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Entrevista al historiador Pablo Alcántara

«Entrar a la Dirección General de Seguridad era entrar al infierno»

Fuentes: El Salto

El historiador asturiano ha vuelto a investigar la violencia policial durante el Franquismo. En su nuevo libro, se centra en el edificio de la Puerta del Sol que fue el kilómetro cero de la represión contra movimientos políticos y sociales.

A miles de kilómetros de Madrid, el pasado martes 6 de agosto, una serie de diputados de la Libertad Avanza, el partido de Javier Milei, visitó a un grupo de prisioneros. Entre ellos estaba Alfredo Astiz, condenado a cadena perpetua por la represión durante la dictadura argentina. El hilo que conecta esta historia con España bien puede ser el edificio de la Casa de Correos, en la capital, donde Milei recibió el 20 de junio la Medalla Internacional de la Comunidad de Madrid. Y es que, como refiere Pablo Alcántara, este edificio guarda aun la historia subterránea de las miles de personas que fueron torturadas a lo largo de los siglos y, especialmente, desde que en 1939, el dictador Francisco Franco ubicase ahí la Dirección General de Seguridad.

En torno a esta “Esma española” o, como se llamó ya durante el franquismo, el “Belsen español” gira el último libro de Alcántara (Avilés, 1992), que ya con su La Secreta de Franco (Espasa, 2022) descubrió a miles de personas las características y el funcionamiento de la Brigada Político y Social. La DGS. El palacio del terror franquista (Espasa, 2024) profundiza en la historia de la represión y abre nuevas perspectivas sobre la continuidad de prácticas prefranquistas durante la dictadura y la Transición.

¿Qué tipo de fantasmas hay en la casa de correos? 
Hay muchos fantasmas. No son solo los del franquismo –los fantasmas de la Dirección General de Seguridad, de la Brigada Político Social, de la Brigada de Investigación Criminal, de los torturados– sino que ya desde sus inicios, desde finales del siglo XVIII hasta principios de siglo XIX, se ubica ahí un Ministerio del Interior, Ministerio de Orden Público, y se empiezan a ver políticas represivas contra el movimiento obrero, contra los trabajadores, contra los estudiantes, etc. Entonces surgen esos fantasmas, que hablan de la represión de diferentes épocas: la restauración, la dictadura de [Miguel] Primo de Rivera. No son épocas tan conocidas como el franquismo, pero también fueron épocas muy salvajes en ese sentido. Eso también demuestra que el franquismo no vino de la nada, sino que ya hubo otros periodos en los que ya se había producido esa persecución contra trabajadores, estudiantes y demás.

¿Qué poder histórico y geográfico tiene ese punto de la capital?
La Puerta del Sol es una referencia para los movimientos sociales. Ya en el siglo XV se identifica con los comuneros de Castilla. Luego, en el siglo XVIII y XIX, con los movimientos liberales. El movimiento obrero utiliza esa plaza como lugar de protesta, de movilización. Sobre todo está el hecho de que la proclamación de la Segunda República se produce en este lugar. El franquismo se plantea quitarle todo el simbolismo popular progresista a la Puerta del Sol. Utiliza este edificio, la Real Casa de Correos, para montar ahí la DGS y convertirlo en un centro del terror. El franquismo lleva su ceremonial de demostraciones políticas a la Plaza de Oriente, y la Puerta del Sol pierde ese contenido. 


Comenzando casi por el final, ¿es el Nani el último fantasma que está atrapado en esas paredes?
Desde el año 39 hasta el 83, es decir, ocho años después de la muerte de Franco, la Dirección General de Seguridad se mantiene ahí, luego convertida en Dirección General de Policía. Santiago Corella, el Nani, que fue el último desaparecido en democracia y que, cuarenta años después, todavía no se sabe dónde está su cuerpo, es el último fantasma. Para quien no lo sepa, el Nani fue un delincuente común, que estaba vinculado a una mafia policial, un entramado que se dedicaba al robo de joyerías, más concretamente a captar esas joyas que se robaban por parte de esos otros delincuentes. Para intentar hacer una especie de lavado de cara, esa mafia detiene al Nani. Y este sufre tortura, represión y muere, probablemente, en la Dirección General de Seguridad. Hay diferentes teorías, también dicen que lo dispararon en Moratalaz. Lo último que se sabe de él es que estaba en la DGS. 

