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"Casa Malva" centro de acogida en Asturias para mujeres víctimas de malos tratos

A la señora consejera de la Presidencia Mª José Ramos

Fuentes: La Nueva España

Su Casa Malva, de la que usted está tan orgullosa y costó tantísimos impuestos a costa de miles de familias que no llegan con su dinero de fin de mes, es un total fracaso, un fiasco, un derroche, una ruina y una cárcel. ¿Para quién se gastó tanto dinero en ese monstruo que ustedes, con […]

Su Casa Malva, de la que usted está tan orgullosa y costó tantísimos impuestos a costa de miles de familias que no llegan con su dinero de fin de mes, es un total fracaso, un fiasco, un derroche, una ruina y una cárcel. ¿Para quién se gastó tanto dinero en ese monstruo que ustedes, con mucha vanidad política, llaman casa de acogida para las pobres víctimas de los malos tratos?

Si perdió mucho de su valioso tiempo en revisar planos y presupuestos, en inaugurar y en enseñar a todo Gijón y a toda España la formidable edificación y su preocupación por esas pobres mujeres, ¿por qué no dedicó media hora para hablar con ellas, con las víctimas, y preguntarles cómo se sentían y cuáles eran sus necesidades? Claro que tendría que ser a solas, sin las guardianas que constantemente vigilan lo que dices, lo que haces y lo que piensas. El miedo a la represión cerraría la boca de esas mujeres.

Al inteligente, él o ella, que proyectó el sistema de seguridad yo le diría que se olvidaron imperdonablemente de unas cuantas cosas para que fuera una casa segura de verdad como la alambrada electrificada, las minas antipersonas y, cómo no, el pastor alemán. Con los vigilantes de día y de noche, y las muchas cámaras de seguridad enfocadas hacia nosotras nos sentimos peligrosas delincuentes a las que hay que vigilar muy, muy de cerca.

Dicen que es para nuestra seguridad. Ja, ja, ja. El agresor y quien quiera hacernos daño nos encontrará fácilmente en cualquier sitio y en cualquier momento en la calle o en nuestro trabajo. Las cámaras enfocadas en el comedor, la cocina y los pasillos sólo tienen la misión de vigilarnos a nosotras. ¿Por qué si no entran en nuestros departamentos, que son nuestra casa, utilizando la llave maestra y sin tan siquiera picar? ¿Es eso respetar nuestra intimidad y respetarnos como personas? En sus despachos, que es donde está lo que un ladrón buscaría, no hay cámaras.

La palabra «cárcel» la escuché por primera vez antes de entrar en la casa vieja, la de la avenida de la Argentina (Gijón). No vayas allí, me decían, es peor que la cárcel y las mujeres vuelven con su agresor porque aquello es peor. No lo entendí. Yo personalmente no lo consideré así. Y eso que había tantas normas y prohibiciones que después de cinco meses todavía me recordaban alguna nueva. Ahora entiendo a qué se referían.

Le aseguro, señora consejera, que cuando dejé todo, incluida la casa de mis sueños y mis queridos animales, no derramé una lágrima, pero sí que derramé muchas por lo que encontré y que se supone me iba a ayudar. La mayoría de las mujeres que se marcharon antes que yo volvieron a casa, con sus agresores, porque no tenían a donde ir.

Llegamos a su querido mausoleo y todo fue mucho peor. Dos de las cuatro que entramos en julio ya nos fuimos. Yo, tengo que reconocerlo, con el corazón lleno de odio, rencor y deseos de revancha. Unos sentimientos, se lo juro, totalmente desconocidos para mí hasta este momento. Quiero justicia para las que están ahora y para las pobres desgraciadas que vengan detrás.

Le aconsejo, señora Ramos, y perdone el atrevimiento, que se dé mucha prisa en hacer una investigación a fondo con las dos inquilinas que quedan. Pero le insisto: hágalo a solas, sin ninguna espía por medio. Y hágalo rápido porque si tarda unos cuantos días a lo mejor han hecho un agujero por la alambrada y se han escapado, y usted se encontrará con todo su ejército chupaimpuestos solito y a sus anchas.

Perdóname, María (la directora de la Casa), sé que esto te va a afectar. Te juro que si pudiera evitarte este disgusto lo haría, pero me siento en la obligación de hacerlo público para evitar que todas esas «educadoras» a las que en la Casa Malva se les subió la soberbia a la cabeza sigan haciendo tanto, tanto daño.

Otra cosa, ¿para que necesitamos «educadoras»? Yo creía que eran los maltratadores los que tenían que hacer examen de conciencia y a los que había que educar en valores de igualdad. A mí lo que me inculcaron allí es que fuese sumisa, obediente y que cumpliera con escrupulosidad las mil órdenes bajo la amenaza de echarme a la calle. ¿Le suena a algo? Para muchas es repetir, pero peor, lo que tienen en casa.

Si me permite otro consejo, señora consejera, le diría que cierre ese edificio y lo emplee para otros menesteres. Mande tanta incompetente a casa. Los ciudadanos, que con sus impuestos lo pagan, se lo agradecerán y las próximas víctimas también.

Estoy a su disposición para lo que considere oportuno.
Muchas gracias.

Josefa Gómez Martín es antigua inquilina de la Casa Malva.