La IPBES (Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas) publica un informe donde incide en que la escasez de agua, la falta de comida, la crisis de salud, la pérdida de biodiversidad y el cambio climático son problemas conectados e interrelacionados que necesitan también de soluciones conectadas y coordinadas.
Problemas complejos e interconectados requieren soluciones complejas e interconectadas (pero, no por ello, soluciones imposibles). Esta podría ser una de las muchas frases que resumen el informe recién publicado por la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (conocida como IPBES, por sus siglas en inglés). El documento, titulado Informe de evaluación de las interrelaciones entre biodiversidad, agua, alimentación y salud -o sencillamente informe sobre los nexos- repasa las conexiones entre las grandes crisis medioambientales, sociales y económicas a las que se enfrenta la humanidad, cómo interactúan entre sí y se agravan mutuamente. Propone, además, una batería de 70 soluciones para abordarlas de forma conjunta.
El informe, aprobado por un plenario de la IPBES formado por representantes de 147 países, es el resultado de tres años de trabajo en los que 165 especialistas han analizado más de 6.500 referencias sobre biodiversidad, agua, alimentación y salud en un contexto de cambio climático, incluyendo artículos científicos, informes gubernamentales y conocimientos indígenas y locales. El trabajo constata que la mayoría de las medidas existentes para afrontar la escasez de agua, la inseguridad alimentaria, la crisis de salud, la pérdida de biodiversidad y el cambio climático no están funcionando, ya que son acciones aisladas que no abordan la complejidad de los problemas.
Una crisis con cinco caras
Más del 50% de la economía mundial (58 billones de dólares) depende de forma más o menos directa de la naturaleza. El porcentaje es conservador, ya que, en realidad, si profundizamos, todas nuestras actividades dependen del medioambiente, desde el agua necesaria para refrigerar los servidores en los que se guarda este artículo hasta los recursos empleados para fabricar la taza en la que (quizá) te estés tomando un café o un té. Sin embargo, en el último medio siglo se ha perdido entre un 2 y un 6% de biodiversidad por década, lo que afecta irremediablemente a nuestro sistema económico y social.
La lista de datos que sustentan nuestra dependencia de la naturaleza es larga. El 75% del agua dulce que consumimos depende de los bosques y las montañas. Hoy producimos más alimentos que nunca, pero el 42% de la población mundial no puede permitirse una dieta sana (un 86% en países de renta baja). La esperanza de vida también ha aumentado, pero cada año hay 11 millones de muertes prematuras ligadas a una dieta no saludable y 9 millones causadas por la contaminación del agua y del aire.
Entre tantas cifras puede ser difícil ver un patrón que conecte todas estas crisis. Y más aún si añadimos a la ecuación el cambio climático, que afecta a la biodiversidad, el agua, los alimentos y la salud humana a través de cambios en las condiciones climáticas y en la frecuencia y la magnitud de fenómenos meteorológicos extremos. Sin embargo, ese patrón está ahí. El informe señala una serie de impulsores directos de estas crisis, como el cambio en el uso de la tierra y del mar, la explotación insostenible o las especies exóticas invasoras, pero también identifica muchos impulsores indirectos, como el aumento de los residuos o el consumo excesivo. Y concluye que las decisiones sociales, económicas y políticas cortoplacistas que priorizan los beneficios para unos pocos, mientras ignoran los impactos negativos, minan el bienestar de todos los seres humanos.
Por ejemplo, el informe recoge que la actividad económica actual no refleja costes en la biodiversidad, el agua, la salud y el cambio climático por valor de entre 10 y 25 billones de dólares al año. Estas externalidades se acumulan, sobre todo, en la industria de los combustibles fósiles, la agricultura y la ganadería intensivas y la pesca insostenible, pero en realidad están producidas por todas las actividades económicas. Además, anualmente se adjudican subvenciones a actividades que tienen efectos negativos directos en la biodiversidad por valor de 1,7 billones de dólares y se aprueban incentivos financieros privados dañinos que ascienden a 5,3 billones de dólares.
