Durante el último tercio del XIX y el primero del XX se desarrollaron iniciativas pedagógicas públicas y privadas que pretendían introducir en un entorno saludable a los niños y niñas más desfavorecidos durante el verano
Los últimos compases del verano son apropiados para mirar hacia atrás. Comúnmente, incurrimos en el recuerdo cercano, el de las vacaciones, cuyas imágenes empiezan a perder viveza para convertirse en jpgs de un archivo fotográfico. Una mirada a largo plazo, histórica, nos lleva del campamento de verano de nuestros niños en julio a las colonias escolares de verano de finales del siglo XIX y principios del XX. Experiencias educativas y sociales que pretendían dar a los hijos de las clases populares la oportunidad de vivir temporalmente en un entorno saludable, cerca de donde veraneaban las clases pudientes.
Como en el caso de otros hallazgos pedagógicos, las colonias escolares llegaron de Europa. Su origen hay que buscarlo en Suiza, donde el pastor evangelista Walter Bion llevó a 68 niños pobres de Appenzell al campo para mejorar su salud y alimentación en 1876. En pocos años, la experiencia se había replicado en numerosos rincones del planeta.
Madrid y el resto de grandes urbes españolas se encontraban durante las últimas décadas del siglo sobrepasadas por las consecuencias sociales del éxodo campo-ciudad, lo que abonó el desarrollo del debate de la cuestión social, siempre a caballo entre las buenas intenciones y la necesidad de apuntalar la paz social. La infancia acaparó muchas de las miradas en el transcurso de este debate, en el que permearon las experiencias pedagógicas más avanzadas, que recurrieron una y otra vez a sacar a los niños escolarizados a la naturaleza.
La Institución Libre de Enseñanza, auténtico motor cultural y pedagógico del país, adoptó pronto el excursionismo como vía educativa. En 1882 se creó, bajo el influjo de la ILE, el Museo Pedagógico Nacional, dirigido por un hombre de la casa, Manuel Bartolomé Cossío. Organizó la primera colonia escolar de vacaciones en San Vicente de la Barquera.

Las primeras colonias escolares de verano de Madrid las organizó en 1893 la Sociedad Protectora de los Niños, una sociedad filantrópica que envió a los escolares a El Cabañal (Valencia) y, más tarde, al sanatorio de Nuestra Señora del Pilar (Trillo, Salamanca). Esta dicotomía será una constante que cristalizará en la diferenciación entre las llamadas colonias de mar y de montaña.
Solo dos años más tarde, la Corporación de Antiguos Alumnos de la Institución Libre de Enseñanza (ILE) empezó también con sus colonias escolares en Miraflores de la Sierra o en el Cantábrico. Para financiarlo, se recurría a suscripciones privadas y se desarrollaban bajo el prisma pedagógico de la institución. Seguramente, se convirtió en el modelo no público más exitoso, que proporcionó plazas en sus colonias a 2500 niños hasta la guerra.
Las colonias de la ILE eran mixtas, aunque niños y niñas estaban separados. En ellas, se ensayaban los valores de la pedagogía institucionalista. El viaje ya se consideraba en sí mismo una experiencia educativa y se establecía una rutina diaria, con gimnasia, baños en el mar, excursiones y la observación de la naturaleza. Todo ello quedaba reflejado en el diario, auténtica piedra angular de la experiencia pedagógica.
Los niños que participaban de las colonias escolares del Museo Pedagógico Nacional o la ILE eran seleccionados por maestros de las escuelas públicas entre las familias más pobres. Se elegía prioritariamente a aquellos con anemia, raquitismo o escrofulosis (sin enfermedades contagiosas) y era un cuerpo de médicos el que hacía la última selección.

Hubo otras sociedades filantrópicas involucradas en las colonias madrileñas durante el primer tercio del siglo XX, pero cabe destacar las organizadas por el Ayuntamiento de Madrid, que no llegaron hasta 1910. Este año se puso en marcha un proyecto piloto de colonias en los Sanatorios Marítimos Nacionales de Oza (La Coruña) y Pedrosa (Santander).