¿Qué dice ese asesinato sobre el sistema de impunidad que que se había articulado en torno a la DGS?
La Transición y la democracia no depuraron el aparato del Estado, siguieron manteniendo su poder policías, jueces, militares… Los policías que habían estado en la represión de la dictadura franquista se mantuvieron en sus puestos y mantuvieron sus métodos de corrupción, de tortura y represión. Grandes nombres de la policía franquista como Roberto Conesa, el famoso Billy el Niño –Antonio González Pacheco– o Manuel Ballesteros, vienen de ese sustrato. Pero en el libro también hablo de los dirigentes de la Dirección General de Seguridad; uno de ellos fue Carlos Arias Navarro, que después fue alcalde de Madrid y, posteriormente, el primer presidente de la monarquía, para acabar plácidamente siendo senador de Alianza Popular. Al no haber esa depuración, los métodos siguieron estando presentes y, por eso, episodios como el del Nani pudieron ocurrir siete años después de la muerte de Franco. 

¿Has conseguido aventurar una cifra de cuánta gente murió directamente en este edificio? 
Ojalá fuera posible. Pero, por la cuestión de acceso a las fuentes, es muy, muy complicado. Las fuentes policiales que están en el archivo del Ministerio de Interior no se pueden consultar en su totalidad y, obviamente, las fuerzas policiales no van a dejar datos de sus muertes. Si sabemos que dentro de la DGS murieron algunas personas es porque en los juicios aparecía que habían sufrido una hemorragia interna o que se habían suicidado. Por ejemplo, en el caso de Tomás Centeno, el dirigente socialista, o en el de Cristina García Granda, los informes policiales en sus juicios decían que se habían intentado suicidar con flexos en la cama, etc. Pero más allá de eso, no hay datos de cuánta gente murió en esas dependencias. En el libro relato el primer caso que tengo documentado de una persona que murió en la DGS. Fue un dirigente de UGT de Telefónica llamado Pedro Pastor. De Pedro Pastor al Nani tenemos ese hilo de muertes, pero es muy difícil saber cuántas hubo en total. Luego me di cuenta que tampoco era el interés de mi libro: lo importante no es que fueran mil, que fueran cien o que fuera una. Lo importante es contar lo que allí pasó a través de diferentes testimonios. 

Durante el franquismo, la conciencia de que es un sitio del que uno podía no salir es muy temprana. 
De hecho, lo llaman el Belsen español, comparándolo con los campos de concentración nazis [Bergen-Belsen]. Eso aparece no solo en la prensa clandestina. En entrevistas que he hecho a personas que estuvieron ahí, te cuentan cómo aquello era un sufrimiento total, entrar a la Dirección General de Seguridad era entrar al infierno. Después de estar allí tres días o más, ser trasladados a la cárcel era un alivio, entre comillas. Porque en la Dirección General de Seguridad sufrían represión, torturas, te podían tirar por una ventana… podías morir. No sabías muy bien qué te podía pasar. Los militantes antifranquistas sabían que les iban a torturar o que iban a sufrir represión pero, claro, es muy difícil enfrentarse a ello cuando llega el momento.

En el libro refieres también la represión que sufren las mujeres o personas LGTBIQ. La represión se produce en todos los niveles, no solo en el de la represión que entendemos como política.
A través de este edificio, el franquismo lleva a cabo una represión también con respecto a la moral. El franquismo defendía un ideal nacional-católico de lo que debía ser un hombre o una mujer, de lo que debía ser la familia. A través de la represión también llevó a cabo ese ideal. Eso afectó a mujeres que intentaban abortar, miembros del colectivo LGTBIQ+ o incluso delincuentes comunes.

¿Cómo afecta a estos últimos?
Lo quinqui se hizo muy famoso por el cine de los 80, pero mucha gente no sabrá que el tema quinqui aparece en el franquismo, en los años 50. De hecho en el libro relato cómo, ya a finales de los 50, principios de los 60, se habla de quinquis en la prensa del régimen. Esa delincuencia común vinculada a los barrios periféricos de las ciudades, a la pobreza, surge en estos años. Desde la DGS, desde la Brigada Criminal se dedican a reprimir a esos delincuentes comunes. Hay incluso una represión de clase, por ejemplo, delincuentes como el Jarabo, que era un asesino más “de élite”, eran mejor tratados que los delincuentes comunes. 

