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Entevista a los profesores de historia José Manuel Rodríguez y Enrique González

«En Badajoz la opinión pública mundial vio por primera vez la política sistemática de terror de las fuerzas franquistas»

Fuentes: Ctxt [Foto: Yagüe (a la derecha) junto a Franco en unas maniobras militares en 1946 (Kutxa Fototeka)]

“El montón de muertos que fusilaron ahí llegaba a la ventana del Ayuntamiento de Badajoz. La sangre corría por la calle del Obispo abajo, por la calle Magdalena y por la calle Socorro. Ahora está muy alto porque hay adoquines en las calles, pero entonces estaba más bajo el pavimento y la sangre corría por la calle Magdalena para abajo como agua de lluvia. Y por la calle del Obispo abajo y toda la plaza estaba llena de sangre de los muertos que hubo allí”. Así lo relataba en el año 2006, María de la Luz Mejías Correa, extremeña de 90 años y antigua miliciana de la Juventud Socialista Unificada durante la Guerra Civil, en un libro de memorias editado por Renacimiento y dictado a su nieto. “No sé a cuántos mataron”, continuaba María de la Luz, “pero fueron muchos en toda la ciudad. Fusilaron allí, fusilaron en la plaza de toros y en las paredes del cementerio Mi cuñada Antonia estuvo buscando el cuerpo de su marido y no dio con él. Al parecer, cargaban los muertos en camiones y carros, los llevaban al cementerio y los echaban en fosas comunes. Así fue como pasó esto”.

Durante una campaña de terror planificada, en la que las tropas del teniente coronel Juan Yagüe quebraron todas las normas de la guerra, Badajoz se convirtió en un matadero humano. La “columna de la muerte”, como la ha llamado el historiador Francisco Espinosa, desató una represión salvaje que buscaba paralizar a la población civil y mandar un mensaje al gobierno republicano. Cuando pasan 88 años de aquellos hechos, la masacre de Badajoz continúa sujeta a una intencionada política institucional de olvido. En agosto de 1936 fueron los corresponsales internacionales quienes burlaron la censura militar y pusieron ante los ojos del mundo el horror provocado por el carnicero Yagüe. En la actualidad, asociaciones e historiadores locales trabajan para conocer y divulgar lo ocurrido en aquellas jornadas y la represión que siguió en Extremadura tras el sangriento verano del 36.

Entre los proyectos ciudadanos que mejor acogida han recibido figuran los paseos por la memoria que, desde 2017, realiza la Asociación Extremeña de Comunicación Social (Aecos). Con motivo de su último ciclo de actividades “Badajoz: Somos la Memoria”, me entrevisto con José Manuel Rodríguez y Enrique González, profesores de secundaria de Geografía e Historia y encargados de la ruta por los escenarios de la masacre, un proyecto que da respuesta a la inacción, cuando no el negacionismo, de las instituciones extremeñas frente a una historia “por lo general silenciada, cuando no minusvalorada, tergiversada o manipulada”. La conversación tiene lugar por Zoom un día antes del 14 de agosto.

¿A qué nos referimos cuando hablamos de la masacre de Badajoz? ¿De cuántos días estamos hablando? ¿Qué es lo que ocurre tras la entrada de las tropas de Yagüe?

Enrique González: Hay algo que debemos tener en cuenta. Yo siempre hablo del terror caliente, el de los primeros días. Ahí nos referimos al 14, 15, 16 de agosto principalmente. Más tarde, hay una represión que se extiende casi hasta finales de año. En esos meses, muchas personas huyeron por la frontera de Portugal, pero fueron detenidas y devueltas por las autoridades portuguesas y después fusiladas. Es el caso, por ejemplo, de Armengol Sampérez [gimnasta y político de Badajoz]. Incluso después de la guerra, hay asesinatos por parte de los vencedores hasta el año 45. 

En total, las personas que tenemos registradas con nombre y apellido son 1.300. Pero ahí no están las que fueron inhumadas, sin registrar. Por tanto, la cifra real es mucho más alta. La represión se extiende mucho más allá de esos tres días de agosto.

