“No somos mercancía en manos de banqueros y políticos corruptos”
“No es una crisis, es el sistema”
“Nuestros sueños no caben en vuestras urnas”
“PSOE y PP, la misma mierda es”
“Lo llaman democracia y no lo es”
“No hay pan para tanto chorizo”
(Lemas del 15-M)
“En el 15M había frustración de clases medias a las que se les había interrumpido el ascensor social, jóvenes sobradamente preparados que vivían peor que sus padres, gente que ya no veía en la democracia aquello por lo que habían luchado sus padres sino un fraude. Pero el 15M fue capturado por un imaginario de los de abajo que señaló correctamente al responsable de este desastre, a banqueros y multinacionales y fondos buitre, y criticó las desigualdades en vez de echar la culpa a los inmigrantes o a la política”
(Juan Carlos Monedero)
Se cumple en estos días el décimo aniversario del movimiento que fue llamado del 15-M, que levantó toneladas de ilusión entre una gran parte de la población, pues por primera vez planteaba, de forma masiva y pública, una serie de quejas, problemas, demandas y reivindicaciones que hasta entonces habían quedado solapadas, bajo el falso paraguas de la mal llamada “modélica” Transición. Es momento, por tanto, de detenerse a pensar si aquélla semilla ha fructificado lo suficiente, o bien sus raíces han quedado sepultadas ante la aplastante fuerza del capitalismo neoliberal y globalizado. De entrada, muchos analistas piensan que un lapso de tiempo de diez años, hablando en el contexto de los movimientos políticos y sociales, es poco tiempo para poder hacer un balance definitivo, pero creemos que, a la luz de la situación y de los acontecimientos actuales, el saldo o balance de aquél movimiento es tristemente decepcionante. El movimiento del 15-M, secundado en otras grandes ciudades del mundo (París, Nueva York, etc.) y favorecido por movimientos previos como la PAH o Juventud Sin Futuro, aglutinó en las plazas y calles de todas las ciudades del país a cientos de miles de personas que, bajo unos lemas simplistas pero profundos, denunciaban los males que aquejaban a nuestra sociedad, plasmados básicamente en un modelo político bipartidista y corrupto, y en un modelo económico injusto y desigual.
Tres años más tarde de aquella primera fecha, surgió la formación política asociada al color morado, Podemos, desde el núcleo de unos profesores de la Universidad Complutense de Madrid, capitaneados por Pablo Iglesias, y que pretendía encauzar políticamente de forma activa las demandas del movimiento. Sus planteamientos comenzaron siendo radicales, es decir, fieles a las demandas del movimiento popular, y comenzó un despegue espectacular que pronto le abrió camino en el Parlamento Europeo, y sucesivamente en los Parlamentos locales, autonómicos y en las Cortes Generales, donde se alcanzó un buen número de diputados (69 escaños en diciembre de 2015), que transformaron la ética y la estética de nuestras instituciones públicas. Se lograron las alcaldías de las grandes ciudades (Madrid, Barcelona, Valencia, Cádiz, Santiago…) mediante acuerdos con las franquicias locales de Podemos (Ganemos, Adelante…). Pero parece que entonces se tocó techo. La unión estratégica con la histórica Izquierda Unida, formando Unidas Podemos, no amplió el techo electoral tal y como se pretendía. Los grandes poderes fácticos del país, todos evidentemente reaccionarios y conservadores (la Iglesia Católica, la banca privada, las instancias judiciales, las grandes empresas, el Ejército, la derecha política, social y mediática…) no estaban dispuestos a sucumbir ante la amenaza de aquélla nueva formación política que pretendía reducir sus privilegios en aras de una mayor justicia social para las mayorías, así que pusieron en práctica todas sus males artes, apoyadas en su enorme poder, para hacer campaña sucia contra Podemos, sus líderes, sus programas, sus iniciativas…
En el ámbito político, en primer lugar se catapultó a Ciudadanos, un partido de ámbito catalán y de ideario de derechas (aunque sus líderes insistan en la falacia del “centro político”), para que se difundiera y tuviera presencia en el ámbito estatal, como una especie de “Podemos de derechas” (Josep Oliu dixit, Presidente del Banco Sabadell en aquélla época), y que afortunadamente hoy día está a punto de desaparecer, absorbido por el Partido Popular. Y en segundo lugar, se llevó a cabo una escisión del ala más extrema del Partido Popular, más rancia y conservadora, más fascista y reaccionaria, surgiendo la formación política Vox, que no hubiese tenido cabida (dado su ideario) en una sociedad democrática plena, si España lo hubiese sido. Y por su parte, en el ámbito mediático y judicial, las guerras contra Podemos han sido continuas: persecuciones mediáticas, insultos, denuncias, calumnias, portadas falsas, ecos mediáticos insoportables, juicios cuyas causas han sido archivadas, y un largo etcétera de mecanismos de hostigamiento hacia la formación morada, para desgastarla al máximo en su credibilidad, han tenido lugar durante estos últimos años.
