Alumnos y alumnas de Bachillerato del IES Dr. Faustí Barberà de Alaquás, en la provincia de Valencia, relatan a través de una entrevista coral cómo vivieron la dana. Aquellos días, la juventud, armada con cepillos y cubos, fue un referente.
“El día antes llovió mucho por Utiel, pero por Aldaia nada. El mismo día de la dana yo tenía academia a las ocho. Sobre las siete de la tarde empezaron a hablar por el grupo diciendo que no iban a ir a clase, entonces mi madre me dijo que yo tampoco iba a ir. Sobre las siete, mi padre llegó del supermercado y a los diez minutos empezaron a chillar los vecinos que el barranco iba lleno. Mi padre salió a mover el coche de sitio pero ya venía el agua por mi calle. Mi madre, mi hermana y yo empezamos a subir las cosas encima de muebles altos y sobre la cama por si entraba un poco de agua, para que no se mojaran. También pusimos toallas en las puertas y las baldas de los armarios en la puerta de entrada. Mientras, mi padre quitaba con la escoba el agua que subía al primer escalón y justo a las 20:11 sonó la alarma en nuestros teléfonos. El agua ya nos llegaba al segundo escalón y, de repente, se produjo una gran ola que movió todos los coches de la calle que se nos quedaron taponados en la puerta y el agua empezó a entrar. No sabíamos qué hacer, así que mi padre se armó de valor y nos dijo que cogiéramos las llaves y los móviles y saliéramos de allí. Primero lanzó a mi madre por encima de los coches, después a mi hermana y por último a mí. Después saltó él y fuimos por encima de ellos hasta que vimos un portal abierto con vecinos y saltamos al agua y nos cogieron. Subimos al primer piso y nos dieron mantas y ropa para cambiarnos, ya que íbamos mojados y llenos de suciedad. A mi madre le dio por asomarse al balcón y escuchó a un hombre pidiendo auxilio que estaba aplastado por dos coches. Mi padre y el resto de vecinos bajaron para ver si podían hacer algo y sí, le salvaron. A las 3:31 apareció la UME por nuestra calle recogiendo a los vecinos que aún seguían con vida. A las seis de la mañana entramos en casa. Estaba todo lleno de barro y los muebles volcados. Como aún no podía hacer nada, fui a casa de mi vecina a dormir. Cuando desperté vi los mensajes de mi amiga diciendo que sus tíos habían fallecido”.
Quien habla es Marianela, una alumna de 1º de Bachillerato del IES Dr. Faustí Barberà de Alaquás, en la provincia de Valencia.
El 7 de marzo de 2023 estuve en ese instituto. Mónica Soriano, profesora de Economía, había leído con su alumnado de 4º de la ESO el libro Los cinco elementos y me invitó a comentarlo con ellos y ellas. Fue una de las visitas a centros educativos que más he disfrutado. El trabajo de reflexión que habían hecho era muy profundo. Habían preparado las preguntas con mucha atención. La visita, que tenía que durar una hora, se prolongó casi al doble.
El día 2 de noviembre leí en la prensa que Alaquás era uno de los pueblos afectados por la dana. No era de los que la habían sufrido con mayor violencia, pero me preocupé. Escribí a Mónica para ver cómo estaban. Aún no se habían reanudado las clases y el profesorado se estaba preparando para ver cómo acoger a un alumnado que no sabían cómo iba a llegar. Me emocionó la importancia que le dieron a la acogida, a la escucha y al cuidado que pusieron para que el instituto fuese un un lugar seguro capaz de hacerse cargo del dolor y la rabia.
El año anterior yo había estado hablando con el alumnado de eventos climáticos extremos, de los desequilibrios ecológicos y sociales que ponen en riesgo la vida. De la capacidad que tienen los seres humanos para cooperar y afrontar las consecuencias de una forma de organizar las sociedades en contra de la trama de la vida. Y ahora, lo habían vivido en su piel, en la de sus familias y vecindarios, en su casa, sus barrios y pueblos.
Las personas jóvenes no suelen tener espacios en los que puedan hacer valoraciones sobre los tiempos que les estamos obligando a vivir y se les escuche. Creo que es injusto que no los tengan, que no sean visibles sus análisis, sus acciones y los sentimientos que las impulsan. Ellos y ellas me habían escuchado el año anterior y me sentí responsable de que el mundo también los escuchase a ellos.