En este libro reaparecen nombres de tu anterior obra. ¿Has aprendido algo que te hubiera servido para el anterior?
Nunca dejas de aprender. A medida que se van abriendo archivos, documentos, fruto del paso de los años, te das cuenta de cuáles eran los tentáculos del régimen. En el libro profundizo en las relaciones internacionales, por ejemplo con Portugal, con la policía de [António de Oliveira] Salazar. De nuevo, el acceso a las fuentes es complicado, pero sí he conseguido profundizar respecto a cómo los dirigentes franquistas se relacionaron con esa dictadura. Más tarde vieron el ejemplo de la Revolución de los Claveles y lo que podía pasar con ellos. También he investigado más sobre cómo los dirigentes de la DGS eran conocedores de la represión, las torturas, cómo lo alentaban, lo premiaban y lo justificaban.


¿Ocuparse de la represión era una manera de de seguir progresando dentro del escalafón del régimen?
Un ejemplo es el caso de Arias Navarro, que fue alcalde de Madrid, luego ministro de Gobernación. Cuando supuestamente era el ministro encargado del operativo de seguridad de [Luis] Carrero Blanco, fue ascendido a presidente del Gobierno –mientras que en cualquier país un ministro de Interior que permite que haya un atentado contra el presidente del Gobierno hubiera sido cesado. Hay otros casos: José Finat, conde de Mayalde, también alcalde de Madrid, que fue un dirigente pronazi y mantuvo relaciones con diferentes nazis, siguió en altos cargos del régimen, entre otros el de director General de Seguridad. Francisco Rodríguez, que fue uno de los directores generales que estuvo más tiempo en el cargo, luego estuvo en el Sahara durante la Marcha Verde. Digamos que sí. Dedicarte a la represión te permitía ascender y tener grandes responsabilidades políticas. El caso más famoso es el de Arias Navarro, pero hay alcaldes, gobernadores civiles o puestos en la administración y en las embajadas. Ninguno cayó en el ostracismo, ni durante el franquismo ni después. 

¿Has encontrado alguna constante en las entrevistas que has hecho con personas que estuvieron en esas cuatro paredes? 
El primer patrón es el del miedo, el terror. Al final del franquismo ya había muchos testimonios de lo que había ocurrido con Centeno, con Julián Grimau, con Enrique Ruano. La gente, cuando entraba a la militancia antifranquista, sabía que la podían detener y sabía que la podían torturar. Aunque tú estés muy preparado, al entrar en esas cuatro paredes a oscuras daba miedo. No sólo temor por ti, sino también por tus familiares. Mucha gente temía que a su pareja o sus hijos, o sus hermanos o sus padres les hicieran algo. Todos sufrían tortura psicológica: insultos, amenazas. En el caso de las torturas físicas, dependía un poco. En el libro hablo de los casos de Juan Antonio Bardem y Fernando Arrabal, que eran intelectuales conocidos y que, obviamente, de haberlos torturado eso podría haber supuesto un escándalo internacional. Pero a un obrero o un estudiante medio, lo más seguro es que le pegaran. Los testimonios cuentan los golpes que sufrían, las hostias que te daban, como, por ejemplo, a las mujeres no les daban compresas para la menstruación. Y luego también con amenazas de violencia sexual. Todos tenían esos miedos.

Pablo Alcántara - 5
Foto: Pablo Alcántara, durante la entrevista con El Salto. David F. Sabadell


Las técnicas de la tortura cambiaron a lo largo del tiempo.
Sí y no. Sobre todo con la ayuda de la CIA y el FBI en los años 50 y los 60, sí que se intenta que la tortura pase más desapercibida, es decir, que los golpes no se noten. Se usan toallas, ropa, para ello. También se comienza a usar más la tortura psicológica por encima de la física, porque la tortura física deja marca y eso se puede fotografiar, se puede denunciar. La Dirección General de Seguridad y la Brigada Político Social se intentaron perfeccionar en ese sentido. Al final, no obstante, la tortura física siempre acaba apareciendo, sobre todo cuando detienen a alguien a quien consideran importante. 

Los métodos nazis eran una base desde el inicio.
En este libro profundizo un poco más en las relaciones de la Gestapo con los jefes policiales y de seguridad. Finat fue embajador de la Alemania nazi y tuvo muchas relaciones con las autoridades nazis. Eso ayuda a perfeccionar la policía política totalmente ideologizada, totalmente al servicio del régimen franquista. La Brigada Política y Social hunde sus raíces en esas relaciones con la Gestapo. 