Cuando hablamos de esos días, ¿qué es lo que convierte a Badajoz en un episodio tan impactante en cuanto a su crueldad?

José Manuel Rodríguez: Yo creo que, en Badajoz, la opinión pública mundial vio por primera vez la política sistemática de terror de las fuerzas franquistas. En toda la provincia de Badajoz la represión brutal que llevó a cabo la “columna de la muerte”, como la denominó en su libro el historiador extremeño Francisco Espinosa, fue terrible. Entraron a sangre y fuego en muchos pueblos y ciudades de Andalucía y de Extremadura, conforme avanzaban hacia el norte por la Vía de la Plata. ¿Qué ocurre en Badajoz? Pues que mucha gente huye de las masacres en esos pueblos y busca refugio en la capital de la provincia. Lo que hace que la masacre sea conocida y haya quedado para la posteridad fue el trabajo de los corresponsales extranjeros, cuando periodistas internacionales cruzan la frontera y pueden relatar sin censura lo que está ocurriendo. Lo que pasó en Badajoz no es nuevo, pero aquí hubo testigos, hubo ojos, hubo corresponsales como Mario Neves y otros muchos, que relataron y contaron en sus medios lo que acababa de pasar. Sus noticias fueron portadas en sus periódicos y esas noticias se conocieron en Portugal, en Francia, en Estados Unidos y en medios europeos.

¿Por qué la violencia en Badajoz alcanza esa escala en agosto del 36?

J.M.R.: Badajoz es una de las provincias donde hay un mayor número de represaliados. El motivo es la fuerza que tenían las masas campesinas que habían osado levantarse, que estaban cansadas de esperar una reforma agraria que no llegó durante los años de la República y, cuando ganan las izquierdas en los días de febrero del 36, ante ese deseo que tienen de hacer una reforma agraria que les haga escapar de la pobreza, de la miseria, de la desigualdad, pues ya están hartas de esperar. El 25 de marzo se organizan y ocupan pacíficamente las tierras. Ese momento es algo que los latifundistas y las personas más vinculadas con las derechas políticas no perdonan. Después del golpe de Estado, lo que se pretende es castigar ese atrevimiento.

Aquí hay dos palabras clave, una es el “escarmiento”. Y por otro lado una idea de purificación, de limpieza, de exterminio, en la misma línea del lenguaje eugenésico que usa ya el fascismo italiano y el nazismo en los años treinta. ¿Cómo se combina eso en la visión de los militares sublevados?

E.G.: Ahondando en lo que ha dicho José Manuel, es necesario poner un foco más amplio. Es fundamental el problema de la tierra para explicar lo que sucede en la Guerra Civil en Extremadura. Hay una represión brutal contra una población que había osado levantarse reivindicando la tierra. Porque eso era lo que se quería: dar una lección. Y eso llega hasta hoy. Si analizamos, no sé, la sociedad extremeña hoy en día, hay una autopercepción, una autoconvencimiento, de que somos bastante apáticos, o pasivos. Esto tiene también raíces históricas. En los años treinta, Extremadura ve germinar movimientos sociales muy fuertes. Desde que comienza la Segunda República, cuando hay más libertades democráticas que permiten reivindicar, reclamar o derecho a la huelga y todas esas cosas, pues entonces los movimientos son mucho mayores, los movimientos de la masa campesina en muchas zonas rurales. Hay imágenes de todo eso. De los días del primero de mayo en pueblos de Extremadura en los años treinta. La represión se lleva a cabo para acabar con esas reivindicaciones y esa masa social. Pero luego continúa durante el franquismo. No se va a abogar ya por el reparto de la tierra, que era lo que se había reivindicado en los años treinta. Y eso va a provocar también mucha migración, gente que está en edad de trabajar y que se va a ir a otras comunidades. Esa masa social en otras comunidades, como Cataluña o el País vasco, después va a formar parte de los movimientos sociales y las reivindicaciones, pero Extremadura se queda también sin esa fuerza. Entonces, lo que hay es la intención de cortar de raíz cualquier tipo de levantamiento o de protesta, más allá de otros motivos.