Le propuse a Mónica la posibilidad de tener un encuentro con el mismo alumnado para que pudiesen expresar y contar lo que habían vivido, para que sus voces y testimonios fuesen escuchados por cuanta más gente mejor. Ella fue, como siempre, receptiva a mi propuesta y el 27 de noviembre les hice una entrevista online.
Venían del recreo y Mónica me había advertido de que igual llegaban un poco tarde. Pero no, algunos incluso llegaron antes de la hora. Los y las jóvenes quieren hablar.
Les planteé cuatro preguntas: ¿cómo vivisteis el momento de la riada? ¿Cómo valoráis las respuestas políticas? ¿Qué hicisteis vosotros y vosotras? ¿Qué habéis aprendido?
Las respondieron en clase y fui tomando notas, pero además, las reflexionaron con más tranquilidad y las escribieron, excepto un alumno, Carlos, que estaba lesionado y me envió unos archivos de voz.
Tenía todas las respuestas individuales y las que se compartieron en grupo y no sabía cómo seguir con la entrevista. Así que acudí a Vanesa Jiménez, compañera de CTXT, que me ayudó a plantear la pieza. Lo que viene a continuación es lo que contaron. No hemos incluido ninguna valoración o comentario a sus respuestas. Sí que las hemos editado para agrupar respuestas comunes y resaltar sus acuerdos y desacuerdos.
¿Cómo vivisteis la dana?
Todo el alumnado ha vivido la dana de forma directa, en su núcleo familiar más próximo o en las familias extensas y amistades cercanas. En sus testimonios describen esa afectación directa. Además del de Marianela, que encabeza este texto, queremos resaltar otros. Todas las personas merecen ser escuchadas y sus relatos muestran la incidencia de este tipo de eventos climáticos extremos en las vidas cotidianas y concretas.
Lucía P. relata: “Yo estaba en casa haciendo deberes y escuché a mi padre hablando con alguien mientras se acercaba rápido a mi habitación. Abrió la puerta y me dijo: toma, ponte, es tu madre. (…) Mi madre estaba llorando y muy alterada. Ella me decía, menos mal que no te has ido a Bonaire, ya que ese día iba a ir con mi padre allí. La vi tan asustada. (…) Me dijo que estaba en casa de una mujer indú y no entendía lo que le acababa de pasar. Yo tampoco estaba entendiendo la situación. Ella me explicó que había ido a casa de su novio a Picanya y él le dijo de ir a hacer la compra. Mi madre aparcó cerca de su casa, muy cerca del barranco del Poyo y se subió al coche de él. (….) Al novio de mi madre lo llamó una vecina para decirle que fuera a quitar el coche de mi madre. Así que él le dijo a mi madre que iba andando porque llegaría antes, le dijo que ella aparcara cerca del colegio donde él trabajaba y que luego se reencontrarían. Cuando él se fue, llegó el agua y el nivel no paraba de subir. Mi madre no quería abandonar el coche, hasta que el agua cubrió tanto que tuvo que salir por la ventanilla. Y menos mal que un hombre la cogió, porque se la llevaba la corriente. El hombre a duras penas consiguió coger a mi madre, porque chocaban con palos y ramas. La llevó a su patio. Mi madre veía y escuchaba a la gente subida en los árboles pidiendo ayuda. Quiso ir a ayudar pero el hombre la detuvo y no le dejó ir porque se iba a ahogar. Más tarde esa chica tan amable la subió a su casa en un tercer piso y la ayudó a limpiarse. Y desde allí me llamaba. Yo me quedé en shock y muy asustada”.
Noah, por su parte, explica: “Quise llamar a mi madre pero no daba tono. Llamé a su novio y me dijo que estaba refugiada en un McDonald’s en Alfafar, que le había pillado el agua volviendo del trabajo (…) No fue hasta el día siguiente que pude hablar con ella y me dijo que tuvo que dormir en el tejado del McDonald’s”.