Mientras, se iban apeando del proyecto (al menos de su primera línea) prácticamente la totalidad de los líderes que contribuyeron a su fundación (Juan Carlos Monedero, Luis Alegre, Tania Sánchez, Ramón Espinar, Carolina Bescansa, Iñigo Errejón…), por discrepancias internas, y por la sucesiva moderación de las propuestas políticas con las que la formación morada acudía a cada cita electoral, causando igualmente el cansancio y la desafección de la militancia, de los círculos y de las bases. Por fin, durante la presente legislatura y en función a los resultados electorales, se alcanzó un Gobierno de Coalición (PSOE+Unidas Podemos), que además de tener la mala suerte de haberse tenido que enfrentar a la mayor pandemia mundial del último siglo, ha resultado ser un Gobierno muy tibio y descafeinado en sus medidas (no podía esperarse otra cosa estando el PSOE a su mando), que ni siquiera ha sido capaz, a día de hoy, de revertir las peligrosas y antisociales contrarreformas que el Gobierno del PP de Mariano Rajoy llevó a cabo (LOMCE, Ley Mordaza, Reforma de las Pensiones, Reforma Laboral…). Algunos avances interesantes sí se han alcanzado, como por ejemplo la subida sustancial del salario mínimo, la ley que despenaliza la eutanasia, o el fin del voto rogado, que impedía en la práctica que las personas residentes en el exterior (jóvenes en su mayor parte) pudieran votar.
Pero nos preguntábamos en el título de este artículo si habíamos conseguido algo, o hasta qué punto el surgimiento del 15-M había removido los cimientos de una política basada en el corsé impuesto por el Régimen del 78, que lo dejaba todo “atado y bien atado”, tal y como el dictador había previsto. Y la respuesta, en mi opinión, es que el panorama es ciertamente desolador. Hoy día, han fallecido algunos de los mayores referentes teóricos del movimiento, tales como José Luis Sampedro (en el ámbito filosófico y económico), y Julio Anguita (en el ámbito político), y Pablo Iglesias acaba de abandonar todos sus cargos y la política activa, después del descalabro en las recientes elecciones del 4 de mayo en la Comunidad de Madrid. Por supuesto, ni las tremendas desigualdades sociales que nos asolan como sociedad, ni la precariedad laboral y vital que aqueja a la clase trabajadora han descendido, antes bien, se han incrementado, según los sucesivos informes, entre otros, de Intermón-Oxfam.
