La mañana del domingo 17 de julio de 1975, cuando compré el periódico, en la portada se podía leer: «ASESINADO A TIROS UN TENIENTE DE LA GUARDIA CIVIL EN MADRID. Fue abatido a tiros, frente a su domicilio por jóvenes que lanzaron, al huir, propaganda del FRAP.»
En la página web del Colectivo de Víctimas del Terrorismo se puede leer:
Eran las 14.30 cuando Adolfina Fernández escuchó una detonación. Se asomó de inmediato a la ventana de su domicilio, un tercer piso en la Colonia Virgen del Rosario, y vio a su marido en el suelo. Antonio Pose Rodríguez, teniente de la Guardia Civil, regresaba a su casa tras terminar su jornada en la Agrupación de Tráfico. Tras aparcar y bajarse de su vehículo, varios jóvenes se acercaron y le dispararon con una escopeta delante de un niño de doce años. El agente quedó tendido en el suelo, ensangrentado, mientras sus atacantes huían por un paso subterráneo y lanzaban a su paso propaganda del FRAP (Frente Revolucionario Antifascista Patriota). Antonio Pose fue trasladado al Hospital Militar Gómez Ulla, donde se certificó su fallecimiento.
El teniente Antonio Pose Rodríguez, natural de Almonacid de Zorita (Guadalajara), Tenía 49 años, estaba casado con Adolfina Corrales y no tenía hijos. Desde su incorporación a la Institución se especializó en comunicaciones, siendo destinado a Casar de Palomero (Las Hurdes) y Plasencia (Cáceres), como telegrafista, y Madrid, en la Dirección Nacional de Tráfico. Había recibido en dos ocasiones una felicitación pública por su labor como coordinador de las comunicaciones en la Vuelta Ciclista a España.
Yo era sobrino del asesinado y es la primera vez que escribo sobre estos hechos.
Estos días, como todos los años, cuando se acerca la fecha del fusilamiento de los militantes de FRAP, el 27 de septiembre de 1975, acusados de la muerte de Antonio Pose, los medios de comunicación recogen la memoria de lo últimos fusilados por el franquismo (2 de ETA y 3 del FRAP).
Al leer el excelente libro de Carlos Fonseca, Mañana cuando me maten. Las últimas ejecuciones del franquismo, que ofrece testimonios de protagonistas, familiares, abogados y documentos poco conocidos, con el fin de reconstruir esos hechos desde varias perspectivas, me llevé un cierto alivio al comprobar que los sentenciados por el asesinato del teniente Pose, eran dos jóvenes, cuando, durante años -no quise leer más al respecto por el dolor que produce-, siempre había creído que su muerte había sido «vengada» con la vida de los tres jóvenes del FRAP. Xosé Humberto Baena no había participado.
También se rodó la película, La noche más larga, de José Luis García Sánchez, varios documentales, etc., además de las múltiples charlas a lo largo de la geografía española que han ido impartiendo e imparten sus camaradas del extinto FRAP.
Si escribo estas líneas es para aportar ciertas opiniones personales al respecto.
Corrían los primeros años de la década de los cincuenta del siglo pasado, y de mis tres a siete años, durante las vacaciones escolares de verano, pasé largas temporadas vacacionales en compañía de mi tío, el cabo Pose, en Casar de Palomero, Las Hurdes, Cáceres. Mis tíos tenían alquilada una casa en el pueblo y no vivían en el cuartel. Solo recuerdo que cada una o dos horas, caminaba hasta el cuartel y recibía y transmitía, mediante el código morse, comunicados, órdenes e incidencias. Nunca lo vi salir de «servicio» con un arma.
Después, lo trasladaron al cuartel de Plasencia. Mis tíos residían en dicho cuartel. El entonces sargento Pose tenía un despachito en la planta baja que daba al patio, y allí seguía con sus transmisiones en morse. Hasta los diez años, yo pasaba las vacaciones en Plasencia, en casa de mis abuelos, y visitaba con frecuencia el cuartel, donde tenía varios amigos.
Mediante cursos por correspondencia, Antonio Pose aprendió a construir radios, transistores y televisores. Por las tardes, el televisor que montó en su despacho, único en el cuartel, lo instalaba sobre el alfeizar de la ventana, y los hijos de los guardias podían disfrutar de los programas infantiles. Las noches de verano, las familias bajaban sillas al patio y veían programas o películas.