Rebeca también cuenta su experiencia: “Familiares y amigos me habían dicho que en sus pueblos había barro y que llovía muy fuerte, pero aún no habían sonado las alarmas. Sobre las 20:15 empezó a venir agua a mi calle que provenía de Torrente y Aldaia / Bonaire. Yo intentaba comunicarme con mi padre, mis tíos y mis abuelos, pero no había cobertura. (…) Mi hermana tuvo que bajar a quitar el coche y mi madre limpiaba el patio porque no dejaba de entrar agua.. Yo soy la pequeña y me tuve que quedar con la perra que estaba muy nerviosa y temblando y con otra hermana que estaba mareada. A las 22:00 o 22:30 mis hermanos y mi madre tuvieron que ir a casa de mi abuela porque se le inundaba la casa (vive en una planta baja). Yo lloraba de angustia por mi abuela y saber si mis hermanos y mi madre estaban bien. A las 2:00 de la mañana llegó mi madre a casa porque su jefe le había dicho que acudiera a su puesto de trabajo a las 7:00 AM.(…) El jueves la cosa fue mejorando en mi calle (no en el pueblo) y pude bajar a la perra, que estaba desesperada por bajar. (…) El viernes convencí a mi madre y pude bajar a ayudar. Estuve todo el fin de semana ayudando en las partes más afectadas de Aldaia y Alaquás”.
Lidia comparte la experiencia de su padre. “Es policía nacional. Su turno, normalmente, es de 15:00 a 21:30. (…) Por la noche mi padre debía venir a cenar sobre las 21:30, pero no supimos nada de él hasta las 22:30. Empecé a llamar a mi madre muy preocupada porque empezaba a entrar agua en mi calle. (…) Pensé que mi padre no podría llegar a casa. (…) Cuando volvía a la comisaría desde Valencia le llegó una llamada de su jefe diciendo que debía ir al camino de Faitanar en Xirivella-Picanya para rescatar a las personas que estaban quedando atrapadas dentro de los vehículos, agarradas a señales, árboles… Después de trasladar a las máximas personas que pudieron, intentaron llegar a la comisaría para ponerse a salvo, pero teniendo el agua al cuello fue imposible, así que haciendo una cadena humana llegaron hasta una nave, hicieron un agujero en la pared para ponerse a salvo. (…) La UME llegó a por ellos a las 4:30”.
Una parte de las personas entrevistadas coincide en que, aunque ellos
directamente no lo vivieron tan mal, pasaron mucho miedo y estuvieron
angustiados por otras personas.
“Estaba preocupada por mi madre y mi tío que estaban en Riba-Roja” (Sonia).
“Estaba asomado a la ventana viendo cómo venía el agua, y estaba
aterrado pensando en mi abuela, ya que vive en una planta baja. Lo
primero que hice fue vestirme, quería ir a por ella, pero mis padres me
lo prohibieron rotundamente. Un amigo de mi madre se la subió a su casa”
(Guillermo). “No estábamos preocupados por nosotros
porque vivimos en un tercer piso, pero aún así fue una situación de
angustia al no poder contactar con familiares y amigos” (Paula C.).
“Mi madre salió antes de su trabajo en el polígono de Riba-Roja y menos
mal, porque no me quiero imaginar qué podría haber pasado si no, viendo
el destrozo de ese polígono” (Rocío).
Hugo cuenta que tuvo suerte porque “ese día no fui a Bonaire, porque yo quería ir a comprar ropa, le tengo que agradecer a mi madre por no querer haber ido. Mi tío lamentablemente falleció”.
Rubén convenció a su madre y a su hermana de que no se acercasen a ver el barranco. “Y menos mal, porque diez minutos después se rompió el puente por donde iban a ir. Después de todo eso llegaron las alarmas. Unos minutos después (…) salimos mi hermana y yo a ver qué pasaba, y en la esquina se empezaba a ver cómo subía el agua. Nosotros vivimos en un bajo, así que cogimos todo lo posible y nos fuimos a casa de la madre de una vecina, ya que a casa de mis abuelos era imposible llegar. En ese momento estaba agobiado por mi abuela, ya que el agua venía de su calle y ella también vive en un bajo. Le empecé a llamar varias veces y cuando vi que no me lo cogía empecé a llorar de la desesperación”.
