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Entrevista a Verónica Sajbin Velásquez, investigadora de la violencia obstétrica en mujeres indígenas de Guatemala

«La propuesta de esterilización es una forma de control de la población indígena»

Fuentes: https://www.pikaramagazine.com/ [Imagen: Verónica Sajbin Velásquez visitó Pikara Magazine durante su estancia en Bilbao. / Foto: cedida]

Verónica Sajbin Velásquez ha investigado sobre la violencia obstétrica en mujeres indígenas k’iche’ y kaqchikel en Guatemala.

El murmullo de conversaciones y platos que vienen y van acompañan la conversación con Verónica Sajbin Velásquez (Uspantan, Guatemala, 1980). Llegó 15 de febrero a Bilbao junto a integrantes de las asociaciones Asecsa (Asociación de Servicios Comunitarios de Salud) y Moloj (Asociación Política de Mujeres Mayas) para presentar la investigación ‘Situación de la violencia obstétrica en mujeres indígenas guatemaltecas’, con Médicus Mundi Bizkaia. Sajbin es una de las tres investigadoras que ha participado en este estudio cuyas conclusiones alertan de la múltiple vulnerabilidad de las indígenas k’iche’ y kaqchikel ante la violencia obstétrica: por la cultura, el género y el idioma, incluso, en muchos casos, por la pobreza. Una violencia normalizada que vulnera sus derechos humanos y que afecta gravemente a su salud y bienestar. El trato discriminatorio, las burlas, la realización de prácticas sin consentimiento informado o los castigos a través del hambre y el frío son solo algunas de las formas de la violencia obstétrica que sufren.

La investigación se ha realizado en ocho municipios de los departamentos de Chimaltenango y Quiché, y ha tenido en cuenta no solo a las usuarias sino a los y las profesionales de la salud que las atienden. La investigadora advierte que recabar información del personal de salud y administrativo fue la tarea más compleja, ya que no solo ponían dificultades para realizar las entrevistas, sino que nadie después reconoció los fallos del sistema. “El personal médico culpaba a las enfermeras y viceversa, sin que nadie asumiera la responsabilidad directa”, cuenta. Verónica Sajbin se define como maya ki’che, feminista, experta en temas de género, pueblos indígenas, y políticas públicas. Ha ocupado cargos en el Gobierno de su país y en organizaciones no gubernamentales. Ahora, con este estudio, espera que puedan seguir trabajando en incidencia política para que las indígenas de Guatemala vean respetados sus derechos humanos.

¿Ha sido fácil recabar los testimonios de las mujeres o se han enfrentado a reticencias?

El estudio estaba contemplado para una muestra un poquito más grande, ha pesado mucho las dudas de las familias sobre la conveniencia de que las mujeres participaran. Contar lo que habían vivido implicaba hacer acusaciones contra el sistema de salud, que es parte del Estado, y esto les daba mucho miedo por el historial represivo que llevamos a cuestas. Además, no podemos olvidar la influencia del patriarcado y el machismo, y que muchas de las mujeres entrevistadas no estaban formadas políticamente, por lo que no tenían conocimiento claro de sus derechos. Este fue un hallazgo importante de la investigación, que también nos llevó a la recomendación de promover la formación política de las usuarias.

¿Y las que accedieron?

Las mujeres que aceptaron lo contaron con mucha confianza y libertad; y estamos seguras las tres investigadoras de que esto sucedió porque conocían previamente a las dos organizaciones que participaban. Tanto Asecsa como Moloj tienen muy buena reputación como organizaciones honestas y éticas en las comunidades donde trabaja. El equipo de investigación trabajó de forma muy cercana y respetuosa con las entrevistadas, y creo que eso fue lo que favoreció el proceso de obtención de información. Obviamente el proceso ha sido muy duro. Ha habido dolor porque ha sido muy violento todo lo que han vivido, pero fue muy útil que nos acompañara una psicóloga, Silvia Salazar, que nos ayudó también en la contención de las emociones a todas.

Muchos y muchas profesionales siguen negando la existencia de la violencia obstétrica, incluso sienten at el término como un ataque. No sé si el personal sanitario ha llegado reconocer en algún momento los fallos que hay en este sistema.