¿Qué papel tiene el edificio respecto a otras dependencias similares en el conjunto del Estado?
En toda España había centros de tortura, en el libro incluyo un anexo: Vía Laietana, en Barcelona, en Asturias, Bilbao… La Dirección General de Seguridad se encargaba de coordinar la actividad de esos centros. Al estructurarse en este edificio la Jefatura de Policía, aquí es donde se enseñan las técnicas policiales de tortura y represión. Al ser un Estado centralista, el Estado franquista celebró muchos de los juicios, sobre todo los del Tribunal de Orden Público, en Madrid. Mucha gente era detenida y pasaba por los calabozos de la Dirección General de Seguridad, luego Carabanchel. Por eso gente de  de otros puntos del Estado conoce lo que es este edificio, porque sufrió allí la represión. 

¿Qué ha sido de la documentación recopilada en la DGS?
Los boletines de investigación policial, que aportan mucha de la información que incluyo en el libro, están en el Archivo Histórico Nacional, lo que pasa es que tienen que pasar 50 años para poder consultar esa documentación. Todavía hay que esperar para consultar los documentos de los últimos años del franquismo. Cuando empecé a investigar para el libro pedí los expedientes de los directores generales de Seguridad, de personas que sabía que habían muerto hace más de 25 años. Los primeros informes no me llegaron hasta después de haber entregado el borrador. Un año y medio después. Esas son, en parte, las dificultades de acceso a las fuentes y a la documentación. Hay que contar con que mucha documentación seguramente desapareció, fue quemada. El Ministerio de Interior, que tiene otra parte importante de esa documentación, no tiene una sala de consulta, tienes que presentar un escrito y tarda meses en mandarte la documentación. 

¿Y te mandan lo que quieren o hay algún sistema?
A menudo borran muchos de los documentos. Ponen una línea blanca tapando nombres de personas que siguen vivas o que creen que siguen vivas. Esto pasa, por ejemplo, con los listados de policías que participaron en una detención, policías que recibieron tal medalla o dirigentes de la DGS que hicieron un viaje diplomático a tal sitio. Aunque tú tengas el documento, este está a la mitad. Eso dificulta hacer una historia completa de esta institución. 

La Ley de Secretos Oficiales es otro escollo.
No solo la Ley de Secretos Oficiales, sino la Ley de Patrimonio Histórico, de la que se habla mucho menos. No se puede ver, por ejemplo, la documentación de estos boletines de investigación social, que todavía existieron en los últimos años de la Transición. Si le afecta la Ley de Secretos Oficiales, pues tampoco se puede ver, por muchas quejas que pongas.

¿Hasta qué punto José Manuel Villarejo es un heredero de ese sistema que describes?
En el libro anterior hablo de él, de hecho, creo que por un error, porque los responsables del archivo de Interior debe ser que se cansaron de leer el documento y, de repente, se les pasó que estaba ahí Villarejo. Por ley yo no debería haberlo visto, pero suerte que tiene uno. Villarejo representa el mantenimiento de esas tácticas policiales. En la actualidad sigue habiendo tortura, no de una forma generalizada. En los últimos años estamos viendo cómo la represión contra movimientos sindicales y sociales se sigue manteniendo. Ese hilo, esas conexiones entre lo político y lo policial, el espionaje a Podemos, todo eso tiene mucho que ver con el mantenimiento de esas técnicas represivas del franquismo. Billy el Niño representa la represión del franquismo, pero también la impunidad y el hecho de que estos luego se hicieran de oro en los años de la Transición y después. Esta gente hizo grandes negocios con la seguridad privada. 


¿Cuál es el prototipo de persona que mejor simboliza la DGS?
Yo diría Roberto Conesa. Billy el Niño está en los últimos años del franquismo, no conoce lo que es la represión de posguerra, Conesa está desde el año 39 hasta el año 79. Roberto Conesa sí que se hace uno con el edificio.

¿Cómo eran las instalaciones, cuál era el recorrido habitual de los detenidos que llegaban al edificio de la Puerta del Sol?
Los detenidos entraban por el callejón de atrás, por la calle San Ricardo, por donde cayó Grimau en 1962. Normalmente les hacían la ficha policial —el registro, las fotos— y luego los bajaban a los calabozos, que era la zona de ventanucos que hoy se ven, ahora creo que son del archivo de la Comunidad de Madrid. Ahí les metían y ahí podían pasar los tres días. En los calabozos había maltrato, amenazas, pero no eran habituales las torturas. El miedo, más que a los golpes era la espera de esos golpes. Los calabozos contaban con un poyete de piedra, era un sitio muy angosto puertas de metal, estaban a oscuras prácticamente. Si los iban a torturar, los torturaban en el piso de arriba. En la primera planta estaban las dependencias de la Brigada Político Social. En esa primera planta estaban los despachos de la policía, con fotografías, con los expedientes policiales. Por lo que cuentan los testimonios, eran unas mesas muy austeras, había una silla. Y ahí se producían los interrogatorios y los golpes. 