Eran motivos políticos asociados a esa lucha campesina y obrera. Y luego, también, la represión fue brutal porque, más allá de esto, había todavía un grupo de tropas importantes de las que entran en Badajoz, que son los regulares marroquíes, que eran mercenarios de guerra y estaban acostumbrados, en la guerra de África, a utilizar una violencia de niveles extremos, a la rapiña y el saqueo. 

También esa mentalidad viene del mando militar, de generales africanistas como los propios Franco y Yagüe, que ponen en práctica, primero en Asturias en el 34 y después a partir del levantamiento en el 36, lo que aprendieron en Marruecos.

E.G.: Esa mentalidad es fundamental en el ejército que se subleva contra la República. Es determinante en su manera de actuar, en su preparación y en su extrema crueldad y violencia, y también es determinante para el desenlace militar de la guerra. Eso está claro.

Retrato del general Juan Yagüe, hacia 1939. / Dominio público
Foto: Retrato del general Juan Yagüe, hacia 1939. / Dominio público

¿Y qué hay en particular en Yagüe? Es decir, ¿quién es Juan Yagüe? ¿En qué medida es relevante su pertenencia temprana a Falange?

J.M.R.: Como Queipo de Llano y otros militares, Yagüe tiene la experiencia de ser un militar africanista que ha venido de las experiencias de las guerras del Rif. Después va a ser influido por la ideología de Falange de Primo de Rivera, que va a ser el molde ideológico del nuevo sistema político de la dictadura franquista. Es de los generales que establecen que hay que aniquilar al enemigo, acabar con esa España roja, como cortar de raíz la mala hierba, para crear así un Estado nuevo con sus principios ideológicos y sus intereses.

Todavía hoy la masacre de Badajoz es uno de los episodios más contestados de la Guerra Civil. Quizás es porque no hay un cuadro de Picasso como sí ocurrió en Gernika. También hay una frase que los periodistas usan a menudo como comodín para no mojarse y es la de “los historiadores no se ponen de acuerdo”. Es cierto que dar un número preciso de víctimas es imposible y va a haber disputas, pero la cuestión principal es: ¿qué es lo que se sabe, cómo puede saberse y por qué sigue habiendo una batalla ideológica tan marcada en torno a la matanza?

E.G.: Primero, porque nunca hubo un registro de las personas asesinadas. Eso da pie a que se hagan cábalas. Y al final, dentro de esas cábalas, hay intereses políticos, ideológicos y demás. Ese es el problema. De hecho, en la mitología franquista, sistemáticamente, lo que ha hecho ha sido negarlo. ¿Cómo podría resolverse eso? Seguramente, si se hubiesen exhumado las dos grandes fosas comunes que hay en el cementerio antiguo. Eso jamás se hizo, y habría permitido tener una aproximación mucho más fiable y más realista. A día de hoy, como explicamos en nuestra ruta, podemos hablar de los datos de las personas que están registradas, las víctimas de las que tenemos los nombres y apellidos.

De agosto a diciembre de 1936 hay más de 600 personas, casi 700, si no me equivoco, de las que tenemos los datos. Y eso el historiador extremeño Francisco Espinosa lo pone en relación con la represión que también se lleva a cabo por la misma columna de la muerte en ciudades como Sevilla y Huelva. Hay un dato ahí que llama la atención. Sevilla es una ciudad que ahora es mucho más grande que Badajoz. Badajoz tenía por entonces 42.000 habitantes. En los casos de Sevilla y de Huelva, sí que se ha podido datar o constatar el hecho de que por cada persona fusilada de las que tenemos nombre y apellidos registrados, hay por lo menos una proporción de cinco o seis víctimas no registradas. En las fosas comunes de los cementerios se anotaba el número de cuerpos, pero no los nombres o apellidos. Eso en Sevilla y en Huelva ha permitido contar con una proyección más realista y más aproximada a la cifra real. En Badajoz no tenemos tampoco una forma de contabilizar los cuerpos porque las fosas no se exhumaron. Pero si hacemos una proyección similar, teniendo en cuenta que eran los mismos militares, con la misma filosofía y la misma forma de actuar, y hablamos de que a los represaliados en el 36 se añaden las víctimas entre el 37 y el 45, solo víctimas con nombres y apellidos salen más de 1.300, por lo que la cifra supera los 3.000, casi con total seguridad. Lo que pasa es que eso ya no puede saberse porque no se han llevado a cabo las exhumaciones y, aunque se hicieran ahora, los cadáveres se encuentran en un estado muy avanzado de descomposición. Pero todos los datos ya evidencian que ha sucedido algo mayor que en Sevilla o Huelva. Las cifras de los historiadores serios (Moradiellos, Preston, Thomas) oscilan entre los 2.000 y los 4.000.