Con las comadronas no tuvimos ninguna dificultad, se mostraron totalmente abiertas, dispuestas. Ellas conocen sus derechos, están empoderadas y con mucha fuerza para contar cómo las tratan en los hospitales y lo que está pasando con las usuarias. Pero recabar información del personal de salud y administrativo fue más complejo. Primero, por la dificultad para conseguir entrevistas por la falta de respuesta de las autoridades y la demora en los permisos. Cuando finalmente se realizaron las entrevistas, algunos profesionales reconocieron actitudes groseras y violentas hacia las mujeres, pero hubo un fenómeno curioso: el personal médico culpaba a las enfermeras y viceversa, sin que nadie asumiera la responsabilidad directa. No hubo un reconocimiento claro de las actitudes inapropiadas por parte del personal sanitario. Mencionaron que las condiciones laborales del hospital no son las ideales –como los salarios bajos o la falta de recursos– buscando poner el foco ahí.

La violencia obstétrica es un problema estructural, que vulnera los derechos humanos y que afecta a todas las mujeres, pero advertís que las indígenas experimentan otra forma particular de este fenómeno: la falta de respeto cultural, el desconocimiento y desprecio de los saberes ancestrales que estas comunidades conservan. ¿Se pueden hacer compatibles la visión biomédica –profundamente patriarcal– y la medicina ancestral?

Pueden hacerse compatibles gradualmente, pero no totalmente. Es cierto que es difícil encajar porque el sistema biomédico no tiene nada que ver, pero creo que sí se puede hacer a través de políticas públicas que sean realmente reivindicativas. Políticas que respeten los derechos humanos y que sean capaces de ver tanto a las usuarias como a las comadronas, como sujetos de derechos, sujetos políticos que tienen demandas que van más allá de lo asistencial. Que entiendan que las mujeres son sujetos políticos que tienen voz.

Entre las formas de violencia que han encontrado: el abuso médico y la falta de consentimiento informado durante el embarazo, parto y puerperio, comentarios humillantes y despectivos, falta de respeto, intimidación y amenazas, incluso prácticas deshumanizadas como hacer pasar a las mujeres sed, hambre y frío…

Nosotras decimos que rayan la crueldad. Las usuarias compartieron que, cuando se quejaban del dolor, como después de una operación, eran ignoradas o castigadas por el personal, a veces dejándolas sin comer o incluso sin agua, como una forma de represalia por haber gritado o expresado su incomodidad. Además, aunque no lo hemos mencionado mucho en el estudio, muchas mujeres hablaron de la violencia sexual que sentían haber sufrido. Esto incluía tocamientos inapropiados tanto de hombres como de enfermeras, quienes también eran acusadas de hacer comentarios despectivos o de lanzar miradas incómodas hacia las usuarias. En algunos casos, las mujeres también manifestaron que los médicos no pedían permiso antes de realizar exámenes o las dejaban expuestas con las piernas abiertas; a veces con estudiantes observando sin su consentimiento.

En el caso de las mujeres indígenas, ¿hay una mayor vulnerabilidad frente al fenómeno de la violencia obstétrica por su condición?

Sí, las mujeres indígenas se enfrentan a una fuerte discriminación tanto por su identidad cultural como por su condición de pobreza. A menudo, se les habla en español rápidamente, sabiendo que no lo dominan, y se les culpa por no entender. También, se les niega sus tradiciones, como el baño en el temazcal antes del parto, y se les exige comportamientos que entran en contradicción con su cultura. Además, la figura de la comadrona es invalidada, y a menudo se les trata como responsables de problemas que ocurren durante el parto.

Habláis también de la presión por parte del personal médico para programar una cesárea sin que haya complicaciones que la justifique. Se recoge el caso de una mujer a la que informaron de que debían programar una cesárea a un mes de parir, a pesar de que ella deseaba un parto natural, y sin que le dieran ninguna explicación para ello. ¿Habéis observado en Guatemala un aumento de las cesáreas por rutina?

Es cierto que las cesáreas se están realizando con frecuencia, incluso cuando no son necesarias, y muchas veces la comadrona confirma en paralelo que el bebé está bien y listo para nacer. Sin embargo, en el hospital se decide realizar una cesárea según la disponibilidad del personal o el horario del hospital, lo que no solo afecta a la salud de la madre y del bebé, sino que tiene un impacto en las creencias y costumbres de las comunidades indígenas, donde el día de nacimiento tiene un significado especial para determinar la misión o el papel que la persona desempeñará en la vida. Esto va en contra de su visión espiritual, que se basa en la conexión entre el nacimiento y el futuro de la persona.

Además, explicáis que es recurrente la pregunta de si desean la esterilización cuando se realiza una cesárea; más aún cuando es el tercer embarazo. Esto debería ser a voluntad de la mujer, pero solo plantearlo es una vulneración.