Cuentas que incluso llegaron a contratar a un boxeador porque no se daba abasto de la cantidad de golpes que querían propinar.
Muchas veces se recurría a personajes como ese boxeador o a personajes siniestros para reprimir. Date cuenta de que, hasta que la ley del año 59 no puso como límite estar tres días en la Dirección General de Seguridad –aunque luego, durante los estados de excepción, podías estar todo el tiempo que quisieran– la gente igual pasaba hasta cien días en esos calabozos. Entonces, eso se llenaba de gente y la Brigada Político Social, que estaba formada por pocos agentes, recurría a personajes de este tipo, también a médicos a los que no les importaba torturar y que también quedaron impunes.

¿Hubo alguien que tratase de frenarlo?
Ahora estoy leyendo el libro de David Ballester sobre la policía española y él explica cómo en la Policía Armada entraba gente de baja cualificación, que lo hacía para prosperar pero que podía no ser afín al régimen. Pero la Brigada Político Social la formaba policía especializada en delitos políticos, en detener a gente por hacer huelgas, manifestaciones y demás. Para eso tenías que tener cierta sintonía con el régimen, defender sus valores. Nadie impidió que la BPS funcionara así. Habría algunos más sádicos que otros, pero la tortura estuvo a la orden del día. 

¿Y desde el punto de vista político, cuando se abre la Transición?
En la Transición hay casos de diputados del Partido Comunista (PCE) y el socialista (PSOE) que denunciaron en el Congreso estas prácticas, que ya no podían ser tan visibles, tan impunes. En el libro hablo de Caso Arregi, que dio lugar a una comisión de investigación en el Congreso que fue parada por el 23F, y muestra que los dirigentes reformistas de la Transición intentaron modular esos métodos. Pero claro, al no depurar a los policías del franquismo, sus métodos iban a seguir. En el anterior libro hablo de cómo hay un sindicalismo policial que intenta cambiar eso y a esos policías se les destierra y no se les permite ascender en la policía democrática. 

Siempre se ha comentado que, cuando las madrileñas y los madrileños pasaban por ese edificio para ir al cine o tomar algo se podían escuchar los gritos de las personas en el calabozo. 
Los testimonios de las víctimas dicen que intentaban hablar con la gente que estaba fuera. Hay un libro que se llama Puerta del Sol, de Ricardo Bastid, que es una biografía novelada, que cuenta cómo mientras la gente paseaba por la calle él intentaba comunicarse con los que estaban fuera. Estoy seguro de que mucha gente oiría gritos, pero también sabrían lo que pasaba ahí y que, si intentaban ayudar a alguien, también podían caer en el calabozo. Por eso también se mete la DGS en ese edificio. Porque, ¿quién se iba a atrever a manifestarse en el centro de Madrid, si te cogen y te meten ahí mismo? 

Es Joaquín Leguina el que cambia el destino de ese edificio y se plantea llevar ahí la sede de la Comunidad de Madrid. Sin embargo, una de las cuestiones que abordas en el libro es que no hay memoria de lo que sucedió allí. ¿Siguen atrapados los fantasmas en ese lugar?
En el caso del PP sabemos de quién son herederos y qué políticas de memoria defienden. Hay placas alusivas al 2 de mayo, al covid, al 11M, pero no hay una placa que recuerde lo que ahí pasó con la DGS. Eso ha sido una reivindicación por parte de los movimientos sociales. De hecho, hace poco, a principios de julio, hubo otra manifestación pidiendo que la DGS se convirtiera en un lugar de memoria. Eso ha llegado al Congreso de los Diputados, a través de una Proposición No de Ley. Pero claro, mientras esté quien está en la Comunidad de Madrid va a ser bastante difícil que haya por lo menos una placa. Es triste. Por ejemplo, en Barcelona tienen la cárcel de la Modelo, que es un centro de interpretación de la historia o Via Laietana, donde al menos hay una placa que recuerda lo que allí pasó. Hay ejemplos en muchos países e incluso en España, de que se puede hacer algo diferente.

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/historia/pablo-alcantara-entrar-direccion-general-seguridad-era-entrar-al-infierno