Otro mensaje clave del informe es que, si se mantienen las tendencias actuales, los resultados serán extremadamente negativos para la biodiversidad, la calidad del agua y la salud humana y agravarán el cambio climático. Además, centrarse en solucionar aspectos aislados de una crisis en particular acabará, probablemente, por arrojar resultados negativos en las demás dimensiones. Por ejemplo, si se prioriza la producción de comida puede que se mejore la salud nutricional de la población, pero es probable también que se generen impactos negativos en la disponibilidad de agua, la biodiversidad y el cambio climático.
Entonces, ¿qué hacemos? «Existen escenarios con resultados positivos para las personas y la naturaleza, escenarios que aportan beneficios conjuntos a través de todos los elementos conectados», explica Paula Harrison, del Centre for Ecology and Hydrology de Reino Unido y copresidenta del comité de evaluación de este informe. «Los escenarios con mayores beneficios son aquellos con acciones centradas en la producción y el consumo sostenibles en combinación con la conservación y la restauración de los ecosistemas, la reducción de la contaminación y la mitigación del cambio climático, así como la adaptación a sus consecuencias».
Soluciones a una crisis interconectada
«Conocemos las crisis y sus causas y sabemos qué podemos hacer», añade Virginia Alonso Roldán, investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina y autora principal del capítulo 5 del informe de nexos, en un evento informativo organizado por el Science Media Centre España. «El informe analiza más de 70 opciones de respuesta con un resultado sinérgico, es decir, que benefician a todos o casi todos los aspectos de estas crisis. Y, lo más importante, son soluciones para todos, todo el mundo tiene un papel que representar en la transformación, todo el mundo puede contribuir a cambiar esta realidad».
Las respuestas que proponen el conjunto de especialistas abarcan aspectos tan diversos como la gestión y la restauración de los ecosistemas, la gestión de riesgos, la financiación, el consumo sostenible o la gobernanza. Pongamos un ejemplo: restaurar ecosistemas ricos en carbono como bosques o manglares, gestionando la biodiversidad y los usos humanos de este ecosistema. Esta solución podría contribuir a la mitigación del cambio climático capturando carbono, a la adaptación reduciendo la erosión del suelo, a la mejora de la disponibilidad de agua dulce incrementando la retención del suelo y a la mejora de la salud animal y humana previniendo, entre otras cosas, la aparición de posibles zoonosis.
Y otro ejemplo: la restauración de las cuencas y la vegetación de ribera de un río, combinada con soluciones basadas en la naturaleza para gestionar el agua en las ciudades, podría reducir significativamente el impacto de las inundaciones causadas por lluvias torrenciales, como las vividas en Valencia a finales de octubre. Esta y otras intervenciones propuestas no son ideas sacadas de una chistera, sino que están bien documentadas y comprobadas en la literatura científica. Claro que, también, muchas chocan frontalmente con la forma de funcionar de nuestras sociedades y sus dinámicas económicas y políticas.
«Nuestras estructuras y planteamientos de gobernanza actuales no son suficientes para afrontar los desafíos interconectados que se derivan del cambio ambiental y del aumento de las desigualdades. Las instituciones fragmentadas y aisladas, así como las políticas a corto plazo, contradictorias y no integradoras, pueden poner en peligro la consecución de los objetivos mundiales de desarrollo y sostenibilidad», señala Pamela McElwee, investigadora de la Universidad de Rutgers y copresidenta del comité de evaluación de este informe.
Por ello, el documento concluye proponiendo un proceso estructurado en ocho pasos para ayudar a los encargados de la formulación de políticas, a las comunidades, a la sociedad civil y a otros actores a trabajar de forma coordinada y en una misma dirección hacia un futuro justo y sostenible. Esta especie de hoja de ruta empieza por identificar y analizar las causas de los problemas, sus impulsores y sus conexiones, continúa por la elaboración de acciones coordinadas y acciones de respuesta acordadas por todos los actores y concluye por la implementación, negociada y pactada, de las medidas, así como por la monitorización de los resultados.