Se está reflexionando mucho sobre los intereses que hay detrás de las cesáreas, y el control de la natalidad es uno de ellos, ya que después del segundo o tercer hijo se anima a las mujeres a operarse para no tener más. Creemos que esto puede estar influyendo en la frecuencia de estos procedimientos. Hay personas que en las entrevistas han manifestado que sienten que esto es una forma de control de la población indígena por el elevado número de hijos que se tienen. En algunas poblaciones, estamos pariendo más de seis hijos.

Con este escenario dibujado, ¿tienen confianza las mujeres indígenas en los servicios de salud?

Es cierto que muchas mujeres, especialmente las que tienen mejores condiciones económicas, han decidido no regresar al sistema de salud después de su experiencia, algunas incluso recomiendan a otras mujeres evitarlo. Algunas, incluso después de haber tenido una cesárea, prefieren intentar un parto natural con la ayuda de una comadrona, si tienen la oportunidad. Cuando se les preguntó directamente en la investigación si recomendarían los servicios, todas dijeron que no. Esto tiene obviamente un gran impacto en su confianza en el sistema de salud. Sin embargo, si tienen complicaciones, muchas se ven obligadas a acudir, a pesar de su desconfianza.

No será fácil denunciar en este contexto para las mujeres indígenas la violencia obstétrica que han sufrido.

No lo es. Por eso es fundamental que haya más formación sobre la violencia obstétrica, tanto en la población como en los profesionales de la salud. Muchas personas, incluso médicos, no entienden qué significa realmente esta violencia. A pesar de que en la investigación se habla de ella, la mayoría de la gente no sabe identificarla ni reconocer sus efectos en la vida de las mujeres. La denuncia es muy difícil, especialmente en las comunidades indígenas, donde las decisiones no se toman de forma individual, sino colectiva. Aunque algunas puedan verlo desde una perspectiva patriarcal, en realidad las decisiones se toman en familia, a veces incluso consultando a hombres. Además, la falta de confianza en el Estado y el temor a la represión hacen que muchas mujeres prefieran no denunciar.

Ha habido otros estudios sobre experiencias frente a la violencia obstétrica durante la atención al parto en mujeres indígenas –por ejemplo, la realizada en Colombia (2021) y las dos más recientes llevadas a cabo en México (marzo y mayo de 2024)–. Todas las investigaciones, incluida la vuestra, hablan de una normalización de esta violencia, que cuando la sufren dentro de los espacios institucionales y por parte del personal de salud, no logran identificarla, y, cuando se identifica, impera la normalización de la opresión y el miedo a la denuncia.

Es impactante cómo incluso entre personas profesionales, que han leído y reflexionado sobre el tema, existe una naturalización de lo que es la violencia obstétrica. Una compañera comentó que, tras leer la investigación y hacer las correcciones, se dio cuenta de que muchas de las situaciones que había vivido en su propia familia eran violencia obstétrica, aunque antes las había minimizado o hasta se había reído de ellas. Esto muestra lo arraigada que está esta violencia, incluso en quienes ya tienen una formación más crítica. En comparación, las comadronas, aunque tal vez no tengan el concepto exacto de violencia obstétrica, suelen reconocer, por la diferencia entre su trato cercano y amoroso y lo que viven las mujeres en los hospitales, que lo que ocurre en los hospitales no es normal ni respetuoso. Ellas, a través de su experiencia, pueden ver que el maltrato es una realidad para muchas mujeres, incluso si no lo conceptualizan formalmente.

El estudio concluye que las mujeres indígenas experimentan profundas las secuelas físicas y psicológicas. Después, ¿hay un seguimiento en el posparto de estas mujeres? ¿Se atiende la salud mental perinatal?

Es preocupante cómo en los hospitales la atención se centra completamente en el bebé, al que consideran como un “producto”, mientras que la madre, que acaba de pasar por un proceso tan intenso, queda desatendida. Sabemos que muchas mujeres sufren de depresión postparto, pero no reciben atención mental ni orientación sobre cómo cuidarse después de una cesárea. No se les dan instrucciones claras sobre cómo manejar la recuperación, cómo cuidar la herida o incluso qué alimentos evitar para sanar más rápido. Este tipo de falta de atención es evidente, ya que, por ejemplo, si vas a una cita con un dentista, te dan recomendaciones específicas para la recuperación, pero esto no ocurre en el contexto del parto. La mujer queda totalmente invisibilizada y no se toma en cuenta su bienestar físico y emocional.

Fuente: https://www.pikaramagazine.com/2025/03/la-propuesta-de-esterilizacion-es-una-forma-de-control-de-la-poblacion-indigena/