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La pugna ideológica frente a la ultraderecha

Fuentes: Rebelión

Las guerras culturales de las ultraderechas -con sus diferentes medios, fundaciones e iglesias-, asumen la preponderancia del nacionalismo, el supremacismo racista y el machismo, y pretenden reforzar esas bases estructurales de dominación. Se genera una combinación entre, por una parte, un sector de los poderosos, junto con una reestructuración centralizadora del poder ejecutivo y una penetración profunda en los aparatos del Estado -judicatura, fuerzas armadas y de seguridad, alta burocracia estatal…- y, por otra parte, una nueva segmentación de las relaciones sociales, con la adhesión de una parte popular con ventajas comparativas y conservadora.

Su ofensiva ideológica y cultural es complementaria y justificativa de su cambio reaccionario, estructural y sociopolítico, y tiene una función doble. Por un lado, afronta la relegitimación de un poder establecido deslegitimado e incapaz, con una recomposición de las élites partidarias y gestoras. Por otra parte, se produce una rearticulación de su base social ‘populista’, sobre el resentimiento por la pérdida (real o imaginaria) de unas ventajas relativas y la promesa de su restitución.

Esa situación de parcial vulnerabilidad poblacional deriva de dos factores distintos. Uno, provocado por la propia globalización económica y cultural neoliberal, que daña la estabilidad de su estatus vital, relacional y laboral. Otro, producido por los cambios -progresistas- respecto de unas estructuras tradicionales sobrepasadas, la familia patriarcal, las jerarquías conservadoras y la preeminente homogeneidad nacional dominante: ¡se hunden la nación y el orden social y moral!.

Por tanto, el discurso ultra modifica el marco interpretativo hacia la polarización sociopolítica y cultural entre amigos / enemigos (buenos y malos), para condicionar la actitud de la sociedad. El adversario principal de la ciudadanía democrática, ya no serían los desacreditados ricos y poderosos, desprestigiados en estas últimas décadas, sino que se construye un nuevo enemigo (ficticio).

Así, se canalizan el odio y el sometimiento hacia los de abajo, con el principal chivo expiatorio: inmigrantes (pobres), con distintos rasgos étnico-culturales a marginar (musulmanes). Y, en un plano más general, se va combatiendo contra la dinámica ‘progre’, las fuerzas de izquierda y la propia democracia liberal.

En definitiva, las fuerzas ultraderechistas, aun con elementos irracionales, idealistas y voluntaristas, tienen un fundamento realista: están incrustados y refuerzan su poder en las estructuras estatales, sociales y económicas, implementan sus políticas reaccionarias, de forma directa o condicionando las instituciones políticas, y utilizan sus guerras culturales para dar legitimidad a sus avances estructurales y ensanchar su representatividad.

La crítica y la oposición democráticas y de izquierdas frente al ascenso ultra o, si se quiere, la resistencia antifascista, se fundamentan en la acción cívica frente al carácter reaccionario de su proyecto y su trayectoria de dominación: regresivo, segregador y antiigualitario en lo social y relacional; ultraconservador en lo cultural; y autoritario y antidemocrático en lo político-institucional.

En consecuencia, la ofensiva ultra no solo, ni principalmente, es cultural, por lo que no es suficiente la prioridad por la pugna ideológica contra ella. Su intensa labor de socialización cultural, con nuevos discursos e instrumentalización de todo un cúmulo de aparatos comunicativos, buscan asentar un nuevo sentido común o hegemonía ideológica. Desde las tendencias democráticas y de izquierdas, es imperioso desplegar una actividad de elaboración de pensamiento crítico y una acción divulgativa y de debate público para contrarrestar las falacias y argumentos derechistas.

No obstante, el plan global de las derechas extremas pretende imponer una transformación profunda de las relaciones de dominación en el conjunto de las estructuras sociales hacia: un sistema político postdemocrático, la reducción del Estado social y de derecho, un orden internacional neocolonial con la primacía estadounidense.

La respuesta transformadora, democrática y solidaria sigue estando en la acción cívica de las mayorías sociales, con el ejercicio de su principal arma, la participación democratizadora respecto de las relaciones desiguales y las estructuras de dominación. El problema es, sobre todo, sociopolítico, donde confluyen intereses sociales, sujetos colectivos y agenda de cambio.

La solución pasa, principalmente, por la masiva activación popular y democrática, por la participación activa de la ciudadanía y su reflejo representativo e institucional. El factor clave es la práctica social, la experiencia popular en el conflicto sociopolítico y cultural, con su articulación plural y unitaria frente a las dinámicas de involución socioeconómica, sociocultural e institucional. La pugna cultural e ideológica es fundamental, pero debe estar asociada a la acción sociopolítica y de cambio institucional y estructural, en una dinámica multidimensional de la transformación política, relacional y sociocultural.

Antonio Antón. Sociólogo y politólogo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.