El alumnado habla de la sorpresa ante la magnitud de la dana. Cuenta que aquel día hicieron vida más o menos normal. Mario explica que el cielo estaba raro y tenían un extraño color gris anaranjado, pero en Alaquás llovía poco. Las noticias alertaban del riesgo de fuertes lluvias y su hermana estaba asustada, pero como allí no llovía, le quitaron importancia. Tomás también habla del cielo: “Estaba muy feo. Yo estaba en casa, pero recuerdo que cuando ya estaba bajando el agua por otros pueblos, y salió en las noticias, tuvo que ir mi padre corriendo a por mi hermana que estaba en Valencia, en el instituto. Fueron momentos muy tensos.(…) No pudimos comunicarnos con ellos hasta que llegaron. En ese momento, ya corría el agua por mi calle”.
Virginia también estaba en casa, estudiando con una amiga que llegó a las 19:00. “Su padre (de su amiga) llamó muy preocupado porque el aire era cada vez más fuerte y fue entonces cuando nos llegó a las dos el aviso, al mismo tiempo. Nos asustamos mucho y se fue a casa enseguida. La estuve llamando pero no pude contactar con ella a causa de la mala cobertura. Poco después me enteré que mi padre estaba en la carretera, atrapado en un atasco en el río Turia. Pasó toda la noche fuera pero no le pasó nada”. Odette insiste en la normalidad del día. “Esa tarde hubiese sido normal, si no fuera por mi decisión de no ir al conservatorio de Aldaia porque el día estaba raro. Llegaron las alarmas a las 20:12. Pienso que gracias a mi decisión de no ir a Aldaia estoy aquí, ya que no sé qué hubiese pasado”.
José dice que para él era un día cualquiera. “Fui a clase, volví a mi casa y salí al gimnasio (…). Más tarde, me llamó mi madre. Ella me contó que en el trabajo habían mandado a todos a sus casas. Ella trabaja en un centro educativo de Torrente. Me dijo que fuera a casa, que no quería preocuparse por mí”. Alba también señala que todo estaba normal hasta que por la tarde el cielo se nubló. “Yo tenía que ir a repaso a las 18:30, pero mi madre (que trabaja al lado del barranco de Aldaia) me dijo que no fuera. (…) Tenemos la suerte de vivir en una zona alta y en un cuarto piso. (…) Al día siguiente el ambiente era horrible, comenzaban a encontrar a los primeros fallecidos. (…) Yo solo podía desear y esperar que toda esa pesadilla acabase, aunque también era consciente de que volver a la normalidad iba a costar meses e incluso años”.
Carlos también reconoce que el día de antes la dana no pensaba que iba a pasar lo que pasó. “No sabía, las cosas como son, que iba a haber una gota fría o dana, o como se llama ahora. Me di cuenta cuando bajé a la calle”.
Liliana dice que cuando llegaron las alarmas no se preocuparon porque solo hablaba de fuertes lluvias. Su madre incluso se fue a trabajar a Aldaia. “Fue horas más tarde cuando mi madre llegó muy alterada y gritando: ¿es que no estáis atentos a lo que está pasando?”
Carlota cuenta que el día amaneció muy feo, con lluvias, tormentas y relámpagos. “Como estábamos en época de exámenes, me dio igual y mi madre me llevó al instituto. (…) Por la noche, mi hermano estaba en el balcón y yo en la cama con mi madre. Y, de repente, mi hermano nos empezó a gritar para que viéramos las calles. Cuando miré la calle me dio muchísimo miedo, primero por mi padrastro, que estaba trabajando y se quedó encerrado en su trabajo y no le pudimos ver hasta el día siguiente. Mi madre estaba súper nerviosa y agobiada por él y, justamente, se nos fue la luz. Y así estuvimos dos días incomunicados. Segundo por toda la gente de los bajos, porque desde mi balcón se veía cómo se metía el agua y a las personas intentando sacarlo con escobas, pero en ese momento era imposible combatir contra el agua y solo quedaba esperar a que parara”.
Paula F. dice que en Alaquàs nunca había llegado el agua del barranco de Aldaia cuando se desbordaba. “Nos asustamos mucho al ver las calles inundadas, ya que no había sucedido nunca”. África apostilla: “Nadie pensó que desaparecerían puentes, casas e incluso personas (…) Aquella noche no dormí: familiares intentando contactarnos, yo con miedo de que entrase el agua (vivimos en un bajo) (…) Días después cuando las cosas mejoraron en Aldaia, mi madre pudo volver a casa”.
