Más de diez millones de personas mueren cada año en el mundo por la contaminación del aire, una cifra equivalente a los decesos provocados por las guerras, el terrorismo, el sida, la tuberculosis, la malaria y las drogas
Aunque en el último medio siglo el capitalismo ha logrado un éxito incomparable en términos de opulencia material, cada vez son más las evidencias que cuestionan su contribución real a la calidad de vida de las personas, fundamentalmente en lo relativo a los aspectos más inmateriales del bienestar, como la cohesión social, la autonomía personal, la salud física y mental, el buen uso del tiempo, el disfrute de unas relaciones interpersonales gratificantes o la disponibilidad de unos entornos naturales seguros y saludables.
Tal y como ha puesto de manifiesto el I Informe Ecosocial sobre Calidad de Vida en España, publicado recientemente por el Área Ecosocial de FUHEM, no está nada claro que el modo de vida propio de las sociedades industriales esté conduciéndonos a tener una vida de mayor calidad y bienestar. Cuando analizamos rigurosamente todas las aristas e implicaciones ligadas a la propuesta capitalista, vemos como ésta, además de estar erosionando muchas facetas de la vida social (incremento de la pobreza y la desigualdad, aumento de la precariedad laboral, persistencia de la exclusión social), está comprometiendo seriamente las bases ecológicas y ambientales sobre las cuales toda sociedad descansa (y de las que depende, en última instancia, nuestra propia subsistencia y bienestar).
El modo de vida capitalista, caracterizado entre otras cosas por ser enormemente consumista y contaminante, no solo está deteriorando los ecosistemas y la biodiversidad de la Tierra a un ritmo nunca visto, sino que también está induciendo alteraciones graves en muchos procesos esenciales relacionados con el funcionamiento integral del planeta, como la composición química de la atmósfera, el sistema climático o los ciclos biogeoquímicos de los elementos.
Una de cada seis personas en España respira aire de mala calidad que incumple los estándares legales
Según alertaba recientemente un informe de Ecologistas en Acción, una de cada seis personas en España respira aire de mala calidad que incumple los estándares legales. El principal foco de esta contaminación procede de la quema de combustibles fósiles ligada al tráfico motorizado, particularmente presente –como es sabido– en las grandes áreas urbanas de nuestro país, que es precisamente donde vive la mayor parte de la población. Además, considerando los nuevos valores límite y objetivos propuestos para 2030 por la Comisión Europea, la población expuesta a aire contaminado en España aumentará, muy probablemente, hasta los 37,8 millones de personas para finales de la presente década; esto es, un 80% de la población. Este “asesino invisible”, tal y como ha sido descrito por la Organización Mundial de la Salud (OMS), está detrás en todo el mundo del 36% de las muertes por cáncer de pulmón, del 34% de los fallecimientos por infartos cerebrales y del 27% de las defunciones por cardiopatías e infartos de miocardio. Con todo, se estima que en torno a 10,2 millones de personas mueren cada año en el mundo a causa de la contaminación del aire (una cifra equivalente a la suma de los decesos provocados por las guerras, el terrorismo, el sida, la tuberculosis, la malaria y el consumo de drogas y alcohol). En España, se calcula que esta cifra es de al menos 25.000 defunciones prematuras al año, quince veces más que las muertes causadas por los accidentes de tráfico.
Alrededor del 30% de la carga global de enfermedades en la infancia guarda relación con factores ambientales
Pero no sólo a través de la respiración sufrimos las consecuencias del modo de vida capitalista. Muchos de sus peores impactos sobre la salud humana nos llegan a través de los alimentos que cada día consumimos. Un estudio publicado este mismo año en nuestro país detectó restos de plaguicidas prohibidos en la orina de niños de entre 7 y 11 años de distintas zonas urbanas y rurales de España. En algunos casos, la exposición a estas sustancias tóxicas y cancerígenas –y con capacidad disruptiva sobre el sistema endocrino– llegó a afectar de forma continua al 60% de los menores analizados. Tal y como señala la OMS, alrededor del 30% de la carga global de enfermedades en la infancia guarda relación con factores ambientales. La triste realidad es que estamos depositando nuestra alimentación en manos de grandes industrias trasnacionales consagradas a producir ingentes cantidades de comida barata a costa de un uso indiscriminado de plaguicidas y fertilizantes de nueva síntesis. Estos fertilizantes están además alterando los ciclos del fósforo y del nitrógeno en los ecosistemas, multiplicando los casos de eutrofización en lagos y embalses e incrementando la extensión de las conocidas como zonas muertas oceánicas. Este uso intensivo y tecnificado de fertilizantes está asimismo acelerando los procesos erosivos del suelo fértil en todo el planeta; un fenómeno que la mayoría de las veces se ve retroalimentado por otros problemas ambientales como el cambio climático o los cambios de uso del suelo. Este cóctel de factores hace que, en España, el 37% de la superficie nacional se encuentre ya en riesgo de desertificación.
