Emmanuel Macron quiere creer que Francia tiene “centros de datos limpios”. Pero el daño medioambiental de las industrias digitales ya es tangible (consumo de electricidad, emisiones de CO2, necesidades de agua y minerales, conflictos de uso de la tierra), mientras que la idea de una IA verde es todavía una promesa.
Si el clima fuera una inteligencia artificial (IA), el mundo estaría salvándolo. Ante el tsunami de inversiones públicas y privadas programadas para sus infraestructuras, resulta tentador desviarse del famoso eslogan: «Si el clima fuera un banco, ya lo habrían salvado». Porque si bien estos anuncios financieros brillan con el oro de los beneficios futuros, eclipsan un problema igualmente exponencial: los desastrosos impactos ambientales de la IA.