J.M.R.: Otro aspecto que no se puede olvidar es que en Badajoz muere asesinada mucha gente que no era de la capital, gente que había huido de poblaciones aledañas y que se refugia allí. Tras los fusilamientos, nadie reclama sus cuerpos. Muchos padres y familiares no preguntan por miedo a las represalias. Eso también explica el baile de cifras.

Más allá de los números, ¿a quiénes se asesina y por qué se les asesina? ¿Cuál es el criterio para estas ejecuciones sumarias? Tanto en los reportajes de Mario Neves como en el de Jay Allen se menciona que las marcas en el hombro por haber llevado un fusil podían ser motivo suficiente para que te ejecutasen.

J.M.R.: Cualquier persona que hubiera militado en un partido de izquierdas o formara parte de un sindicato era un supuesto objetivo. También cualquier persona sospechosa de haber simpatizado con la República o, como ocurre en tiempos de guerra, cualquiera cuyo familiar lo fue, por efecto contagio. Muchas familias pusieron banderas blancas en sus puertas en señal de paz o dieron muestras de adopción al nuevo régimen. Es lo que se consigue con el terror. Pero también se fomenta cualquier sospecha de un vecino, o un conflicto familiar. Para eso estaban las figuras de los informantes y los delatores. Muchos eran miembros de Falange o simpatizan con Falange y señalan a supuestos sospechosos. Hablamos, por ejemplo, del caso de Manuel Carracedo, que era entonces guardia civil y que luego, con el tiempo, llegó a ser general y presidente de la Diputación de Badajoz. Él fue uno de esos informantes que señalaba a quienes debían rendir cuentas y ser fusilados. Eso hacía que cualquier persona pudiera estar en el punto de mira.

Un aspecto muy importante de vuestro recorrido es que visitáis muchos otros escenarios, además de la plaza de toros. De hecho, durante la Guerra Civil, y también por parte de la República, se enfatizó tanto en la imagen de la plaza de toros que hoy es casi una estrategia negacionista decir que tanta gente no pudo morir allí. Entonces, ¿cuáles son los escenarios que recorréis? 

J.M.R.: La plaza de toros fue, sobre todo, un lugar de agrupamiento de personas, que acabó siendo un lugar de detención masiva. Hubo fusilamientos allí, pero también hubo fusilamientos en diferentes puntos de la ciudad. En los propios muros de la catedral de Badajoz y en otros puntos próximos a las murallas. Badajoz es una plaza fortificada. En muchas partes de las murallas había impactos de balas. Otro lugar muy icónico son las tapias del cementerio viejo de San Juan, como se puede ver en las imágenes grabadas por el francés René Brut, otro de los fotoperiodistas que acudió a Badajoz.

Ahora que mencionáis a René Brun, ¿qué papel juegan los periodistas en este momento de la Guerra Civil?

J.M.R.: Sobre el papel de la prensa extranjera merece la pena tener en cuenta varios factores. Primero, Badajoz es una ciudad fronteriza, por lo que la llegada de periodistas de otras nacionalidades es más o menos fácil, sobre todo de portugueses. El más conocido es Mario Neves, que entonces era un joven de 24 años, estudiante de Derecho, que trabajaba en Diario de Noticias en Lisboa, y que decide montarse en un tren, llegar a Elvas y allí, antes de cruzar la frontera, recoge los testimonios de masacres que se están produciendo en pueblos de Andalucía y Extremadura. Él fue uno de los que, junto a los franceses Marcel Dany y Jacques Berthet, entran en Badajoz el día después de la masacre y pueden contar lo que ven sin la censura de las autoridades militares. Las tropas franquistas todavía no habían activado los mecanismos de censura, y la masacre aparece narrada a través de esa prensa extranjera, en unos reportajes que, incluso hoy en día, siguen siendo desacreditados por fuerzas derechistas.

