Cuarenta y siete años separan las dos versiones cinematográficas que han narrado la historia de Hildegart Rodríguez Carballeira, la abogada, ensayista y sexóloga asesinada por su madre a los 18 años en 1933, una autora fundamental en cualquier genealogía del pensamiento feminista español.
Cuarenta y siete años, casi los mismos que transcurrieron desde su icónico entierro y el estreno de Mi hija Hildegart, de Fernando Fernán Gómez, en 1977. El suceso había permanecido en el imaginario colectivo durante la Dictadura. De hecho, el guion de Fernán Gómez y Rafael Azcona estuvo basado en el libro Aurora de sangre publicado en 1972 por el periodista Eduardo de Guzmán, que había cubierto el suceso y había conocido a las dos protagonistas.
¿Es casual que el cine recuperara a Hildegart en 1977 y que vuelva a hacerlo en 2024? Quizás no.
En cierto sentido, el borrado que el Estado franquista hizo de Hildegart fracasó. Las feministas españolas de la tercera ola, las que protagonizaron las movilizaciones en favor del divorcio, la anticoncepción y el aborto en plena Transición, recuperaron buena parte de las ideas de Hildegart Rodríguez.
La portada del número 28 de la mítica revista Vindicación Feminista puede ser el botón de muestra de la supervivencia de las ideas emancipatorias del arranque del siglo. “El placer es mío, caballero” decía aquel número dedicado a la sexualidad femenina, el tema que ocupó a Hildegart Rodríguez buena parte de su corta vida.
Casi 50 años después, la cuarta ola feminista regresa a su figura. La virgen roja, de Paula Ortiz, vuelve a poner de actualidad a esta “moderna” del siglo XX y, licencias poéticas aparte, presenta su figura más allá de la tragedia. No nos corresponde enjuiciarla. Una película no es una tesis doctoral, pero sí la excusa perfecta para volver a un personaje emblemático del feminismo social español.
Porque el papel de Hildegart fue más social que político; al fin y al cabo, sus propuestas apuntaban directamente a la intimidad de las mujeres. Dicho de otra forma: mientras Clara Campoamor reclamaba igualdad en las urnas, Hildegart la exigía en la cama.
Así que en 2024, cuando los feminismos pelean por romper la brecha de género en tantos espacios ¿por qué no volver a una pensadora que luchó por cambiar mentalidades?
Dado que el regreso a cualquier personaje histórico corre el riesgo de ser deformado por los sesgos de la actualidad, antes de hacernos camisetas con la cara de Hildegart –cosa que yo ya he hecho– o atribuirle frases demasiado actuales en un diálogo en el cine –“Los hombres no son nuestros enemigos, mamá”– quizás convenga saber si Hildegart fue tan virginal y tan roja en sus planteamientos.
Antes que Hildegart
Entre 1930 y 1933, Hildegart Rodríguez Carballeira publicó 16 obras de divulgación en las que exponía ideas revolucionarias sobre emancipación sexual de las mujeres, que durante décadas habían sido conceptualizadas como seres sin capacidad para sentir deseo o placer sexual: unos ángeles del hogar. Pero no fue la primera en hacerlo. Las élites intelectuales habían perdido la virginidad en estos asuntos antes.
En lo que respecta a su obra divulgativa, Hildegart era heredera de obras como Higiene del matrimonio (1853) de Pedro Felipe Monlau o Estudio íntimo de la virginidad: signos que la determinan y medios que la simulan (1899) de Fernando Mateos. De hecho, los manuales de divulgación sexual constituyeron un tipo de literatura con un notable éxito de público entre la población lectora. Al calor del higienismo, primero, y el psicoanálisis, después, proliferaron todo tipo de obras escritas por autores españoles o traducidas, como Amor conyugal de Marie Stopes, uno de los best sellers del primer tercio del siglo XX.
Pero la obra de Hildegart Rodríguez era mucho más que divulgativa. La autora trasladó las ideas de la revolución social a la práctica sexual. En eso también es posible encontrar precedentes en los escritos sobre el amor libre de la anarquista Teresa Mañé, madre de la que llegara a ser compañera de partido de Hildegart y la primera mujer ministra en España: Federica Montseny. Y, por supuesto, en la obra Huelga de vientres, de Luis Bulffi, ampliamente difundida entre los círculos anarquistas, donde ofrecía un detallado manual para evitar los embarazos sin poner en riesgo el “coito por puro goce”.
Una influencer en los años 30
En lo que no existían precedentes en España es que fuera una mujer tan joven quien planteara esa revolución sexual. Se ha escrito mucho sobre el papel de su madre en esa precocidad intelectual, pero hoy no toca.
Hildegart fue una niña prodigio. Llegó a la vida pública con 12 años formando parte de organizaciones como la Liga de la bondad, la Federación Universitaria Española (FUE) y las Juventudes Socialistas, aunque tuvo que esperar hasta los 16 para publicar su primera obra. Con Tres amores históricos, Hildegart se estrenó como ensayista. Era el principio de su fugaz carrera.
A aquel primer estudio siguieron otros ensayos en los que fue repasando los grandes temas propuestos por la Liga Mundial para la Reforma Sexual sobre Bases Científicas y el Birth Control Internacional Information Center (BCIIC), de cuyas delegaciones en España fue secretaria y portavoz, respectivamente. Esto le permitió aportar soluciones a la singularidad española, caracterizada por la tradición católica basada en la culpabilidad femenina y la represión del deseo, un tema al que volverían las feministas de los años setenta.
Publicó obras con editoriales de la órbita socialista, cuyo principal partido la convirtió en el reclamo perfecto para las mujeres jóvenes. El socialismo erigió a Hildegart y su revolución sexual en la avanzadilla intelectual de sus juventudes feministas. La convirtió en el equivalente a una influencer del siglo XXI.
En sus libros y conferencias, declaraba abiertamente su fe en el maltusianismo, que veía como una solución al problema eugénico: la necesidad de mejorar la raza humana, en línea con las ideas biologicistas del momento.
Hildegart no estaba, pues, reivindicando el derecho al placer, como sí hicieron las feministas de Tercera Ola. Ésa no era su prioridad. Para ella, lo urgente era la salud pública y la mejora de las condiciones físicas del proletariado. Recomendaba la contracepción como medida social y económica. Hablaba directamente de detalles domésticos, como las condiciones de las viviendas de los obreros, que a su juicio favorecían el alcoholismo, lo que a menudo derivaba en una infección venérea trasladada a la familia. Reivindicaba la legalización del aborto siguiendo el ejemplo ruso y reclamaba el fácil acceso a los anticonceptivos, rechazando los métodos caseros e insalubres como las irrigaciones, que, según la autora, las obreras no podían usar porque no tenían tiempo ni cama propia ni intimidad.
En su obra más celebrada, El problema eugénico: punto de vista de una mujer moderna, la propagandista sostenía ideas imposibles de reivindicar casi un siglo después, como la patologización de la homosexualidad o la inferioridad del deseo sexual femenino.
Pero también recogía los diez “mandamientos de la eugenesia”, entre los que destacaban la igualdad política, económica y social de géneros, el amor y el divorcio libres, la despenalización de la homosexualidad, la prevención de la prostitución y la educación sexual sistemática.
Unas reivindicaciones demasiado actuales en algunos casos como para dar a Hildegart por muerta.
Elena Lázaro. Periodista y doctora en Historia. Universidad de Córdoba,