agua, el aire, el subsuelo, etc.
Guardián de la madre tierra. Hugo en el
final de su vida volvió a ser esa fuerza telúrica que no le tiene miedo a la
policía ni al ejército, ni al poder en su conjunto. El que, ya no con chamarra
de cuero negra sino con su poncho, su sombrero y sus huaraches, en su puesto de
vigía, nos alerta del peligro y la tormenta que se ven en el horizonte. Y sabía
que, en muchos lados, los pueblos originarios serán la energía social humana
que despertará a los otros sectores.
Ese era el Hugo que yo admiré en mi juventud y ese es el Hugo que admiro hoy en
su muerte.
No sé si sus cenizas volverán a Perú o
se quedarán en Suecia, pero donde se queden serán recibidas con gran amor por
una tierra que el defendió y siempre protegió, en no importa que país. Por eso
no tengo duda la tierra le será leve.
Hasta siempre hermano, compañero, camarada, maestro, caminante.
Fuente: https://vientosur.info/hugo-blanco-guardian-de-la-madre-tierra/