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Entrevista a la diputada cubana Llanisca Lugo sobre la situación actual en Cuba

«¿Por qué no discutimos, con los límites y los aciertos de Cuba, qué significa crear socialismo en el mundo actual?»

Fuentes: Rebelión

“La solidaridad debiera darse porque aquí se está dando una tremenda batalla contra el capitalismo todos los días y no porque la gente tiene hambre”

“Articular” es la palabra con que define su labor y pasión la diputada cubana Llanisca Lugo. Nos advierte que escribe poco, o casi nada, que está alejada de los grandes escenarios de debate de las izquierdas del continente, que prefiere disponer sus energías en crear redes y “articular” con organizaciones populares de dentro y fuera de la isla.

Psicóloga de formación, desde hace 15 años trabaja en el Centro Martin Luther King Jr. de La Habana, plataforma para avanzar en sus afanes de tejer desde abajo, desde las bases, las novísimas relaciones sociales y sentidos que puedan contribuir a fortalecer el socialismo.

Con Llanisca nos sentamos a conversar durante horas del momento crítico por el que atraviesa la Revolución. El diálogo es franco y tanto las preguntas como las respuestas no son calculadas, sino que se perfilan en reflexionar acerca del proyecto socialista cubano.

En la última década hemos visto cambios vertiginosos en Cuba, por ejemplo con el ensanchamiento de la gestión no estatal se empiezan a ver desigualdades en cuanto a ingresos, consumos, entre otros. ¿Cuánto afecta eso al proyecto socialista?

Cuando las formas de gestión no estatal empiezan a desarrollarse, creo que se hizo de forma muy rápida y se reprodujeron igual rápidamente las iniciativas privadas más que las cooperativas. Eso es una cosa que hay que reflexionar, porque el crecimiento de la propiedad privada y las formas privadas de gestión no es lo que nos llevaría a fortalecer un proyecto socialista en Cuba.

Es importante evaluar que tenemos una carencia muy grande en este minuto en superar la necesidad de defendernos como sociedad, de no abandonar a nadie que queda en las zonas de pobreza –porque hay desigualdades crecientes y hay pobreza en el país–, con la necesidad de construir para adelante el proyecto socialista. No podemos quedarnos en la resistencia de la sobrevida y administrar o gestionar las desigualdades con enfoque en la vulnerabilidad sin potenciar la capacidad organizativa de la gente, lo colectivo de la producción. Un desafío que Cuba tiene hoy.

El país tiene que pensar en el proyecto socialista con más fuerza, el Presidente tiene ese compromiso y ha puesto en diálogo las tensiones fundamentales del socialismo que hemos construido con esta sensación de que sea ha hecho lo posible y no lo deseado. Le ha pedido a los científicos, pero también a diferentes sectores de la sociedad, identificar cuáles son las tensiones y cuáles son los rasgos de socialismo en Cuba y qué podemos hacer para profundizar el proyecto.

Nosotros tenemos un diseño de sistema político que tiene mucha potencialidad para el funcionamiento de la democracia. Ahora la gente pasa su vida cotidiana buscando cómo sobrevivir, con tendencia a salidas individuales a la crisis, y el proyecto se pudiera profundizar si logramos, en un diálogo fuerte con el pueblo, reconstruir la posibilidad que Cuba generó con la Revolución de buscar salidas colectivas a cualquier crisis. Porque lo que vivimos en el Periodo Especial pudo haber sido más duro que lo que estamos viviendo hoy, pero había una sociedad organizada colectivamente y que creía mucho más que hoy en las salidas colectivas a la crisis.

Tenemos las organizaciones sociales de masas, tenemos un país con una gran formación política y una cultura política muy potente, con sensibilidad hacia la solidaridad. Por tanto tenemos que ser capaces de que esas reservas se encausen para el proyecto socialista, cuestión que ocurre si realmente creemos en ello, si la institucionalidad política cree en el pueblo organizado y si el pueblo se organiza de las maneras que cree correctas y que quizás no imaginaste.

El pueblo tendría que organizarse de maneras nuevas. Y creo que eso ha empezado a ocurrir; más lento de lo que quisiéramos, pero ha empezado a ocurrir. La gente joven, en distintos espacios, tiene una visión de cómo organizarse con otros códigos y no está bien que les digamos que son más o menos politizados con otros criterios que podamos tener. Si se organizan para cualquier fin, es la responsabilidad de las organizaciones políticas de masas y de la institucionalidad que esa organización se encauce hacia la política y que cualquier asunto que ellos estén resolviendo, por cotidiano que nos parezca, se pueda poner en diálogo con el proyecto socialista. Porque todo puede estar relacionado con el proyecto si nosotros somos capaces de interpretarlo y construir un diálogo así.