Muchos de los y las jóvenes han vivido de forma directa la pérdida de muchos de sus bienes y los de sus familiares. Pasaron parte de la noche intentando ponerlos a salvo. Iván y Nicolás ayudaron a sus padres a sacar el coche del garaje . Mihaela pasó varias horas sacando agua hasta que bajó. “Tuvimos la suerte de que mi calle está inclinada y el agua bajaba más rápido, por eso no se inundó tanto”. Sara explica que sobre las 20:00 sonaron las alarmas. “A mí ya me habían mandado vídeos de que en la calle llegaba el agua por las rodillas. Ya había gente muerta, puentes destrozados. Me asomé a la ventana y vi muchísima agua pasar por la calle, contenedores flotando, todos los coches encima de la acera… Y bajé al garaje donde estaban todos los vecinos poniendo una ‘barrera’ en la puerta para proteger los coches. Me quedé allí hasta la 1:00 de la mañana y después me subí a dormir”.
Elián pasó dos días sin luz. Álvaro cuenta que a las siete o siete y media empezó a fallar la comunicación. “Mi hermano estaba trabajando en el centro comercial de Bonaire. Tuvo que salir de la tienda como pudo y otros trabajadores le ayudaron a llegar a la parte alta de Bonaire, donde se encuentra el cine. Mis tíos me llamaron cuando llegó un poco de cobertura en la calle y lo único que escuché es que estaban perdiendo todo y estaban llorando. Al día siguiente, cuando les vi, solo me salieron lágrimas”.
Claudia cuenta que cuando a las 20:15 sonaron las alarmas no entendía nada, porque al estar todos en casa y sin internet no sabían lo que estaba pasando fuera. “Luego bajamos mi padre, mi hermana y yo a mover los coches y ponerlos encima del parque”.
Desde la lejanía puede sorprender que tanta gente se arriesgase a poner los coches a salvo. Carlota lo explica: “Aunque no sea lo más importante, es algo material donde está depositado el dinero y trabajo de las personas”.
Lucía M. resume la situación de impotencia e indefensión: “Estuve toda la noche sin dormir, preocupada por mi familia (su abuelo y sus tíos) y con la duda de si estarían bien o no. Afortunadamente, tras muchas llamadas, mi madre logró comunicar con ellos, que nos contaron que estaban bien pero que habían perdido los coches. Para mí lo peor llegó los siguientes días, cuando mis familiares no tenían ni luz ni agua y muy poca comida. Mis primos tuvieron que venir varias veces a ducharse y a comer a mi casa. Incluso amigos míos me contaban que tenían mucha hambre porque no encontraban nada que comer. Pero sin duda, la peor parte ha sido los cientos de cuerpos que se han encontrado sin vida y que siguen encontrando, como es el caso del hermano de una amiga de mi madre, que desapareció en Cheste y lo encontraron en Quart de Poblet”.
¿Cómo valoráis la actuación en el ámbito de la política y las instituciones públicas?
Sin ninguna excepción, todas las personas entrevistadas (alumnado y profesorado) hacen una valoración extremadamente negativa de las instituciones públicas. Las críticas se centran en tres asuntos clave. El primero es la ausencia de prevención y alertas tempranas que permitieran que las personas se pusieran a salvo.
“Antes de la dana, la función de las instituciones públicas era solamente avisar y ni eso lo hicieron bien, ya que avisaron tarde, cuando los barrancos y ríos ya estaban desbordados” (Noah). “Mandar los avisos mucho antes podría haber evitado muertes y accidentes” (Iván).
Odette afirma con contundencia: “Nos abandonaron incluso antes del 29 de octubre, al no avisarnos de este suceso, al no avisarnos de que algunos familiares se podían ir y no volver. Nos avisaron cuando muchos pueblos estaban ya inundados y muchas personas no lo han contado. Por favor, la seguridad de tus ciudadanos es lo primero, aunque luego no pase nada, manda esa alarma. Es obvio que no la mandaste antes por la producción, por el estúpido dinero. Ya sabemos que tu pueblo no te importa y todo tu pueblo sabe que este papel te ha quedado grande”.