Los grandes agentes económicos son aún más poderosos si cabe, pues hace 10 años (bajo el Gobierno del PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero) asistíamos a un proceso de fusión y bancarización de las antiguas Cajas de Ahorros, que sostenían proyectos de financiación local muy útiles y necesarios, para crear entidades más poderosas, y hoy día, superado ya ampliamente ese proceso, a lo que asistimos, desgraciadamente, es a una fusión sobre la fusión, es decir, a una fusión de los (ya grandes) bancos actuales, para ser aún más grandes y poderosos, permitiendo no sólo la peligrosidad innata a dicho proceso, sino que, sin ir más lejos (véase la fusión Caixabank+Bankia), se puedan poner en la calle a más de 8.000 trabajadores/as, mientras los directivos de la nueva entidad resultante se triplican el sueldo. Absolutamente indignante e inmoral. Continúa sin existir el mecanismo por el que tantas veces hemos abogado, la Renta Básica Universal (RBU), con carácter individual, incondicional y universal, para garantizar a todas las personas, sin condiciones previas, unos ingresos mínimos, dignos y adecuados para poder mantener un proyecto vital. A lo más que se ha llegado es a un sucedáneo, igualmente injusto y discriminatorio, al que han bautizado como Ingreso Mínimo Vital, que es una nueva vuelta de tuerca sobre las ya clásicas prestaciones condicionadas para las personas desempleadas, que por supuesto no cubre los objetivos previstos ni en población destinataria ni en cuantía de la prestación. Lamentable.
A su vez, ninguno de los grandes derechos sociales que se pretendían blindar (Vivienda, Energía…), contemplados por la Constitución con la boca pequeña, se han blindado de hecho, y al igual que antes, lo único que tenemos son pequeñas concesiones de los grandes agentes económicos (bancos, empresas eléctricas…) para mirar hacia otro lado con respecto a las personas y familias que se declaran insolventes para hacer frente a estos gastos. Y así, por ejemplo, aún no tenemos regulados por ley los precios de los alquileres, ni tampoco la garantía absoluta de que ningún hogar se queda sin energía, como derecho fundamental que es. Pero no se ha abordado, como decimos, una Ley Integral sobre el Derecho a la Vivienda, que contemple todos los escenarios de forma justa y rotunda, ni una Ley de Servicios Básicos de Suministros, que impida que las compañías privadas puedan seguir haciendo la vida imposible a los más desfavorecidos. Tampoco se ha implementado la versión pública de estas empresas, es decir, seguimos sin disfrutar de un polo de Banca Pública que gestione los fondos económicos de la población de forma justa y democrática, ni hemos procedido a la nacionalización de las grandes empresas energéticas (ni farmacéuticas, ni de alimentación…), para poder contrarrestar los efectos perniciosos de sus modos de actuación.
Y si el reclamo por excelencia del movimiento del 15-M fue poder disfrutar de una Democracia con mayúsculas, real y completa, es evidente que, después de 10 años, no lo hemos conseguido, pues el panorama continúa siendo desalentador. Enumeraremos solo algunos rasgos de nuestras limitaciones democráticas: no hemos superado el franquismo (más allá de meros gestos como la salida del dictador del Valle de los Caídos o una Ley de Memoria Democrática insuficiente), poseemos un estamento militar profundamente antidemocrático y anclado a épocas anteriores y negras de nuestro pasado, la Iglesia Católica continúa disfrutando de un poder y una influencia desorbitada, hemos de soportar que la Jefatura del Estado recaiga sobre una dinastía borbónica corrupta y anacrónica, aún son legales organizaciones políticas que han sido condenadas por corrupción (léase PP), hemos de contemplar cómo los líderes políticos de formaciones independentistas son encarcelados o se tienen que exiliar por plantear un referéndum a la población, o continuamos asistiendo al fenómeno de las puertas giratorias como práctica habitual entre el mundo político y económico de nuestro país.