Como vendía, de tanto en tanto, uno de los aparatos que le encargaban a precios reducidos, era muy popular en el pueblo, cosa que pude comprobar cuando paseaba con él.
Cuando el teniente Pose fue trasladado a la Dirección Nacional de Tráfico de Madrid, vivía alquilado en el barrio de El Batán. Desde mis veranos en Plasencia, no lo había vuelto a ver hasta 1972. Mi tía seguía todavía en Plasencia y mi amigo Alberto Anaya y yo, aprovechamos para dormir unos días en su domicilio y hacer turismo en la capital, y mi tío nos preparaba las comidas. Éramos estudiantes de Medicina en la facultad de Valencia, llevábamos pelos largos y barbas, y teníamos aspecto de «progres». No se habló de política, pero por su actitud ante nosotros, nuestras pintas y las conversaciones, yo diría -no puedo asegurarlo-, que era una persona de talante democrático y, por supuesto, muy tolerante, como ya había observado en su relación con otra gente durante mi niñez. Hasta su asesinato, en la Guardia Civil siempre se ocupó de comunicaciones y electrónica, debiendo de coordinar en varias ocasiones la Vuelta Ciclista a España.
Cuando visitamos Madrid, Alberto y yo ya militábamos en la Liga Comunista Revolucionaria y, poco después, nos detendrían a punta de pistola cuando entrábamos al patio de la vivienda de unos amigos, ya que la Brigada Político-Social iba a efectuar un registro en su domicilio. Nos interrogaron, ficharon y quedamos en libertad.
En marzo de 1974, yo había abandonado la LCR por discrepancias ideológicas, pero mantenía el compromiso de participar en los llamados «piquetes de autodefensa» de dicha organización, hasta que finalizase la campaña de manifestaciones y protestas, cuyo objetivo era evitar el ajusticiamiento del anarquista Salvador Puig Antich. Como consecuencia de esas actividades, días después de su asesinato a garrote vil, una madrugada fui detenido en mi domicilio, pasando las reglamentarias 72 horas en comisaría, antes de que me enviaran al juzgado. Agrego a continuación unos recortes de prensa en la que constan las detenciones.


Cuando la policía me detuvo, mi hermana llamó por teléfono de inmediato a Alberto, quien abandonó el domicilio familiar minutos antes de que se presentara allí la BPS, se trasladó a Barcelona, y nunca más tuvo problemas al respecto.
Me quitaron la prórroga por estudios y me mandaron al servicio militar. En esa etapa es cuando se produjo el atentado que costó la vida al teniente Pose.
Ante las penas de muerte solicitadas para Xosé Humberto Baena, José Luis Sánchez Bravo y Ramón García Sanz, se convocaron manifestaciones clandestinas pidiendo que no los ejecutaran. Participé en varios «saltos», porque pese a que se habían cargado a mi tío, yo estaba contra la pena de muerte. Fui detectado en uno de aquellos saltos minoritarios, y me interrogaron en el cuartel. Puse como escusa que, «como iba yo a manifestarme a favor de los asesinos de mi tío». Como estaba fichado, ya me había interrogado y advertido al llegar al CIR (Centro de Instrucción de Reclutas), luego al llegar al cuartel de artillería de Paterna y, más tarde cuando un comando del FRAP intentó arrebatarle, sin éxito, el fusil a un centinela de mi cuartel.
Antes de mi detención ya había trabajado, compaginando con los estudios, en la construcción, y luego, hasta que me mandaron al servicio militar en enero [en ese remplazo enviaban a los «rojos» a los que se les suprimía la prórroga por estudios], en una fundición, participando en las reuniones de Comisiones Obreras. Después de la mili, me volvieron a detener durante la huelga de la construcción de la provincia de Valencia en 1986.
Escribo este artículo, no porque quiera alardear de «currículum» (es la primera vez que resumo este periodo de mi vida), sino porque creo que es justo que se aclaren algunas cuestiones, entre ellas mi compromiso con la democracia y la izquierda.