Guillermo valora: “He oído que Mazón estaba en un restaurante sin atender el mail. Me parece un hombre muy negligente que no hizo caso a los avisos de la AEMET. Si yo hubiera estado en su sitio hubiera dado aviso cuando había alerta roja. No sé si podríamos haber evitado el destrozo de coches o negocios, pero no habría muertos. La alarma llegó tarde y ahora los políticos en vez de asumir culpa se la echan entre todos. Cuando un entrenador hace mal la temporada le echan, ¿por qué no podemos hacer lo mismo con los políticos?” Rebeca insiste: “No han hecho nada. Mandaron las ayudas muy tarde y creo que deberían también dimitir” [se refiere a Pedro Sánchez].
En segundo lugar se denuncia el abandono. Muchos de los alumnos y alumnas saben que la actuación durante la riada era complicada. “No se podía cortar el chorro, pero sí alertar y actuar con eficacia después” (Paula F.). Carlos considera “que ha habido una enorme falta de gestión y de organización. No buscamos culpabilizar a unos u otros en los partidos, sino a las personas que tenían responsabilidades que no han cumplido”.
La palabra más repetida es abandono. “Nos hemos sentido abandonados” (José, Lucía M., Iván). Solo había coches de policía, pero nadie se bajaba y había gente que necesitaba ayuda (Iván). Lucía P., Marianela, Paula C. y África ponen el foco en la ausencia de ayuda durante los primeros días. “Nos abandonaron como perros. (…) No les importaba lo que estaba pasando alrededor” (Álvaro). “El gobierno ha sido pésimo. Da igual de qué partido sean. No dan la cara y afrontan las consecuencias. Me parece fatal que el señor Mazón estuviese de comida sabiendo que el pueblo se estaba ahogando” (Rubén).
Mario apunta: “Aquí todos sabemos de las lluvias torrenciales y es una zona inundable.(…) Parece que los únicos que no son conscientes del riesgo son nuestros dirigentes políticos. El único respaldo que han tenido los más afectados es el de los voluntarios. Ellos se han encargado de mantener alta la moral de la gente”.
Otra alumna se lamenta: “Creo que nuestro gobierno es solo un nombre. No nos sirvió para nada. Era como si no existiera. Me pareció una vergüenza que hasta varios días después de los sucedido, los militares, la policía, la maquinaria… no se dignaron a aparecer” (Carlota).
La tercera cuestión que ha escocido a los y las jóvenes ha sido la percepción de que mientras la gente sufría, en la política el principal problema era quién iba a cargar con las culpas.
“Muchos partidos quieren sacar un rédito. Unos y otros se echaban las culpas y se intentaba rentabilizar todo lo que podía” (Tomás). “Lo que me dolió fue que había falta de información y se echaban las culpas” (Sara). “Si tuviese que valorar de 0 a 10, tendrían un suspenso” (Hugo). “Primero no dieron las alarmas, luego no querían declarar la emergencia y lo único que les importaba era cubrirse ellos y tirar mierda al partido político contrario” (Lucía P.). No se podían evitar daños pero sí avisar y no pelearse después” (Rocío).
Elián concluye: “Yo valoro mucho las instituciones públicas porque yo estudio en una. Pero no lo han hecho bien. No se podían evitar la mayor parte de los daños pero sí alertar y ayudar después”.
¿Qué habéis hecho vosotros y vosotras?
Todas las personas de la clase se han comprometido y han sido voluntarias, durante la dana y después, en su pueblo y en otros pueblos cercanos que han resultado más dañados.
“Conseguimos ayudar a un anciano que iba hacia su casa. Entre mi padre y yo lo cargamos y conseguimos que llegase sano y salvo. La gente de los balcones nos aplaudía por nuestro esfuerzo y eso me hizo sentirme muy bien” (Nicolás).
Mario cuenta que él y sus amigos fueron a ayudar a Aldaia. “Los primeros días quedábamos a las nueve. Una vez allí, íbamos a las zonas cercanas al barranco: bares, parques, parroquias, bibliotecas, etc. Sobre todo sitios públicos porque alguna gente tenía miedo a que les robaran y no te dejaban entrar en las casas”. Marianela explica que durante estas semanas han estado limpiando su casa “y cogiendo las cosas que podíamos salvar. También hemos estado limpiando la casa de los tíos de mi amiga. Mis padres no querían que hicieses mucho porque estaba en shock”.