A partir de 1912 comenzaron a acudir numerosas maestras para acentuar el carácter pedagógico de sus colonias. En 1922 se redactó el Reglamento de colonias escolares, que ponía de manifiesto la centralidad de la práctica, a través de la cual la municipalidad llevó de colonias a unos 25.000 escolares hasta el año 1935.
Las colonias escolares de montaña del Ayuntamiento de Madrid tenían su centro neurálgico en la sierra. Las primeras se organizaron en 1921 en Cercedilla y se extendieron a otras localidades como El Escorial (también salieron fuera de la región, a Arenas de San Pedro o Abadía de Lebanza).
Encontramos un caso especial en las llamadas colonias de intercambio, que combinaban el horizonte higienista con la confraternización territorial y lo que en el lenguaje nacionalista de la época se llamaba “regeneración de la raza”, tal y como explica el investigador Juan Félix Rodríguez Pérez en su tesis doctoral sobre el tema. Entre los años 1924 y 1925 se produjo un intercambio entre escolares de Madrid y Barcelona bajo estos parámetros.
De manera análoga a nuestros actuales campamentos urbanos, surgieron también escuelas municipales al aire libre (colonias urbanas) que se desarrollaron en los Viveros de la Villa en 1922. En 1925 ya había ochoescuelas al aire libre situadas en los recintos de los viveros de los jardines de la Florida, la Cuesta de la Vega, en el Retiro y en Migas Calientes. Eran ya auténticas escuelas mixtas orientadas a la educación en contacto con la naturaleza, a las que acudían en autobuses niños entre los meses de mayo y septiembre.
La Guerra Civil supuso el final de la experiencia, aunque durante parte de la contienda siguieron funcionando como instituciones que ayudaron al auxilio y evacuación de los niños refugiados o abandonados.
La ciencia moderna ha podido ratificar los beneficios saludables de las colonias escolares a través del estudio de las fichas de entrada y salida de los niños que acudieron a las colonias del Museo Pedagógico Nacional y de la ILE. Sin embargo, ya en la época surgieron críticas que señalaban que la mejoría temporal en la salud de los niños y niñas remitía una vez regresaban a su verdadero contexto social. La vuelta a la desnutrición resultaba un buen fiel de cómo, sin una reforma estructural, los problemas asociados a la desigualdad social no podían erradicarse.
Durante el franquismo se forjaría una idea propia de las colonias escolares, instrumental al adoctrinamiento del régimen y tejido con mimbres militarizados. Desde 1940, la organización de colonias infantiles pasó a ser competencia del Frente de Juventudes y Falange (y más adelante también de la iglesia).
La estela pedagógica de aquellas colonias escolares de vacaciones anteriores a la guerra se puede encontrar en el día a día de algunos campamentos de verano que, en su mayoría despojados de asistencia social, permiten conciliar a las familias trabajadoras. El aprendizaje a través del juego y el contacto con la naturaleza aparecen, en mayor o menor media, en la espina dorsal de muchos proyectos que, como aquellos, se convierten en un momento excepcional para sus protagonistas.
PARA SABER MÁS:
- González Montero de Espinosa, M., López Ejeda, N., & Marrodán Serrano, M. (2018). La antropometría en las colonias escolares de vacaciones de Madrid, 1887-1936. Nutrición hospitalaria, 35(SPE5), 76-82.
- Pereyra, M. A. (2010). Educación, salud y filantropía: el origen de las colonias escolares de vacaciones en España. Historia De La Educación, 1. Recuperado a partir de https://revistas.usal.es/tres/index.php/0212-0267/article/view/6453
- Rodríguez Pérez, J. F. (2005). Las colonias escolares municipales madrileñas (1910-1936). Universidad Complutense de Madrid, Servicio de Publicaciones.