Hasta tal punto hemos propagado agentes contaminantes por todo el globo que un estudio reciente alertaba sobre los altos niveles de PFAS detectados en los suelos, la lluvia y las aguas superficiales de todo el mundo. Los PFAS, o sustancias perfluoroalquiladas y polifluoroalquiladas, son un grupo de unos 4.700 compuestos químicos artificiales que desde la década de los 40 se han empleado en una amplia gama de productos y objetos de uso cotidiano, como las baterías de cocina, los envases de alimentos o los repelentes de manchas. En los últimos años, los PFAS han sido relacionados con diversos problemas de salud humana, incluidos varios tipos de cáncer, trastornos de aprendizaje y comportamiento en niños, infertilidad y complicaciones durante el embarazo, aumento del colesterol y problemas del sistema inmunitario. El drama alcanza tal magnitud que, como sentencia el citado trabajo científico, el agua de lluvia ya no es potable en ningún lugar del mundo, pues sus niveles de contaminación química exceden los valores límite definidos en la mayoría de directivas nacionales e internacionales.
Otro foco incipiente de contaminación a tener muy en cuenta es el relacionado con los microplásticos, cuya afección más preocupante la encontramos sin duda en los mares y océanos del planeta. En 2018, una investigación liderada por el Centro Helmholtz de Investigaciones Polares y Marinas (Alemania) encontró hasta 12.000 partículas de microplásticos por litro de hielo marino en muestras recogidas en cinco regiones diferentes del océano Ártico. En esta dirección, un trabajo publicado este mismo año basado en más de 11.700 muestras de agua marina, estimó que deben existir en torno a 170 billones de partículas microplásticas flotando en los océanos de todo el mundo (partículas que, pese a su diminuto tamaño, tiene un peso conjunto estimado de entre 1,1 y 4,9 millones de toneladas); lo que fue bautizado por los autores como “smog plástico”. Y, como era de esperar, muchos de estos microplásticos han comenzado ya a penetrar en las cadenas tróficas. Un estudio de la Universidad de Plymouth detectó la presencia de microplásticos en el tracto gastrointestinal del 36,5% de los peces examinados en el Canal de la Mancha, tanto en especies pelágicas como demersales. En esta misma línea, científicos de la Universidad de Gante han calculado que los europeos que comen marisco con cierta frecuencia ingieren al menos 11.000 partículas de plástico al año. Por su parte, una investigación de la Universidad Nacional de Incheon (Corea del Sur) detectó la presencia de microplásticos en el 90% de las marcas de sal analizadas a nivel mundial. En España, un estudio similar llevado a cabo por la Universidad de Alicante concluía en 2017 que las sales de todas las salinas de nuestro país contienen microplásticos en diferentes concentraciones.
El agua de lluvia ya no es potable en ningún lugar del mundo, sus niveles de contaminación exceden los valores límite nacionales e internacionales
Las implicaciones sobre la salud humana de los microplásticos son aún bastante desconocidas, pero sin duda representan una amenaza para la seguridad alimentaria y la salud pública de nuestras sociedades que ha de ser tenida muy en consideración. Además, se cree que la descomposición de los plásticos y microplásticos, tanto en los ecosistemas marinos como terrestres, podría estar liberando diversos compuestos tóxicos que, por sí mismos, constituirían un enorme foco de contaminación adicional a nivel global. Uno de estos compuestos, empleado comúnmente en la fabricación de muchos plásticos y resinas, es el conocido bisfenol A (o BPA), un nocivo disruptor endocrino capaz de causar desequilibrios en el sistema hormonal a concentraciones muy bajas, además de promover la proliferación celular y el cáncer, así como de fomentar alteraciones en el desarrollo y maduración celular, daños en el material genético y disfunciones a nivel metabólico, reproductivo, cardiovascular y neuronal.
Todos estos focos de inseguridad que manan de la propuesta capitalista, y a los cuales habría que sumar –por supuesto– los derivados del cambio climático (olas de calor, sequías, ciclones, huracanes, tormentas explosivas, inundaciones, episodios de frío extremo, aumento del nivel del mar, incendios forestales, etc.), dibujan un inquietante escenario de insostenibilidad ambiental bajo el cual se hace cada vez más difícil erigir y garantizar vidas dignas, sanas y seguras para todas las personas del planeta. Ningún modo de vida que socave la integridad y el funcionamiento de los ecosistemas y que entorpezca la salud y autonomía de las personas debería ser jamás tildado de deseable. Urge reconocer que el modo de vida propio de las sociedades capitalistas no está contribuyendo en lo real a la calidad de vida humana, sino más bien todo lo contrario, pues fomenta una noción materialista y consumista del bienestar que está en el origen de la actual crisis ecológica y social.
Mateo Aguado es miembro del equipo Ecosocial de FUHEM y uno de los autores del I Informe Ecosocial sobre Calidad de Vida en España.