Odette destaca: “Muchos jóvenes salimos a ayudar y demostramos la valía que creían que no teníamos. Mi familia vive en Aldaia. Mis tíos tienen un bar. Una pared se derrumbó y estuve ayudando a limpiar. Ayudamos a gente a la que la casa se le había hecho pedazos y tenían que tirar a la basura todas sus cosas. El pueblo salva al pueblo. Es la frase que se ha hecho famosa para reflejar solidaridad, autoorganización y ayuda entre la gente”.
Los testimonios son múltiples. Limpiar, quitar barro, repartir agua, salvar muebles. Paula, Elián, Sonia y todas estas personas jóvenes se lanzaron a la calle para hacerse cargo de las necesidades de sus familiares y vecindario.
Virginia fue al trabajo de su padre, ubicado en la pista de Silla: “Estuvimos achicando agua y limpiando. Un trabajador de mi padre se quedó sin casa junto a su mujer y mi padre, mi hermana y yo les acogimos en casa durante dos semanas”.
“El primer día no salí porque pensaba que iba a estorbar. Luego oí que había voluntarios y me uní. La verdad que nos organizamos muy bien” (José). “Los primeros días ayudé en el gimnasio” (Iván). “Mi grupo de amigos hemos ido a ayudar a familiares y amigos y a gente de Aldaia, Paiporta y Picanya. Mi padre y yo fuimos con la bici a llevar agua y comida a mis abuelos que viven en Paiporta, se quedaron sin ascensor viven en un tercero y son mayores para subir andando (Nicolás). “Fui a limpiar la escuela infantil de Aldaia. Los primeros días ayudamos los de allí, después vino más gente. Te da alegría saber que hay gente y estás orgulloso de que van a poder ir a la escuela y volver a la rutina” (Rubén). “Fui con mis amigas a limpiar a Aldaia” (Paula). Carlos también limpió junto a su madre en una escuela pública a la que los militares llegaron muy tarde.
“Al llegar a casa y tener toda mi ropa, mis muebles, sentarme en el sofá y poder comer me hacía sentir egoísta, ya que yo podía hacer todo eso mientras otras personas lo habían perdido todo. Todos esos sentimientos despertaron mis ganas de salir a ayudar, así que fui todos los días a Aldaia” (Alba).
La clase de la asignatura de Gestión de Proyectos que imparte Mónica Soriano se trasladó al banco de alimentos. “Estuvimos ayudando a descargar los camiones para el banco de alimentos y ayudábamos a repartir la comida” (Mario).
¿Qué hemos aprendido?
Los y las alumnas del 1º de Bachillerato del IES Faustí Barberà y su profesorado (Nacho Ruiz y Mónica Soriano) consideran que de la vivencia dramática de esta dana se llevan importantes aprendizajes. El primero tiene que ver con la necesidad de tomarse en serio el hecho de vivir en una zona en la que estos fenómenos climáticos son frecuentes y están agravados por el calentamiento global.
“Es importante conocer dónde estamos. El barranco que pasa por al lado es el del Poio y se ha construido en zonas inundables. Una sociedad más formada sabe mejor lo que es justo y le pone en peligro” (Nacho Ruiz).
Tomás abunda en esta idea y señala: “Todos hemos aprendido el gran impacto que genera el cambio climático y que no hay que construir en zonas inundables por el mero hecho de ganar dinero”. Odette cree que ha madurado mucho con todo esto. “También hemos aprendido que esto es culpa nuestra. De nuestra contaminación viene el cambio climático”. Nicolás insiste y dice: “El cambio climático es una verdad como un piano y sobre todo que tenemos que estar mucho mejor preparados para estas situaciones, ya que no creo que sea la última”. Alba coincide y señala que tenemos que actuar con urgencia.
El segundo aprendizaje tiene que ver con la valoración de la vida, de las personas que se quiere y de los que se tiene.