¿Se ha achicado el consenso social respecto al apoyo al socialismo y a la Revolución?

Sí, se ha erosionado bastante. Hay una sensación de que el socialismo genera pobreza, carencia y dificultades. Hay la migración enorme que hemos tenido de jóvenes profesionales en los últimos años.

Hay una cultura que se está orientando por los valores del capital en el sentido de maximizar ganancias, buscar la fuente mayor de ingresos que puedas tener, mecanismos de competitividad. Incluso en la academia nuestra hemos empezado a pensar la formación de la conciencia más orientada a competencias para el mercado laboral y menos a los derechos, al conocimiento y la cultura, elementos esenciales estos que hacen a una revolución socialista. Nosotros tenemos un orgullo y alta autoestima, nos creemos los más formados del mundo –aunque sea eso cierto o no–, porque aquí creamos esa autoestima, nos educamos por derecho al conocimiento y leímos todo. Ha habido una apertura a que la gente pueda leer y estudiar y tener acceso a lo mejor del cine universal, a lo mejor de la cultura universal, como pocos países en el mundo. Y no tenías que ser profesional para tener esa cultura, hay mucha gente humilde que no estudió en la Universidad y que tiene una cultura enorme porque ha leído toda su vida y porque tuvo libros a la mano.

Ahora empezamos a formar a los muchachos para el empleo, para el trabajo no en la concepción socialista (hay que volver a discutir al Che); organizamos la competencia para determinados fines y las relaciones sociales a partir de los consumos; llegamos a tener barrios por estratos socioeconómicos. Todo eso va erosionando el consenso de lo que significa una sociedad de justicia. Esto no quiere decir que en Cuba no haya una reserva de valores grandes y que la gente tenga en la piel ese sentimiento todavía. Pero cuando, por ejemplo, empezaron a abrir las empresas privadas hubo gente que puso en sus restaurantes o cafeterías que buscaba empleadas “mujeres, blancas y bonitas”. Cuando nosotros creamos una sociedad que luchó muchísimo contra el racismo y contra la discriminación, ¿cómo puede abrirse tan rápido un espacio para publicar ese cartel? No solo que la persona piensa así, sino que cree que es legítimo hacer pública su posición. Eso nos pone a nosotros en la conciencia de que se retrocede muy rápido en términos de conciencia política; que la gente retrocede muy rápido en su comprensión de lo justo, porque el capital tiene mucha fuerza y en momentos de crisis todavía más, ya que la gente cree que se salvará por su consumo.

Eso es algo que nosotros tenemos que enfrentar: ¿qué puede hacer feliz a un cubano o una cubana hoy? ¿Qué realmente hace feliz a un ser humano? ¿Qué lugar tiene la comunidad en tu felicidad y en tu plenitud? ¿Cuán feliz te hace comprar?

El Partido, el Estado y las instituciones tenemos que dar la batalla cultural del socialismo, que nunca se completó –porque nunca se completa–; batalla que debe ser organizada para que no sea espontánea ya que estamos frente a un enemigo que es muchísimo más grande que nosotros. ¿Cómo vamos a organizar el proceso de lectura en la sociedad? ¿El proceso de discusión de ideas fundamentales en la sociedad? ¿Cómo vamos a disputar ese sentido común?

Por ejemplo, hay que pensar qué hizo que mi mamá fuera a cortar caña o a recolectar café sabiendo que no sabía hacer esas cosas, pero eso la hacía apasionarse. Y qué me hacía a mí salir de casa por 45 días con una maleta de palo para ir a trabajar en el campo y sentirme libre, feliz y plena y no que me estaban separando de mi familia. Es decir, ¿cómo una Revolución que creó toda esa gran experiencia libertaria, de libertad profunda, crea hoy esa experiencia de libertad? ¿Con qué códigos y con qué prácticas? ¿Qué va ampliar la experiencia de libertad de la gente hoy?

La Revolución cubana es única en el hemisferio, continúa en su bregar por el socialismo. ¿Qué debiera significarnos a quienes nos reclamamos de izquierdas en esta parte del mundo? ¿Cómo pudiera manifestarse una solidaridad genuina con Cuba?