El 15-M demandaba que el bipartidismo, responsable de implementar y mantener todo el modelo político y económico que nos había conducido a esta situación de desastre, debía ser superado. En realidad, estos dos partidos (PSOE y PP) son acérrimos defensores del capitalismo neoliberal, aunque a veces pueda parecer que existen diferencias entre ambos. Esas diferencias únicamente se dejan entrever en cuestiones sociales, pero en cuestiones económicas y de modelo de Estado, tanto monta monta tanto…Y lo cierto es que el bipartidismo no solo no ha sido derrotado (aunque es verdad que su peso político ha descendido durante la última década), sino que aún no ha sido modificada la Ley Electoral que lo beneficia, y además hoy día, tal como afirmábamos más arriba, hemos de contemplar con estupor cómo resurge social y políticamente la alternativa más peligrosa que nos podemos imaginar, una amenaza fascista en toda regla, llamada Vox, que lejos de ser ilegalizada como debiera suceder bajo una sociedad democrática (que no puede albergar idearios ni actitudes fascistas), disfruta de un peso político creciente en las últimas citas electorales, tanto nacionales como autonómicas. En efecto, Vox es un engendro político peligroso y aberrante, un partido que desprecia los Derechos Humanos, y que practica una constante apología de la dictadura franquista, además de poner en cuestión la violencia machista, el cambio climático, etc., y de perseguir únicamente que las instituciones democráticas disminuyan su tamaño como receta para “sanear” el país. Vox representa todo lo diametralmente opuesto a las demandas del 15-M, Vox es la degeneración política llevada a su máxima expresión, y aún sí, se mantiene e incluso sube en expectativas y encuestas de intención de voto. El panorama, por tanto, no puede ser más sombrío.
Por último, no quisiera finalizar sin hacer una referencia explícita a la pandemia de Coronavirus que nos afecta desde hace más de un año, y que ha venido a alterar nuestras vidas en todos los sentidos, como consecuencia del caos ecológico al que estamos sometiendo al planeta. Muchos de nosotros, activistas, políticos, blogueros, científicos, profesores, periodistas, escritores, etc., junto a diversas organizaciones de todo tipo, llevamos mucho tiempo denunciando la peligrosa deriva ecosocial que venimos provocando, y los tremendos efectos que el cambio climático está proyectando sobre el planeta. La modalidad de coronavirus que crea la actual pandemia se debe a un proceso de zoonosis, mediante el cual un patógeno salta de una especie animal al ser humano, a consecuencia de que se viola, se extermina o se altera el ecosistema natural donde dicho animal vive. Y ello es causado a su vez por la ferocidad y agresividad de nuestras políticas económicas, que nos llevan a depredar la naturaleza de forma creciente, y a destruir los equilibrios naturales que permiten la vida. Frente a ello, la nueva política (abanderada en el 15-M) no puede aspirar a una “vuelta a la normalidad”, sino a que nunca más vuelva la normalidad anterior, es decir, a que se superen de una vez por todas los antiguos y fallidos paradigmas donde hemos sustentado los conceptos de “progreso”, “bienestar”, “desarrollo”, etc., para ser sustituidos por otros nuevos paradigmas donde hagamos gala de una convivencia armónica con el planeta y el resto de animales y seres vivos que cohabitamos en él.
Sin embargo, lo que desgraciadamente estamos comprobando durante la pandemia (en España y en el resto de países del mundo) es una completa oda a la estupidez, a la ignorancia y a la imbecilidad, y no solo mediante actitudes y proclamas negacionistas, sino también mediante planteamientos políticos que calan perversamente en la ciudadanía, precisamente aprovechándose de los salvajes postulados capitalistas, que nos instan a romper o a enfrentarnos con las restricciones a la movilidad, a los horarios o a la apertura de negocios, bajo la suprema bandera de la mal entendida “libertad” y a que “tenemos que trabajar”. En la Comunidad de Madrid, entre otras razones, la actual Presidenta Isabel Díaz Ayuso (PP), acaba de arrasar en las recientes elecciones precisamente planteando el dilema en estos términos. ¿Hemos conseguido algo? Creo que muy poco. Es absolutamente necesario y urgente regresar a la movilización callejera, a las asambleas de barrio, a la protesta popular, para continuar creando conciencia sobre todos estos asuntos. En caso contrario, el panorama se volverá aún más desolador. Parafraseando uno de los eslóganes del movimiento, podríamos concluir diciendo: “15-M, estás como ausente”.
(Blog del autor: http://rafaelsilva.over-blog.es)