“En lo personal, creo que he aprendido a valerme por mí misma, a ser más solidaria con quien lo necesita, a valorar más la familia que tengo, a apreciar y a cuidar del pueblo donde vivimos. (…) No sabía lo vulnerable que puede llegar a ser una persona que necesita ayuda de verdad” (Carlota). Sara coincide con Carlota y dice: “Hemos aprendido a valorar lo que tenemos, porque de un momento a otro lo puedes perder todo (tu casa, tu vida tu trabajo) y te cambia la vida completamente. En mi familia afortunadamente estamos bien y solo hemos tenido pérdidas materiales”. Sonia ha aprendido a no esperar a que lleguen las ayudas: “mientras esperas puedes hacer muchas cosas que parecían increíbles”. También Hugo, Lidia y Mihaela destacan este aprendizaje.
Elián incorpora el matiz del disfrute: “He aprendido la necesidad de disfrutar de la vida. La necesidad de disfrutar de lo que tenemos porque todo puede cambiar. He visto la cara buena de las personas y de nuestros pueblos”. África señala que en las pérdidas hay prioridades: “Perder una casa es mejor que perder un hijo, un padre, una mascota o la vida propia”.
El tercer aprendizaje que señalan algunas personas viene de la decepción y el abandono. Es el más amargo. “He aprendido que solo nos tenemos a nosotros mismos” (Paula C.).
También Rebeca insiste en esta idea y añade que “te tienes que asegurar bien de a quién votas porque 4 años es mucho tiempo y ellos solo hacen su trabajo cuando se acercan las elecciones prometiendo cosas que más del 50% no cumplen”.
El cuarto aprendizaje es compartido por todos y todas y tiene que ver con la explosión de apoyo mutuo, solidaridad y humanidad. La dana ha puesto un espejo delante de estos jóvenes y lo que han visto es una juventud comprometida, solidaria, trabajadora, resistente y dispuesta ayudar a quien lo necesitaba, fuese quien fuese.
“Hemos visto que se ha movilizado el pueblo, sobre todo los jóvenes, para ayudar a todo el que lo necesitase, eliminando prejuicios en los que se piensa que la gente joven no tiene ganas de ayudar”. (Tomás). Rubén está de acuerdo: “El pueblo hace la fuerza y los jóvenes han sido una gran ayuda”. Lucía M. añade que ha comprobado que en Valencia hay mucha gente solidaria y empática. También Mihaela y Alba dicen que lo mejor ha sido ver cómo la gente se ayudaba. Alba también se ha dado cuenta de lo importante que es saber elegir a un buen presidente: “Por culpa de sus fallos o errores muchas personas han perdido la vida”.
Lucía P. lo resume así: “He aprendido a valorar la vida. Lo importante que es tener una casa digna, un transporte para ir al trabajo o al colegio. También he aprendido a no esperar nada de los políticos, porque ellos, en esa situación, no han tenido en cuenta al pueblo y no han ayudado ni lo mínimo. Por último he aprendido lo importante que es el cambio climático y cómo afecta a nuestras vida”.
No solo el alumnado sino también Mónica, la profe, señala que la organización social “era el único respaldo y te daba la convicción de que las cosas iban a salir bien. (…) Ríos de gente caminando. Era bonito. He coincidido con exalumnos. Limpié la casa de mi expareja. Fueron momentos de reencuentro y apareció el humor. Eran cosas contradictorias. Estabas hundida en la mierda, pero a la vez te encontrabas con mucha gente que no veías desde hace mucho. Fue un sentimiento de calor humano en un momento de mucha desolación”.
Y aquí lo dejamos, aunque tienen muchas cosas que contar. Esta entrevista pretende reparar con humildad la falta de escucha que tantas veces se produce con respecto a las personas más jóvenes e intenta ser un homenaje a toda la juventud que, armada con cepillos, cubos y trapos, sacó lo mejor de dentro para organizarse y hacerse cargo de quienes tenían alrededor. También quiere ser un reconocimiento sincero al profesorado que, como Mónica y Nacho, intentan que su alumnado entienda el mundo en el que vive, a la vez que lo hacen ellas mismas. Para así hacer brotar las mejores capacidades para vivir con dignidad en él.
Tienen derecho a contar su historia y la sociedad adulta la obligación de escucharla.