No sé lo que significa hoy la Revolución cubana para la izquierda en América Latina. Es una pregunta compleja, porque significará varias cosas en dependencia de las generaciones, de las fuerzas políticas de esa izquierda, de sus tradiciones.

Si habría algo que hacer por la solidaridad con Cuba tiene que ver con construir base social organizada que defina un plan de liberación en cada país. No podemos crear lazos de solidaridad potentes si somos una entelequia pequeña, concentrada, de discursos y declaraciones que son leídos por algunos –y que a veces ni siquiera son leídos–.

La disputa central está en que en cada país la izquierda se comprometa con construir base social organizada que crea en un proyecto de bienestar para el pueblo ajeno al proyecto del capital, que lo quiera superar. Y esto no puede hacerlo una izquierda que está pensando en el poder para distribuir o que está pensando en llegar al Gobierno para generar algún tipo de política de bienestar, pero que no piensa cambiar la capacidad de la sociedad para vivir superando el capitalismo.

Cuba hizo una revolución para crear una sociedad distinta y en buena medida esa sociedad fue creada. Nosotros estamos clarísimos que la Revolución no está completada, no están las viviendas que queríamos tener, no están las calles que quisimos –las tuvimos e incluso las pudimos perder, los retrocesos existen–. No tenemos la Revolución socialista que queríamos tener, pero parte de la sociedad que quisimos construir la construimos.

Lo otro es entender la Revolución como una fuente hermosa de contradicciones para la reflexión de la izquierda a nivel regional. ¿Por qué no discutimos, con los límites y los aciertos de Cuba, qué significa crear socialismo en el mundo actual? ¿Qué se nos viene encima cuando intentamos crear algo nuevo? ¿Cómo prepararnos mejor para eso? ¿Por qué no aprovechamos más la experiencia de Cuba, con todas sus contradicciones, y dejamos de caricaturizarla en un afiche histórico de los años 60 o la quitamos de esa vitrina donde la dejamos como algo intocable que vamos a querer para siempre como los zapaticos de rosa de la niña de José Martí?

No puede caber Cuba en una vitrina, es un proceso vivo, hermoso, pero si la izquierda no cree en esa hermosura no la va a querer tocar realmente. La ponen detrás de la vitrina, porque puede ser que ni la conozcan. Con todo lo que se te pueda romper dentro, hay que atreverse a tocar la realidad y después interpretar eso que has tocado. Sino no la puedes querer de verdad, porque lo que estás queriendo es una imagen y no a un país que está enfrentando un montón de desafíos con la fuerza de su pueblo.

En ese sentido, a ratos veo que hay una izquierda que “solidariza” con un país inexistente, imaginario, que solo vive en su mente… sin contradicciones ni nada.

Exacto, un país que no existe. Fíjate que ahora se ha agregado la imagen del asedio y la crisis, y esa misma gente de la izquierda nos defiende más porque el pueblo está pasando hambre, porque estamos mal. Me indigna esto, porque la solidaridad debiera darse porque aquí se está dando una tremenda batalla contra el capitalismo todos los días y no porque la gente tiene hambre. Sé que estamos en una crisis muy dura, pero debería primar la lucha por el proyecto.

¿Qué crees que ha pasado ahí?

Que hay una zona de la izquierda que no ve lo que realmente está pasando en Cuba, lo que estamos creando en términos de fortalezas municipales, de ciencia, etcétera. Ni el arte cubano ya ven: hay una izquierda que no conoce los músicos actuales, que se quedó con Gente de Zona…

No juzgo a esa izquierda, porque entiendo que están bajo las tensiones del tiempo que vivimos, que nadie está por encima de las circunstancias. Aunque, francamente, nos corresponde a los revolucionarios hacer un ejercicio de intentar pasar por encima de las circunstancias para hacer análisis de las cosas, de lo contrario ¿para qué sirve ese marxismo que consume si usted no es capaz de usarlo para entender cómo se dan las contradicciones entre el poder, los procesos productivos, el mundo del trabajo, en un país asediado? Para nada compañero.

Cuba es interesantísima en ese sentido: nunca hemos dejado de estar asediados, nunca hemos dejado de estar bloqueados y, sin embargo, hemos estado construyendo cosas todo el tiempo. Vamos a discutirlas entonces.

Javier Larraín es historiador.

*Cortesía de la revista Correo del Alba – https://www.correodelalba.org

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.