Pero hablando de censura, las imágenes más icónicas de lo que sucedió en Badajoz son del fotoperiodista francés René Brut. Se ven los cadáveres incinerados, de los que luego habló también Mario Neves, con esa columna de humo que se veía desde la frontera con Portugal, y también los cadáveres frente a las tapias del cementerio, con los agujeros de las balas, que prueban los fusilamientos.

A partir de la publicación de esas fotos y de la repercusión que tuvieron, el bando franquista empieza a tomar decisiones. Ahí entra en juego la figura de Luis Bolín, que había sido corresponsal de ABC en Londres y responsable de organizar el vuelo del avión Dragón Rapide que llevó a Franco de Canarias a Marruecos al inicio de la sublevación. Este mismo Luis Bolín es nombrado después jefe de prensa de Franco y en un bando ordenará que ningún periodista pueda entrar en una ciudad hasta que no pasen al menos 24 horas desde su conquista. Por eso, René Brut tuvo problemas por sus imágenes y acabó huyendo de España.

Portada del Diario de Lisboa el 16 de agosto de 1936. 
Foto: Portada del Diario de Lisboa el 16 de agosto de 1936

Para terminar, ¿qué se ha hecho en términos de memoria democrática en Badajoz y qué no se ha hecho todavía?

J.M.R.: Más bien qué no se ha hecho, que es la mayor parte. Si quieres encontrar algo que de verdad recuerde a las víctimas de la masacre en Badajoz, no hay prácticamente nada. Uno de esos escenarios, la vieja plaza de toros, se demolió y se construyó un palacio de congresos en el que, durante muchos años, no hubo mención de lo ocurrido. Simplemente una escultura que tiene un significado muy críptico, de Blanca Muñoz, en la que, supuestamente, cada 14 de agosto a las 12 de la mañana, el sol se proyecta sobre unos tubos de hierro, formando con las sombras una flor en homenaje a las víctimas. Pero no hay nada explícito; necesitas conocer el significado de la obra y es muy difícil de desentrañar; hablando claro, no hay ninguna placa, ningún monolito, ningún monumento que recuerde a las víctimas en la antigua plaza de toros. En el cementerio viejo, antiguamente, podían verse los impactos de bala, pero fueron borrados. 

E.G.: Lo único que hay es en el palacio de congresos, la antigua plaza de toros. Lo que se hizo es bastante curioso: no hay nada por allí que te informe al respecto, pero hace algunos años se creó una pequeña exposición con algunos paneles relegados en el vestíbulo, ya en el interior del edificio. Para visitarla tienes que ir a algún acto que tenga lugar en el centro: algún concierto, alguna obra de teatro, algún evento institucional. Pero no es un espacio museístico abierto al público. Quien ve esos paneles, los encuentra de casualidad mientras está allí para otra cosa. Y, por otro lado, en el cementerio hay una pequeña inscripción que se colocó en 1986, 50 años después de la masacre, pero igualmente con una frase bastante ambigua, con mucha prudencia, llamando a que los hechos de la guerra no se vuelvan a repetir.

J.M.R.: Es muy significativo si lo comparas con cómo se recuerdan otros sucesos de la historia de la ciudad, por ejemplo, los escenarios de la guerra de independencia contra Francia. Eso ha sido una constante de quienes han gobernado el ayuntamiento de Badajoz y de quienes lo siguen haciendo ahora: se insiste en determinados períodos de la historia de la ciudad que se han querido divulgar y dar a conocer para promover una determinada gesta heroica y por otro lado, episodios más recientes, que apenas tienen espacios y que, por si acaso, no se han querido contar, o no se cuentan de la misma manera.

Fuente: https://ctxt.es/es/20240801/Politica/47185/miguel-de-lucas-entrevista-jose-manuel-rodriguez-enrique-gonzalez-historia-badajoz-matanza-yague-represalias-memoria.htm