En aquella época yo tenía a varios amigos del FRAP (a algunos los sigo teniendo entre mis amistades). Una noche de 1975, cenando en el barrio del Carmen con Falito, junto a nuestras respectivas novias, recuerdo que le dije, «habéis declarado la guerra popular, la lucha armada, y ya os habéis cargado a no sé quién, ¿cómo es que todavía vives con tus padres?»1 Sonrió. Poco después, estando en el cuartel, vi por televisión que lo habían detenido en el domicilio familiar. Seguimos siendo amigos.
Repito. Escribo este artículo porque ninguna de las personas del FRAP que me conocían bien -ya que el apellido de mi tía, Corrales, no muy común, es el mío, y salió varias veces en prensa-, jamás me dijeron, «fue una putada». Por contra, he «soportado» su sectarismo hacia Comisiones Obreras en la empresa donde trabajaba, etc.
Pasados los años, cuando la Universidad de Valencia me publicó el libro, De la misa al tajo. La experiencia de los curas obreros, dentro de la colección Memoria Histórica del Franquismo, en la dedicatoria se leía: En memoria de mi tío Antonio Pose Rodríguez, teniente de Tráfico de la Guardia Civil, autodidacta, constructor de afectos, ilusiones, galenas, radios, transistores, y de los primeros televisores de Extremadura. Asesinado en Madrid el 16-08-1974.
Solo he participado, hace como una década, en una de las charlas -como las que se han programado estos días-, en las que se reivindica la memoria de estos jóvenes fusilados, los últimos de la nefasta dictadura, ejecutados junto a Juan Paredes Manot “Txiki” y Ángel Otaegui Etxebarria, miembros de ETA. Allí leí la dedicatoria del libro de los curas obreros, y no dije una palabra más. Entre los ponentes y asistentes habían varios conocidos míos, alguno incluso todavía amigo. Nadie dijo una palabra o, a la salida simplemente algo así como, «fue una pautada». Es por ese silencio, por lo que escribo estas líneas. Como anécdota, recuerdo una conversación con gente del ya ex FRAP, a la que conocía bastante bien, en la que criticaban radicalmente como «demócratas de toda la vida», el fusilamiento del general cubano Arnaldo Ochoa y cuatro militares más en 1989, acusados de corrupción (últimos fusilamientos castristas), pero que yo sepa, no ha habido por parte de ningún miembro del FRAP, ningún reconocimiento público de arrepentimiento por sus ejecuciones.
Cuando en el 2004 se publicó el libro sobre los curas obreros, recibí un correo electrónico de un hombre -por desgracia se me borró el mail y no recuerdo su nombre-, que me escribió algo así, cito de memoria, «soy de Comisiones Obreras, he leído la dedicatoria del libro y te escribo para decirte que mi padre trabajó bajo las órdenes de tu tío, y siempre me dijo que era una excelente persona».
Por otro lado, me parece correcto que los excamaradas de los fusilados les rindan homenajes y recuerden su memoria cada año. Comparto y me solidarizo con sus familiares, que sufrieron al conocer las torturas, juicios irregulares y la muerte de sus seres queridos, como recogen de manera excelente varios periódicos, así como la proclamación de la inocencia de Xosé Humberto Baena, que ha publicado recientemente el periodista Roger Mateos en su libro, El verano de los inocentes.
En dicho libro también se habla de que la dirección del FRAP, desde el resguardo de vivir fuera de España, lanzó a la militancia a la lucha armada contra la dictadura, que acabó en un desastre y con múltiples detenciones y cárcel para muchos de sus militantes a lo largo de toda la geografía del estado.
He escrito este artículo días después del 27 de septiembre, para respetar los homenajes y la memoria familiar de los antifranquistas fusilados. Pero he intentado mostrar la otra cara de la historia y reivindicar el dolor de la mujer y los familiares del teniente Antonio Pose Rodríguez.
No pienso escribir ni una línea más al respecto, ni voy a entrar en posibles polémicas, a las que responderé con el silencio, al igual que los últimos 50 años.
Nota:
1. Abril de 1973. el FRAP celebró su I Conferencia Nacional (clandestina), donde aprobó la “Declaración de Guerra Popular al régimen fascista”. El contexto: tras la ejecución de militantes antifranquistas (como Puig Antich en marzo de 1974) y la persistencia de la represión franquista, el FRAP asumió que la lucha política y sindical clandestina no era suficiente y que había que combinarla con la lucha armada.
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